Capítulo 6: La historia de Nina y Anissa
Todo comenzó una tarde cuando la testaruda de mi hermana Anna, tras meterse unos botellines en el cuerpo, decidió llevarme a una agencia de viajes para irnos de crucero con el pretexto de hacer algo juntas. Cada vez estábamos más distanciadas. Sobre todo desde que la ascendieron en la multinacional para la que trabaja: Blackmart. El caso es que al final, como siempre, me dejó colgada... ¡Menuda jeta! Al final nos fuimos mi hija y yo solas, ella nunca había salido de Madrid y estaba muy ilusionada de poder hacerlo.
Estaba previsto que el viaje durase dos semanas, sin embargo, en la última, el barco no atracó en ningún puerto. No nos informaban de lo que pasaba, aunque los rumores corrían como la pólvora. Lo único cierto que sabíamos era que el capitán había recibido la orden de no parar en ningún puerto hasta llegar a Barcelona; donde finalizaba el viaje.
La embarcación había suspendido todas las actividades recreativas y chapado los garitos de abordo. Teníamos tanto tiempo libre... Y lo único que podíamos hacer era observar cómo se cubría el cielo de golondrinas, patos y otras aves migratorias. Este no fue el único fenómeno perturbador que llamaba la atención, la fauna marina también se desplazaba en bloque. Era angustioso ver cómo todos los animales huían mientras nosotros estábamos prisioneros en el barco.
La incertidumbre crecía a medida que el tiempo pasaba; la peña intentaba llamar a sus allegados para informarse de lo que estaba ocurriendo en tierra firme. Pero las líneas telefónicas parecían haber colapsado y no funcionaban. ¡Menuda movida!
Traté de contactar con mi hermana varias veces, pero al final fue ella la que consiguió llamarme a través de un teléfono especial de un tripulante. En cero coma me puso al tanto de todo lo que ocurría. Ella también residía en Madrid y, al parecer, estaba al loro de todo. Me contó mazo de cosas, a cada cual más sorprendente.
Se había declarado un estado de emergencia en España. Se había limitado la libertad de movimiento, los aeropuertos permanecían cerrados, el ejército ocupaba las calles y se había impuesto un toque de queda por la noche.
También mencionó que se estaban produciendo ataques por todo el mundo y que cientos de miles de individuos habían perecido. Antes de la caída de Internet, circularon unos vídeos muy extraños de personas que se volvían locas, que contraían la rabia y atacaban a las personas que tenían al lado. Por lo visto, todo fue provocado por un ataque terrorista biológico. Se rumoreaba que una organización llamada el Santuario estaba detrás, su objetivo era erradicar a la mayoría de la población para salvaguardar el planeta Tierra.
Mi hermana siempre había tenido muchos pájaros en la cabeza, por lo que no sabía hasta qué punto era todo cierto. Además, hablaba rápido por si la llamada se cortaba; mi línea no era segura, precisó. Me contó también que la población en la capital estaba muy nerviosa y pendiente de las noticias constantemente. Presentaron un mapamundi con los puntos negros, ciudades donde la infección estaba descontrolada: Tokio, Hong Kong, Shanghái, Nueva York, Sao Paulo, Buenos Aires, París, Moscú... No había ningún punto negro en España y eso era una buena noticia, pero cientos de miles de personas atravesaban los Pirineos y algunas de ellas estaban infectadas. Se había ordenado al ejército no dejar pasar a nadie, que disparasen a matar a todo ser vivo que intentara cruzar la frontera entre un país y el otro, daba igual si estaban contagiados o no.
Le pregunté de qué enfermedad me estaba hablando, que me explicara cómo se transmitía, pero la llamada se cortó y nunca más logré contactar con mi hermana. No sé nada de ella desde entonces y ya ha pasado más de una semana... Cierto es que todo lo que me dijo sonó a despedida, pero, en aquel momento, no lo pensé así.
Por lo que respecta al crucero, al día siguiente llegamos al puerto de Barcelona; se notaba que las cosas no iban bien... La ciudad ardía en llamas y el cielo estaba cubierto de columnas de humo. Todos los pasajeros teníamos una idea de lo que estaba pasando en tierra, aunque, en realidad, no podíamos imaginarlo. Creíamos que había un virus que se propagaba por el aire o por contacto humano, un virus letal, vale, pero nadie nos había explicado que después de morir, debido a una alquimia inexplicable, despertabas enloquecido y preparado para cometer todo tipo de barbaries e, incluso, aniquilar a tus seres queridos.
Cuando bajamos del crucero, junto con los cientos de pasajeros que iban a bordo, descubrimos que el puerto era un caos absoluto. Un hervidero de muchedumbre alborotada que gritaba y se empujaba. El comportamiento insolente de los soldados tampoco ayudaba; los tíos nos trataban con desprecio y nos dividían a las malas como si fuéramos simples ovejas, sin tener en cuenta a las familias... ¡Vaya movida! Nos fueron llevando en autobuses a distintos hoteles en cuya recepción había unos panfletos impresos con el sello del Estado en el que se prohibía prácticamente todo.
Me acuerdo de que no especificaban el verdadero motivo del asunto. Tampoco se podía salir por la noche ni durante el día sin una razón de peso. La octavilla informaba también que los aeropuertos y estaciones de trenes estaban cerrados hasta nuevo aviso. Existía una red de autobuses entre distintas ciudades que realmente no funcionaba. El país entero estaba paralizado; los colegios cerrados, los hospitales atendían en servicios mínimos y la mayoría de los comercios tenían prohibido abrir.
Los dos primeros días en el hotel fueron gratis, los siguientes tenías que abonarlos y los precios eran desorbitados debido a la demanda. Al final, nos echaron de malas maneras.
Fuimos a la estación de Sants andando porque el metro estaba cerrado, y en Barcelona solo circulaban los autobuses y los taxis. En Sants nos quedamos un día a dormir, el ejército había dispuesto cientos de literas y sacos de dormir para la gente que no podía volver a sus casas que era mucha.
Luego habilitaron los colegios, pues todos los sitios estaban desbordados de personas que no tenían ningún lugar a donde ir.
A los pocos días, llegó la infección. Todo se precipitó en cuestión de minutos... La gente gritaba, los coches se estampaban, la multitud corría de un lado para otro, y, de vez en cuando, se oían disparos y explosiones. Ambulancias, sirenas de Policía, helicópteros, incendios...
A medida que pasaban las horas todo se incrementaba, todo... Más gritos, más disparos, más estallidos... Había gente que en esos momentos de confusión empezó a robar y a saquear tiendas, ¿Te imaginas la situación?
Total, que yo también lo hice. Robé un coche y nos dimos el piro de Barcelona. Tenía intención de ir hasta Madrid, pero las autopistas estaban colapsadas de vehículos abandonados en mitad de la calzada y cada vez era más fácil ver a... los errantes.
Así los llamo yo, lo puedo hacer delante de mi hija, es una palabra que no da miedo. Paramos en un par de pueblos pequeños y compré todas las provisiones que pude en diferentes tiendas con lo que me quedaba de dinero en metálico y seguimos por carreteras secundarias hasta llegar a Castanyera. Allí conocí a Lleverías, me refugié con él en la comisaría de la Guardia Civil, después nos pasamos a un edificio adyacente. Éramos muchos y parecía un lugar seguro.
Entonces llegó un hombre con una napia enorme que afirmaba trabajar para el Gobierno y llevaba un par de días en el municipio. Se hacía llamar Coyote y se ve que le propuso un trato conveniente a Lleverías, le habló de un lugar seguro, pero nunca me llegué a enterar del todo. Esa misma noche, la calma del refugio se truncó. Estábamos sobando cuando, súbitamente, empezamos a escuchar gritos, varias personas estaban siendo atacadas por roedores, ¿te lo puedes creer? ¡Ratas! Alguien abrió la puerta entre tanta confusión y los errantes entraron y la locura se desató.
Mi hija y yo logramos esfumarnos gracias a Lleverías. Regresamos al coche, del cual no habíamos tenido tiempo ni de sacar las provisiones, y, entonces, él me habló de un lugar cercano; un lugar que estaba en medio de la nada. Me habló de vosotros, y de que aquí, tal vez, estaríamos seguras.
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