Capítulo extra V
Soundtrack ~ Lego House ~ Ed Sheeran
Capítulo extra V: "Bienvenida."
Un día se podría describir de muchas formas. Para unos puede ser divertido, para otros triste, para otros diferente y para muchos monótono.
Para aquella pareja de chicos aquel momento se podía describir de muchas formas. Estaban nerviosos, emocionados y deseando reunirse de nuevo con dos personas que estaban seguros que iban a amar con su alma en cuanto las vieran.
El chico de ojos marrones como el carbón se movía de un lado a otro con impaciencia. No paraba de moverse por el pasillo a paso pausado y lento. Diez pasos a la izquierda, vuelta, diez pasos a la derecha y vuelta otra vez. Parecía un hombre aunque solo tuviera once años y fuera un pequeño niño que aún no sabía nada de la vida.
A los ojos de su hermano, un chico dos años menor que él sentado en la silla del hospital, él podía ver como de nervioso estaba. Para el pequeño niño su felicidad no le dejaba estar nervioso, ni impaciente, ni con la piel de gallina. Simplemente estaba emocionado.
—¿Cuándo van a salir? —preguntó el pequeño de nueve años de cabello marrón.
La cabeza del mayor se giró en dirección a su tierno hermano. No podía creer que él estuviera tan paciente cuando en su cuerpo se estaban formando tempestades. Estaba inquieto y no podía hacer nada para remediarlo.
—Aún queda un poco, Dylan —contestó el mayor acercándose a él.
Ambos se sentaron en esas sillas verdes de plástico incómodas mientras esperaban noticias de su madre. Hacía más de cinco horas que llevaban esperando a que ella saliera de aquella sala en la que la mantenían cautiva.
—Tyler —llamó el pequeño a su hermano. El mencionado dirigió una mirada hasta él—. ¿Vendrá papá? —interrogó esperando la respuesta de su héroe jamás visto en ningún cómic.
Él no permitió que Dylan observara la mirada de dolor que sus ojos desprendían. Él había llamado a su padre cuando entraron al hospital y lo único que le dijo fue que iría cuando su trabajo estuviera más calmado.
Tyler no podía describir todo lo que sintió en ese momento en el que su padre colgó el teléfono después de haberle soltado esas palabras con tanto desprecio. Puede que fuera pequeño o que no entendiera de la vida, pero lo que había hecho su padre era algo horrible.
—Seguro que viene, renacuajo. —Alzó con poca intención las esquinas de su boca.
Dylan formó una sonrisa increíble en sus labios. Con sus dientes completamente blancos y alineados, con sus ojos achicándose y sus piernas balanceándose de arriba a abajo mantuvo una posición felicidad infinita.
Tyler no sabía que era lo que más daño le hacía. Tener que mentir era una de las razones por las que se sentía miserable la mayoría del tiempo. Otro motivo era contemplar como su propio padre se desentendía de sus tareas familiares de tal forma.
—¿Cómo quieres que sea? —preguntó Dylan. No habían permanecido ni un minuto en silencio.
Tyler no pudo evitar reír ante el cúmulo de preguntas de su pequeño hermano. Siempre siendo el mismo chico que no puede dejar su curiosidad de lado ni por un momento.
—No lo he pensado —meditó Tyler después de un rato de recapacitar.
—¡Yo sí! — exclamó Dylan enseguida. Su mirada emocionada provocó una sonrisa en el rostro de su hermano—. Tendrá el pelo rubio como papá —enumeró con su mano —. Los ojos azules como tú —Tyler le dirigió una enternecida mirada al observarlo tan contento por lo que va a suceder dentro de poco—. Y los labios finos y rosados de mamá. Será una mezcla de todos —sentenció con una determinación que le causó más de una sonrisa a las personas que pasaban por delante de ellos.
—¿Y de ti? —curioseó el mayor de los dos observándole—. ¿Qué va a sacar de ti?
Parecía que el pequeño se había olvidado de él mismo en el momento en el que su hermano hizo esa pregunta. Su mano derecha le servía de apoyo para su mentón, adoptando una pose de pensador nato. Tyler siempre se divertía al contemplarlo de esa forma.
—Ella tendrá mi nariz. —Saltó diciendo con una sonrisa enorme en sus labios.
Tyler frunció el ceño mirando como su hermano seguía hablando. Sin embargo, una enfermera con rostro contento se acercó hasta ellos explotando aquel momento tan bonito. La mujer no rondaría más de los veinticinco años, su cabello era completamente rojo. Pero todos podían observar como ese color no era natural.
Los ojos de la joven se desplazaban por la sala en busca de un adulto al que ver allí. El rostro de la chica se veía confuso en cuanto se percató de que allí solo se encontraban dos pequeño niños sentados y charlando.
Ella supuso que el padre de la pareja estaría cerca y habría dejado al hermano mayor vigilando al pequeño. Finalmente, no le quedó otra que avisar a los familiares de la paciente de otra forma y, ésta, le sorprendió más de lo que esperaba.
—Familiares de Diana Thompson —mencionó buscando con su mirada el rostro ansioso de los pocos presentes.
Los dos pequeño sentados en las sillas saltaron de sus asientos con una velocidad inhumana. Sus rostros emocionados y al mismo tiempo angustiosos mientras se dirigían hasta la enfermera.
—Somos nosotros —tomó la palabra Tyler.
El rostro de la mujer no podía estar más sorprendido que en ese momento. La sonrisa incómoda se formó en su rostro al contemplar que ninguna persona más esperaba con ellos. Podía escuchar como el corazón bombeaba sangre por su organismo hasta su rostro cubriendo éste de una capa roja, estaba incómoda. Demasiado.
—¿Con quién habéis venido, peques? —consultó poniéndose de cuclillas para llegar a la altura del pequeño niño de nueve años.
—Hemos acompañado a mamá en la ambulancia —contestó Dylan con su mano derecha agarrada a la izquierda de su hermano mayor.
Siempre era una regla para su madre que, cuando ambos estuvieran solos, se agarraran de las manos para que no se perdieran. Era un método que les servía divinamente en situaciones de este tipo.
— ¿Podemos verla? — demandó Tyler sujetando con fuerza la mano nerviosa de su hermano pequeño.
La sonrisa de la joven no podía ser más triste al pensar que su padre no estaba con ellos. Pensó que, la mujer que acababa de entrar hace menos de seis horas, era viuda y por eso no había venido ningún familiar más. Lástima que la razón fuera aún más triste que la verdad que ella se había formado en la cabeza.
—Es la habitación doscientos seis —indicó la enfermera—. Está casi al final del pasillo, a la derecha. —Señaló con su mano a la parte correspondiente.
La mujer no pudo terminar la frase cuando los dos niños estaban corriendo en esa dirección. Ella intentó detenerles su paso sin sentido alguno pues los dos seguían recorriendo el pasillo con desespero y emoción.
Ninguno de los dos podía imitar la sensación que poseía su interior. Era una mezcla de anticipación, miedo y felicidad. La anticipación por conocerla se contrastaba con el miedo que sentía al pensar como le caerían a esa pequeña. Pero, todas esas emociones, no conseguían sobrepasar el sentimiento de alegría que su cuerpo estaba creando.
En menos de dos minutos sus pies se pararon frente a una puerta completamente azul donde su madre se hallaba en su interior. El número doscientos seis estaba pintado de rojo, algunas tachadas esparciéndose por las cifras dibujadas.
Tyler estaba aterrorizado. No sabía qué hacer, qué decir o qué sentir. Sus pies se habían quedado paralizados, anclados al suelo. Su boca estaba sellada como le pasaba cuando veía películas de terror.
Si no hubiera sido por la impaciencia de su hermano Dylan, sus pies hubieran seguido pegados al suelo como un pasmarote. No tenía miedo, estaba aterrorizado. Su mirada se encontraba perdida en busca de un ápice de valor.
Su cuerpo tiró hacia delante al tiempo que su hermano pequeño le empujaba al interior de la habitación. El olor asqueroso a hospital empezando a calarse en sus fosas nasales por primera vez. Ni siquiera se había percatado de ello hasta ahora, cuando observaba a la nueva persona que se encontraba sobre el pecho de su madre.
Una preciosa niña de cabello castaño y corto pero con una buena cantidad de éste. Su pequeño cuerpo mediría lo mismo que el brazo de Dylan, su cuerpo estaba tapado con un fino y simple vestido blanco.
Dylan ya se había acercado hasta donde reposaba su madre con su nueva hermana en brazos. Admiraba con completa adoración el rostro del nuevo miembro de la familia. En ese momento se pudo fijar en lo equivocado que estaba con respecto a la chica que se había creado en su imaginación.
Su cabello no era rubio y dorado como Dylan había pensado. Un más dulce chocolate se hallaba cubriendo su cabeza. Sus labios eran un poco regordetes y rosados como su her,ano había dicho en un principio. Su nariz era puntiaguda, tan linda y graciosa como lo era ella.
Dylan quería observar sus ojos, aquella entrada al alma de la pequeña como él siempre describía. Los ojos de una persona podía decirte todo lo que quieres saber de una persona, él ya lo lograba comprobar y asegurar en cada amigo o compañero que hacía.
El pequeño hermano, ahora el mediano, desplazó su mano hasta ella con miedo . Observó a su madre de preciosos ojos azules dirigir hacia él un asentimiento de cabeza. Ella estaba exhausta, cansada. Aún así, se mantenía despierta para que sus pequeños y queridos hijos pudieran presenciar esta imagen lo más en familia que podía conseguir.
El tacto de sus manos fue tímido. Dylan temía romperle un hueso a la bebé de lo pequeña que era. Sentía lo frágil que era, lo temible que podía ser una simple rozadura para su piel. Tenía miedo de dañarla. Sin embargo, la emoción al sentir su piel junto a la de él, disipó cada una de sus oscuras emociones.
—¿Por qué no abre los ojos? —Frunció el ceño formando unas pequeñas arrugas entre ceja y ceja.
Una pequeña risa se escuchó de parte de su madre, otra más detrás de él. Su cabeza se giró en dirección a la de su inesperado hermano mayor. Dylan pensaba que aún seguía en la entrada donde lo había dejado hace unos minutos.
—Está durmiendo, Dylan —comentó Tyler pasando una mano por su oscuro cabello. La misma manía que todo el linaje Thompson había adoptado.
— ¿Cuándo va a despertarse? —preguntó de nuevo Dylan, impaciente.
Nadie contestó cuando la pequeña bebé de menos de una hora se remoció en el pecho de su madre. Su mano se retiró de la de su hermano refregándose los ojos de la forma más graciosa posible. Las sonrisas enternecidas y emocionadas de los presentes formaron la imagen perfecta de la sala.
Poco a poco, los párpados de la pequeña revolotearon. La luz impactó contra su rostro haciéndole incapaz abrir sus esperados ojos. La familia aguantó con nervios a la espera de resolver la pregunta que todos tenían en mente.
Unos preciosos y brillantes ojazos salen a la luz de la noche. Un color verde como los de un bosque en primavera. Las esquinas de la boca del hermano mayor de la familia se alzaron en una sonrisa increíble.
Se acercó a su hermano pequeño, ya no tan menudo. Pasó su brazo por encima de sus hombros acercándole a él. Después de las horas que habían estado esperando fuera, encontrarse con esta maravillas, era un regalo del cielo.
—Vamos a tener que entrenar —le susurró Tyler a su hermano.
—¿Para qué? —interrogó Dylan frunciendo el ceño.
La mirada de Tyler estaba completamente fija en la pequeña bebé. No había una mirada más intensa como la que poseían esas tres personas al contemplar los ojos, el cuerpo, el rostro de la enana. Todo de esa pequeña se ganaba el corazón de las personas presentes.
—No podemos dejar que nos la quiten —mencionó Tyler divertido.
Una risa contagiosa se escapó de los labios de Dylan. Podía asegurar que su hermano podía hacer eso si se lo proponía. Él era la persona más leal que conocía y estaba seguro de que, si él decía eso, era porque lo iba a hacer.
Dylan volvió su mirada a su nueva hermana. Sus ojos verdes impactaron con fuerza en los suyos marrones como el carbón. Una sonrisa brotando de sus labios junto con una gemido que intentaba parecerse a una risa.
El corazón de todos en la sala bombeó con fuerza en sus pechos. Sintieron la emoción del momento sin que nada ni nadie consiguiera detenerles la felicidad. Ninguno se acordaba de nada más que no fuera hacerle mimos a la pequeña para que pudiera volver a soltar otra de sus extrañas risas.
Tyler se había quedado en un segundo plano. Contemplaba como su familia había evolucionado en unos segundos al ver al nuevo miembro. No conseguía estar triste pues lo único que podía inundar su cuerpo y su alma era felicidad.
Se acercó al rostro de su hermana y, colocándose junto a su oído, le susurró aquello que había querido hacer desde que su madre le contó la noticia.
— Bienvenida a casa, Nora.
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