3.a
Es cierto que, a lo sumo, mis palabras son del todo inexistentes cuando deambulo, de aquí para allá, en el mundo que existe ahí fuera, ese mismo mundo al que siento no pertenecer.
Mi mundo es otro, así como mi momento, también, debía ser otro y no precisamente este que he estado mal viviendo.
Porque soy otro cuando, en mi encierro, develo ciertos misterios, ocultos a simple vista, y los visto, uno por uno, día con día, y me transformo en aquel otro yo, que no es otro en realidad, solo una fachada que simula ser el otro yo, que existe sin existir enserio detrás de una pantalla.
Ahí me encuentro.
Ahí me encontrarás siempre, a la medida de tus instintos, de tus palabras. A la medida, también, de tus deseos, sean cuales sean, siempre y cuando yo esté de acuerdo.
Kevin, mi querido e insoportable Kevin, me encontró, me agregó, me escribió y nunca me reconoció. Ante él era alguien distinto, por completo irreconocible e irremediablemente hermoso.
Me dijo su nombre, o al menos uno que desconozco. Se hizo llamar de otra forma, una que, quizá, según creo, es como le hubiese gustado que lo llamasen en vez de Kevin.
Tanta cosa y mira dónde lo encontré, dónde me encontró y cómo.
Tanta cosa y mira cómo me develó tantas fantasías, tantas ilusiones, tantas apariencias escondidas tras una profesión, un título, un empleo y una rectitud que, siente, lo llenan de vacíos por dentro.
Y lo comprendo como él nunca me ha querido comprender, porque es cosa de trabajo.
No me comprende a mí, pero sí comprende a ese otro yo con el que habla, que le dice lo mismo que le he venido diciendo desde hace tantas sesiones, desde hace tanto tiempo, y me da las respuestas verdaderas, aunque no sean, del todo, tal cosa.
Porque sus sentires se inclinan hacia mi otro yo, así como yo me inclino a sacarle provecho a la situación.
No sería la primera vez.
Así como Kevin, he perdido la cuenta de los muchos tantos otros que, tal cual él, esconden monstruos bajo la cama, tras el espejo, en el ropero, tras la cortina del baño o lo dejan dormir en el sofá.
Todos tienen secretos, terribles, y yo me aprovecho de ellos aprovechándome de mí mismo también.
Porque visto falda corta y llevo el cabello largo. Luzco gafas con cristales falsos y he cambiado el color de mis ojos con lentillas. Llevo un ligero maquillaje sobre la piel y la ropa que me viste, normalmente, termina en el suelo mientras alguien más, del otro lado de la pantalla, me aprecia en desespero con una promesa de por medio y un número redondo, siempre, adornando mi billetera digital.
Lo disfruto, no lo niego, pero disfruto más la ganancia.
Porque sus secretos son solo eso para mí: una ganancia fija y para nada modesta, porque soy costoso. Y no invierto nada de nada porque ellos mismos son mi inversión: cada prenda, cada juguete, cada mínima cosa que ellos pretendan disfrutar, yo se las pido como regalo y les ofrezco un ligero descuento en el siguiente espectáculo.
No digo mi edad real. Nunca.
Me apaño un par de años adicionales para disimular, para pasar desapercibido, para ser más llamativo porque luzco más joven.
Y ese es un halago recurrente tras cada nueva invitación, tras cada nuevo hallazgo, porque no es una cosa unidireccional, yo también busco, por aquí o por allá, a quien quiero que me vea, de quien quiero sacar ganancia o, simplemente, con quien quiero compartir charlas comunes y corrientes, como la gente normal, aunque yo no sea tan normal después de todo.
Porque todos tenemos secretos.
Hasta los que intentamos arrancarnos la vida una vez logramos llevar a cabo un ejercicio de desdoble y llevar vidas paralelas como un intento funesto por dejar la depresión de lado, pero no se va, porque está prensada a ese yo del que no me puedo deshacer sin desaparecer yo mismo también.
Cada ganancia tiene, tras bastidores, un costo muy alto. Un atisbo lúdico del karma que hace de las suyas por doquier.
Y muchos caen en las redes del misterio mientras otros, vestidos de él, se aprovechan en develarlos mientras llevan un disfraz sobre la piel, así como yo, siendo como otra cosa, como otro alguien, pero siendo el mismo a la vez y el otro no lo sabe en el instante, no lo sabe nunca.
Lo sé yo, y lo sé muy bien.
Lo conozco, lo reconozco.
Lo analizo y lo pongo en sobre aviso cuando, en declive, saca las garras que sus intenciones ocultan a simple vista (porque se les nota de antemano) y yo, sin miedo, sin nada que perder, me ofrezco como recompensa solo si es capaz de cumplir mis pequeñas exigencias.
Todos pasan la prueba.
Todos cumplen un contrato que no existe mientras yo me enriquezco con sus sucios y terribles secretos. Porque en esta vida todo es cruel ganancia y toda ganancia será, en su momento, una pérdida invaluable.
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