Capítulo 30
***Dedicado a tod@s los lectores en agradecimiento por seguirla.☺☺***
Pasar el tiempo junto a Kendal era glorioso, en ocasiones él se mostraba atento, educado, detallista...lo que conseguía que Nayet se sintiera protegida, querida, cuidada e incluso amada, aunque Kendal nunca le llegó a decir que la quería. Eso a ella no le importaba, sólo vivía el día a día con él como si fuera la protagonista de cuento de hadas. Cada mañana desayunaban juntos para después ir al trabajo. Había días que no se veían, el trabajo los tenían muy exhaustos, otras veces uno o el otro le tocaba guardia. Cuando no tenían que trabajar lo pasaban juntos, paseando, de compras, cenando en distintos restaurantes de la ciudad. Sin embargo cuando estaba sola, sus dudas aparecían, para ella todo lo que estaba viviendo era demasiado. Era mucho más de lo que podía haber llegado a imaginar. Sus incertidumbres no la dejaban de pensar con claridad y más cuando veía a Kendal rodeado de alguna guapa enfermera o la misma Brenda, otra que no perdía el tiempo en perseguir a Kendal a pesar del rechazo por parte de él.
―Nayet, ¿qué tanto miras? Te vas a quedas bizca.
―Nada, solo estaba mirando a Kendal. Anais no me puedo creer todo lo que me está pasando.
―Qué, ¿acaso ese capullo ya te ha puesto los cuernos? Mira que voy para allá y lo roncho.
―No, no. Para nada, es todo lo contrario, es tan atento, educado, que no me creo que todo esto me esté ocurriendo, a pesar de que él me dijo que amor entre nosotros cero.
―Mira la otra, es que acaso no tienes derecho de ser feliz. O es que solo ligan las Barbie de silicona como mi hermana.
―No es eso...
―Nayet, no te comas la cabeza, tan solo vive el momento y disfruta al lado de ese macizorro que tienes por marido fingido.
Las dos amigas siguieron hablando hasta que llegó la hora de marchar a trabajar. El día había sido agotador, y esa noche Kendal le tocaba guardia, Nayet lo buscó, estuvieron hablando un rato, se despidieron y ella marchó para su piso. Sola, en el silencio de la noche, Nayet pensaba en todo lo que le estaba ocurriendo, no sabía si reír o llorar. Por un lado disfrutaba con Kendal, y aunque no quisiera reconocerlo, sus sentimientos hacia él estaban empezando a cambiar, lo quería. Tanto que le dolía pensar en el día que todo acabase. ¿Qué sería de ella cuando llegue el día y tenga que firmar el divorcio tal y como acordó con Kendal? ¿Cómo podría soportar estar lejos de él, sin sus atenciones, sin su cariño? Todo era de locos, se había comprometido con un hombre atractivo, gracioso y cautivador. Jurándose a si misma que no se enamoraría, que se mantendría lo más fría que pudiera con él, pero todo ha sido lo contrario. Un error, que lamentablemente lo está pagando con sus sentimientos.
En el hospital, casi amaneciendo se encontraba Kendal sentando en un sillón con su cabeza echada atrás, motivo del cansancio y de no haber dormido.
―Hey, que pasa Kendal, ¿aún no te vas a casa?―Le preguntaba Harvey que acaba de llegar para incorporarse a su puesto de trabajo.
―No tengo muchas ganas de ir, sinceramente.
―Uff, y eso, que pasa que las cosas con Nayet no van bien.
―Eso es el problema, que todo es tan perfecto, que me está dando miedo, tanto miedo que ya he perdido la poca cordura que tenía dejándome llevar por ella. Ahora no puedo estar sin ella, y el problema que...lo que más me jode que acordemos divorciarnos.
―Menudo lío. No sé qué decirte, pero huyendo no vas a solucionar tus problemas, debes de hablar con ella y si la quieres no tenéis porque separaros.
Kendal se pasó repetidas veces sus manos por su cara agobiado, desesperado por todo lo que le estaba ocurriendo. Sus sentimientos le habían jugado una mala pasada, ahora debía decidir si se quedaba al lado de Nayet o no.
Durante toda la semana Kendal se portó de manera extraña, todo había cambiado, estaba más distante y de su boca no salía más excusas. Lo cual hizo de que pensar a Nayet.
―Kendal, podemos hablar.―Le preguntó nerviosa y temblorosa con su corazón latiendo a mil por hora.
― ¿Te ocurre algo conmigo? No sé te encuentro algo raro.
―Nada, solo que estoy angustiado entre el estado de mi abuela, el trabajo, y necesito desahogarme. Hoy que quedado con mis amigos, ¿te vienes?
Nayet tragó saliva, atónita con las palabras de Kendal, tan solo pudo decirle que no, poniendo como excusa que le dolía la cabeza.
Al cerrar la puerta, ella respiro el olor de su fragancia que aun flotaba en el aire, se sentó en la cama apoyando su cabeza en sus manos para llorar. Sabía que lo que le estaba ocurriendo era mucho para ella, y todo tiene su fin. Su móvil sonó, dudando si cogerlo o no, al final respondió a la llamada.
―Nayet, ¿qué leches haces en casa?―Le gritaba al otro lado Anais muy enfadada.
―Anais, no me chilles, qué quieres, para qué me has llamado.
―Arréglate que voy para tú casa ahora mismo. Ya te contaré después.
Minutos después Anais se encontraba golpeando la puerta muy enfadada.
―Pero bueno, ¿qué te pasa para que vengas tan cabreada?
―Mira, Nayet perdona por qué te diga esto, pero si te hacen más tonta no sales tan perfecta. Pero cómo se te ocurre dejar solo a Kendal en una fiesta con unas tías que están buenísimas que no dejan de tontear con él y tú aquí con el pijama puesto y por tu cara diría que has estado llorando.
―No he querido irme, solo eso. Anais creo...
―Ahora mismo, te cambias y te vienes a la fiesta conmigo y haces el papel de la mujer de Kendal no el de la cornuda consentida.
Tras hacerle caso a su amiga y cambiase de ropa, se fueron para la fiesta que tenía lugar en una discoteca que acaban de inaugurar hace poco. Al entrar dentro, casi no se veía nada por la poca iluminación, siguieron caminando abriéndose paso entre la gente buscando a Kendal.
―Anais, no lo veo, se habrá ido ya.―Gritaba Nayet al oído Anais.
―Sí, mira hacia arriba, segunda planta.
Los ojos de Nayet se quedaron clavados en esa imagen, Kendal tenía abrazada a una mujer morena por la cintura susurrándole cosas al oído, acariciando su cabello, su rostro y riéndose, al parecer se lo estaban pasando bien.
―Nayet ¿Qué vas hacer?
―Nada. Irme a casa.
― ¿Qué? A no, ahora mismo subimos y le pones las pilas, le montas el mayor pollo que haya existido.
―No, Anais, yo no voy armar jaleos a nadie. Creo que es lo correcto, irme.
Con el corazón desbocado Nayet salió de aquella discoteca angustiada y sintiendo una fuerte presión en su pecho. Al llegar a su piso fue derecha hacia su cama, lo que más necesitaba en ese momento era desquitarse de alguna manera en forma de lágrimas. Aquella noche Kendal no apareció por casa, lo que consiguió que sus dudas fueran acertadas.
A la mañana siguiente, se arregló y se marchó para el hospital, por lo menos el trabajo la distraería y no pensaría en ese hombre que le había quitado de un plumazo todas sus ilusiones. Cabizbaja intentaba comer, cuando de repente escuchó una conversación. Al parecer Kendal había estado con una tal Corina Braun, también doctora. Las enfermeras no paraban de cuchichear y sacar sus conclusiones, unas inventadas otras ciertas. La realidad era que aquella conversación acabó por desplomar del todo a Nayet. Como si le hubieran dado un golpe en mitad del estómago y se hubiera quedado sin aire, así se sentía, como si el aire no le llegase a los pulmones, su cabeza le daba vueltas acelerándose sus latidos. Aquel día decidió callar esperar la ocasión para poder hablar con él y aclarar todo. Por su puesto ese día le tocaba guardia. Durante la guardia los rumores acerca de Corina y Kendal que tenían algo no dejaba de llegar a sus oídos, al parecer lo habían visto en varios sitios cenando, bailando, y saliendo de un hotel. La noche fue muy larga, trabajo no le faltaba, sin embargo su concentración no estaba muy puesta debido a que no dejaba de pensar en Kendal y el por qué la estaba engañando de esa forma.
Alguien tenía que dar el paso, Nayet comenzó hablando con Kendal, o más bien gritándole, sus celos le estaban jugando una mala pasada.
―Explícame que tienes tú que ver con la tal Corina.―Le dijo mientras recogían la mesa tras haber cenado y sin poder ya contenerse de la furia que sentía.
―Nayet, no grites, tranquilízate, si no quieres que te inyecte un calmante y vamos a hablar como adultos que somos.
―Dime, qué lio te traes con la doctora Braun, ¿Eh? Contesta.
―Un momento, ¿Estas celosa? Ay qué bueno, de verdad.
―Encima te ríes, pues a mí no me hace ni pizca de gracia, porque te recuerdo que soy tu mujer, y no me gusta verte tonteando con otras mujeres.
―Para. Esto sí que no te lo voy a permitir. Punto uno: Tú fuiste la que accedió a que nos casáramos, cuando yo te pregunté si sabías lo que hacías. Punto dos: Creo que quedó claramente claro que entre tú y yo no podría haber sentimientos porque esto, lo que sea, se iba acabar, y cada cual continuaría con sus vidas. Punto tres: Si, he salido algunas noches con Corina.
―Entonces es verdad lo que dicen los rumores.
― ¿El qué es verdad?
―Qué me has estado engañando, que te has acostado con ella.
―Eso es lo que piensas, Nayet. Así es como me ves.
―Solo digo que todo esto ha sido un engaño y una falsa.
―Jamás hubiera imaginado que me responderías así.
―Te digo la verdad Kendal.
―Pues quieres que te diga yo la verdad, que no me acostado con Corina, y sabes... ¿Por qué? Porque ella no me va a dar lo que tú me ofrecías. En el caso que hubiera querido engañarte, era porque lo que deseo de ti, me lo niegas y tengo que salir a la calle a buscarlo, pero si tú me lo das no hace falta que salga a buscarlo. Corina es solo una amiga que nos llevamos bien, estaba dudoso con lo nuestro y ella me estaba ayudando con los preparativos de nuestro viaje. Un viaje en el que estuviéramos tú y yo solos. Pero veo que te has creído más de los rumores, que de mí, me has visto como un hombre que no se puede confiar y eso me ha dolido. Y mucho.
―Yo misma te vi en la discoteca como tonteabas con ella.
―Una cosa es tontear y otra cosa muy distinta es llegar a más, parece mentira que seas médico, para saber que todas las mujeres tenéis lo mismo. Pero distinto el interior y la manera de ser. Siempre te respetado Nayet, nunca se me había pasado por la cabeza de engañarte, nunca lo he hecho, siempre te hablado con la verdad. Pero veo que mis palabras han sido mal interpretadas por ti.
― ¿Y las noches que no has venido a dormir? ¡¡ ¿Qué?!!
―Me había quedado a dormir en casa de Harvey, necesitaba poner distancia para colocar en orden mis ideas respecto a lo nuestro Nayet, aunque no te lo creas ha sido lo mejor que me ha pasado, conocerte.
―Kendal...yo...
―No Nayet. Escúchame, tienes un problema, estas muy confundida respecto a ti misma, tus complejos te ciegan y no eres capaz de verte y valorarte a ti misma. Miras a otras mujeres como si fueran mejores que tú, y esa no es la realidad, la realidad está aquí en tu corazón y tu manera de ser tan bonita y sencilla que tienes y eso es lo que te hace de ser preciosa. No lo olvides y si quieres seguir mi consejo, quiérete y valore tú misma, aceptándote tal y como eres sin que te lo diga nadie. Como tú te veas así te verán los demás.
―Kendal lo siento, siento haber dudado de ti...
―El problema no es que hayas dudado de mí, el problema es que te as creído lo que terceras personas comentan antes que a mí, acusándome de algo que no echo sin haberte dado motivos para que dudases de mí como lo has echo. Lo siento Nayet, pero todo se ha acabado, así lo has querido tú.
―Kendal espera...retiro lo dicho...espera...
Ni las suplicas ni los ruegos envueltos en llantos pudieron detener a Kendal que se marchó muy enfadado.
Sus manos acariciaban esa puerta que segundos antes había salido él, su sufrimiento era mayor, sus lágrimas descendían sin poder controlarlas a la vez que su pecho se aprisionaba llorando de culpabilidad. Había cometido un error, había dudado de Kendal, había sido tonta por no valorar a ese hombre que la adoraba dejando escapar su felicidad por unos comentarios absurdos que han podido más con ella que los momentos que ha pasado junto a él. Ahora le toca pagar las consecuencias de tener que asumir su culpabilidad y tener que pedirle a Kendal que la perdone. ¿Podrá perdonarle Kendal?
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