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Tres en Discordia.

El momento entre Massimo y Alberto había sido conmovedor, por desgracia, no fueron los únicos presentes, en cuanto los dos entraron a la casa, de unas rocas se asomaron unos rostros, los cuales habían visto, y escuchado, todo lo que pasó entre el pescador y el anfibio, y por desgracia, no eran amigos.

Ercole fue el primero en salir de su escondite, después de que los Paguro se zambulleran en el agua y desaparecieran, él junto con sus secuaces, bajaron hasta la playa para inspeccionar, no encontraron rastro de ellos, estaban por regresar cuando escucharon los pasos, identificando que venían de la pescadería, Ercole les ordenó que se escondieran y esperaran, y así lo hicieron, encontraron unas rocas que los cubrían, así que se ocultaron antes de que Massimo y Alberto llegaran.

Al ver que los dos se sentaban a platicar, Ercole ordenó que esperaran, queriendo escuchar que tenía que decirle ese vago al pescador de un brazo, así que esperaron, de vez cuando Ercole le obligaba a alguno de los dos a asomarse, y que le dijeran que estaban viendo; no pasó nada interesante, o que alertara a alguno de los matones. Ercole casi vomita al escuchar lo muy agradecido que estaba Massimo con los chicos por ser amigos de Giulia.

—Perdedora —se burló.

Guido lo miró con mala cara, a su parecer, las palabras de Massimo sonaban muy sinceras, y hasta conmovedoras, ya le gustaría que la madre de Ercole dijera algo así sobre él, él único que junto con Ciccio, podía aguantar a su hijo, pero se calló y siguió escuchando.

Después de eso no pasó mucho, no se sorprendió al comprobar que la extraña mujer era madre de número dos, y cuando llegaron a la parte en la que Alberto confesaba que su padre lo abandonó...

Ercole se rió.

—Pero claro, era obvio que a ese vago ni su padre lo quiere —dijo antes de volverse a reír, a lo que Guido consideró de muy mal gusto.

Por su tono, era obvio que a número uno... Alberto (como había oído que Massimo lo llamaba) le afectaba, y como no, ser dejado así por tú padre... debía ser horrible; Guido solo podía imaginarse lo que eso implicaba, todos los días que él llegaba a casa su madre lo recibía con la cena, y mientras comía hablaba con su padre sobre su día, pensar que Alberto había tenido que vivir sin eso por más de un año era... devastador.

Sí antes ya se sentía arrepentido por el golpe, y por casi pasarles encima, ahora quería que la tierra se lo tragara, había hostigado a un pobre niño abandonado, ¿qué clase de monstruo hacía eso? Se sintió tan mal que casi sale de su escondite para disculparse, pero se contuvo, no quería recibir más insultos de Ercole.

Así que solo siguieron escuchando, cuando Massimo le dijo a Alberto que se quedara con él, Ercole hizo una mueca y cerró los puños.

—¡Maldición! ¡Yo querría que esos dos se fueran, y ahora ese tonto va a quedarse aquí! —agregó con mucho odio.

Pero Guido no pudo evitar sentirse aliviado de que Alberto ya no estaría solo, no le caía bien, pero... no creía que nadie mereciera eso, ni mucho menos a su edad, estaba feliz de que alguien vería por el chico.

—Cuando no tenga que lidiar con Apestulia, ahora tendré que aguantar a ese vago —siguió Ercole con mucho enojo.

Guido seguía enojándose, ¿cuál era su problema? Sabía que a Ercole le gustaba estar en control, y odiaba cuando lo desafiaban, pero no creía que ese fuera motivo suficiente para detestarlos de esa forma, es más, ¿qué más daba si Alberto se quedaba en el pueblo? Fuera de su encuentro en la plaza y la confrontación del día de la inscripción, ninguno de los dos se había mostrado hostil o con ganas de iniciar una pelea hacia ellos, las únicas veces en las que por poco hubo violencia física fue porque Ercole los provocó, Alberto solo había reaccionado, pero jamás empezado, si los dejaban en paz ellos harían lo mismo.

No podía comprender de donde salía tanta molestia.

—No creo que sea tan malo —dijo, para tratar de relajar el ambiente.

Pero Ercole soltó una pedorreta.

—No seas estúpido, Guido... más de lo que ya eres, será como tener a Apestulia aquí todo el tiempo, no puedo tener a un maldito estúpido arruinando todo.

Nuevamente, Guido no entendía porque le molestaba tanto.

Siguieron escuchando, todo siguió normal hasta que Alberto le preguntó a Massimo la razón por la que odiaba a los monstruos marinos, fue como si activara una alarma en ellos, pues Ercole le jaló la oreja a Ciccio, ordenándole que se asomará, el rubio ahogó un grito antes de echar un vistazo.

—Nada, solo están hablando.

Ercole arqueó las cejas, algo no le olía bien, había algo extraño en toda esa situación.

—Sigue mirando, y dime si vez cualquier cosa extraña.

Ciccio le mostró el pulgar sonriendo, pero en eso Ercole lo sujetó del cuello de su camisa y lo jaló hacia sí mismo, quedando sus rostros el uno contra el otro.

—¡Y más te vale que no te vean, o te alimentaré a los monstruos marinos! —lo amenazó, susurrando entre dientes.

Ciccio tragó saliva y asintió temeroso, Ercole lo soltó y recargó su espalda contra la roca, el rubio se volvió a asomar, cuidadoso de que no lo vieran, por suerte, Massimo y Alberto estaban tan concentrados en su conversación que ninguno de los dos lo notó. La plática siguió sin mayores percances, con Ercole solo comentando:

—Es obvio que está mintiendo.

Guido entrecerró las cejas, Massimo no era del tipo que mintiera, y además, todo el pueblo le respetaba y temía, y debía ser por alguna razón, incluso recordaba que esa era la misma historia que su abuelo solía contarle antes de que falleciera, Guido recordó que su abuelo la creía tanto, que llegó a pensar que el monstruo de esa noche había maldecido a los Marcovaldos, que en la mordida le inyectó un veneno que provocó que Massimo naciera sin un brazo. Pero era una suposición ridícula, ya que años después, Giulia nació con todas sus extremidades, así que la mordedura solo quedó como un recuerdo del odio de los Marcovaldos hacia los monstruos marinos.

—¿Y qué tal si...los monstruos marinos son como las personas? —preguntó Alberto.

Eso hizo que todos se miraran entre ellos, hasta Ercole se le veía confundido.

—¿Qué quiere decir ese idiota? —y también se asomó.

Guido le siguió, ya que se sentía curioso sobre a qué se refería Alberto, ¿los monstruos marinos eran como las personas? Eso era imposible, ¿verdad? ¿Cómo podía tan siquiera hacer esa comparación? Las personas eran ellos, y los monstruos marinos eran... bueno eso, monstruos; a pesar de ello, se sintió lo suficientemente intrigado para seguir escuchando.

—Sí, que tal si así como hay humanos buenos, como tú y Giulia, hay monstruos marinos que son buenos; y hay otros que son malos, como Ercole, y tú familia solo tuvo la mala fortuna de encontrarse con ese monstruo malo —continuó Alberto.

—Estúpido —susurró Ercole.

Guido no dijo nada, pero, tenía que admitir que Alberto tenía un buen argumento; no solo de que Ercole era malo, sino que, jamás pensó en los monstruos marinos como individuos, para él ellos eran... pues eso, monstruos, lo que mejor se le ocurría para comparar eran animales, como un tiburón, no iba por ahí pensando que cada tiburón tenía una personalidad diferente, no, solo eran criaturas que actuaban por instinto; lo mismo que los monstruos marinos, simples animales del océano, pero si Alberto lo ponía de ese modo...

Era interesante, tenía que darle eso, y se preguntó, si ese era realmente el caso, ¿era correcto cazarlos? Si los monstruos marinos eran simplemente eso, personas del mar, entonces era un homicidio...

Guido sintió escalofríos ante ese pensamiento, era imposible, los monstruos marinos eran monstruos, y punto, no había más que agregar en el asunto.

—Jamás lo pensé de ese modo —Massimo admitió—, pero puedo entender a qué te refieres.

«Es una teoría interesante» pensó Guido, al menos le daría eso.

—Es una estupidez, eso es lo que es —volvió a decir Ercole, era una tontería, los monstruos marinos no podían ser personas, ellos eran monstruos que debían ser exterminados, se rió al darse cuenta en lo mucho que se parecían número uno y numero dos a los monstruos marinos.

—Entonces... —continuó Alberto—, estarías dispuesto a conocer a otros monstruos marinos, ¿para ver que no todos son malos?

Todos abrieron los ojos, y se miraron entre ellos, ¿de qué estaba hablando? ¿Acaso podría presentarle a un verdadero monstruo marino? Sí ese era el caso...

«¡Excelente! ¡Ahora ese idiota nos puede llevar hasta un monstruo marino, y cobrar la recompensa!» Pensó Ercole, ansioso de poner sus manos sobre el premio.

—Alberto... ¿De qué estás hablando? —preguntó Massimo.

—Massimo... Quiero mostrarte algo, por favor, recuerda que veas lo que veas... sigo siendo yo.

Eso solo aumentaba las intrigas de los invasores, ¿Qué quería decir con eso de que seguía siendo él? Ninguno de los tres entendía lo que su enemigo se refería.

—Alberto... —dijo Massimo

—Por favor —agregó Alberto mientras caminaba hacia el agua.

Al verlo, los tres se asomaron un poco más, quedando sus pechos pegados a la piedra.

«¿Podrá ser que...?» Empezó a pensar Ercole, las sospechas que lo habían llevado a espiar a la familia de número dos regresaron a su cabeza, ¿podría ser que estuviera en lo cierto? ¿Acaso...?

Guido no despegaba los ojos de la escena, estaba intrigado por saber qué es lo que Alberto quería probar, y a que se refería con todas sus adivinanzas.

Sin agregar más, el chico se echó de un chapuzón el agua.

—¿Qué tiene está gente con nadar de noche? —preguntó Ciccio inocentemente.

Pero Ercole y Guido solamente veían fijamente hacia el agua, esperando ver que es lo que Alberto tramaba, el chico poco a poco se fue levantando, y ahí fue cuando lo vieron transformado. Guido y Ciccio estuvieron a punto de gritar, pero Ercole les cerró la boca con su mano, él estaba igual de impresionado, ver que el tonto al que había acosado todo el verano se volvía morado, con escamas, aletas y cola... era... era...

Todo lo que necesitaba.

—Cállense, o nos van a oír —les ordenó mientras los jalaba hacia abajo, quedando fuera del alcance de vista, ya sin querer arriesgarse a que los vieran, pegó la espalda contra el muro, llevándose a sus secuaces con él, y escuchó atentamente.

—Creo que lo hicieron bien, dadas sus circunstancias —comentó Massimo—, ahora que lo sé, ¿te importaría contarme la historia completa?

Y sin saberlo, Alberto le contó todo a su mayor enemigo, Ercole no se perdió ningún detalle, enterándose así de que él venía de la Isla, que Luca y su familia también venían del mar, y que Giulia estaba al tanto, al oírlo todo Ercole se dio cuenta que todo tenía sentido, con razón no soportaba a esos dos, desde el principio supo que eran demonios.

Por su parte, Guido y Ciccio repetían en su cabeza lo que pasó, como Alberto se había levantado para revelar su verdadera forma, era... sorprendente, ambos seguían sin poder creerlo, creían en la existencia de monstruos marinos, pero jamás se imaginaron que pudieran transformarse fuera del agua.

Era increíble.

Conforme más pasaba el tiempo, y mientras más escuchaba a Alberto; Guido empezó a tranquilizarse, escucharlo hablar era... como oír hablar a cualquiera, su tono de voz no cambiaba en esa forma, tal y como él había dicho hace unos momentos, los monstruos marinos eran personas, solo que con cola. Al escuchar sus motivos de escapar, y porque querían ganar la Vespa, incluso se sintió empático hacia ellos; Ercole solo quería el premio para poder sentirse superior a los demás, y gastarse el dinero en algo egoísta, y ellos solo para mantener su estatus como los amigos de Ercole, para así...

A quien engañaba, él era igual de malo que Ercole, creía que por ser su amigo eso lo ponía encima de los demás niños.

«Demonios, soy patético» pensó.

Siguieron escuchando, hasta que Massimo y Alberto regresaron a la casa, al asegurarse de que no quedaba nadie más, los tres salieron, lentamente, de su escondite, temerosos de que pudieran regresar en algún momento, después de todo, Alberto tenía colmillos y garras, y no se veían inofensivas.

Ercole se quedó mirando el camino hacia la pescadería, mientras que Guido se dobló por la mitad, llevándose ambas manos a las rodillas, y Ciccio veía hacia el mar, aun costándole creer lo que vio.

No fue hasta que Ercole empezó a reírse como un loco, que ambos voltearon a verlo.

—¿Ercole, qué pasa? —preguntó Guido, sintiéndose preocupado de que la revelación quizás enloqueció a su jefe.

Ercole siguió riéndose por un buen rato antes de responder:

—¿No lo ven? —Y apuntó hacia la pescadería—, ¡todos nuestros problemas estás resueltos!

Los dos vieron a la tienda, y luego de regresó al matón, sin entender que quería decir, Ercole rodó los ojos, enojado por su estupidez.

—¡Idiotas! ¡¿Acaso no se dan cuenta lo que esto significa?! ¡Esos dos vagos son monstruos marinos! ¡No son personas, lo que significa que podemos cazarlos!

Guido palideció al escuchar eso, sintió que estaba de regreso en el bote ese día, miró a Ciccio, pero si amigo se veía igual de confundido que él.

—¿A qué te refieres, Ercole? —preguntó, sintiéndose preocupado.

—Maldita sea Guido, ¡piensa! —le gritó acercándose a él, y moviendo su mano violentamente en su dirección—, ¡son monstruos, Guido! Nadie evitará que nos encarguemos de ellos, ¡vamos a liberar a Portorosso de dos monstruos marinos!

Así podría deshacerse de ellos, y ganar el dinero de la recompensa, era perfecto, todo lo que había deseado desde aquel día en que los conoció.

Guido sudó frío, no podía hablar en serio, entendía que Luca y Albero no le agradaran, ¡pero llegar al punto de matarlos! Si bien eran... monstruos marinos, al ver que hablaban y tenían conciencia, le costaba mucho imaginándose cazándoles, atrapándolos en redes o lanzándoles arpones.

Después de todo eran... no sabía si eran personas, pero sí niños, tenían su misma edad, ¡por Dios! ¡Ercole hablaba de cometer un homicidio!

—Ercole —dijo con voz temblorosa, era hora de desafiarlo, ya sabía que esto le ganaría unos buenos golpes, pero tenía que hacer algo para evitarlo, no podía dejar que matara a ese par—, no podemos cazarlos.

Ercole apuntó sus ojos hacia él.

—¿Qué dijiste? —preguntó maliciosamente.

Guido tragó saliva, Ercole estaba usando ese tono.

—No podemos cazarlos, ellos son... son... —no podía sacar las palabras que quería, porque para empezar, él aún no sabía cómo referirse a ellos.

—¡Por favor, Guido! —Ercole lo interrumpió violentamente—, no me vayas a decir ahora que sientes compasión por esos pescados.

Guido quería argumentar, pero que Ercole estuviera dirigiendo todas sus frustraciones hacia él lo ponía nervioso, su cerebro no podía formular los pensamientos correctamente, así que solo balbuceaba.

—¿Lo ves? —Preguntó Ercole en tono burlón—, esas cosas traen enfermedades, número dos ya te contagió su imposibilidad para hablar.

Se rió y miró a Ciccio, el rubio estaba incomodo por el trato que su amigo estaba recibiendo, pero se unió a las risas en cuanto Ercole lo vio, temeroso de las represalias que podría sufrir.

Guido no se sintió tan mal, estaba acostumbrado a los abusos de Ercole, ignorando sus burlas, prefirió controlarse para tratar de disuadir a su jefe, pero este habló antes.

—Ciccio, tú lo viste con tus propios ojos, ellos no son personas, son monstruos, no pertenecen aquí y jamás debieron haber venido, ahora tienen que lidiar con las consecuencias.

Y sonrió maliciosamente antes de darse la vuelta para dirigirse a Ciccio; Guido soltó un suspiro que traía atorado desde que Ercole lo confrontó, algo estaba muy mal, no era como las otras ocasiones donde quería hacer una maldad, no, ahora hablaba como un psicópata, su voz daba a entender que quería hacerles daño, una cosa era golpearlo en el estómago para intimidar, pero parecía que quería llegar al siguiente nivel...

«¿Cómo puedes hablar en serio?» Pensó, pero la verdad es que lo sabía, se lo había dicho, él no los veía como personas, para él eran monstruos.

Y haría lo que todos esperaban al encontrarse con un monstruo marino.

—Ciccio, ve por el arpón y las redes, esta noche cazaremos a un monstruo marino.

Guido miró a su amigo, quien claramente estaba asustado, siempre había sido más sumiso ante Ercole, pero hasta él podía ver que estaba por cruzar una línea de la cual ya no se podía volver, pero conociéndolo... le daría miedo y terminaría haciendo lo que Ercole le mandara.

Tenía que detenerlo, antes de que fuera demasiado tarde.

—Ercole, espera —le dijo.

Él se detuvo y se volvió para verlo, Ciccio lo volteó a ver, aliviado de que quizás lograran zafarse de ello.

—¿Qué? —preguntó calmado, pero Guido supo que solo era cuestión de tiempo para que estallara contra ellos.

«Contrólate, tu moralidad depende de que hagas esto bien», se dijo antes de seguir.

—C.... cr... creo que es mala idea intentarlo ahora —finalmente pudo decirlo, no fue fácil, ya que estaba tratando de pensar cada paso a la vez.

Ercole se llevó ambas manos a la cintura y se enderezó.

—¿Eso crees, Guido? —Uso un tono burlón otra vez—, ¿y por qué?

«No podrás convencerlo de desistir, así que solo intenta retrasarlo, si logras que se rinda por esta noche habrás ganado» pensó.

—Porque ya entró a la pescadería, podrían acusarnos de allanamiento.

—Guido idiota, ¿tú crees que nos arrestarán por eso, cuando vamos a salvar al pueblo de la amenaza de un monstruo marino? ¡Seremos héroes! —Movió ambas manos al frente—. ¡Ahora cállate y tráeme mi arpón!

Guido quiso retroceder y obedecerlo, pero no lo hizo, debía mantenerse firme, al menos por esta noche.

—Pero lo digo porque podríamos despertar a Massimo y a Giulia, y ellos saldrán a defender a esos dos, ya viste como habló Massimo de Alberto, es obvio que lo quiere, y no creo que nos libremos tan fácil si lo atacamos.

Ercole rodó los ojos, él no le temía a ese pescador de un solo brazo, Guido se dio cuenta de que eso no sería suficiente para convencerlo, así que agregó algo que seguramente no podría resistir.

—Además, oíste que los padres de Luca quizás no lo dejen volver, si es así Alberto tendrá que ir a buscarlo y traerlo, si lo atrapamos esta noche, quizás perdamos a Luca para siempre —eso sí tuvo efecto, ya que Ercole cambió su expresión burlesca a una más seria—, ¿quieres arriesgarte a perderlo? Aún tendríamos a Alberto, ¿pero no sería mejor poder cazar dos monstruos marinos?

Por supuesto que él no quería cazar ni uno, pero presentía que esa era la única manera en que Ercole desistiría.

El matón se llevó una mano a la barbilla, y se quedó pensativo, miró de nuevo a Guido, quien hizo lo que pudo para mantenerse en su posición, y aparentar una cara de seriedad, de que estaba convencido en sus palabras; luego miró a Ciccio, pero él solo bajó la mirada.

Por último, Ercole vio hacia la pescadería, y sonrió.

—¿Sabes una cosa, Guido? —Se volvió para verlo, y lo señaló con un dedo—, no eres tan tonto como aparentas.

¿Por qué conformarse con uno? Cuando podía tener a los dos, el doble de la recompensa, doble satisfacción, después de todo, los dos lo irritaron, solo era justo que ambos pagaran el precio.

Guido sonrió, quería soltar el gran suspiro que estaba atorado en su garganta, pero solo podría cantar victoria cuando Ercole dejará de mirarlo, sino, podría hacerlo sospechar.

—Muy bien, esperaremos hasta mañana, si número dos no regresa para la tarde, nos conformaremos con atrapar a número uno.

—Debemos planearlo bien, para que sea en un lugar donde ni Massimo ni Giulia puedan protegerlos —Guido odiaba tener que darle ideas para hacer la captura más probable, pero era la única manera que se le ocurría para retrasarlo.

—Es cierto, debemos planearlo con mucho cuidado, este es mi gran momento, y no quiero que se arruine por nada.

«Gana tiempo, gana tiempo» es todo lo que Guido se decía a sí mismo, luego... ya pensaría en cómo solucionarlo.

—Bueno tontos, es hora de irnos —sería su última orden del día, después de todo, él también estaba cansado, aunque eso sí—, pero prepárense, esto apenas empezó.

Ahora que había localizado a su presa, no iba a dejarla ir por nada del mundo.

...

Volvieron hasta el lugar donde Ercole había dejado su Vespa, él se montó en ella para luego despedirse:

—Más les vale que descansen idiotas, porque mañana —y los miró fijamente a ambos—, vamos a cazar unos monstruos marinos.

Dicho eso arrancó, levantando una nube de tierra que cubrió a ambos, los chicos cerraron los ojos y trataron de cubrirse con las manos, Ercole dio un derrape y salió en dirección a su casa, dejando a Ciccio y Guido por detrás, tosiendo.

Cuando la nube se hubo disipado, los amigos abrieron los ojos y se vieron entre ellos, no tuvieron que decirse nada para saber lo que ambos pensaban.

Ercole había perdido la cabeza.

Lo sabían, pero ninguno quería decirlo en voz alta, temerosos de que él aún pudiera escucharlos, pese a lo improbable de esa idea, en vez de armarse de valor, ambos caminaron rumbo a sus casas, fue un paseo incómodo, ya que ninguno se dirigió la palabra, no fue hasta que Guido no pudo soportar más el silencio que habló:

—¿Qué piensas?

—¿Sobre qué?

—Tú sabes qué.

Ciccio suspiró mirando al suelo.

—No lo sé

—Yo sí, que Ercole está demente.

Pero Ciccio movió las manos hacia los lados.

—No digas eso.

—Es la verdad, ya lo oíste, ¡quiere matar a Luca y Alberto!

Ciccio no respondió, tan solo apartó la mirada, era claro que no quería hablar de ello, pero Guido debía insistir, era la única manera en que conseguirían detenerlo.

—No podemos dejar que lo haga

—Bueno...

Guido abrió los ojos como platos.

—No me digas que estás de acuerdo con él.

—¡Por supuesto que no! —Agregó rápidamente—, pero... no conocemos a esos dos en realidad.

—Hay muchas personas que no conocemos, y aun así no vamos por ahí matándolos.

Ciccio no supo que más decir, porque tenía razón, solamente intentaba buscar "excusas" porque no quería contradecir a Ercole.

—No podemos dejarlo hacer esto —dijo Guido deteniéndose.

Ciccio hizo lo mismo.

—¡Quiere matarlos! No podemos ayudarlo en esto, puede que Luca y Alberto no nos caigan bien, pero esa no es razón para asesinarlos.

—No son humanos —lo había dicho, pero no porque que creyera que eso justificaba el cazarlos, sino porque era la única excusa que le quedaba.

—Ya lo sé pero... tú lo viste.

—Sí, que le salía una cola.

Guido rodó los ojos

—Me refiero a que viste que, a pesar de todo, Alberto seguía siendo él, ni siquiera la voz le cambió, no se volvió agresivo ni nada.

—¿A dónde quieres llegar?

—A que, a pesar de que a Alberto le salgan aletas y una cola... Sigue siendo un niño, solo que... Un poco diferente.

—¿Un poco?

Guido soltó un grito de irritación, ¿por qué Ciccio le daba tantas vueltas al asunto? Era obvio que Alberto era como ellos, no estaba bien cazarlo como si fuera un animal.

—Ciccio, ¿en verdad quieres convertirte en un asesino?

Su amigo abrió la boca, pero no tenía ningún argumento, porque la respuesta era bastante obvia y sencilla:

—No.

Guido sonrió, sabía que su amigo seguía siendo noble, Ercole no había exterminado por completo sus valores.

—Pero... ¿desobedecer a Ercole?

Y ahí estaba otra vez, la mirada asustada de Ciccio, quien dejaba de ser un robusto muchacho de trece años para convertirse en un cachorro asustado de la vara de su amo. Guido suspiró derrotado y miró al suelo.

¿En qué momento se hicieron los lacayos de Ercole? Incapaces de contradecirlo, de levantarse en su contra para defender lo que sabían que estaba bien.

Y entonces lo recordó, aquel fatídico día en que todo empezó...

...

Fue hace unos años, cuando Ciccio y él eran pequeños, se encontraban en la plaza, viendo como los demás niños jugaban entre ellos, sintiéndose algo temerosos de hablarles.

—Deberías empezar tú —le pidió Ciccio, él siempre había sido más tímido que Guido, así que era normal que su amigo tomara la delantera.

Pero Guido solo miró a los demás niños, trago saliva e intentó levantarse, pero volvió a sentarse en los escalones casi de inmediato.

—No puedo.

Ciccio suspiró derrotado, recargando su barbilla en sus manos, ya llevaban cuatro meses viviendo en el pueblo, sus familias se mudaron casi al mismo tiempo, lo que hizo que ambos pudieran conectar por ese detalle, pero por alguna razón, les costaba acercarse a los demás, quizás era porque los demás habían vivido ahí por años, y ellos eran los forrajeros, temían que los vieran como raros, y que los alejaran por ello, conocían a los niños, la primera impresión lo era todo.

Incluso habían intentado hacerse amigos de la hija del pescador; Giulia, sabiendo que ella solo vivía en Portorosso durante los veranos, pero rápidamente encontraron que el entusiasmo de la niña era demasiado para ellos, nunca se estaba quieta y no dejaba de hablar, simplemente no pudieron soportarla.

Ella tampoco se mostró muy emocionada con la idea de su compañía, Giulia trataba de enseñarle sobre las cosas que aprendía en su escuela, pero ellos ya tenían suficiente con su propia escuela, estaban de vacaciones, ¿por qué querrían más clases?

Así que fue obvio que ahí no habría unión.

—¿Sabes? —Dijo Guido después de un rato—, quizás deberíamos entrar a esa copa.

Ciccio lo miró, recordando que habían promocionado ese evento desde que Julio empezó, un triatlón donde había que nadar, comer, y subir la colina en bicicleta, sonaba duro para una sola persona, pero se podía hacer equipo para que fuera más fácil.

—¿En serio? —fue la respuesta de Ciccio.

—Piénsalo, si ganamos no solo tendremos el dinero del premio, sino que la gente volteara a vernos, todos querrán ser amigos de los ganadores, ¿no?

Ciccio se quedó pensando, abrió los ojos y sonrió, asintiendo felizmente con la cabeza.

—Perfecto, tú eres buen nadador, entonces puedes encargarte de esa parte, yo puedo comer, y supongo que mientras como tú puedes recuperar energías para pedalear.

Ciccio iba a responder cuando una nueva voz se les unió:

—O podrían agregar un tercero a su equipo.

Los dos amigos se miraron entre ellos, ninguno identificaba esa voz, se pusieron de pie y miraron a sus alrededores, no había nadie.

—Estoy aquí —volvió a hablar, y venía de afuera.

Ambos salieron del pasillo de donde estaban, y vieron que había un niño, unos años mayores que ellos, recargado contra la pared, con una paleta entre sus labios.

—Eh... —empezó Guido, miró a Ciccio, él se encogió de hombros, tampoco lo conocía—, ¿hola?

—Hola —dijo sacándose el dulce de la boca—, Ercole Visconti, seguro han oído sobre mí.

Ambos asintieron con la cabeza, habían oído el apellido entre los habitantes, era una familia que vivía en una mansión a las afueras del pueblo, por lo que escucharon, eran bastante adinerados.

—Excelente, pasaba por aquí y no pude escuchar su pequeña conversación.

Guido se sonrojó, pensando que él y su amigo de seguro se veían patéticos con su deseo de volverse populares.

—Oh, eso... —Guido pensó todas las formas en las que excusarse sin parecer más lamentable, pero antes de que pudiera hablar, Ercole se rió.

—No es un mal plan, créanme, yo he vivido aquí toda mi vida, y puedo decirles que en Portorosso la Copa es algo casi sagrado, gánenla y todo el pueblo aclamará sus nombres, lo sé, yo gané el año pasado.

Guido y Ciccio se miraron entre ellos, sonriendo, si ganaban esa carrera todos los amarían.

—Pero les recomiendo que consigan un tercero, yo logré ganar apenas por poco, casi pierdo en la última parte —hizo una mueca al recordar como Giulia por poco lo rebasaba en la meta—, que uno solo haga las tres partes, o que uno se encargue de dos, no es recomendable, lo mejor es un equipo de tres.

Guido miró hacia Ciccio para ver sí él pensaba lo mismo, el rubio asintió energéticamente con la cabeza, se alegró de ver que ambos estaban en la misma sintonía, no solo así completaban el equipo, sino que también podían contar con alguien con experiencia en la competencia, ¡un ganador! La victoria era prácticamente suya.

—¡Eso es genial! Ercole, nos preguntábamos sí...

—Pero claro que los dejó unirse a mi equipo, por eso se los propuse en primer lugar.

Guido abrió los ojos sorprendido, Ciccio solo se encogió de hombros, al final decidieron no darle importancia, después de todo, Ercole se les había acercado para ofrecerles su ayuda, y era él quien conocía Portorosso y la Copa, era mejor tenerlo al mando.

—Oh bueno... eso es muy amable Ercole, gracias.

—No hay nada que agradecer, mientras se desempeñen bien en la competencia —sonaba algo rudo, pero de seguro solo era para alentarlos a dar todo de ellos, o al menos es lo que pensó Guido.

—Lo haremos —le aseguró.

—Eso espero, porque hay mucho en juego —dicho eso, el chico mayor sacó un recorte del bolsillo de sus shorts, lo levantó en alto para que ambos pudieran verlo.

Guido y Ciccio se acercaron, y vieron que era un recorte de un periódico, donde se anunciaba la venta de una hermosa Vespa roja, los ojos de ambos se iluminaron al ver tan hermoso vehículo.

—Woah —dijeron asombrados.

—Mí objetivo es comprar esta belleza —siguió explicándoles, volvió a guardar el recorte—, si gano este año ya tendré más de la mitad, y podré comprarla el próximo verano cuando vuelva a ganar, ayúdenme a conseguirlo, y les prometo que los llevaré a todos lados con ella, incluso los dejaré manejarla.

Guido y Ciccio casi gritan de la emoción, tener una Vespa era el sueño de todo niño, y más si era de ese hermoso color, además, como iban a trabajar en equipo, eso significaría que la Vespa sería de los tres.

—¡Pero claro que estamos dentro!

—¡No dejaremos que nadie más gané, te lo prometemos!

Ercole sonrió, ya los tenía donde quería.

—Excelente, entonces cuento con ustedes para esto.

Ambos asintieron con la cabeza.

—Perfecto, ahora solo hay una cosa más que necesito de ustedes —acercó su rostro hacia ellos—, para comprobar su lealtad.

Guido y Ciccio intercambiaron miradas, ¿a qué se refería con eso?

No pasó mucho para que lo averiguaran, Ercole los llevó a la plaza, al principio del ascenso, donde les entregó un baguette tan enorme que tenían que cargarlo entre los dos, uno por delante y el otro por detrás, ni Guido ni Ciccio tenían idea de que quería Ercole lograr con todo eso, pero como no deseaban causar una mala primera impresión, no dijeron nada.

—Muy bien, su tarea es subir y bajar la colina en menos de una hora, con el baguette intacto, si lo logran quiere decir que tienen lo que se necesita para estar en mi equipo, si no... bueno, tendré que buscar otros compañeros.

Guido y Ciccio tragaron saliva, esta era la mejor oportunidad que tenían de volverse populares, no podían arruinarla; Ercole sacó un reloj de su bolsillo y lo revisó.

—¡Empiecen, ya!

Los dos corrieron rumbo al ascenso, por supuesto que fue difícil, ya que no estaban acostumbrados al terreno, y como la punta del baguette estaba sin sujetar, le tapaba la vista a Guido, y al no saber muy bien por donde iba, también provocaba que Ciccio se balanceara hacia los lados, ya que tenía que confiar en el liderazgo de Guido.

Apenas y desaparecieron de su vista, Ercole empezó a reírse, no podía creer la buena suerte que tenía, había encontrado a dos idiotas, lo suficientemente desesperados, como para obedecer todas sus órdenes, por más estúpidas que fueran.

Se sentó fuera de un café, listo para pedir una soda, este sería el inicio de un verano grandioso.

En ese mismo instante venía pasando Giulia, venía en su bicicleta con su carroza, ese año papá le había dicho que tenía la edad suficiente para ayudar en la pescadería, a lo que ella se alegró mucho, siempre había querido ayudar a su padre con su trabajo, además de que así practicaba para la Copa, había perdido el año pasado, pero este era el suyo, lo sabía, eso y que deseaba la venganza contra ese tonto que se burló de ella luego de perder, el mismo tonto que ahora se sentaba a reírse mientras otros dos chicos subían la colina con un baguette.

Era obviamente otra de sus maldades.

«Gana la carrera un año y ya se cree con el derecho de mandar a los demás» pensó la chica con enojo; «¡Ah! Este año te voy a derrotar, y así todos verán que no eres más que un patán».

...

El resto era historia, terminaron su prueba lo suficientemente bien para que Ercole los aceptara, conforme pasaron los días, cada vez les ordenaba más y más tareas, algunas tenían sentido, otras eran completar los trabajos que él debería estar haciendo, y luego estaban las que solamente eran para humillarlos.

Ellos lo aceptaron, porque al final de cuentas, les dio lo que deseaban, notoriedad y respeto, más bien miedo, y claro que ganaron ese año, y el siguiente, pero cuando llegó el momento de comprar la Vespa, los trucos de Ercole ya habían surtido efecto, y ellos sabían que eran suertudos de tan siquiera seguirle el rastro, o eso era lo que él les decía.

Pero no se quejaron porque al final, todo el pueblo conoció sus nombres, Guido y Ciccio, los lacayos de Ercole, no te metas con ellos, y su presencia aumentó porque cada año Ciccio crecía, y su físico se hacía cada vez más intimidante, el músculo del grupo, Guido se quedó escuálido, pero como Ciccio genuinamente lo veía como su amigo, le permitió quedarse cerca, además de que era bueno comiendo en la Copa.

Y así fue como se consagraron como el trío del terror, con la única oposición siendo Giulia, aunque era ruda y valiente, el hecho de que era ella sola sí influía mucho en su desempeñó, pese a ello, jamás se dejó intimidar, y Guido tenía que reconocerle eso.

Ahora que lo recordaba, Ercole siempre fue un idiota con ellos, ¿por qué lo habían aguantado por tanto tiempo?

Cual fuera la razón no importaba, porque el daño ya estaba hecho; Ciccio temblaba ante la sola idea de desobedecerlo, era lo único que había conocido por tanto tiempo que ya era comodidad, incluso él no se sentía con completa confianza para traicionarlo.

Pero no podía dejar que sus dudas lo detuvieran, tenía que salvar a Luca y Alberto, y sabía que solo podría hacerlo si tenía a su amigo de su lado.

—Ciccio...

Pero el rubio levantó una mano, creando distancia entre ellos.

—Guido, fue un día pesado, estoy cansado y quiero dormir, hablemos de esto en la mañana, ¿está bien?

Guido quería decirle que no, que necesitaban aclarar lo que iban hacer en ese mismo momento, pero se dio cuenta que sería inútil, su amigo estaba cansado, y en ese estado no pensaría con claridad, lo necesitaba con todas sus fuerzas para esa decisión.

—Está bien.

Ciccio sonrió, agradecido de que Guido entendía su estado.

Ciao Guido, descansa.

Ciao Ciccio, tú también.

Y se fue rumbo a su casa, Guido no dejó de mirarlo hasta que se perdió de vista, cuando estuvo por completo solo, suspiró y fijó su atención en las estrellas, se mordió el labio mientras pensaba en que iba a hacer si su mejor amigo, el único que tenía, no se ponía de su lado en esta. 

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