Capítulo 28
Después de haberse dado una ducha, sentada en el borde la cama masajeandose las sienes, Nayet tomó la decisión de no seguirle el juego a Kendal. No podía negar que no fuera atractivo, que esos ojos verdes cada vez que la miraba, sentía que la transpasaba con flechas de excitación.
Bajó a cenar, los padres de Kendal habían llegado tras un duro día de trabajo. Sentados todos en la mesa, uno enfrente del otro, Kendal miraba con ojos de pillo y sonrisa seductora a Nayet, intentado atraer toda su atención utilizando sus fascinaciones para conseguir que perdiera la cordura y sea su esposa.
La cena estuvo muy rica, pero Nayet no pudo probar casi bocado, su estómago estaba lleno de mariposas revoleteando a cada mirada y gesto que procedía de Kendal. Tras una charla, sus padres se marcharon a descansar y él aprovechó para estar a solas con Nayet, necesitaba con urgencia que le diera la repuesta.
―Nayet, que preciosa estás hoy, estas tan bonita que siento envidia hasta del aire que respiras.
―De donde has sacado ese lado poético.
―De google.
―Kendal, tenemos que hablar.
―Dime Nayet, me vas a decir que si, ¿verdad?
―No, Kendal, lo siento mucho, pero no puedo casarme contigo, y menos fingir ante una pobre mujer que está con una pata aquí y la otra allí. No soy capaz de hacer eso, yo no valgo. Me gustas...pero lo siento mucho.―Decía mientras agachaba su cabeza toda avergonzada jugueteando con sus dedos en su regazo.
―Nayet. Mírame, ―le decía mientras le ponía su dedo índice en su barbilla, levantando su cara para mirarla más de cerca, poder sentir su respiración y poder embriagarse con su olor.
―Ahora sí que estoy seguro de que eres la mujer perfecta, esa mujer con la que siempre he soñado, esa mujer que quiero compartir mi vida, pero por desgracia, no va poder ser, no deseo ser egoísta, te quiero para mí solo, pero te deseo la mayor felicidad del mundo y a mi lado no la tendrías.
― ¿Por qué me dices eso? Tú si eres perfecto, alto, cuerpo atlético, rostro perfecto, ojos verdes letárgicos, labios carnosos para perderse con tus besos, manos listas para hacer perder el control a cualquier mujer.¿ Por qué, Kendal?
―Por mi problema Nayet, no soy un hombre cien por cien completo, y una mujer como tú, desearía tener hijos, yo también los desearía, pero no puede ser.
―Existen soluciones, siempre las hay. La adopción, la inseminación artificial...
―No lo entiendes Nayet, es algo personal, no tengo nada en contra de la adopción, pero quién no ha soñado con abrazar a un bebé sangre de propia sangre. No puedo Nayet.
Kendal se levantó y se marchó, sus ojos estaban cargados de agua, nunca antes había hablado de ese tema con nadie, salvo con el psicólogo. Era un sufrimiento que lo había dejado marcado, acabaría asimilando pero cada día lo destrozaba más creando en él una cúpula de desengaño.
El corazón de ella se paró por segundos, nunca un hombre se había expresado de esa manera, ser testigo del estado de Kendal, ocasionaba que ella admitiera que sus problemas no tienen nada que ver con algo tan grave como lo que le ocurre a él.
Decida fue hablar con él, de alguna manera debía ayudarlo, necesitaba ampararlo, Kendal no solo había rozado su cuerpo con sus manos, si no que poseía algo que la apresaba consiguiendo que se perdiera en sus emociones anteriormente desconocidas para ella.
Temblando, con mirada brillante y respiración agitada pasó a la habitación de él, para no variar estaba viendo una peli porno.
―Kendal puedo hablar contigo, pero apaga eso por favor.
―Nayet, que solo son dos tías retozando, parece mentira que seas médico.
―Kendal, estoy dispuesta a casarme contigo.
―¡¡Amos no me digas!!―¿Estás bien Nayet?, segura, sí. Espera déjame que te revise a ver si has tomado estupefacientes o algo similar.
―Kendal, te lo digo enserio por dios, quiero ayudarte.
―Nayet, es muy bonito lo que vas hacer por mí, pero no puedo, creo que primero debemos conocernos.
―Mira Kendal, te vas a pitorrear de tu tía del puerto, porque yo estoy cansada de tus bromas, imbécil.
―Che, para el carro, Nayet, sólo quiero asegurarme que lo que haces lo haces de corazón. Quiero que sepas, que solo va ser fingido, no va ver nada entre nosotros, nada. Tú te iras de vuelta a tú país y yo me quedaré aquí siguiendo con mi vida. Piénsatelo.
La desilusión no tardó en aparecer, avergonzada e ingenua, Nayet miro a ese hombre que en un punto llevaba razón, era una locura lo que iba hacer, y si no podía haber nada entre ellos, para que arriesgarse. Movió su cabeza para otro lado aguantando sus gotas de amargura y se marchó para su habitación, lo que más deseaba en ese momento era encerrarse de nuevo en su caparazón de inseguridades e indecisiones. Era en el único lugar donde podía ser ella misma. Mirándose repetidas veces al espejo con su cuerpo desnudo, admirando que tan solo era una mujer gordita, no había nada que pudiera motivar a Kendal para que la poseyera y le hiciera el amor. Quizás se había adelantado en ilusionarse, e incluso fantasear con la idea de vivir un romance relámpago con ese hombre que la tiene prendada, pero conforme su autoestima subió, bajó de golpe. No tenía nada que hacer, Kendal era un hombre muy atractivo, seguro de sí mismo, y mujeres no le faltarían con mejor cuerpo que ella, incluso más ardientes en la cama y decididas.
La semana fue transcurriendo con normalidad, sacando algún contratiempo con algún paciente todo iba bien. Las cosas con Kendal se habían enfriando un poco y todo por ella, ya lo había pasado mal con Gael y en ningún momento quería que la historia se repitiera dos veces.
Una noche que estaba de guardia, como siempre cenando sola, Brenda se acercó a ella.
―Hola, tu eres la doctora Morales.―preguntó hablando un poco pijo, echándose el pelo hacia atrás.
―Si, mucho gusto, en qué puedo ayudarle.
―Mira, sé que no nos conocemos, siempre te veo sola, y he pensado que como eres la invitada de los Rosman, podrías venirte a pasar un fin de semana con nosotros. Nos ha fallado un amigo, y me encantaría que vinieses tú.
―Gracias, pero no puedo, tengo planes. «Gina dos»―Pensó Nayet, mirando a esa morena con tres kilos de pintura en la cara y unos labios a siliconados, pechos siliconados, había algo de esa mujer que no fuese de plástico.
―Bueno, si cambias de idea, puedes decírselo a Kendal, estaremos encantados de que te diviertas y desconectes no te vendrá mal.
―Gracias, lo tendré en cuenta.
Aquella Barbie de plástico se marchó, y al rato apareció Kendal sofocado.
―Nayet, que te ha dicho Brenda.
―Nada, que me invitáis a una escapada de fin de semana, no he aceptado.
―Mejor, que no vengas. Qué tranquilo me quedado. Gracias guapa, le dio un beso en la mejilla y se marchó.
Caminando por los pasillos silenciosos, la mente de Nayet no dejaba de trabajar, de pensar en lo que le había dicho Brenda y Kendal. O todo era de locos, o algo estaba ocultando algo. Llamó a su amiga Anais, ella le explicó todo incluso la animó para ir. Nayet confusa, no sabía que hacer, al final Anais la animó y aceptó. Por qué no hacer una escapa y ver que ocurre de verdad con Kendal, que tanto misterio se trae .
La curiosidad pudo más con Nayet, gracias a la insistencia de su amiga, preparó una pequeña maleta y juntas se montaron en el coche de Anais y se fueron a una zona de campo que había a unos cuantos kilómetros fuera de la ciudad. Al llegar a ese lugar, rodeado de naturaleza, los ojos de Nayet se abrieron más de la cuenta comenzando alborotarse. Tras haberle entregado las llaves de su habitación, ambas amigas se dieron una ducha, se pusieron algo cómodo para ir a dar un paseo a través de esa naturaleza, de esos valles verdes con árboles y un río en mitad, consiguiendo que el lugar fuera más precioso. Al caer la noche y haber cenado, las dos amigas se fueron para el único sitio donde se podía tomar una copa.
El disco-bar era más grande por dentro de lo que parecía por fuera. Al entrar aún no había mucha gente, ambas amigas se marcharon para la barra y se pidieron sus bebidas. A continuación se fueron a la pista a bailar, agotadas y felices se fueron a por otra cerveza. Un grupo de dos chicos se unieron a ellas. En el mejor momento, Anais le hizo una señal a Nayet, ella siguió la señal que le transmitía su amiga y giró su cabeza pudiendo observar a Kendal con una rubia, alta, piernas largas vestida con un mini vestido pegado al cuerpo enseñando el canalillo. Era guapa. Nayet contempló a la pareja durante unos minutos, sintiendo unos celos dentro de su interior. Apretó sus puños maldiciendo, qué hacia ella sintiendo celos por Kendal. Se giró de mala leche y sin pensarlo se puso a tontear con ese muchacho tan gordito y algo más bajito que ella. El muchacho no tardó en captar la indirecta de Nayet, y la agarró por la cintura besándola. El chico no besaba muy bien que digamos, hasta sentía asco con ese aliento a cerveza y tabaco. Ella ya no podía más y le dio un empujón, disculpándose se marchó hacia la barra, necesitaba otra cerveza.
―Nayet, ¿qué haces, acaso te has vuelto loca?―Le gritaba Anais enfadada.
―Anais, déjame en paz, no estoy para tus sermones.
―Acabas de darle un calentón a un tío y te piensas que te vas a ir de rositas. Nayet ten cuidado, esos tíos los ves medio simples pero te pueden hacer algo.
―Y qué quieres, que vaya y me lo tire. Por favor, pero tu as visto que adefesio de tío.
―Vámonos, venga vámonos ahora mismo antes que se pueda liar parda. Hazme caso.
Nayet siguió a su amiga que le llevaba arrastras agarrándola de su muñeca hacia la salida, al llegar a la puerta los chicos que estaban antes con ellas la esperaban en la puerta. La cosa se estaba poniendo fea, uno de ellos quería acabar lo que Nayet había provocado.
Las dos chicas alteradas y nerviosas, intentaban explicarle con palabras sin sentido, ya que esos chicos no la escuchaban. Uno de ellos agarró a Nayet del pelo arrastrándola hacia un lugar más oscuro a pocos metros. Muerta de miedo con sus lágrimas resbalándose, trataba de convencer a ese hombre que no le hiciera nada. Demasiado tarde, el hombre gordito era más fuerte que ella y la abofeteó tirándola al suelo, seguidamente le dio una patada, dolida, agarró un palo y lo golpeó. Pero solo pudo hacerle cosquillas. Él echo una furia, se tumbó encima de ella bloqueándola, rompiéndole la blusa comenzó a besuquearla, con la otra mano le tapaba su boca. El miedo se iba apoderando de ella, intentaba defenderse sin éxito, hasta que alguien por detrás los separó propinándole un puñetazo. Ahí estaba Kendal, defendiéndola, atizando a ese hombre con mucho coraje y furia. Cuando Kendal bajo un poco la guardia el otro hombre salió corriendo mal herido.
Kendal con expresión de disgusto e irritación, abrazó a Nayet muy fuerte mientras ella se deshacía de su lamento impregnándole el polo con sus lágrimas.
―Lo siento Kendal. Lo siento.
―Tranquila, no ha pasado nada. Todo a sido un susto, lo importante que estés bien. Ven vayamos a mi habitación necesitas darte una ducha y te voy a examinar.
Temblando y aún conmocionada, los dos pasaron a la habitación de él. Despacio siguiendo las órdenes de Kendal, Nayet se fue despojando de su ropa, sus manos le temblaban demasiado, su cuerpo parecía un acordeón, y sus ojos las cataratas del Niágara. Kendal en silencio la observaba mientras curaba esos arañazos que aquel gilipollas le había echo. Su cólera aumentaba. Le ayudó a meterse en la ducha, incluso llegó a meterse él con ella. En ningún momento la iba a dejar sola, sabía que estaba muy mal, y lo que menos deseaba era verla en ese estado. La había defendido, pero no había sido suficiente. Admirando el cuerpo de Nayet, no dudó en agarrar una esponja y comenzar a enjabonarla, ella quieta se deja agasajar por ese hombre que tan encandilada la tenía. Ninguno de los ojos apartaba la vista del otro, Nayet solo podía tocar el pecho de Kendal, estaba aún demasiado asustada. Él la abrazaba y la besaba, necesitaba su contacto, necesitaba esa dulzura que ella desprendía, la necesita a ella, como ella lo necesitaba a él.
El apetito que sentían uno por el otro no tardó en aparecer, la sed de hacerla suya era una avaricia para él, precisaba tenerla ya entre sus brazos y ella no tardó en aferrase a él y dejarse llevar acabando haciendo el amor.
―Buenos días mi estrella caída del cielo. Cómo te encuentras.
―Bien, muy bien.
―Me alegro, no ves los remedios caseros son los más efectivos.
―La verdad que sí. Kendal...yo...lo...siento.
―Porque dices eso. ¿Acaso has hecho algo malo?
―Nayet, mírame, ¿eres feliz, te hecho feliz esta noche?
―Sí mucho.
―Tú también me lo has hecho. Hacía tiempo que no me encontraba tan a gusto con una mujer, como lo he estado contigo.
―Kendal...no sé qué decir.
―No digas nada y déjate llevar.
Y así lo hizo, se dejó llevar por sus sentimientos, se dejó llevar por todo lo que le brindaba y entregaba Kendal. Lo deseaba, dejó su mente en blanco para volver a caer bajo su embrujo.
Por la tarde, dando un paseo agarrados de la mano, se sentaron en una mesa, hablando de todo y olvidándose de todo, sólo estaban ellos dos solos y ese amor que existía. Feliz, Nayet le narraba a su amiga todo lo que había pasado con Kendal, la pena era que tenían que estar de vuelta en casa. Le dolía dejar aquel bonito lugar, había pasado unos días felices al lado de Kendal. Pero ahora quedaba lo más difícil, cómo iba a poder sobrellevar su lejanía si él mismo le advirtió que no podía existir nada entre ellos.
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