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Capítulo II:

— Señora —sacudí mi hombro, un poco molesta. La doña lo estaba usando como almohada y no conforme con eso, roncaba abiertamente, moviendo cada tanto su prótesis con la lengua—. ¡Señora! —Furiosa, puse mis manos en su brazo y le di un empujón. Logré mantenerla lejos, al menos antes de que pasáramos por una rotonda y su peso muerto cayera sobre mí. Los sonidos guturales hicieron eco en mis oídos al tiempo que tuve sus preciados y supuestamente sexys senos en mi nariz. Hubiese muerto asfixiada de no ser porque el coche frenó, dándome tregua. Debía tranquilizarme, como futura médica, no podía menospreciar al paciente, sin importar lo desagradable o tedioso que fuera. Tratando de tener un momento zen, activé mi celular para leer otro poco. El asunto está en que ese ser, ese individuo precioso, gritó sorpresivamente; provocándome un espasmo que hizo a mi aparato volar por los aires y caer en el suelo.

— Ay, ay. Perdona, cariño. Sufro de terrores nocturnos —. Estábamos en pleno día.

— Me cago en...

— ¿Eh?

— No, que se me cayó el cel —. Apunté hacia abajo y lo recogí con la esperanza de que pudiese funcionar. Apreté botones, le froté el dorso y los laterales, le murmuré palabras de ánimo. Esfuerzos infructíferos. Mi teléfono acababa de perecer bajo las inmundas artimañas de la vieja.

—Ah —dijo al darle un vistazo— nena, esas cosas chinas son de terror. Fíjate que me compré uno, lo quise lavar y no anduvo más— le salió la voz chillona.

Liberé una lágrima. Iba a ser el peor día de mi vida.

.......

La añosa ni siquiera tardó en volver a despatarrarse al dormir, incluso pasó un brazo por mi espalda y me atrajo hacia ella, susurrando cosas que no debí oír por mi salud mental. Sacudí mi cuerpo cual bailarina de zumba, y no hubo forma de sacármela.

— ¡Seño...! —mi olfato percibió el olor característico, nauseabundo, de los intestinos en funcionamiento— No me joda —. Como si respondiera a mis recriminaciones, un ruido inconfundible surcó nuestro microambiente— Ooooh, por Dios, ¡POR DIOS! —Ahora sí, estaba llorando y pataleando. Era capaz de aguantar sus palabras, era capaz de aguantar su comportamiento, pero que me bombardeara...fue demasiado.

Despertó unos interminables diez minutos después. Y todo lo que expresó fue:

— ¡Puaj! ¡Qué olor a caca! —sacó un frasquito de perfume y espolvoreó alrededor exageradamente— Debe haber algún chiquero cerca —. Tosí y estornudé, además de que me ardieron las córneas. ¿Se trataba de un maldito gas lacrimógeno? Porque seré honesta, habían sido peor que sus flatulencias.

Abrí la ventana disimuladamente y dejé pasar la brisa. Estábamos por llegar a la capital, cuando la mujer se entró a sentir mal de repente.

— ¿Qué le pasa? —No dejaba de apretujarse el pecho y repetir "Ay, ay, ay"— ¡Señora! —Se cayó, pálida, e invadió el pasillo estrepitosamente— ¡Rápido, qué alguien llame a emergencias!

Abrí los ojos como platos y me cubrí la boca con las manos. Era una abuela del demonio, ¡pero tampoco quería que se muriera!

— ¡No hay tiempo, necesitamos un doctor! —Gritó uno.

— ¡Yo soy doctor! —Me alivié al oír al del fondo.

— ¡Idiota, tú eres doctor en leyes! —Otro intervino.

— ¡Ella es Doctora! —Me señaló el chofer con tono de alarma.

Retrocedí contra la ventanilla. Esto no podía pasarme a mí. No señor.

— No, yo no soy...

— ¡Haga algo!

— Pero...

— ¡Rápido, que se pela!

— ¡No soy Doctora!

— ¡Deje la falsa modestia y haga algo!

—¡Mala praxis, mala praxis!

La gente no escuchó, sino que prácticamente me obligaron a actuar (uno incluso, acercó su encendedor de forma amenazante).

— Bueno...está bien —limpié mis manos en los pantalones y salí al pasillo. Me arrodillé al lado del casi cadáver y le vi la cara, ahora un poco bordó. Seh, no era precisamente el reflejo de la salud—. Voy a...tomarle el pulso. —Metí el índice y el mayor en su cuello, pero su papada no me dejaba sentir mucho. Y eso, suponiendo que en realidad sí sabía dónde carajo situarlos— Eh...¿se murió? —Me encogí de hombros a modo de explicación.

— Uh...—Gimió la vieja.

— ¡Mire Doctora! ¡Aún respira!

Repito, no quería que se muriera.

Zarandeé su torso con esfuerzo y no sirvió. Pellizqué sus brazos, le puse el horrible perfume en las fosas nasales y hasta le abrí un ojo para mostrarle a su marido (a ver si con eso se levantaba la muy alzada). Sin respuesta alguna.

— ¡Sálvela! —Primero me tildaron de Médica, y después me tiraron esa responsabilidad como bolsa de papas. Casi aplaudo, casi.

Completamente frustrada a esas alturas, exasperada, y con la locura a punto de abordarme el cerebro, le di unos buenos tortazos al vejestorio arrastra problemas:

— ¡Escúcheme, vieja en celo —sus mejillas iban y venían. Con cada impacto sonoro, la gente se achicaba en sí misma y cerraba los párpados como si les doliera—,pedorra, odiosa! ¡Arruinó un importante acontecimiento en mi vida! ¿Sabe lo que significa? ¡Es-cú-che-me! —Esas últimas cuatro cachetadas fueron las más fuertes. Agitada, la levanté parcialmente por el cuello de su horrenda vestimenta. Estaba empezando a asustarme de mí— Si se muere, juro que practicaré con usted, ¡y no será agradable! —La arrojé contra el piso y como último recurso, le di un golpe a puño cerrado en mitad de sus mamas— ¡Empezaré por su estúpido y descomunal busto! —Sé que tratar así a un moribundo va en contra de cualquier norma moral, pero esa mujer iba en contra de cualquier cosa buena.

Para sorpresa de los espectadores (incluyéndome), la anciana abrió los ojos y se incorporó violentamente, lanzando un objeto por la garganta.

— ¡Lo atrapé —un niño de adelante asomó por el asiento— es un escarabajo!

— ¿Quién fue el tarado que abrió la ventana? —El conductor gruñó desde el volante.

Bien, todo estaba bien. No iba a enloquecer, no iba a enloquecer.

Después de recibir mis felicitaciones y agradecimientos, las aguas se calmaron.

La razón de mis delirios, la piedra en mi zapato, la suegra de Belcebú se bajó unas cuantas cuadras antes de mi destino. Supe entonces lo que era la felicidad. Y fue mejor cuando mi vista se topó con la persona que subió a continuación: Un hombre alto, fornido, cabello, ojos y rostro impecables. Su presencia entera emanaba rectitud y cortesía. Como el Karma es bueno, ese hijo de la perfección me hizo compañía.

— Buenos días, ¿te incomodo? —Esa cara, hubiese vendido mi alma por esa cara. Oh, y tan correcto.

—No, claro que no —. Tuve que contenerme para no saltar en una pata.

Toda su grandeza se posó grácilmente, dedicándome una sonrisa blanca y brillante.

— Disculpa si quedo de metido, pero...¿a dónde vas? Tienes pinta de estudiante.

Se estaba fijando en mí, ¡esa bomba se estaba fijando en mí!

— Sí, es mi primer día en la Facultad de medicina —. Al fin alguien que atinaba en lo que era.

— ¡Grandioso! Voy a ser tu docente entonces, te aviso que soy más exigente con las bonitas —. Me dio una guiñada que literalmente derritió mis células.

— Nada puede ser peor de lo que pasé hoy —. Eché mi cabeza para atrás con cansancio.

— ¿Qué sucedió? —Levantó una ceja, divertido por mi actitud.

— ¿Viste a esa señora que bajó en tu parada? —Me le aproximé, susurrando.

—Sí...

— ¡Esa bruja casi acaba conmigo! —Me reí, incrédula— Te juro. Lo más horrible e insoportable que he visto en mi vida. Ella y su esposo están mal del coco. En serio, ¡los audios que se mandaban! Me morí del asco. Pero esa anciana desdentada sí que estaba loca de verdad. ¡Se tiraba gases! ¡Me aplastó! Dios, menos mal que se fue, si de mí dependiese, no quisiera estar cerca ni de sus parientes más lejanos, por si acaso –su inexpresión me desconcertó—¿Qué ocurre? ¿Tienes miedo de encontrártela? —Bromeé.

El apuesto chico me regaló una mirada de desdén y frunció el ceño, muy ofendido:

—Esa dulce ancianita era mi abuela.

FIN.

¿Les gustó? Estupendo, porque así fue mi primer día de clases el año pasado. Mi deseo más grande para el 2018, es que no me ocurra de nuevo. Ahora, si me disculpan, voy a tomar el autobús...

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