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(3)

Después de presenciar aquella escena, Miriam dio un sorbo a su cerveza; yo, mientras tanto, me quedé mirando a mi alrededor comprobando que no había casi nadie en el local.

—Chicas, creo que al moreno le gusto.

—Está loco por tí —ironizó Miriam.

No abrí la boca porque estaba en juego mi tranquilidad.

Acudimos a la primera mesa vacía de las nueve que estaban repartidas en el interior. Tras ocupar la misma, observamos a una rubia impresionante que recién entraba al bar. Leti se llevó el primer chasco de la noche.

—Jo, tiene pareja.

Reímos y no le sentó nada bien.

Una hora después ya había más ambiente, se mezcló gente de distinta procedencia.

Estaba más que contenta, bebí mi segunda cerveza y, al hacer un gesto al camarero para pedir una tercera ronda, vi a Ismael, un chico extrovertido, de buen carácter, esa fue la impresión que tuve cuando me lo presentó mi mejor amigo. Al parecer cuando se conocieron en su primer entrenamiento no se les ocurrió otra cosa que restarle atención al entrenador.

Menuda casualidad, ¿no?

Gael también apareció.

—¡Vaya! ¿Cuántas cervezas has tomado?

—Solo dos, ¿qué haces aquí?

—Ismael me dijo que te encontrabas aquí y, como quería verte, no me lo pensé mucho.

—Ya me ves, ahora quiero mi cerveza.

Gael agarró la bebida antes de que la tomara.

—No. Quiero mi cerveza.

—Esta me la debes. Además, no quiero que tomes más, si luego tus padres te pillan así, imagina las consecuencias. Te llevaré a casa.

—Tú no eres mi hermano.

—No, pero como si lo fuera.

De pronto, mis amigas se acercaron. Ninguna podía creer que Gael e Ismael estuvieran allí. Terminamos fuera del bar.. Al que le tocó pagar al camarero fue Ismael.

Gael se molestó conmigo porque no quería irme

pero no me quedó más opción al ver que mis amigas habían decidido marcharse con Ismael.

—Amigo, me largo, y a la próxima invitas tú.

—Gracias por pagar.

—Suerte.

Me subió a su coche. Iba muy atento, no quería saltarse un semáforo mientras conducía. En todo el trayecto no hablamos, lo ignoré a propósito. Nada más llegar al barrio, me bajé del coche con rapidez, eso a Gael le sorprendió.

Estaba irreconocible esa noche o más bien pedo.

🌼🌼🌼🌼🌼🌼🌼🌻🌻🌻🌻🌻🌻🌻

Era mediodía y no quise tomar el desayuno, me dolía la cabeza y la miel me sabía amarga.

Mi padre se fue a trabajar al bar y, como siempre, me tocó colocar en su sitio los utensilios del lavavajillas. Mientras lo hacía, no dejaba de recordar esa frase de Gael: «No, pero como si lo fuera».

En serio, no sabía si estaba enojada conmigo misma o con él. Quizás no necesitaba que me cuidase, me impedía ser más independiente.

También papá me sobreprotegía; odiaba que quisiera complacerme en todo cada vez que faltaba un día para mi cumpleaños, o que, cuando era pequeña, viniera por las noches a darme ese beso que ni siquiera recibí de mi madre. No recordaba lo que se sentía al recibir un poco de afecto de ella.

Recordaba cómo se distanciaron después de que Ángela, la amante de papá se interpusiera. No la conocía, pero sabía de ella.

Siempre permanecí suiza entre ellos; es decir, me mantuve al margen de sus peleas. Ambos discutían, mi mamá lo provocaba cuando iba a su habitación. Entonces, yo ponía música o me conectaba a internet para charlar con mi amiga.

Nada cambió en casa, pero Mimi me podía entender porque ella pasó por lo mismo antes del divorcio de sus papás.

A eso de las cuatro, me eché un rato, apenas había comido. Mamá no era buena preparando algo saludable ni rico.

En la tarde, recibí una llamada de Gael. Esa vez no quise responder, no me apetecía resolver lo del día anterior.

No volví a recibir ninguna otra llamada por parte de él, lo conocía bien. Él no te daba la charla ni se metía donde no lo llamaban. Gael era como un espíritu libre; por lo tanto , quien osara cortarle las alas, ¡cuidado!

Resultó ser un día tranquilo dentro de lo que cabía. Me dediqué a leer esa novela que no había acabado, solo llevaba algunos párrafos.

Al rato, miré por la ventana. En esas, se puso a llover después de que el cielo se hubiera cubierto de nubes. Ahí parada, contemplé la calle desde el cristal de mi ventana, vi que se empañó por culpa del vaho e intenté con la boca formar un círculo donde poder verme aún. Recordaba las veces que de niña lo hacía, y no para dibujar nada, sino para no sentir la soledad. Nadie solía pasar por allí y me sentía desolada.

Más tarde, papá trajo churros con chocolate del bar. Él insistió en que me sentara.
¿Acaso quería algo de mí?

—¿Te gustan?

Esa pregunta fue de Domingo, mi padre.

Miré a mi padre, estaba extraño.

—Sí.

—Pensé que sería buena idea pasar un rato contigo; además, sé que esto te gusta —dijo, refiriéndose al chocolate.

—Quise traerte un poco, hija, últimamente no comes mucho.

En ese momento entendí todo, mis padres hablaron y, seguro que en algún momento en el que las aguas estuvieran calmadas. Me pareció increíble que se preocupasen de eso cuando la mayor parte del tiempo se lo pasaban discutiendo.

¿De qué iban? ¿Acaso querían arreglar algo que se había roto hacía tiempo?

No volví a saborear el exquisito chocolate ni lo toqué....... Se me había quitado el apetito.

—Eres mi hija, siento que haya estado tan ocupado como para no dedicarte tiempo, sabes que el trabajo.......

Ahí no continuó, ni falta, hacía. Me sorprendió su disculpa, pero lo estropeó todo con su excusa; sabía que lo próximo que dirá sería: «Hija, mi amante es lo principal. Ella me exige una parte de mi tiempo y no puedo decir que no».

—No hace falta que me expliques nada. Sé que andas liado; además, es tu vida.

Ahí se cerró el capítulo, no tenía nada más que decir. Para mí era un desconocido a pesar de ser de mi sangre.

Domingo se levantó a la par mio, se mostró preocupado; sin embargo, no quería ilusionarme y que después todo siguiera igual. Era mi debilidad, pero ya no era la niña que lo esperaba todas las noches para que me dedicara un poco de su tiempo.

Había crecido, terminando por ser solitaria y desconfiada.

Al final, se fue a su habitación cuando mamá apareció en casa. Eran los mismos, los que preferían seguir con esa situación de no hablarse.


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