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Capítulo 33



«Camilo Lazer» Ese nombre no tardó en esculpirse en el cerebro de Nayet, reapareciendo de nuevo las imágenes y los momentos que compartió con él, el tiempo que duró su estancia en el hospital.

Como una pólvora salió de aquella habitación sintiendo que le faltase el aire, estaba irascible y tenebrosa de volver a ver de nuevo a Camilo. ¿Quién se lo iba a decir, que meses más tarde tras su despedida ella volvería de nuevo a operar a Camilo? El mundo sin duda es un pañuelo, un pañuelo muy chiquito en el cual en nuestros mejores momentos de nuestra vida todo se vuelve oscuro.

Kendal que la había estado observando, había visto como su piel se había cambiado de color a más pálida, sus manos no dejaban de jugar con el bolígrafo y miraba repetidas veces para todos los lados, salió tras ella.

―Nayet, querida, ¿te ocurre algo? Te veo que estas pálida.

―No, estoy bien, no sé por qué lo dices―Dijo haciéndose la tonta, para que Kendal no se diera cuenta de su estado.

―No sé habrá sido imaginaciones mías. Si te pasa algo, puedes contármelo. Confía en mí, preciosa, no deseo que nada malo te ocurriese. Y...sabes que entre nosotros hay confianza.

―Lo sé, pero no te preocupes estoy bien. Bueno y cambiando de tema, tenemos que ir a ver a nuestros pacientes.

Agarrada del brazo de Kendal, se dirigieron al mostrador para que le dieran los informes de los pacientes y seguir con su rutina de trabajo.

―Nayet, vienes, voy a ver al paciente Lazer.―Le preguntó Kendal.

Aquel nombré bastó para que los temores de Nayet volvieran a reaparecer procurando aparentar que no pasa nada, se excusó con Kendal verse a la salida del hospital.

Las siguientes horas fueran las más difíciles para ella, Camilo estaba en el hospital. Y no solo estaba en el hospital si no que se volvería a encontrar con él. Sus dudas abordaron pensamientos de incertidumbre y miedo. ¿Qué pasará cuando la vea? Pensándolo bien debía posponer aquella visita para evitar daños. A la salida del hospital, ya cambiados con ropa de calle, Kendal la llevó a cenar a un restaurante. Allí coincidió con unos amigos, todos juntos se sentaron en la mesa. Una de las mujeres no paraba de comerse con los ojos a Kendal, recelosa Nayet la miraba fulminándola.

―As visto que cosa más fea de tía se ha va casar con Paul. Seguro que este cuando hace el amor le pone una sábana en la cara para no verla.―Le susurró Kendal en el oído a Nayet para que se relajara un poco. Aquella broma la hizo de reír, pero la muchacha no era para nada fea. Sin embargo ella quedó como una tonta, Kendal estaba pendiente de ella en toda la cena, en ningún momento había dejado de acariciarla, besarla sin importarle las demás personas. Aquel gesto consiguió derretirla por dentro y atraerla más hacia él.

De vuelta a casa las manos de ambos no pudieron estar quietas. Nada más cruzar por la puerta, Kendal la agarró por la cintura atrayéndola hacia a él, apoderándose de su boca, de sus gemidos, de todo lo que ella le ofrecía y él aceptaba gustoso y encantado, devolviéndole en forma de caricias, besos y susurros en su oído lo que él sentía hacia ella. Para Kendal hablar de amor era de cursis, desde que sufrió aquel desengaño, nunca había hablado de amor. No obstante estar mimando y halagándola haciéndole saber a través de sus galanteos que la quería. Aquello era más que suficiente para demostrarle lo que de verdad sentía por Nayet. Le resultaba muy difícil poder decírselo, el callarse le resultaba ser de cobardes, aun así sabía que dentro de unos meses ella se marcharía y lo dejaría de nuevo solo. Solo, sin ella, privándose de su compañía, de sus besos, hasta de sus discusiones. ¿Cómo podría afrontar Kendal la marcha de Nayet?

Traspasándola con sus ojos verdes platino, observaba cada parte de su cuerpo, «eres preciosa, y tan perfecta» le susurró acariciándole su cabello, sus bocas se aclamaban, con su lengua dibujó la línea de sus labios logrando excitarla inmediatamente, vagando con sus manos por cada rincón de su cuerpo la estimulaba y avivada percibiendo oleadas de calor, ella ya no era dueña de sí misma, sentirlo en su interior eran tan febril que no deseaba que parase, lo necesitaba a él, necesitaba aquel placer y él estaba dispuesto a dárselo. Sus embestidas se hacían más salvajes, siguiendo el ritmo con su pelvis aclamándolo más se dejó llevar por su orgasmo para minutos después perderse él también en la magia del encuentro.

―Eres maravilloso Kendal, y sé que no quieres que diga esto. Pero te quiero.

―Nayet, no soy un poeta, pero estos meses que estoy contigo, no solo te cogido cariño, si no que tengo la necesidad de protegerte, de hacerme mía cada cinco minuto tres veces, y poseer tu cuerpo. Eres la única mujer que me ha hecho sentir esto, por eso no me arrepiento de haberme casado contigo, quiero que nuestro matrimonio dure.

Al escuchar aquellas palabras ella se incorporó sorprendida con sus ojos rajaos en agua.

―Kendal, quieres que...―Sus palabras no le salían debido a la emoción que sentía, jamás hubiera imaginado que Kendal sintiera eso por ella.

―Si Nayet, no puedo soportar la idea de que alejes de mi lado. Quédate, y te prometo que te haré la mujer más feliz del mundo, demostrándote cada día lo mucho que te quiero.

―Ya lo haces, ya lo haces...―Lo abrazó resbalándose lágrimas de emoción. Nayet era feliz, dichosa por lo que la vida le daba, no quería más, solo quería estar al lado del hombre que más ama y sobre todo él también la ama.

Nada más sonar el despertador, los dos se metieron en la ducha, cayendo de nuevo en el deseo haciendo el amor en la ducha. Con una sonrisa y ese brillo de felicidad marcado en su rostro, se visitó y salió cogida de la mano de su marido hasta que llegaron al hospital.

La felicidad para Nayet no fue eterna. Se vio suspendida cuando entró en el quirófano y vio a Camilo ya anestesiado, conectado a las máquinas y preparado para ser operado.

Confundida, con sus pensamientos enredados, tuvo que tomar varias veces aire para poder tranquilizarse. Kendal muy serio y preparado con el aparato en la mano la miraba, con un breve movimiento de cabeza, los tres cirujanos acompañados de dos enfermeras comenzaron con la operación. El corazón de ella martilleaba sin descanso en su pecho, aun así dejó sus nervios a un lado para centrarse. Difícil lo tenía, aquel paciente no era otro que Camilo. Camilo el hombre del que se enamoró en España y del que se había olvidado gracias al amor que Kendal le mostraba todos los días.

Horas después tras acabar la operación, los tres cirujanos se quedaron un rato hablando y elaborando el informe que darían a la prensa. La operación había sido un éxito a pesar de las graves complicaciones que conllevaba.

Derrotada con sus pensamientos mezclados se fue a cambiar, necesitaba que por lo menos el agua le liberase de esa tensión que la traía perturbada.

Esa noche le tocaba guardia, cenó con Kendal y quedaron en verse por la mañana.

―Oh, florecita mía cómo te voy a extrañar. Dile a alguien que te cubra que te has puesto malita. Por fiiii, no te da pena dejar solo a un hombrecillo como yo.

―¡¡Oh mi solete!!!, porque pases una noche sin mí, no creo que te coman. Además yo también te voy a extrañar, me tienes tan mal acostumbrada a noches de sexo que esta noche se me va hacer eterna.

―Ven.―Sin pensarlo la agarró de su muñeca y se la llevó casi trotando hasta su consultorio. Allí agachó las persianas y en mitad de la oscuridad, rozo sus labios con ansia sin apartar los ojos de ella, la necesitaba, quería probar de nuevo su placer, nunca se cansaba de estrecharla contra su cuerpo y hacerla vibrar, ella no tardó en excitarse ante la locura de Kendal, esa locura que la volvía loca, enterró sus dedos en su cabello para probar la dulzura que desprendían los besos de él. Disfrutando del momento le quitó la ropa gozando del cuerpo de su marido deslizando sus manos por su abdomen, viendo la erección que le había provocado. Él feliz con lo que le hacía la tumbó en la mesa despacio sin dejar de besarla, estimulados y deseosos uno del otro se dejaron instigar por lo que sentían, cayendo en su embrujo.

―Desde luego no sé cómo podré mirar la mesa después de lo que acaba de suceder.

―Mira que eres dominante, pero atractivo y algo alocado.

―Tú pervertida que haces que yo haga estas cosas. Con lo buen chico que soy. Mira que acabar tirándome a mi mujer en la mesa, teniendo unas preciosas camas hay detrás.

Nayet se echó a reír, se volvieron a besar y abrazar, en ese pecho que sentía como el corazón de él latía, se cobijó sintiéndose protegida y querida. Cerró sus ojos para saborear aquel momento, si perdiera a Kendal sería una tortura para ella, lo ama tanto que hasta le dolía pensar en la posibilidad de despedirse de él.

Tras despedirse de su marido, Nayet se fue hacia el área de descanso, habló con unos compañeros hasta que dieron la alarma de un accidente con dos heridos graves. Inmediatamente se pusieron en marcha en la sala de urgencias para atender a los heridos, era una pareja de jóvenes. Él lo tuvieron que operar, ella solo tenía heridas superficiales sin gravedad.

Al salir del quirófano, Nayet habló con la chica, estaba preocupada por lo que le podría pasar a su novio. Nayet se sentó a su lado, muy despacio habló con ella tranquilizándola, su novio se recuperará. La sonrisa de aquella joven con un abrazo consiguió que algo en ella se desmoronase.

Saliendo los primeros rayos de sol, agotada se preparó un café cuando una enfermera le avisó de que el paciente Camilo Lazer había despertado, iban a administrarle el tratamiento.

Tras el aviso se sintió acorralada, un breve sudor se formó en su frente, sus manos también comenzaron a sudar, sus piernas pareciesen de gelatina, la realidad estaba ante ella, lo que había querido evitar estaba a escasos metros de ella. Su corazón latía con intensidad, sus nervios parecieran que recobraron vida. Con su mano temblorosa abrió la puerta de la habitación de Camilo. Medio sentado en la cama, se encontraba aquel hombre que le hacía sentir tan bien y que en esos momentos no deseaba verlo.

―Buenos días.

Aquella voz tan conocida e inolvidable hizo que su cabeza girase abriendo sus ojos azules con un destello de alegría. Ante él se encontraba parada la mujer que quería y no había podido dejar de pensar en ella.

―Nayet. ¿Eres tú?―Pronunció muy despacio sin salir de su asombro.

―Sí Camilo soy yo, Nayet.

El pecho de Camilo se quedaba pequeño ante los latidos sucesivos mezclados con sus emociones. Ante él estaba Nayet, y no era un espejismo, era la realidad. Involuntariamente la agarró de la mano acariciando la de la ella. Un breve escalofrío sintió al notar el contacto de Camilo, sus alarmas se descompusieron conmoviéndola de nuevo.

―Sigues tan hermosa como te recordaba, tan encantadora y bonita. Con sus dedos le rozó sus labios sintiendo esa cercanía que había compartido meses antes. Siguiendo recorriendo cada parte de ella cada vez más acalorada, clavó sus ojos azules en ella motivándola a besarse. Esos labios eran exquisitos como deliciosos, Nayet no pensó, su mente se quedó en blanco y se dejó llevar por ese beso.

En la puerta, parado con carpeta en mano, Kendal observaba la escena. Ofendido, furioso salió de la habitación, su pecho se alzaba respirando de la rabia que sentía por dentro. Acaba de ver a Nayet, a la mujer que le había abierto su corazón, expresándole sus sentimientos... besándose con otro.




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