Si tan solo pudiera ir a preguntarle. Es nada más una maldita pregunta, me dirá que no tiene nada que ver con el policía y dejaré de sufrir. Abandonaré la maldita incertidumbre. Navian no es mi enemigo, no va a jugar con mis emociones, no tiene razones para hacerlo.

Mi secuestrador tampoco.

No puedo callar esa vocecita en mi cabeza, maldición. Me levanto de manera abrupta, decidida a bajar el nivel de ansiedad que me mantiene tan tensa. Es la única manera de lograrlo, hacerlo rápido.

―Eh, Navian ―digo con una voz tan áspera.

―¡Ay, la loca! ―grita su acompañante en su pupitre.

―Cálmate, es solo Magaly. ―Se ríe el pelinegro que vine a buscar―. ¿Qué necesitas? ¿Quieres mis apuntes? Todos me los piden ―declara, animado.

Yo solo puedo especular sobre que sabe mi nombre y ponerme paranoica a pesar de que somos compañeros y cualquiera puede llamarme así. Voy a hiperventilar, solo por estar pensando en mi cuchillo, el único objeto que puede defenderme. Retrocedo, corro a agarrar mi mochila, luego me voy al baño. Me escondo en un cubículo mientras lloro y raspo el cuchillo en la pared. A mi mente llegan las puñaladas que le di a ese desgraciado.

―Sí, profesora, la vi con un cuchillo. ―Escucho a una compañera y dejo de apuñalar la pared.

―Señorita Borein, ¿está aquí? ―pregunta la mujer y subo mis pies a la tapa del inodoro―. ¿Segura que la vio entrar?

―Sí, ya sabe los comportamientos erráticos de ella. Mejor busquémosla, me preocupa.

Mentira, solo eres otra que opina que estoy loca.

Se hace un silencio mientras espero a que se hayan ido y me abrazo a mis rodillas. Cuando creo que me encuentro sola, al fin salgo del cubículo, pero me cruzo con los ojos de Navian en la puerta del baño.

―Todos te están buscando ―aclara, luego mira el cuchillo en mi mano―. Si algún profesor lo ve, te castigará, mejor escóndelo.

―¿No vas a delatarme?

―¿Por qué? ¿Me vas a matar? ―Se ríe.

―Lo he pensado.

Traga saliva, luego hace una pausa.

―Espero que haya razones para eso. En todo caso, ¿por qué viniste a hablarme a mi pupitre? Me quedé intrigado.

―Solo quería hacerte una pregunta tonta: ¿Tienes un hermano que es detective? ―Se forma un silencio―. Ya dime que no y terminemos con esto.

―En realidad, sí, tengo. ―Hace una pausa y ríe―. Solo me sorprendió que lo supieras.

―¿Estás bromeando? ―Mi mandíbula se tensa―. ¿Tu hermano es Dalton Weiner? ¿Son parientes consanguíneos?

―En verdad, soy adoptado, pero sigue siendo mi hermano, de todas maneras. Vivimos en la misma casa, comemos las mismas cosas, nos reímos de nuestros chistes estúpidos, y diría que peleamos por quién se queda con la cama de arriba, pero tengo habitación propia desde que somos solo nosotros dos.

―Oh, yo... eres muy expresivo ―opino.

―Perdón, creí que serlo te daría mucha más confianza.

Frunzo el ceño.

―Tengo confianza.

―Lo siento, no te estaba juzgando, solo que estoy contento de que al fin tengamos una conversación. Lástima que sea en la puerta del baño de chicas y en cualquier momento me van a sancionar por ello.

Evito reír y vuelvo a mi gesto serio.

―Bueno, seré sincera, quería consultarte aquello, porque sé que tu hermano se encarga de mi caso.

—¿Y quieres preguntarle...?

—No —lo interrumpo—. Deseo investigar por mí misma y sé que no me lo va a permitir. Deja, ya respondiste lo que quería.

—¿Y no quieres que te ayude? Será más fácil que yo te abra la puerta de mi casa a que te escabullas por mi ventana.

Quedo en shock.

—¿Por qué harías eso?

Sus mejillas se ruborizan.

—Creí que era evidente, esto se puso incómodo. —Pone una mano en su nuca—. Yo... estoy interesado en ti.

—¿Tú? ¿En mí? —Enarco una ceja—. Pero casi ni hablamos.

—No sé, me causas intriga.

Creo que eso me asusta más que agradarme, pero parece sincero. Además, lo que acaba de decir no tiene nada de malo, no voy a ponerme obsesiva con ello. Debo concentrarme en que al fin puedo investigar.