EL ERROR
Así transcurre el resto de la tarde.
Realizamos más pruebas sencillas con las herramientas naturales que tenemos a disposición. Algunas desencadenan discusiones; otras, acaban en risas. La última del día consiste en lanzar piñones y piedras contra Bianca para poner a prueba sus reflejos. Los esquiva con facilidad e incluso llega a atrapar y desviar varios de los proyectiles.
Si lanzo alguno con más violencia de la requerida, no tiene por qué saberlo.
El atardecer nos encuentra recostadas en la arena, contemplando el cielo bajo una brisa que ha disminuido hasta volverse suave, aunque fresca. Repaso las notas mentales que recopilé sobre los cambios en Bianca mientras admiro distraídamente los colores cálidos del cielo. La copa de los pinos se sacude bajo el viento, un ave emprende vuelo desde una rama, un piñón cae cerca de mi cabeza.
Recuerdo al chico que me amenazó esta mañana y de pronto los sonidos de la naturaleza no me resultan nada seguros.
Me incorporo para espiar en las cercanías, solo que no distingo nada entre los troncos que el atardecer tiñe de ámbar. Caigo en cuenta de que no soy yo la que debería estar escrutando la zona en busca de posibles peligros.
—¿Estamos solas? —pregunto.
—Eso parece.
—Bianca, tú eres la que tiene súper oído ahora —reprocho—. Deberías estar segura de tus sentidos. Ya no puedes responder «eso parece», ¡es un sí o no!
Sus mejillas morenas se oscurecen con un sonrojo; levanta los brazos, un ademán exasperado.
—¡No es tan sencillo, Daniela! —responde en el mismo tono que utilicé—. Si no me enfoco, oigo y veo igual que como hice toda la vida. Es más difícil de lo que piensas.
—¡No pienso que sea fácil! Solo... —Me quedo sin argumentos—. ¿Puedes enfocarte ahora?
Expulsa el aire por la nariz con bastante fuerza como para hacer notorio su fastidio, aun así, cierra los ojos para concentrarse mejor. Permanece de esa forma durante unos segundos hasta que una sonrisa ligera se dibuja en sus labios.
—Están preparando una fiesta aquí cerca. —Levanta un poco el mentón, olfatea el aire—. Encendieron una fogata, y, ¡uf!, cocinan cerdo. ¡Huele muy bien!
Aprieto los labios. Intento aguzar el oído, pero con el sonido del viento deslizándose entre las ramas, no oigo nada; mucho menos huelo algo aparte de la arena.
Nos quedamos en silencio una vez más. Ella permanece recostada con las manos tras la cabeza; yo abrazo las piernas contra mi pecho mientras trato de dilucidar lo que sucederá a partir de ahora.
El arrebol se presenta en las nubes del horizonte cuando por fin Bianca se incorpora. Se pone en pie de un salto y la imito, solo que pierdo el equilibrio antes de erguirme.
—¿Ya nos vamos? —pregunto, pese a que es obvio.
O tal vez no, pues Bianca se despereza mientras emite un sonido placentero sin dejar de sonreír. Cuando termina, me mira a los ojos y en los suyos distingo algo frenético pero travieso, un efecto provocado por la dilatación excesiva de sus pupilas. La imagen me inquieta y, si no fuera porque estuve a su lado todo el día, pensaría que ha consumido o fumado.
Este pensamiento debe provocarme un cambio corporal del cual solo ella se percata, pues la sonrisa se amplía.
—Mmm, no, aún no quiero irme. —Lanza la cabeza hacia atrás, la mueve de un lado a otro para tronarse los huesos de la nuca.
—¿Estás bien?
—¡De maravilla! —Su tono es ligero y alegre, pero se oye extrañamente controlado—. Tan bien, de hecho, que quiero celebrar.
—Ahm...
—Sumémonos a la fiesta.
Dicho esto, avanza hacia la playa. Baja la colina que separa los pinos de la costa con paso grácil y veloz. Troto para alcanzarla, solo que, a diferencia de Bianca, mi descenso por la colina no es grácil, más bien lo contrario: trastabillo y por poco caigo de bruces, pero logro desviar mi peso hacia atrás y termino deslizándome sentada colina abajo. Siento la arena dentro de mis pantalones, así que me sacudo lo mejor que puedo mientras emprendo la carrera tras Bianca, que se adelanta sin mirar atrás.
A lo lejos, por el camino que utilizamos al llegar, una hoguera dibuja una nube de humo negro en el cielo del ocaso mientras varias siluetas se mueven en torno a ella. Los chicos que juntaban madera más temprano lograron su objetivo con creces: es una fogata impresionante que desluce al atardecer, de llamas altas cuyo brillo es cada vez más pronunciado conforme la oscuridad se apodera del ambiente.
Alcanzo a Bianca a medio camino y jalo de su brazo para que se detenga.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto agitada.
Su mirada se posa en mi mano con intensidad; luego, de forma paulatina, mueve la cabeza para observarme directo a los ojos. Paso saliva sin molestarme en disimular la inquietud, porque sé que va a oírlo, no obstante, me rehúso a soltarla.
—Te dije —responde con calma—, que quiero unirme a la fiesta.
—No conocemos a esa gente.
La sonrisa vuelva a aparecer. Apoya las manos en mis hombros en un gesto amistoso.
—Dani, no hace falta conocer a nadie, solo necesitas divertirte.
Aprieta, por lo que ahogo un gemido cuando el dolor me asalta la zona. Emite una risita aguda que se me antoja siniestra antes de dar media vuelta y retomar la marcha hacia la fogata. Su andar es casi saltarín. Algo definitivamente no está bien, pero no sé qué hacer al respecto. El ambiente se oscurece con cada segundo que pasa y no tengo a dónde ir, además, la playa es el lugar perfecto para que alguien me asalte, así que corro tras ella para no quedarme sola.
La sigo con recelo hasta el círculo de gente reunida en torno a la hoguera. Hay unos parlantes en el baúl de una camioneta por los cuales suena música alta y movida, al ritmo de la cual las personas presentes se mueven sin reparos. Todos sostienen botellas de cerveza y, aunque jóvenes, nos superan en edad.
—¿Debo recordarte lo que pasó la última vez que asistimos a una fiesta? —susurro contra el oído de mi amiga.
Ella voltea. Tiene el fuego a contraluz, lo que dibuja una sombra grave sobre su semblante, transformándolo en una negrura absoluta que me intimida.
—No será difícil evitar que se repita. Solo debemos ignorar a cualquier chico que se interese por ti y estaremos bien. Tampoco es que debamos preocuparnos mucho por eso.
Retrocedo ante sus palabras, que cargan una indudable hostilidad.
—¿Qué pasa contigo?
En lugar de responder, acorta la distancia que nos separa del grupo y pregunta con fuerza:
—¿Les molesta si nos sumamos?
Usa un tono desenfadado, el que emplean quienes están acostumbrados a tratar con numerosas personas y saben cómo agradar a la multitud. Un coro de exclamaciones positivas se eleva en los grupos cercanos, o al menos a los que les interesa responder. Bianca avanza con una confianza teatral, una vil exageración de su seguridad acostumbrada, hasta una nevera portátil donde varias botellas de cerveza están cubiertas de hielo. Saca dos y me lanza una, la cual salta entre mis manos cuando fallo en atraparla. Alguien a mi lado vitorea cuando por fin agarro la bebida, cosa que me llena de vergüenza.
Observo la botella un momento, como tonta. Bianca se acerca y la destapa con una mano, haciendo lo propio con la que sostiene. Alguien vuelve a vitorear.
—¡Hasta el fondo! —dice ella, y procede a beber—. ¡Anda! —insiste cuando me quedo inmóvil, limitándome a contemplarla atónita y boquiabierta.
—No quiero...
—¡Anda! —repite, con tono menos jovial y más amenazante.
—No quiero —reitero, sin dar el brazo a torcer.
Sus facciones se cargan de desdén. Resopla con una mueca despectiva que me recuerda a todas las veces que Vicky Shone hizo visible su desprecio por Bianca.
—Qué aburrida eres —acusa mientras menea la cabeza.
Vuelvo a retroceder, esta vez dolida.
—En serio, ¿qué rayos sucede contigo? ¿Por qué te portas como una...?
Guardo silencio. La palabra «perra» casi abandona mis labios. Ah, qué chiste. Me reiría si su actitud no me fastidiara tanto.
Pone los ojos en blanco, me da la espalda para escanear la zona y, tras ubicar un grupo de mujeres que bailan juntas, se dirige hacia ellas saltando al ritmo de la música. El grupo se abre para recibirla en buen ánimo. Bianca se integra entre las mujeres con la facilidad que la bebida, la música y su actitud aparentemente desinhibida ofrecen.
La gente a mi alrededor está abandonada al éxtasis de la farra, una muy distinta a la que celebró Fermín en su hogar. Para empezar, estos no son adolescentes que acaban de terminar el colegio y el desenfreno que exhiben es más escandaloso. Veo mujeres a horcajadas de sus parejas mientras unen lenguas y acarician sus entrepiernas, asimismo, distingo a varias personas que han aflojado sus prendas, señal de que pronto acabarán desnudándose por completo.
La incomodidad empuja mis hombros, me retuerce el estómago. Este no es lugar ni para mí ni para Bianca, pero cuando regreso la mirada a mi mejor amiga, la veo celebrando con las desconocidas como si ella estuviera exactamente en donde pertenece, agitando la cabeza al compás de la música mientras sonríe. Una sonrisa grande y alegre.
No sé qué hacer. Me siento impotente de un modo que me desconsuela, como si me hubiera extraviado y supiera que jamás podré regresar a la vida que conocí todo este tiempo.
Lanzo una última mirada a Bianca antes de apartarme en dirección al mar. No me alejo mucho, porque está oscuro y no tengo a dónde ir, aunque sí lo suficiente como para que la música disminuya y me permita apreciar el sonido de las olas al quebrar.
Tomo asiento en la arena justo donde el impulso del agua acaba y se produce la resaca, allí me descalzo y extiendo las piernas para que el agua me acaricie los pies. El frío me provoca un ligero espasmo que desaparece veloz. Durante un rato largo, contemplo las olas mientras la fina línea naranja del crepúsculo se extingue.
Levanto la mirada y la luna, grande y pálida, me recibe. Su brillo esclarece mis pensamientos, pues, ni bien la veo, todo cobra sentido. En vez de aliviarme, comprenderlo me carga de preocupación.
La noche recién comienza y mi mejor amiga es una mujer lobo. ¿Qué se supone que debo hacer?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro