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Mérida Feist

Otro día entre estas cuatro paredes, de no poder ser yo realmente. De pequeña soñaba con tener un príncipe azul, un caballero que me regalara flores y me llevara a ver películas al cine, pero resulta ser que en la vida real todo es muy diferente.

Me tocó un monstruo, de esos de carne y hueso que te miran con esos ojos que cuando los conoces la primera vez te
ocultaron todo lo que detrás de ellos se escondía, su oscura personalidad.
En un principio no era así, era atento, cariñoso, incluso llegué a pensar que era el indicado y todo lo que había soñado, por eso tomé la decisión de venir a vivir con él.

Ahora es totalmente diferente, de ese hombre que conocí no queda nada, y de mí tampoco. Salgo de mis pensamientos al oler peste de quemado. Salgo corriendo a la cocina y la carne se me ha quemado.
Le pido a todos los dioses que no se note tanto; Mauro se pondrá muy molesto y no quiero que me pegue, no de nuevo.

Arreglo el desastre que he causado como pude, y organizo la mesa, que debe estar al llegar y debo tenerlo todo como le
gusta.

Me organizo un poco el cabello, ya que me levanté tan temprano para prepararle todo para que fuera a trabajar que olvidé de pasarme el peine para alizar mi cabello.

Unos minutos después llega como siempre, se quita las botas en la sala y ahí mismo las deja. Viene a la cocina y se sienta.

—¿Tienes mucha hambre? —le pregunto en voz baja; a él le gusta así.

—¿Qué crees? —me pregunta en mala forma.

Ya sé que tuvo un mal día. Y eso significa que, un día malo para él, me espera una a mí también. Le preparo su plato y me
siento en la silla de al lado.

—¡Se te ha quemado de nuevo! —me grita molesto.

—Fue solo un poco, estaba…

—¡Cállate! —me indica dando un manotazo en la mesa, removiendo los platos en ésta. —Esto es una basura —habla dándole un tirón a mi plato contra el suelo.

La comida está esparcida por el lugar, pero eso es lo de menos. Me agarra por el cabello y me tira fuerte hasta pegarme
a él bruscamente.

—Cuántas veces te he dicho que tú solo tienes el deber de cuidar y preparar todo —susurra en mi oído. — No es la primera vez que se te quema la comida por estar haciendo sabe Dios qué cosa.

Lágrimas salen de mis ojos; me está apretando demasiado fuerte.

—¡Suéltame por favor! —le suplico entre llanto.

—Sabes que tengo que castigarte. —Me dice soltando mi pelo y agarrando más fuerte aún mi brazo. —¡Eres una inútil
que ni para hacer un pollo sirves! —exclama dejando una gran bofetada en mi cara.

No aguanto y rompo en llanto tratando de zafarme de su agarre, pero es imposible.

—¡Mauro, por favor! Te prometo que no pasa más —trato de convencerlo de soltarme.

—Prepárame otra cosa —dice soltándome bruscamente; caigo al piso.

Me levanto rápidamente y busco en la nevera algo rápido que pueda hacerle; no quiero que se enoje más.

Cuando terminó de comer se fue a la habitación. Yo me quedé recogiendo todo el desorden de comida que había en el suelo, además de sus botas y medias que había dejado en la sala.

Cuando termino, voy al baño, me miro en el espejo y estoy muy mal. Tengo un golpe en la cara medio morado; se ve horrible. Miro mi mano y también está su marca. No puedo seguir así. Llevo un año aguantando que cuando le dé la gana me golpee. Puede pasarse mucho tiempo sin golpearme, pero siempre lo vuelve a hacer.

No aguanto más; no puedo permitir que siga usándome de saco de boxeo. La última vez me partió la nariz de un derechazo. Sé que la mayoría de la culpa la tengo yo por no decir un hasta aquí, pero ya acabó. No estaré ni un día más cerca de él.

¿Qué pensaría mi madre de la mujer en que me he convertido? Es la pregunta que más me tortura; si estuviera viva no estaría nada orgullosa de la hija que soy.

«Eres una princesa y te mereces lo mejor»

Era lo que me decía, y pues es muy cierto; no merezco nada de esto, valgo mucho y no puedo perder toda mi vida aguantando golpes o maltratos por su parte. Esto terminaría muy mal. No voy a esperar a que me mate. Me voy a ir apenas tenga una oportunidad.

¿Hacia dónde? No lo sé, pero cualquier lugar lejos de él sería mejor que esta pesadilla.

Peino mi cabello rubio mientras las lágrimas recorren mis mejillas; la cara todavía me late por el golpe. Pero lo que más duele es saber que he permitido que un hombre me maltrate todo este tiempo sin hacer nada.

Pensaba que cambiaría, que solo era una fase, que pasaría y volvería a ese hombre del que me enamoré, pero hoy me di
cuenta de que ese hombre no existe, que solo fue una falsa para que yo cayera en sus garras.

Me miro en el espejo y estoy más que decidida: me iré.

Salgo hacia la habitación y ahí está, dormido. Trato de hacer el menor ruido posible. Solo cojo una muda de ropa y unas bragas y salgo pitando del cuarto. Quiero estar en esta casa el menor tiempo posible.

Guardo las cosas en una pequeña mochila y me voy. Para no volver, me voy a ir tan lejos como sea posible; comenzaré una nueva vida, pero de algo sí estoy segura: Nunca más permitiré que un hombre me haga sentir que no soy nadie, que soy inservible. Valgo mucho.

Perdí un año de mi vida acompañada de un ser inhumano, pero voy a recuperar ese tiempo perdido. Me voy a dedicar a mí, a ser lo que me apasiona; voy a ser libre nuevamente.

Muchas mujeres piensan que cambiarán que volverán a ser eso que tanto ellas desean pero eso solo sirve para ser hundida un poco más en ese mundo.

Mérida se dio cuenta del grave error que estaba cometiendo y salió de esa vida apenas reaccionó y entendió que merece ser valorada y tratada de una mejor manera.

Hay mujeres que pueden estar en esta misma situación que no saben decir un hasta aquí, un acabó. Se que no es fácil y tal vez no sepan cómo salir de ese camino. Pero por favor, coméntalo con alguien, reflexionen severamente si merecen ese trato.

Cuando aprendan a amarse por sobre cualquier persona entenderán la clave de la felicidad.

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