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Capitulo-12

A solas en un pequeño baño, Nayet se mira al espejo fijamente, el reflejo le devuelve la imagen de una mujer cansada y agota de tanto sufrimiento. Abre el grifo echándose agua en su rostro para limpiándose de alguna manera esas lágrimas que amenazan por salir. El toque de la puerta llamando una señora hace que se recomponga disimulando que está perfectamente. Cuando en realidad no lo está, aparencia fuerte, débil por dentro. Ignorante tal vez, pero no estúpida al tener la realidad ante ella. Debe aprender a defenderse, tiene que demostrarse que es una mujer con sus defectos y virtudes y con ganas de luchar sabiendo que puede salir adelante.

Sentada en una silla, agarra la mano a su amiga. Sus ojos le escuecen percibiendo una rabia y una lástima de tener que ver a su amiga en ese estado.
Sin haber dormido casi nada, Nayet se prepara para un nuevo día. En los vestuarios se topa con Davinia. Para no variar comienza metiéndose con ella. Ignorándola sigue vistiéndose, al escuchar un comentario referente a Violeta no se lo piensa. Se va directa hacia ella empujándola contra la pared de las duchas. Apretando su mandíbula mirándola con odio muy suave en tono amenazante le pide que retire lo dicho.

-Retira lo dicho, Davinia.

- ¿Por qué? Es verdad esa amiga tuya es una cualquiera y por eso le ha pasado eso.

-No tienes ni corazón. Una mujer no debería alegrase de una desgracia así. Te puede pasar a ti. Y que lo sepas, Violeta es mucho mejor persona que tú. Si vuelves, escúchame bien, si vuelves a decir algo respecto a mi amiga te juro que no voy a mirar, donde te vea te arrastro de los pelos.-Apretando más su cuerpo contra el de ella, sigue mirándola con odio viendo como tiembla en silencio, tan sólo asintiendo con la cabeza. Le vuelve a dar otro empujón ésta pierde el equilibrio cayendo al suelo. Nayet la mira desde arriba, con sonrisa cínica le da a la ducha. Varias compañeras pasan y se echan a reír. Sin volver a decirle nada tan sólo fulminándola con la mirada se marcha dejando a Davinia mojada y abochornada.
Feliz y victoriosa, sale de los vestuarios para la habitación de Camilo. Hoy se lo pasará estudiando el caso y su evolución tras haber despertado. Ahora queda ver si Camilo podrá llegar a caminar.

Tumbada con su cabeza hacia un lado llora en silencio. A penas puede conciliar el sueño por si misma. Las imagenes de Richar, ese desgraciado que la fue a visitar acabando violándola y pegándole, arruinando y destruyendo su vida se repiten una y otra vez en su cabeza. Cada recuerdo es más doloroso que el anterior.

-Buenos días. Soy Ignacio Montes, su psicológo.

-Hola.-Pronuncia con un hilo de voz.

-Eres Violeta Úbeda.

-Puede, por qué ya no sé ni quien soy.

-Violeta, estoy aquí para intentar ayudarla de alguna forma vaya saliendo de ese pozo que está.

-Yo no estoy así por que quiero. Me han agredido. Destruyéndome para toda mi vida.

-Violeta, ahora está muy dañada, le puedo asegurar que en varios meses de sesiones volverá no ser la misma, pero confío que verá las cosas desde otro ángulo.

-Usted habla así porque es su obligación. Pero no tiene ni idea de como me siento. No hablo de los golpes superficiales, si no los de dentro. Los ocultos. Ahora déjeme quiero estar sola.
Tras observarla varios minutos viendo como sus pequeñas gotas recorren su rostro marcado por golpes que le ha propinado un desgraciado se marcha.

En todo el día Nacho ha podido dejar de pensar en Violeta. Es muy arriesgado puesto que es una paciente. Primero piensa que puede tratarse de lástima. ¿Pero a cuántas mujeres a tratado con el mismo problema y jamás ha sentido ese sentimiento?
Nacho es un hombre sensible y bondadoso. Con tan sólo ocho años perdió a su madre. Fué testigo de numerosas infamías por parte de su padre y sus abuelos. No sólo la dañaba físicamente sino también mentalmente. Tanto que Soledad acabó ahorcándose. Sin apoyo, sola, sintiéndose que era una inútil que no sabía hacer nada, recibiendo multitud de golpes e insultos. Un doce de abril, escribió unas letras a su hijo en forma de despedida y se suicidó. Meses más tarde su padre conoció a una mujeralgo más joven que él y se casó. Pasó de ver tragedia en su casa a ver como su padre trababa a esa mujer que estaba ocupando el puesto de su madre como una reina. Nada de gritos, nada de golpes. Todo era alagos y felicidad. Nacho tuvo que soportar aquella injusticia durante diez años. Cuando cumplió su mayoría de edad se marchó y comenzó a estudiar psicología. De alguna manera quería poder ayudar a otras personas con problemas para que aceptaran la realidad. Todos somos dueños de nuestros actos, en ocasiones nos dejamos influir por los demás. Pero la última palabra la tiene uno mismo. Así pensó Nacho y así piensa ahora que está comprando un ramo de lirios rosa pálido para lleváselos a Violeta.

-Hola Nayet. ¿Cómo estas?-Le preguntó Nacho antes pasar a la habitación.

-Te podrás hacer una idea. Violeta mi única amiga, un miserable baboso le ha partido su vida en dos. Ella una chica alegre, risueña llena de ilusiones soñando con poder encontrar a su príncipe para casarse y tener hijos. Y mirala, postrada en la cama como si no tuviera ni alma.

-Es una pena, como esos canallas de hombres pueden hacer eso a las mujeres aventajándose de su fuerza para saciar su apetito de sexo, para destruirlas. Pueden llegan a salir adelante, ¿pero quién le borrará ese recuerdo?

-Nadie. Nacho ayúdala. Tú habrás tenido más casos como éste. Violeta es buena, generosa. Sólo anela lo que tantas mujeres deseamos, que nos traten bien y con cariño.

-Eres romántica Nayet.

-Bueno, sí. Tengo ilusión por la vida, por mí trabajo y espero que mi sueño de vestirme de blanco se haga realidad algun día. Aunque cada vez lo siento y veo más lejos.

-Tranquila, a todos nos llega el momento siempre y cuando sea con la persona adecuada.

-Tú mismo lo has dicho, con la persona adecuada.
Nacho pasó dentro a ver a Violeta para entregarle las rosas y hablar con ella no como psicólogo, sino como amigo.

Nayet se bajó a una cafetería, necesitaba pensar. Lo primero que se le vino a la mente fue José Arlhey, la manera como lo conoció, como se entregó a él. Después se marchó y aún no tiene noticias de él. Por otro lado Gael, ese era su problema. Si de verdad le gustaba, o solamente se sentía atraída por su físico. ¿Qué era lo que de verdad sentía? Sacudió su cabeza sonriendo. Gael sólo había sido un espejismo, cómo podía pensar que un hombre tan guapo y deseado por cualquier mujer iba a fijarse en alguien como ella con esos kilos de más y tan poca cosa. Evidentemente imposible, ella no podía aspirar a estar con Gael por mucho que le gustase. Él pegaba más con Gina. Atractiva, delgada, atrevida, bella. Bajó sus ojos hacia la mesa aguantado un pinchazo en su pecho de desilusión.

-Me puedo sentar.
Alzó sus ojos y el espejismo se hizo realidad. Gael estaba con rostro serio ante ella.

-Sí claro, siéntate.

-Nayet, primero quiero pedirte disculpas por lo de anoche. Yo no pretendía ofenderte, no es mi intención hacerlo, en ocasiones soy torpe y estúpido cometiendo errores uno tras otro dañándote.

-No sólo sé hacer el misionero, también lo he practicado en el coche, mesa y en la cama incluso haciendo el 69. Se llama José Arlhey, estuvimos saliendo hace meses pero tuvo que irse a su país. Desde que se marchó no sé nada de él. Me derrumbo al querer a una persona y no tenerla consiguiendo que me vaya desmoronando un poco más. En ocasiones pienso que todo quedó en una ilusión, un sueño echo realidad. No sé...ya ni que pensar.

Gael miraba incrédulo la declaración de Nayet, se veía tan noble y sincera. Lo cual el comenzó a sentirse culpable e idiota. Le limpió con su dedo una pequeña lágrima que asomaba de su ojo. La miró con ternura y adoración apoyando su frente en la de ella. Como un cobarde se levantó en silencio poniéndole una excusa. Cada paso que daba más culpable se veía. Había oprimido durante mucho tiempo esos sentimientos para no ser lastimado. Desde que tiene uso de conocimiento Gael no vió armonía, cariño, respeto ni amor entre sus padres. Su padre era forense y trabajaba más de noche que de día. Tiempo que le daba a su madre para sus romances despreocupándose de él. Sus padres se la pasaban discutiendo, y él encerrado en su cuarto escondido tapándose los oídos con su manos. El día que su madre lo abandonó, Gael se sintió incomprendido, humillado incluso menospreciado por su propia madre. Su abuela fue la única que lo colmó de cariño. Pero el cariño de una abuela no es el amor de una mujer. Gael se sentó encima del césped de un parque, miró al frente donde se podía apreciar un bello paisaje. Estuvo meditando del cambio de su vida desde que apareció Nayet. Desde el primer día que habló ante él avergonzada, dando un toque de inguniedad e inocencia en sus ojos y rostro. Se rozó sus labios con sus pulgares, recordando como lo besó con tanta docilidad y ternura delitándolo de deseo. Un deseo que se lo entregó a la mujer equivocada. Gina podía resultar bella y ardiente en la intimidad, pero no era Nayet. Su hermana esconde bajo esa timidez una ternura y bondad que es precisamente lo que le falta a Gina.
Se levantó y marchó al hospital, buscó a Nayet y cuando la localizó la invitó a cenar en su casa inventándose que su abuela quería verla. Extrañada por la invitación Nayet aceptó, deseaba ver a Charito. Al llegar a casa de Gael, éste muy cordial la invitó a pasar. Nayet miraba algo confusa para todos lados buscando a Charito, al percatarse que sólo estaban los dos solos, se preparó antes por lo que Gael podía hacer y podría volver a lastimarla con sus impertinencias. Para sorpresa de Nayet, Gael se puso un delantal, sacó dos copas de vino le sirvió una a ella y otra él. Empezaron a cocinar entre risas, tirándose algo de harina a la cara. Sentados en la mesa se miraban con adoración. Gael la estaba haciendo feliz portándose correctamente. Terminaron de cenar y se pusieron a limpiar. Entre roce y roce el deseo aumentaba, Nayet luchaba contra sí misma, aún así muy difícil lo tenía. Gael era muy atractivo y cariñoso si se lo proponía. Limpiando los platos él se puso detrás de ella, estaba tan cerca que podía percibir su aliento en su nuca, sus manos agarrándola de sus brazos deslizándolas por su espalada con movimientos lentos. Cerró sus ojos saboreando ese momento, sus nervios no tardaron en aparecer siguiendo el compas de los besos de Gael. Se miraron a los ojos, se acariaban, se deseaban. Sus labios comenzaron a rozarse, se delitaban de pequeños mordisquitos dando paso a un beso más salvaje y profundo provocando oleadas de calor. Al separarse para tomar aire, Nayet empujó a Gael quedándose paralizada, impactada al mismo tiempo de ver quien se encontraba a excasos metros de ellos observándolos...

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