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Como la Pasta y el Pesto.

Nota del Autor: Este capítulo es muy especial, ya que decidí actualizar hoy ya que... ¡Es el estreno de "Ciao Alberto"! Y ya que esta parte está enfocada totalmente en este par, me pareció adecuado hacerlo hoy, y también como es a modo de celebración, el capítulo es el doble de largo de lo que sería una entrada normal, espero que lo disfruten mucho. También estoy muy emocionado de tener más contenido de "Luca", y espero que no sea lo último que veamos de estos personajes (Giulia no sale en el corto por lástima :( , así que me deben otra participación de ella) 

Por cierto, ¿notaron que Luca tiene la película con su nombre, y ahora Alberto tiene el corto? Necesitamos otra entrega con el nombre de Giulia en el título para cerrar la trilogíá Relegados ja,ja, ja. 

Hablando en serio, espero que no sea la última vez que los veamos, bueno sin más que agregar que disfruten el capítulo, y vamonos a gozar de "Ciao Alberto" 

Cuando Massimo y Alberto llegaron a la playa, todo estaba calmado, tan solo se escuchaba el golpear de las olas en la costa, y de unas cuantas gaviotas que todavía estaban activas, el chico tomó asiento sobre la arena y abrazó sus piernas con ambos brazos, no quería admitirlo, pero estaba preocupado, por más que disimulara con sus amigos, ahora que solo eran Massimo y él, se sentía como una foca a merced de un gran tiburón blanco.

«Silencio Bruno» se regañó. «No seas tonto, Massimo no tiene ningún motivo por el cual lastimarte».

«A menos que haya descubierto la verdad, ¿Cómo sabes que el Trenette al presto no estaba envenenado? Puede que en estos momentos Luca y su familia estén muertos».

«¡Cállate Bruno!» Le volvió a decir, aunque para ser honesto, eso parecía ser un pensamiento que Luca podría tener, y no sabía si eso era algo bueno o malo.

Massimo acomodó la lámpara y se sentó al lado del chico, no había mucho espacio entre ellos, Alberto empezó a juguetear con sus manos de manera nerviosa, mientras ponía uno de sus dedos gordos del pie encima del otro, el pescador pudo notar que el chico claramente estaba incómodo.

« Si aquí está así, no quiero ni imaginare si nos hubiéramos quedado en la casa» pensó.

Lo cual lo sorprendía un poco, todo este tiempo fue Luca el más nervioso y temeroso, claramente se sintió intimidado por su tamaño y complexión cuando se conocieron, mientras que Alberto solo quedó maravillado, y mostró confianza a pesar de su imponente imagen; verlo así de asustado era algo alarmante.

Massimo tomó aire, lo último que quería era hacer sentir mal a Alberto, quizás era el mayor y más fuerte del trío, pero eso no quitaba que aún era joven, y en comparación a él mismo, era muy pequeño, sus instintos parentales entraron en juego, quería poner un brazo alrededor del chico y envolverlo en un abrazo, pero no sabía cómo Alberto reaccionaría, así que lo mejor sería hacerle saber que no tenía nada que temer.

Tosió un poco para aclararse la garganta, esta sería una de las conversaciones más importantes de su vida.

—Oye tranquilo, no has hecho nada malo.

—¿Ah no? —preguntó Alberto viéndolo a los ojos.

—No, lo único que Luca y tú me han traído desde que llegaron es alegría—no había necesidad de ocultarlo.

Eso pareció relajar los nervios del chico, quien sonrió y miró hacia el agua, eso también animo a Massimo, parecía ser que las cosas iban por buen camino.

—Es lo que le dije hoy a los Paguro, parece haberlos convencido para que se quedaran.

Eso alegró más a Alberto, si tanto Giulia y su padre se mostraban amistosos, y le abrían la puerta a los Paguro, quizás realmente vieran que era seguro para ellos allá arriba, y permitieran que Luca volviese.

—Gracias —fue lo único que respondió.

—Soy yo el que está agradecido con ustedes, por todo lo que han hecho por mí, y por Giulia, creo que jamás podré pagárselos.

Alberto bajó la mirada mientras hacía una mueca, escuchar eso lo hizo arrepentirse por la hostilidad que le había mostrado a Giulia desde que ella le regaló su libro a Luca, en realidad, desde que su amigo logró insultar a Ercole y Giulia lo abrazó, por suerte que nadie se dio cuenta esa vez. Si lograba regresar a casa de los Marcovaldo, le pediría una disculpa a su amiga.

—Creo que no hay nada que pagar, señor Massimo, Luca y yo estamos muy agradecidos de que nos dejara quedar con usted.

—La mejor decisión que he tomado en años —respondió con toda la seguridad del mundo.

Massimo sonrió, Alberto se veía mucho mejor, pero ahora venía la parte fea... tenía que cuidar muy bien sus palabras, no quería que Alberto malinterpretara algo, tenía el presentimiento de que si decía algo equivocado, o que alterara al chico, lo perdería, y no es que quisiese presionarlo, pero quería asegurarse de su bienestar.

Alberto sacó un poco el pecho, todo estaba bien, Giulia y Massimo estaban felices con ellos, los Paguro la habían pasado genial, parecía que todos podían ser amigos, entonces, ¿por qué Bruno seguía sin callarse? ¿Por qué no lo dejaba en paz?

Un rápido vistazo al agua se lo recordó.

«Solo porque Giulia los acepte como anfibios, no quiere decir que Massimo lo hará».

Alberto quería callarlo, con todas sus fuerzas, pero Bruno parecía más fuerte que nunca, porque lo quisiera o no, seguía ese problema, Massimo odiaba a los monstruos marinos, y nada garantizaba que no le arrojará un arpón en cuanto lo viera de morado, ni a él ni a los Paguro. El chico tragó saliva, ese pequeño detalle sería suficiente para destruir todo lo que habían construido, y francamente eso era deprimente.

—¿En serio?

—Por supuesto, es como le dije a los padres de Luca, antes de que llegaran solo éramos Giulia y yo, a ella le cuesta hacer amigos, ¿no te lo dijo?

Alberto asintió con la cabeza.

—Y yo... tampoco tengo muchas visitas, estoy solo la mayor parte del tiempo.

Alberto abrió los ojos sorprendido, jamás se había detenido a pensar como sería la vida de Massimo mientras Giulia estaba en Génova, sabía que era querido y respetado en el pueblo, pero ahora veía que eso no equivalía a tener compañía todo el tiempo.

«¿Es qué todos estamos solos?» Pensó.

—Oh, lamento escuchar eso.

Massimo se encogió de hombros.

—Llegas a acostumbrarte.

Alberto odiaba admitirlo, pero sabía perfectamente cómo se sentía eso.

Tras eso ambos volvieron a quedarse callados, mirando las tranquilas aguas de esa noche, Alberto soltó un suspiro y apoyó la barbilla sobre sus rodillas, sus ojos estaban puestos en la isla, aún en la oscuridad podía identificarla, ese lugar al que había estado confinado tanto tiempo...

«Y al que podrías volver esta noche».

«¡Cállate Bruno!».

Massimo suspiró y se quitó su sombrero para llevárselo al pecho, suficiente de rodeos, tenía que ir al punto y ya.

—Alberto, la razón por la que te digo todo esto, es porque quiero que sepas que me preocupo por ti.

Alberto quería preguntarle que si como un padre, pero las palabras no lograron salir de su boca, así que simplemente se quedó callado, y ocultó aún más su rostro.

Massimo dudó si debía continuar, Alberto claramente no estaba pasando por su mejor momento, pero se dijo que tenía que seguir, solo hablando con él podría comprenderlo, y ayudarlo.

—Sé que Luca y tú no son de Génova.

Alberto se quedó congelado, todas sus mentiras se venían abajo, Massimo los había descubierto, era su fin.

—Oh —respondió rascándose detrás de la cabeza—, ¿lo sabes?

Massimo asintió con la cabeza.

—Desde el momento en que los conocí.

—¿Y aun así no dijiste nada?

—Cómo te dije, trajeron tanta alegría a la casa que no realmente me importó.

Alberto volvió a mover sus manos, si ese era el caso, ¿Por qué sacaba el tema ahora? ¿Qué había cambiado?

—Y ahora que hablé con Daniela y Lorenzo, me dijeron la verdad, que tuvieron una discusión con Luca, y que por eso escapó contigo.

Así que eso había pasado, el chico se preguntó que tanto los Paguro le habrían contado, por lo que Luca le contó de sus padres, dudaba que fuera el secreto, pese a el buen trato de Massimo, Daniela de seguro seguía desconfiando de él por ser humano, gracias a los peces que no habían visto los arpones, ni los recortes.

Pero en el otro lado... Luca fue quien tuvo la idea de decir la verdad, y eso debió sacarlo de alguien, ¿verdad? ¿Y sí los Paguro le contaron el secreto, y todo esto era para decirle que los aceptaba como anfibios? El corazón de Alberto latió de alegría al pensar eso, pero rápidamente se dijo que no se hiciera de tantas esperanzas, tenía que estar preparado para lo peor.

Abrió la boca para hablar, pero ningún sonido salió de ella, no sabía que decir. ¿Debía admitirlo? ¿Tratar de excusarse?

—Algo me dice que fue tu idea.

Unas gotas empezaron a formarse en la frente del chico, Massimo le había dado en el clavo, ahora que los conocía sabía que Luca no habría tenido la iniciativa, Alberto era el que llevaba las acciones a cabo, de seguro ahora pensaba que él era una mala influencia, y le ordenaría que se alejara de su hija para siempre, y que jamás volviera a su casa.

—Señor Massimo yo... —dijo arrastrando cada palabra, no podía conseguir el tono seguro y confiado que siempre usaba, estaba asustado, el hombre al que tanto admiraba lo estaba viendo como realmente era, un mentiroso.

«Sé que mentí, pero no quería herir a nadie... solo quería dejar de estar solo» pensó, estaba luchando por no llorar, en verdad que lo estaba intentando.

—Alberto, está bien —lo reconfortó Massimo rápidamente, poniéndole una mano en la espalda, al demonio la sutileza, Alberto claramente estaba sintiéndose mal, y él debía hacerle saber que no tenía nada que temer—, no te voy a juzgar.

Alberto se sorbió un moco antes de preguntar:

—¿Ah no?

—No, ¿fue la mejor opción? Claro que no, ¿fue arriesgado, y te regañaría para que nunca lo volvieras a hacer? Por supuesto, pero... puedo entenderlo.

—¿En serio?

Massimo asintió con la cabeza.

—Tú y Luca son jóvenes, a esa edad... es casi divertido desafiar a los padres, cuando tenía tu edad robé el bote de mi padre una noche, para ir a cazar monstruos marinos.

Alberto se acercó más a Massimo, odiaba el motivo por el cual había desobedecido a su padre, pero estaba tan interesado en poder averiguar algo del pasado de su ídolo, que lo dejaría pasar.

—Él me dijo que era demasiado joven, que me faltaba experiencia, pero yo quería probarme a mí mismo... en ese entonces, yo me sentía... como alguien que era menos —giró ligeramente su cabeza al brazo que le faltaba.

Alberto abrió los ojos, ¿Massimo sintiéndose como que no valía? ¡Eso era imposible! Massimo era el humano más fuerte y capaz que conocía, la forma en que con un solo brazo podía sacar cardúmenes de peces era impresionante, esa fuerza era superior a la de muchos monstruos marinos juntos, y ni hablar de la manera tan cool que tenía de cortar las redes.

¿Cómo podía Massimo sentirse así de inseguro?

—Y pensaba que si yo capturaba a un monstruo marino, y lo traía al pueblo, pasaría de ser el pescador de un brazo a... el héroe del pueblo —se rió, ahora que lo recordaba, era gracioso pensar que hubo un tiempo en que pensó que necesitaba la aprobación de los demás.

Y todo por ser un poquito diferente, por suerte los años y la experiencia le hicieron ver que lo único que necesitaba era aceptarse a él mismo, y que el que le faltara un brazo no lo definía como persona, sino su carácter y la fuerza de su corazón, y si las personas no podían ver eso, ese no era su problema.

Aunque sí disfrutaba mucho las historias que les contaba a los niños de que había perdido el brazo peleando con un monstruo marino, y más aún la reacción de los pequeños; ja, ja, nunca pasaba de moda.

Pero se estaba distrayendo del tema, tenía que enfocarse.

—Así que una noche, mientras él y mi mamá dormían, me escabullí y fui a altamar, seguro de que esa sería mi noche.

Alberto tenía toda su atención en el relato, quizás Bruno seguía molestándolo, pero él ni lo escuchaba.

—Pasaron muchas horas sin que viera tan siquiera una escama, estaba por darme por vencido cuando algo sacudió el bote —hizo una pausa, los años habían pasado, y aun así recordaba el miedo que sintió cuando la embarcación empezó a agitarse—, la red lo había atrapado, pero esa cosa era muy fuerte, sacudió mi bote como si fuera una gelatina.

Alberto apretó los dientes al recordar como el mismo casi hunde una lancha.

—Traté de jalar la red para subirlo a la cubierta, pero eso era demasiado fuerte.

Alberto se quedó mirando los músculos de Massimo, el pescador soltó una risa.

—No siempre me he visto así de bien.

Alberto no pudo evitarlo, y también se rió un poco, esa era una de las muchas cosas que amaba de Massimo, su sentido del humor.

—Así que luchamos, pero al final la bestia gañó, rompió la red y se fue nadando... llevándose el torno con él.

Alberto estaba sorprendido, sabía que los anfibios eran fuertes, pero jamás escuchó de uno que fuera tan fuerte, quizás debió ser uno muy viejo, de ahí se explicaría su poder.

—¿Y qué paso después?

—Volví a casa derrotado, mi padre estaba furioso conmigo, y con mucha razón, no solo lo desobedecí, sino que mi pequeña hazaña costaría mucho, un tomo no es barato.

—¿Qué tanto?

—Unas tres copas de Portorosso.

Alberto se quedó callado, eso sí era mucho dinero.

—Trabajé sin salario por casi dos meses para reponerla, además de que tuve que tomar otros empleos para completar.

Alberto miró a la arena, metió su dedo gordo en ella y luego lo levantó, arrojando un poco de ella.

—Vaya, sí que lo arruinaste, ¿no?

Massimo se rió potentemente.

—Sí, sí que lo hice, pero en su momento no lo vi así, creí que estaba haciendo lo correcto, como te dije, cuando uno está en esa edad no piensa muy bien las cosas, solo sigue a su instinto, así que entiendo porque ustedes hicieron lo que hicieron.

Alberto estaba aliviado, ¡por fin alguien que lo entendía! Cuando lo planearon no tenían en mente el dinero, ni el gas, ni el hotel ni nada de esas cosas, solo querían asegurarse de que no serían separados, lo demás venía después.

—Gracias, señor Massimo.

Él sonrió, aunque rápidamente su sonrisa desapareció, ya había pasado la parte bonita, su misión de hacer sentir a salvo al chico estaba completa, ahora venía la parte realmente difícil.

—Alberto, la razón por la que te digo todo esto es porque no quiero que sientas que te voy a juzgar, o a regañar, lo único que quiero es que estés bien, por eso necesito que seas muy honesto con lo que te voy a preguntar.

Esperaba que al haberle contado un incidente de su pasado, el chico también se permitiera ser vulnerable con él, y que no se guardara nada, aunque claro que, si Alberto decidía quedarse callado, él lo respetaría.

El moreno bajó la mirada apretando los dientes, el momento había llegado, por todo lo que habían platicado le era imposible averiguar que quería preguntarle, tan solo tendría que callar a Bruno, y prepararse para lo peor, solo por si acaso.

—¿Q... qué quieres preguntarme?

Massimo tomó aire, ya no había marcha atrás.

—Alberto, cuando le pregunté a los Paguro si tú también habías tenido problemas con tus padres, ellos me dijeron que no los conocían.

Alberto sintió como si le hubieran echado un balde de agua fría.

«Así que es eso se dijo».

—Lo único que sabían es que, vives en la torre de la Isla.

«¿Cómo supieron eso?» Se preguntó, aunque rápidamente se respondió él solo, el mismo Luca había mencionado que la Torre sería el primer lugar en que lo buscarían.

Massimo tuvo que hacer un esfuerzo por no preguntarle cómo habían salido de la Isla si no sabían nadar, o como sabían tanto de peces, por más que quisiese esas respuestas, tenía que poner el bienestar del chico primero.

—¿Es eso cierto, Alberto?

Él asintió con la cabeza, quería empezar a dejar de mentir, parecía un buen momento para hacerlo, eso y que cualquier mentira sería floja, Massimo la detectaría al instante, y eso solo le traería más problemas.

—¿En esa isla también viven los Paguro? ¿Hay un poblado o una comunidad?

Alberto negó con la cabeza.

«Bueno, los Paguro no son de ahí» pensó Massimo, un poco decepcionado, pero ese ya sería un misterio para resolver otro día.

—No, soy solo yo y mi papá.

Massimo se sintió aliviado, el chico no estaba solo, tenía un padre que veía por él, ya con eso se sentía mucho más tranquilo, aunque... si había un padre, ¿por qué no había ido a buscarlo? La reacción de los Paguro fue la más parental que pudiera imaginar, si un día Giulietta desapareciera, él movería mar y tierra hasta encontrarla, no dejaría ni una roca sin revisar.

«No prejuzgues, dile a Alberto que te diga toda la historia primero» le dijo su conciencia.

—Tu papá, eso es bueno.

Massimo no notó que el chico cerraba sus puños.

—¿Él sabe que estás aquí? ¿Sigue en la isla?

Alberto estaba asustado, Massimo estaba hurgando en una herida muy profunda, una que le dolía tanto, que ni al mismo Luca se la había dicho, una que casi hace que arruine todo... Peces, que bueno que Giulia descubrió la verdad antes, de lo contrario, algo le decía que hubiera usado eso en contra de la chica.

«No pasa nada, solo no le digas lo que pasó, hazle como con Luca, solo di que papá sale mucho».

«Dijiste que ya no ibas a mentir».

«No es una mentira... solo... lo desvías de la verdad».

—No...él tiene mucho trabajo en otros lados... es por eso que casi no está en casa.

La poca paz que Massimo había logrado sentir desapareció.

—Espera... ¿él te deja solo?

Alberto pudo notar que la voz de Massimo cambiaba, sonaba más molesta, era un tono que hasta entonces no le había escuchado.

—Sí... pero está bien, yo puedo cuidarme solo, él me enseñó a pescar para que no me muera de hambre, y hay muchas cosas en la isla para cocinar, mantas, en realidad tengo de todo.

Trataba de sonar casual, como cuando hablaba con Luca y Giulia, pero eso no parecía estar funcionando; Massimo tenía una mueca en su rostro, estaba asqueado.

«Es bueno que los padres les enseñemos a nuestros hijos a valerse por ellos mismos, ¡pero tampoco es correcto que los dejemos por completo a su suerte! Alberto todavía es un niño, ¡por el amor de Dios!» Pensaba con mucho enojo.

¿En qué estaba pensando el padre de Alberto?

—Alberto... dijiste que él salía muy seguido, ¿no?

Él asintió con la cabeza; Massimo no quería presionarlo, pero mientras más escuchaba peor se ponía el asunto, tal vez Alberto no estaba escuálido ni desnutrido, pero eso parecía ser un caso de negligencia.

—¿Qué tanto tiempo pasas solo?

Quizás aún hubiera algo que él pudiera hacer, no solo hablar con ese sinvergüenza cuando regresara, y dejarle bien en claro que, si no cambiaba sus modos, llamaría a la policía, y se aseguraría de apartar a Alberto de su lado para siempre, pero también proponerle a Alberto que podía esperar a que regresara en su casa, el verano casi terminaba, y Giulia tendría que volver a Génova pronto, dejando su cuarto disponible, él estaba seguro que a su hija no le importaría compartir su habitación mientras no estaba, así por lo menos podría cuidar a Alberto.

Sin saberlo, Massimo lo había dejado en un rincón sin salida, Alberto sabía muy bien cuanto tiempo había pasado solo, demasiado bien, pero no podía dejarlo saber eso, si lo hacía....

No pasaría nada, solo le daba vergüenza admitir la verdad, era un niño que ni su padre quería.

Massimo notó que Alberto no le respondía, miró de nuevo al chico; el pequeño estaba temblando, sus pies se movían de arriba hacia abajo como si estuviera a punto de tener un ataque, y sus ojos... tenían lágrimas en ellos; el enojo lo abandonó de inmediato.

«¡Tonto! Lo presionaste demasiado» se regañó a sí mismo.

—Oh Alberto, lo siento, no quería... —puso una mano en el hombro del chico, y eso fue el punto de quiebre.

Alberto soltó un alarido y se abalanzó sobre Massimo, rodeando su pecho con sus brazos y hundiendo su rostro en él, ya no podía controlarse, no había forma en que pudiera seguir ocultándolo, había cargado con eso demasiado tiempo, tenía que decírselo a alguien, y Massimo había logrado atravesar todas sus defensas, de un modo que ni el mismísimo Luca pudo.

—Alberto, yo... —continuó un muy asustado Massimo.

—¡Él me abandonó! ¡¿Está bien?! ¡Él me dejó!

Las cejas de Massimo se elevaron, sin poder creer lo que acababa de escuchar.

—¿Qué?

Alberto apretó con más fuerza su cabeza contra el torso de Massimo.

—Él me dijo que tenía edad suficiente para cuidarme solo... y se fue... creí que volvería... que cambiaría de opinión... pero jamás regresó...

Tenía dificultad para hablar, pues entre cada palabra había un lloriqueo que iba incrementando.

—Espera, Alberto —Massimo puso una mano en la barbilla del chico, levantó un poco su dedo provocando que el niño lo mirara a los ojos, era una suerte que estuviera tan preocupado por él, ya que así no notó las líneas moradas en el rostro del muchacho, marcadas por la trayectoria de las lágrimas—. ¿Él solo se fue?

Alberto quería decirle que no, que antes le enseñó a pescar, a identificar las plantas que eran comestibles, a de qué lado del bote se asomaban los humanos, y de cual era más fácil robarles; pero lo único que pudo hacer fue asentir con la cabeza.

Massimo no quería preguntarle lo siguiente, pero tenía que hacerlo, debía saber la gravedad de los hechos.

—¿Hace cuánto?

Alberto se sorbió un moco.

—Empecé a poner una marca en la pared por cada día desde que se fue... al final fueron... trescientas ochenta y tres —volvió a sorber antes de añadir—, aunque eso solo fue porque dejé de contar.

«Eso equivale a un año y medio» pensó Massimo horrorizado.

Su puño se cerró, él no era una persona violenta, pero en esos momentos estaba sintiendo fuego en su estómago, ¿qué clase de hombre era capaz de hacer algo así? No, ningún hombre podría hacer eso, porque el padre de Alberto no era un hombre, ¡Era un cobarde! ¡Y un sinvergüenza! Alguien que no merecía tener un hijo tan extraordinario como Alberto. Massimo deseó que regresara un día, pero no para que Alberto pudiera reunirse con él, oh no, quería que volviera para que pudiera darle la paliza de su vida, si ese maldito alguna vez enseñaba su rostro, comería por un popote por al menos tres meses.

La furia que estaba sintiendo podía mover montañas, pero al bajar la mirada, y notar como el pequeño Alberto se aferraba a él, la ira se disipó, el chico no necesitaba a un bárbaro salvaje, lo que necesitaba era consuelo, alguien que le hiciera saber que todo estaría bien.

Ya después pensaría en las miles de torturas a las que sometería a ese cobarde.

Con su brazo rodeó al chico.

—No te contengas, suéltalo todo.

Alberto volvió a hundir su rostro en el pecho de Massimo, y lloró, tal y como le había dicho, no se guardó nada ni trato de hacerse el fuerte, y francamente, fue liberador, el gran peso que había estado cargando por fin fue soltado, incluso su espalda se sentía más liviana. No supo exactamente cuánto tiempo pasó hasta que se sintió seco.

—¿Ya lo sacaste todo?

Alberto asintió con la cabeza, se sentía bien, aunque ahora los ojos le picaban, y su garganta estaba irritada por los gritos, pero fuera de eso estaba perfecto. Entonces recordó que las lágrimas también activaban la transformación, se apartó un poco de Massimo, lo suficiente para que pudiera secarse el rostro con su brazo.

Massimo al verlo, se llevó una mano al bolsillo de su pantalón y sacó un pequeño pañuelo blanco, se lo tendió al chico.

—Toma.

—Gracias —dijo mientras tomaba la tela, se aseguró de no levantar la vista, solo en caso de que aún hubieran escamas en su rostro.

Cuando terminó le regresó el pañuelo a Massimo y este lo volvió a guardar.

—¿Mejor?

Alberto asintió con la cabeza, ya había hecho su escena, era hora de ver cómo reaccionaría Massimo.

«De seguro que ahora sí te corre, recuerda, eres un niño al que ni su papá quiere».

Nuevamente Bruno atacaba, pero el llanto lo había dejado tan cansado que no tenía fuerzas para callarlo, simplemente lo ignoraría, quizás eso también serviría.

—Bien —respondió Massimo, se movió un poco para que pudiera estar de frente al muchacho.

Alberto seguía sin mirarlo, sin dudarlo ni un segundo, Massimo lo tomó de la mano, y la levantó un poco para que estuviera a la altura de su cabeza.

—Alberto, quiero que te quedes conmigo.

Alberto levantó la mirada, sin poder creer lo que había escuchado.

—¿Qué?

—Quédate conmigo, no tienes que volver a la isla, ni estar solo nunca más.

Alberto quería preguntarle si era verdad, pero no podía articular ni una palabra, solo salían balbuceos de su boca.

—No te preocupes por nada, por ahora puedes seguir durmiendo en la casa del árbol, y cuando Giulia regrese a la escuela puedes quedarte en su cuarto, estoy seguro que no tendrá ningún problema con eso,

Alberto no podía entender lo que pasaba, ¿Massimo estaba hablando en serio? ¿Le estaba ofreciendo el cuarto de Giulia?

—Pero...

—Alberto, escúchame bien —Massimo tomó el rostro del joven, y lo giró para que se vieran cara a cara, sus cejas estaban levantadas para que el chico pudiera ver que hablaba en serio—, no me importa lo independiente o auto-suficiente que seas, sigues siendo un niño, y ningún niño debería estar por su cuenta.

¿Era verdad? ¿En serio podría funcionar? Alberto quería expresar sus dudas, pero por algún motivo no encontraba como.

—Alberto por favor, si te quedas conmigo te prometo que siempre tendrás un techo, una cama, y comida, yo voy a cuidar de ti, sí me dejas.

Porque ultimadamente, tenía que ser su decisión, pero Massimo esperaba, rezaba, que Alberto aceptara, la simple idea del pequeño estando solo en esa torre le rompía el corazón.

Alberto cerró los ojos, y apretó los dientes, todo sonaba perfecto, pero ya lo habían lastimado antes, podrían hacerlo de nuevo, y no estaba seguro de que si poder soportarlo.

—¿Lo dices en serio? —Fue lo único que pudo decir—, ¿en verdad quieres que me quedé contigo?

—Jamás había hablado tan en serio en mi vida, Alberto.

Alberto abrió los ojos, encontrándose con los de Massimo,

—¿Por qué?

—Porque te quiero.

Sin poder resistirse, Alberto se le lanzó encima otra vez, solo que ahora fue hacia su cuello.

—¡Sí! ¡Sí acepto! —dijo en un alarido de alegría, jamás tendría que volver a la isla, no tendría que volver a estar solo, era... todo lo que siempre había deseado.

Massimo suspiró aliviado y abrazó al muchacho.

«¡Gracias a Dios!» Pensó.

Tuvo que separarse de él para hacerle la siguiente pregunta, pero siguió sujetando al chico por el hombro.

—¿Hay algo en la isla que necesites?

Alberto lo pensó, sería agradable tener el poster de la Vespa, al igual que la máquina de la cantante mágica.

—Tengo unas cosas que me gustaría traer.

—Muy bien, podemos ir por ellas en la mañana, claro, si tú quieres.

Alberto se rascó detrás de la cabeza.

—De hecho, me gustaría esperar un poco —primero quería asegurarse que Luca estuviera bien, las cosas de la isla no eran tan importantes.

Massimo solo asintió.

—Tomate todo el tiempo que quieras, ¿de acuerdo? No quiero que sientas que tenemos que hacerlo ya, esperaré a cuando estés listo.

Alberto solo sonrió.

—Y más importante aún, recuerda que no estás solo en esto.

Alberto sonrió, era verdad, esos días habían quedado atrás, ahora tenía a Luca, a Giulia, a Massimo y a Daniela y a Lorenzo a su lado, jamás tendría que volver a estar solo.

Massimo asintió con la cabeza, se puso de pie y tomó la lámpara.

—Ven, vámonos a casa.

Alberto se puso de pie, listo para seguir a su nuevo pad... a su nuevo guardián; Massimo ya se le había adelantado cuando volvió a detenerse, todo estaba saliendo perfectamente, nada estaba mal...

Pero había una cosa que aún le incomodaba, y sabía cuál era, miró hacia el océano, los peces se reflejaban en el agua cristalina.

A Massimo no le importaba que su padre lo hubiera abandonado, pero... ¿qué pensaría si viera su forma anfibia? ¿Lo seguiría amando? ¿Todas sus promesas seguirían en pie? No podría empezar esta nueva vida hasta saberlo, tenía que ser valiente como Luca, y mostrarse ante Massimo, solo así podría estar en paz.

«Silencio Bruno» ahora más que nunca, debía confiar en su mantra.

—Señor Massimo

El adulto se detuvo en sus pasos, y se volvió para ver al muchacho.

—¿Sí?

—¿Por qué odias a los monstruos marinos? —preguntó mientras trazaba círculos en la arena con su dedo gordo.

Massimo levantó las cejas.

—¿Disculpa?

—Sí... ¿Porque odias a los monstruos marinos?

Suponía que ese encuentro que tuvo de adolescente tenía que ver, pero había oído que Massimo heredó la tradición de sus ancestros, así que el odio debía venir desde mucho más atrás.

Massimo apartó la mirada al océano, donde sabía que esos... Por alguna razón, usar la palabra demonios ya no se le apetecía; donde esos seres vivían, suspiró, no sabía porque así de la nada Alberto quería saber más de su historia con los monstruos marinos, quizás fue por la historia que le contó, aunque ese no era el punto, pudiera ser que despertó la curiosidad del chico.

—Una noche, mucho antes de que yo naciera, mi padre y mi abuelo estaban pescando en altamar, todo estaba tranquilo, hasta que algo atacó el bote. No fue como mi encuentro, esa cosa no se atoró en la red, embistió contra mi familia volcando la embarcación.

Alberto se quedó quieto, eso no sonaba como el comportamiento de un anfibio, no sabía de ninguno de ellos que quisiera lastimar humanos.

—Mi abuelo logró subir al babor, pero mi papá quedó bajo el agua, y ahí fue cuando la vio, era una horrible criatura que se parecía a una serpiente, era enorme, quizás unos tres metros de largo, tenía dos enormes colmillos en la mandíbula inferior que sobresalían sobre la comisura de los labios, era amarilla a excepción de sus ojos, los cuales eran rojos.

Alberto se asustó, eso no parecía coincidir con la descripción de ningún anfibio que conociera.

—Fue directo hacia mi padre, él pudo ver sus fauces, tenía una segunda mandíbula, sus dientes eran más puntiagudos que cualquier arpón, él pudo jurar que sería su final, pero mi abuelo le lanzó un arpón a la criatura, hiriéndola en el cuello, lo que la hizo huir, luego lo ayudó a subir al bote.

Massimo se detuvo, tantos años habían pasado, y aún recordaba el miedo con el que papá siempre le contaba esa historia, su padre fue el hombre más fuerte que conoció en su vida, y aun así, la cosa que vio esa noche logró helarle hasta los huesos.

—Creyeron que la habían asustado, pero el monstruo regresó, la aleta amarilla de su espalda cortaba las olas como un cuchillo a la mantequilla.

Massimo se rió al darse cuenta que hizo una rima, algo para relajar la tensión.

—Y fue directo contra el bote otra vez, logró partirlo a la mitad.

Alberto ya no sabía que pensar, no solo no coincidía con la apariencia de los anfibios, pero tampoco le conocía ese nivel de fuerza a ningún monstruo marino, sus dientes y colas eran poderosos, pero dudaba que pudieran partir un bote en dos.

—Luego fue por mi padre, subió su espantoso cuello a bordo, y lo mordió en el brazo.

Massimo recordaba como muchos habían asegurado que esa noche su padre quedó maldito, y que por eso él había nacido sin brazo. Massimo creía en monstruos marinos, porque tenía pruebas, pero maldiciones por mordidas, ahí marcaba la raya.

—Por suerte abuelo llegó, y con su cuchillo apuñaló al demonio en el ojo. Eso lo hizo enfurecer, pues con su cola aplastó el resto del barco, abuelo tuvo que lanzarle cuchilladas para mantenerlo a raya. Al final pareció que el demonio se dio cuenta que mi familia no sería presa fácil, pues regresó a las profundidades.

Hizo una pausa antes de continuar:

—Después mi abuelo le hizo un torniquete a mi padre, y los dos patalearon hasta la orilla, fue una suerte que ningún tiburón oliera la sangre. Lograron llegar con vida, pero mi abuela dijo que fue un milagro que papá no perdiera el brazo; mi abuelo pasó el resto de su vida intentando encontrar a ese animal.

Tras eso Massimo se quedó viendo al océano, tenía el presentimiento de que ese engendro seguía ahí.

—Le pasó la tradición a mi padre, y él a mí, desde esa noche los Marcovaldo juramos defender al pueblo de los monstruos marinos.

Alberto no sabía que decir, esa historia sonaba aterradora, y aquella criatura como un verdadero monstruo. No se oía como ningún anfibio que conociera.

En el libro de Giulia había muchas clases de anfibios, y también dijo que existía más de un reptil, quizás... aquella serpiente era solo otro individuo de la especie, y los Marcovaldo tuvieron la mala suerte de encontrarla.

Eso era algo bueno, no que hubiera un monstruo marino que sí quería lastimar humanos, sino que podía usar la lógica de los individuos a su favor.

—¿Y qué tal si...los monstruos marinos son como las personas?

Eso captó toda la atención de Massimo, vio al muchacho sin saber que quería decir.

—¿Cómo?

—Sí, que tal si así como hay humanos buenos, como tú y Giulia, hay monstruos marinos que son buenos; y hay otros que son malos, como Ercole, y tú familia solo tuvo la mala fortuna de encontrarse con ese monstruo malo.

Massimo se quedó pensando en las palabras del muchacho, tenían algo de sentido, jamás lo vio de esa manera, ya que para hacerlo tendría que ver a los monstruos marinos como personas, y para él siempre fueron animales salvajes. Pero... ¿Qué tal si Alberto tenía razón? ¿Y si todo este tiempo mal juzgó a los monstruos marinos? Solo por las acciones de uno. Después de todo, el segundo no lo atacó ni nada, simplemente rompió el torno en su intento por escapar.

—Jamás lo pensé de ese modo —admitió—, pero puedo entender a qué te refieres.

Alberto sonrió, parecía que estaba logrando convencerlo; paneó su mirada hacia el agua.

—Entonces... Estarías dispuesto a conocer a otros monstruos marinos, ¿para ver que no todos son malos?

Massimo se quedó con los ojos abiertos.

—Alberto... ¿De qué estás hablando?

El chico tragó saliva, el momento había llegado.

—Massimo... Quiero mostrarte algo, por favor, recuerda que veas lo que veas... sigo siendo yo.

Massimo permaneció quieto, no sabía muy bien a que se estaba refiriendo el chico, hablaba casi en acertijos.

—Alberto...

—Por favor —entonces empezó a caminar hacia el agua

Massimo iba a seguir preguntando, pero entonces notó a donde se dirigía, se detuvo en sus pasos; todo lo que había estado pensando en el día volvió a su mente: el lugar de origen de los Paguro, los conocimientos de los chicos en la pesca, como salieron de la isla a pesar de no saber nadar y no tener un bote, la imitación de Daniela de un delfín, y el concurso de cangrejos que Lorenzo mencionó.

Podría ser que...

Antes de poder expresar sus dudas, Alberto saltó al agua, sumergiéndose por completo.

«Silencio Bruno» se dijo mientras sentía el cambio.

Aquí estaba el momento de la verdad, de ver si los sentimientos de Massimo eran a prueba de todo. Con mucho cuidado se fue levantando, el tiempo que él creyó sería suficiente para no asustar al pescador.

Cuando estuvo de pie abrió los ojos, Massimo lo estaba mirando con las cejas levantadas, parecía que no podía creer lo que sus ojos veían. Alberto apretó los dientes y empezó a retroceder.

«Quizás esta no fue una buena» pensó, nuevamente lo había arruinado todo, la posibilidad de un hogar... La esperanza de un nuevo padre...

Se preparó para irse nadando lo más rápido que pudiera a la isla, aunque por todo lo que le contó a Massimo, ese tampoco sería un lugar seguro, ahora el pescador sabría dónde buscar a su presa.

Lo que no esperaba, es que Massimo empezara a reírse.

—¿Señor Massimo? —preguntó asustado, quizás había logrado enloquecerlo.

El hombre tomó asiento mientras seguía carcajeándose; todo el día estuvo pensando que estaba volviéndose loco, pero ahora la prueba de su cordura estaba frente a él, todas sus suposiciones habían resultado ser verdaderas; Luca y Alberto no eran humanos, eran...

Habitantes del mar.

Ahora todo tenía sentido, cada pieza encajaba en su lugar.

Y lo más importante de todo, a él no le importaba, como Alberto había dicho, esas veces solo había tenido mala suerte de encontrarse con malos monstruos marinos, tal y como los chicos con Ercole, pero ahora que los conocía veía que no había nada monstruoso en los personas del océano, ni siquiera se veían amenazantes, y tampoco se parecían a la criatura descrita por su abuelo.

Pese a las escamas y al color, Massimo aún podía ver a Alberto, no solo por sus ojos verdes, sino también por la expresión en su rostro.

—¿Estás bien? —le preguntó el chico.

—Claro que estoy bien —respondió quitándose una lágrima del ojo con un dedo—, solo estoy feliz de que mi teoría haya sido verdadera.

Alberto no supo cómo continuar.

—Ven aquí —ofreció dando palmadas en el suelo, justo al lado de él.

Alberto se quedó sorprendido.

—¿No estás asustado? —preguntó apuntando a su cuerpo.

—Oh Alberto, yo solo veo a mi hijo.

Cuando Alberto regresó a su lado, Massimo le contó cómo había empezado a sospechar desde su plática con los Paguro, y con cada nuevo suceso del día.

—Vaya, creo que no somos tan buenos para disimular después de todo.

—Creo que lo hicieron bien, dadas sus circunstancias —comentó dándole unas palmadas en la espalda—, ahora que lo sé, ¿te importaría contarme la historia completa?

Alberto le contó toda la verdad, y ahora con los detalles faltantes, todo tenía mucho más sentido; el miedo de Daniela, el ser enviado lejos con su tío, sus costumbres y desconocimiento del mundo humano.

—Pareces estar tomándolo muy bien —mencionó Alberto, al notar que Massimo no parecía ni sorprendido por todo lo que le estaba contando.

—Es como tú dijiste —respondió mientras lo abrazaba, después de todo, ya sabía que los seres del mar eran reales—, solo tenía que conocer a los monstruos marinos indicados.

Alberto sonrió, todo había salido bien.

—Por cierto, lamentó lo de los recortes en la pared, y esa vez que creí que había un monstruo marino cuando pescábamos.

La idea de que ese pudo haber sido Alberto lo horrorizaba, lo primero que haría al llegar a casa sería tirar esos tontos papeles, y guardar los cuchillos, es más, vería si podía quitar esa maldita recompensa y se desharía de todos los arpones de la casa.

Bueno... conservaría uno, en caso de que el padre de Alberto decidiera regresar.

—Está bien —contestó Alberto con un movimiento de mano—, el peligro hace que todo sea más divertido.

Massimo estaba en total desacuerdo con eso, pero estaba pasándola tan bien que no tenía ganas para discutir, pero sí tenía que asegurarse de algo.

—Alberto, si Luca no regresa mañana, quiero que vayas a buscarlo, y le digas a él y a sus padres, que jamás volverán a tener que sentir miedo aquí arriba, no dejaré que nadie les haga daño.

Y esa era una promesa que iba a cumplir, monstruo marino o no, el cariño que sentía por Luca tampoco había cambiado, era el mejor amigo de sus hijos, y su repartidor por excelencia; aparte de que sus padres le agradaban, fue sincero al decir que la imitación de Daniela era la mejor que había escuchado en su vida.

Y tener unos amigos que además eran también padres, y podían entender por lo que pasaban con sus hijos, no tenía precio.

Alberto sonrió entusiasmado, se puso de pie y empezó a dar saltos alrededor, si el mayor cazador de monstruos marinos del pueblo los aceptaba, ¡¿quién no?!

El plan había funcionado, todo había salido bien, ¡Los Relegados no tendrían que separarse nunca! ¡Tenía un nuevo papá, y un nuevo hogar! ¡Nada podía salir mal!

Massimo se sintió muy feliz al ver a Alberto tan contento, pero se estaba haciendo tarde, y lo mejor sería que no llamaran la atención, su nueva misión era cambiar la percepción que tenía el pueblo respecto a sus vecinos del mar, pero eso iba a tomar tiempo, mantener un perfil bajo sería lo ideal, al menos por ahora.

—Bueno Alberto —dijo levantándose, el chico se detuvo, Massimo le ofreció su mano—, es hora de ir a casa.

Alberto sonrió y tomó la mano de su papá, los dos caminaron juntos sin separarse en ningún momento. 

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