Me levanté bien temprano, ahora tenía más tiempo libre. La única llamada que recibí esa mañana fue la de Miriam. Ella quería saber cómo me había ido con Víctor, pero no quise hablar sobre ello. Sabía que Miriam insistiría otro día, no escaparía de su interrogatorio.
Al mediodía estuve pensativa, recordé ese instante cuando Víctor me había seducido.«Leila, no puedes perder el norte por un chico, además no ocurrió nada», me dije.
Salí a eso de la una para dar una vuelta por la ciudad. Estuve viendo escaparates cuando, de repente, sonó mi móvil.
Casi se me cayó al suelo alsacarlo del bolso.
—Sí, ¿quién es?
—Soy Víctor, te llamo por el trabajo.
—¿Tan pronto? Pensé que tardarías por lo menos unos días.
—No, llamé a mi tío y me dijo que estaría dispuesto a dejarte limpiar la oficina. Si tuvieras formación te hubiera dejado trabajar de agente, pero es lo que hay.
—Sí, está bien, por lo menos ganaré algo durante este mes.
—No creo que solo sea un mes. Mira, me gustaría verte. ¿Puedes quedar?
—Sí, tengo la tarde libre.
—Perfecto, así te dejo los datos de mi tío y hablamos de otras cosas.
—Vale. ¿Dónde quedamos?
—Te recojo donde vives, sobre las tres te daré un toque.
—De acuerdo.
Tras colgar, suspiré. Otra vez lo vería, y en mi estudio.
Me sentía feliz mientras paseaba por la calle donde estaba el bar de mi padre. Me figuré que a esa hora estarían ocupados, aunque tuve la tentación de pasar por el bar. En el fondo quería verle, hablar con él, pero sería en su momento.
Observé de lejos a Miriam, atendía una mesa. Se le daba bien el oficio de camarera.
Regresé a mi hogar, necesitaba comer algo, sino me desmayaría. Menos mal que había sobrado algo del día anterior. Además de un sándwich, me llevé a la boca una galleta de chocolate con leche.
★★
Miré el reloj de mi móvil. Solo eran las dos menos cuarto. Decidí sentarme y ojear una revista que me había regalado Leti.
—Nada interesante, y tampoco puedo comprarme un libro.
Nunca había tenido ese problema hasta ahora. Pero saber que pronto estaría desempeñando otro trabajo me devolvió las ganas de sonreír.
Lo que no me gustaba era estar en deuda con él. Para mí, Víctor era un extraño, aunque le confiara parte de mi vida. ¿Qué iba a esperar de él?
No quería pensar demasiado en ello, por eso me tendí en el sofá. Luego, poco a poco, me fui relajando, cerré los párpados. Hubo paz hasta que, de pronto, escuché el sonido del móvil; eso me despertó.
—Madre mía, es él. Ni siquiera me he arreglado.
Como no tenía tiempo, fui directamente al baño con rapidez. Enseguida me eché agua en el rostro, cogí una toalla para secarme. No me había puesto todavía el pantalón, lo fui haciendo de camino. Oí el timbre.
Él estaba perplejo al verme. Quizás pensó que no abriría después de la tercera vez que apretó el botón.
—Menos mal, creí que no estabas.
—Lo siento, me entretuve en el baño.
Me aparté cuando se acercó la puerta del baño. Echó un vistazo.
—Es muy estrecho, no sé cómo haces para bañarte ahí y lo demás.
Empujé la puerta hasta que se cerró.
—Mi aseo no es asunto tuyo y me apaño perfectamente.
—No quise ser indiscreto.
Levanté mi ceja izquierda.
—¿Hablamos en este lindo lugar o exploramos el exterior?
—Mejor buscamos un lugar para tomar algo y charlar. Necesito salir.
—Entiendo.
Víctor salió del piso antes que yo, fui detrás después de dejar todo bien cerrado. Al salir del portal, vi al pijo apoyado en su Mercedes-Benz.
—Las damas primero.
Sabía ser galante. Subí al coche sin pensarlo y él lo hizo después de cerrar su puerta y dar un rodeo. Dentro del habitáculo no hubo conversación por parte de ninguno.
Él conducía tranquilo sin acelerar demasiado, por supuesto. En cambio, yo me limité a observar el exterior por la ventanilla. Me gustaba ver a personas dialogar o pararse en frente de una tienda a comprar dulces. Había bullicio a esa hora.
—Hemos llegado.
Hasta ese momento, me había olvidado de que estaba con él en su coche.
—Otro restaurante.
—Sí, pero está frente a la playa.
—Hubiera preferido ir a una pizzería.
—No probé nunca las pizzas y aún menos las hamburguesas.
—Otra cosa que no tenemos en común.
—¿Cuáles son las demás?
—A ti te gusta la música clásica, yo prefiero el pop, a ti te van las historias de caballeros y a mí las de misterio.
—¿Cómo lo sabes?
—Mi amiga me informó.
—¿Qué más te ha contado?
De repente, pitó un coche.
—Mejor me lo dices luego.
Me adelanté hasta la entrada tras abandonar el auto. Un tipo que estaba fumando me miró de arriba abajo.
—Señorita, usted no puede entrar aquí.
—¿Y por qué?
—Este es un restaurante para personas con clase. Usted es…
—Es mi amiga, y no le permito que la menosprecie.
—Joven, no puedo dejarla entrar. Va vestida casual, usted ya sabe cómo son las normas.
—Haga una excepción.
—No hace falta —intervine apenada.
—Pero quería traerte aquí.
—Hay más lugares donde comer y seguro que lo pasamos bien.
Al final, regresamos al coche. Me sentí aliviada de no pisar ese lugar. Víctor agarró el volante con fuerza una vez se subió al vehículo. Se sentía indignado.
—Tú ganas, ¿dónde vamos?
—A un chiringuito.
Víctor suspiró resignado.
No tardamos en sentarnos en una mesa porque había poca gente. Enseguida una joven nos atendió.
—No sé cómo prefieres comer en un simple chiringuito.
—Me encanta, y tú deberías salir de tu zona de confort, ¿acaso las vistas no son estupendas desde aquí?
—Sí, pero en este lugar hay toda clase de insectos, y la comida…
—Está buena, deja de quejarte.
No me di cuenta de que me observaba embelesado.
—Aquí te dejo la tarjeta de mi tío, cuando puedas le llamas. —La soltó sobre la mesa.
—Vale, gracias.
—¿Qué te he dicho?
—Que no hace falta, pero yo…
—Esto es poco para lo que podría ofrecerte. Si me pidieras otra cosa, no dudaría.
—Si apenas me conoces. No estás hablando en serio, ¿no?
—Muy en serio.
No podía creer tal cosa, ¿acaso estaba tan pillado?
—Tú tienes un futuro prometedor y puedes escoger cualquier chica de tu círculo de amistades. ¿Por qué yo?
—Leila, eres especial, todas esas chicas no te llegan ni a la suela de tus zapatos. Además, ya las conocí, algunas son huecas.
—Pero…
—Deja de buscar pretextos. Quizás ahora pienses así, pero cambiarás de opinión.
—Si tú lo dices.
Me encogí de hombros y sorbí la limonada que había pedido.
Media hora después, Víctor había disfrutado de unos calamares en su tinta y de unos langostinos con alioli, mientras que yo terminé con una ración de boquerones. Tampoco quedó nada de la ensalada.
Cuando terminamos, fuimos al paseo. Había que caminar un rato, nos vendría de maravilla. Vimos juntos el mar. No había oleaje a esa hora, no hacía viento como otras veces.
—¿Te apetece caminar por la orilla?
—¿Qué? ¿Estás seguro?
—Si me convenciste de pisar ese chiringuito, ¿por qué no iba a hacer eso?
—Vas a mojarte.
—No importa.
Avanzamos por ese trecho. No íbamos separados ni tampoco nos cogíamos de la mano. Aún no éramos nada. Eso sí, me di cuenta de que había arena por todos lados. Como se nos fue colando por los zapatos, decidimos desprendernos de ellos. Unos minutos después, sentí el frío del agua salada del mar en mi piel. Lo vi relajado, por eso le salpiqué en sus piernas.
—Te vas a enterar.
Cogió impulso para agarrarme, fue de improviso. Estaba tan segura de que no iba atreverse, quizás me equivoqué. Enseguida me alzó hacia arriba, hasta sentí la tela de mi camiseta sobre mi pecho, dejando mi ombligo al descubierto. Grité, pataleé. Entonces él procedió a bajarme despacio, todavía me tenía sujeta con sus manos. Estaba mirándome con deseo y más al ver mi rostro tan cerca, mis labios… Enseguida recompuse mi camiseta, pero no evité lo siguiente. Además, no hubo ni ceremonias. Sus labios llevaban ventaja desde el primer momento, ni siquiera advertí ese contacto hasta que se produjo. A punto de caramelo, me pareció esa sensación. Tenía una forma dulce de besar, era un experto comparado conmigo, que no tenía ninguna experiencia.
—Víctor.
—¿Sí?
—Deberías soltarme.
No me obedeció. No es que no estuviera disfrutando como una niña probar ese dulce por primera vez. En serio, no me privé de aquello, hasta creía que alcanzaría el cielo, que volaría. No tenía experiencia en cuestión de chicos, aunque las hormonas jugaban un papel importante.
Según él, era un maestro en prácticas. Aquella frase salió de su boca, ¡qué irrespetuoso! Después de terminar con ese deleite, creo que lo dijo con ironía, algo habitual en él.
De repente, una ola nos separó, lo que me dejó sorprendida. Intercambiamos miradas, queríamos profundizar. Aún no sacaba en claro cuáles eran sus intenciones. Sabía que eso había sido la euforia de un primer momento, lo que vendría después lo ignoraba.
A continuación, regresamos hacia el paseo. Además, estaba tan agotada que deseaba llegar al estudio. Mis emociones estaban a flor de piel. Sentía la cara roja, ardiendo. Él se encontraba delante de mí, aún no había traspasado la puerta de mi estudio. No lo iba a dejar pasar después de lo ocurrido entre los dos.
—Ahora estoy más convencido de que no te dejaré escapar.
—Víctor, eres muy impulsivo.
—Ya, pero te lo juro.
—Es muy pronto, todavía nos queda mucho por hacer.
—Lo sé, no quiero pensar en que el verano llegue a su fin. Deseo que estos dos meses sean nuestros.
«¿Qué? Vaya romántico está hecho», pensé.
—Víctor, ya es tarde. Lo pasé bien.
—Entiendo, me estás echando, te cansaste de tu profe. Ojalá pudiera estar a tu lado y besarte.
—Víctor, ya vale.
—Está bien.
Resignado, abandonó su lucha, aunque sé que quería entrar al apartamento.
Pasaron horas y aún no conseguía coger el sueño. Todavía me sentía tonta y extraña.
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