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Capitulo-5

A primera hora de la mañana, algo cansada Nayet se reúne con Gael para comenzar a trabajar.

―Buenos días Gael. ¿Cómo se encuentra?

―Buenos días, hoy señorita Morales iremos a pasar consulta. Espero que abra bien los ojos y escuche con atención. Adelante es la consulta 45, no sea tan torpe de perderse.
Dicho eso agarró su portafolio y se marchó. Nayet se quedó detenida pensando en la frase que le había dicho Gael y el como la había tratado. Sintió una pequeña inquietud, sacudió su cabeza intentando olvidar ese comentario.

Diez minutos más tarde llegó a la consulta, se presentó a la enfermera que había y se sentó en una banqueta que había al lado de la mesa. Agarró algunas historias clínicas de los pacientes leyendo su contenido.
El primero en pasar fue un hombre que lo habían operado y venía para que le revisaran el brazo y le mandasen otro tratamiento. Nayet observaba al doctor y colaboraba en todo. Después pasó otra señora con problemas respiratorios. Así durante tres horas más, pasaban y salían pacientes con distintos problemas.

―Disculpe doctor Zuniga, puedo ir al baño.

― ¿No te puedes esperar? Su tono sonó borde.

―S-si...musitó ella.

―Buenos días, saludó una mujer joven y bien arreglada.

―Buenos días señora De Mateo. ¿Qué le ocurre?

Priscila no dejaba de comerse con los ojos a ese guapo médico que la noche anterior había estado con ella. Cruzándose de piernas y disimuladamente se subió algo más la tela de su vestido, seguía sin apartar sus ojos de él, cosa que a Gael no le molestaba, incluso la miraba con ojos de pícaro.

―Venía para que me recetase la píldora.

―Señorita Morales, ¿no tenía que ir al baño?

―Sí, claro. No tardo.

―Tómese su tiempo, incluso puede ir a desayunar si lo desea.

Aquello sonó más como indirecta que como orden. Nayet no era tonta y sabía que entre esos dos había algo.

―Nayet qué te ocurre, parece que estuvieras enfadada. Le pregunta Dulce.

―Mira Dulce, cada vez entiendo menos al merluzo este de Zuniga. Le pido que me deje de ir al baño y no me deja y ahora que hay una mujer atractiva insinuándose me echa de la consulta.

―Ven vamos a desayunar, ya sabemos cómo es Zuniga.

Tras el desayuno todos sus problemas se habían evaporado hablando con Dulce. Al pasar a la consulta por la puerta que no era, se quedó impactada por lo que estaba viendo. Gael estaba besando a esa mujer. Cerró la puerta sigilosamente, en su interior sintió pinchazos, miró hacia el suelo intentando tranquilizarse. Se dio la vuelta y llamó a la puerta para volver a entrar.

―Bueno señora De Mateo, espero verla en la próxima revisión.
La mujer se marchó giñandole un ojo moviendo sus caderas descaradamente.

―Ya estás aquí. Pronunció él furioso.

―Si quieres me voy otra vez para que termines de enrollarte con esa mujer casada. No te da vergüenza.

―Mira Nayet, lo que yo haga o deje de hacer con mi vida es asunto mío. No tengo por qué darte explicaciones. Pienso que tú deberías preocuparte de los tuyos. No sé en ir al gimnasio y perder quilos por ejemplo.

Nayet lo contemplo durante minutos sin pronunciar palabra, sus palabras eras ofensivas como hirientes. No dijo nada y volvió a sentarse en su lugar pestañeando varias veces para que se le fuera el escozor de sus ojos y no ser débil ante Gael.

Al terminar de pasar la consulta ya era la hora de la comida, ambos no se dirigieron la palabra en lo que quedó de consulta. El estómago de Nayet pedía a gritos algo de comida, se dirigió hacia la cafetería, pero su mundo se vino abajo al ver las bandejas de las enfermeras con comida light. Ella eligió un sándwich y un yogur. La cafetería estaba repleta de gente, ubicó un lugar vacío donde sentarse, al llegar preguntó a las demás enfermeras que no dejaban de tontear con Zuniga si podía sentarse. Claramente todas dijeron que estaba ocupado.
Dándose por vencida, agarró su comida y se marchó de la cafetería. No era la primera vez que le hacían un desplante así. Había perdido la cuenta de las veces tenía que irse al baño o sentarse en un rincón sola a llorar.
Caminando por el pasillo arrastrando sus pies se paró enfrente de la habitación del futbolista, miró para todos lados y decidió pasar. No había nadie dentro. Agarró una silla, desenvolvió su bocadillo y entre lágrimas y dando pequeños bocados sintiendo como cada vez su nudo en su garganta se hacía mayor se lo comió. Al final no pudo más y rompió a llorar cayendo con su cabeza encima del colchón donde se encontraba el guapo futbolista. Algo más tranquila comenzó a contarle por qué se encontraba así. Sabía que ese hombre estaba en coma, pero a ella le daba resultado el poder contar lo que le ocurría y que por lo menos alguien la escuche aunque no le diga nada.
Después de su charla con el futbolista, dejó de llorar, comenzó a sonreír y se despidió dándole un beso en la frente, desde ese día iría todos los días a contarle sus penas. Se sentía hasta más aliviada. El día terminó bien, no volvió a ver a Zuniga y esa noche le tocaba guardia.

En la noche de guardia conoció a otro médico y varias enfermeras. Todos eran muy simpáticos, en la zona de descanso Maribel le contaba lo que sentía por el doctor Belmonte, ella escuchaba atentamente a esa chica que se sentía tan incomprendida como ella. Terminaron de hablar y se dispusieron a descansar algo, parecía que la noche iba a ser tranquila.

A la mañana siguiente, con pocas ganas de verlo fue a buscarlo a su consultorio.

―Buenos días doctor Zuniga.

―Bueno días Nacho, como está.

―Buenos días Nayet, bien, comenzando otro día de trabajo. ¿Y a tú que tal con la guardia?

―Bien, tranquila, gracias, pues igual esperando a ver que me toca hoy.

―Buenos días Nayet, hoy tenemos dos operaciones, en quince minutos debe de estar en quirófano. Prepárese.

―De acuerdo.

Nayet salió del consultorio y se fue para prepararse para entrar en quirófano.

―De qué vas Gael. Estas tonto o qué te pasa. Mandas a esa chica a operar después de haber estado la noche de guardia.

―No quiere ser médico, pues que vaya tomando apuntes.

―Desde luego Gael, no pensaba que eras así. Tan mal te cae esa chica para hacerle esto.

―Ni me cae bien ni mal. Solo la estoy enseñando.

―Venga ya Gael, eres un sátiro, por favor, si no quieres que sea tu residente déjala que se la lleve otro. Pero no estés todo el rato machacándola.

―Vaya además de psicólogo te has vuelto defensor, no lo sabía.

―Vete a la mierda Gael, no esperaba ese tipo de comportamiento por tu parte. Lo entiendo, si fuera una mujer delgada, con buen tipo y no te plantase cara, a lo mejor la tratarías mejor, pero tratándose de Nayet, es mejor meterte con ella consiguiendo que acabe humillada.

Tras hablar con su amigo, Gael se marchó para quirófano, allí lo estaban esperando preparados para empezar a operar. Gael se dirigió a Nayet hablándole por lo bajito si deseaba operar o estaba cansada. Nayet negó con la cabeza, estaba agotada, sin embargo no le iba a dar el gusto de verla débil. Tras horas después de operar salieron para que limpiasen el quirófano y meterse en otro, había que operar a una mujer mayor de una rodilla. El cansancio se iba apoderando de Nayet, casi le costaba mantener los ojos abiertos, Gael la miraba, su orgullo hizo que ella continuara en la operación hasta el final. Tras salir de quirófano Nayet no le dirigió la palabra a Gael. Se cambió, su turno ya había acabado.

Después de cambiarse y hablar un rato con Lili, Nayet se marchó, tan asumida en sus pensamientos iba que no se dio cuenta que se equivocó. Estaba perdida, intentó buscar alguna salida cuando de pronto escuchó unos gritos. Guiándose por los gritos la condujeron al parking, allí pudo ver como un hombre tenía a Gael agarrado de las solapas de su camisa muy enfadado, tanto que le propinó un golpe en el estómago. Sin dudarlo salió corriendo y se puso en mitad de esos dos hombres.

―Basta por favor, basta. ¿Queréis tranquilizaros por favor?

―Quítese señorita, tengo que ajustar cuentas con este desgraciado.

―A golpes no va solucionar nada. Cuénteme que ocurre.

―Este...playboy...se ha estado acostando con mi mujer. Ella misma me lo confesó. No sé qué le dará a las mujeres, dígamelo usted que lo defiende también...

―¿¡Yo?!, ni loca me meto en la cama con el merluzo este.

―Nayet, me puedes dejar, sé defenderme solito.

―Cállate, que bastante la has liado hermoso.

―Mire Señor, no habrá pensado que la culpa de lo que ocurre la tenga usted.

― ¿yoo? De qué iba a tener la culpa. Encima.

―Muy fácil, tan simple como que su esposa se acuesta con este merluzo porque busca algo que usted como su marido que es, se lo está negando.

―No la entiendo.

―Yo también soy mujer. Aunque no sea perfecta ni atractiva, tengo mis sentimientos. Y lo que de verdad buscamos las mujeres, es sentirnos valoradas y queridas. Usted no ha pensado en que su mujer prefiere hacer el amor contigo y despertar entre sus brazos. Cuando fue la última vez que le dijo lo guapa que estaba.

―Pero le hago regalos caros.

―El amor no tiene precio ni se compra. El amor es sentirse bien con esa persona que amas. Sin embargo su abandono, ha hecho que su mujer se sienta desplazada, dejándola sola ha conseguido que busque esa atención que usted debe darle en otros hombres.

―No me lo había planteado así.

―Piénselo, y verá como entre los dos si aún existe ese amor que ha permanecido oculto y no sabido sacarlo, todo le va ir bien.

―Gracias muchacha, por tus consejos. Si no es mucha molestia, le puedo invitar a una copa para que me siga dando consejos. No quiero perder a Priscila, la amo y sería capaz hasta de olvidar lo ocurrido.

―Si es así, estaré encantada de ir. Espere un momento y ya nos vamos.

―Ga...doctor Zuniga se encuentra bien.

―Sí. Estoy bien. ¿Estás segura que quieres irte con ese animal?

―Sí, sí puedo ayudarlo sí. Bueno que tenga buena noche hasta mañana.

Al ver como Nayet se montaba en el lujoso coche con el marido de su amante, no lo pudo soportar y pegó un puñetazo contra el capot del coche. ¿Qué le estaba ocurriendo para que sintiera esa ira dentro de él? ¿Por qué le fastidiaba que Nayet se fuera con ese hombre?
Al llegar a su casa, saludó a su abuela y sin apenas dedicarle unos minutos se fue para su cuarto. Se duchó, se cambió de ropa y aun así no podía sacarse de su mente las palabras que Nayet le dijo a De Mateo. Sus labios se curvaron, dejó de pensar para darse cuenta que Nayet era especial. Aunque quería aparentar ser fuerte, en ocasiones no lo era. Tan sólo era una mujer acomplejada y desdichada por no tener buen físico y al mismo tiempo deseosa que alguien la ame. Se miró al espejo, todo de sí mismo le encantaba, pero le faltaba algo. Amor. De qué le servía tener buen cuerpo, una cara bonita, si al llegar la noche dormía solo, y al amanecer nada más abrir los ojos, seguía estando solo.

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