No solo es un Rey
Dedicado a Sakuradite- por su cumpleaños
Hacía frío, pero no era precisamente porque se estaba en el polo norte a medianoche.
En aquel mundo alternativo, el taller de juguetes se sumergía en un silencio pesado, apenas interrumpido por el leve parpadeo de las luces de la estancia. La Señora Claus, con el ceño fruncido por la preocupación, observaba a Santa. Él, sumergido en un halo de intensa concentración, sostenía una carta antigua, marcada con sellos que exudaban misterio. El crujido lejano de la madera bajo sus pies resonaba como un eco inquietante en la sala, mientras toda emoción se tornaba palpable.
—¿Qué es lo que estás insinuando, Santa? —preguntó la Señora Claus con una mezcla de preocupación y confusión.
El anciano se volvió hacia ella, con seriedad, pero con una ira que rara vez dejaba ver:
—Krampus está involucrado en esto, Mary. Lo sé —declaró con tono grave.
—Pero, querido, ¿cómo puedes estar tan seguro? —preguntó ella, incrédula—. Krampus ha mantenido su propio territorio, sus tradiciones...
Santa agitó la carta con frustración.
—¡Esta carta lo prueba! La aparición repentina de estos... zombis, esta maldita infección, no es casualidad. Estoy seguro... Krampus, ha desencadenado este caos. Ni el Grinch se atrevió a tanto para arruinar la Navidad.
Mary miró la carta, perpleja.
—Pero, Santa, no podemos estar seguros...
—¡Lo sé, Mary! —interrumpió, su voz resonaba con una intensidad inusual—. Ha estado rondando el mundo, sembrando el miedo y la desesperación en un tiempo mucho más extendido, hace semanas que debió regresar a su maldita cueva. ¡Y todo durante la época más preciada del año! No puedo tolerarlo.
La Señora Claus colocó una mano sobre su brazo.
—Querido, recuerda... Krampus es distinto, sí, pero siempre ha mantenido su papel en esta época. ¿Estás seguro de que es responsable de esto?
Santa se apartó, apretando los puños con impotencia.
—Estoy más que seguro. Su malevolencia se ha desbordado. Esta vez ha ido demasiado lejos. Ni un mísero regalo podría alegrar el corazón de aquellos que viven en el constante horror y miedo.
—Pero deberíamos abordar esto con cautela. —Mary suspiró, preocupada—. Apresurarnos podría empeorar las cosas. No tienes porque salir hoy ante una situación como esta. Krampus tiene su papel...
—Lo sé, Mary, lo sé. —La volvió a interrumpir—. Pero esta vez, el equilibrio se ha roto. El espíritu navideño está en juego, y no puedo permitir que continúe. Si el Grinch mismo recobró su compostura, estoy seguro de que Krampus podría hacerlo. Y si no, me temo a que tendremos que tomar medidas más extremas...
La Sra. Claus se llevó las manos a la boca. No podía creer lo que había oído.
No solo había tensión, sino mucha incertidumbre. Ambos entendían que el mundo enfrentaba una amenaza que iba más allá de cualquier disputa entre ellos dos. Pero Santa, en realidad, le faltaba mucho por tomar en cuenta...
La noticia que desencadenaría el horror más grande de la humanidad vivida hasta ese momento, inició el 01 de agosto de 2050, cinco meses antes de navidad.
Ya se sabía que había vida más allá de nuestro planeta, pero lo que no se sabía, eran las terribles consecuencias que traería consigo tener contacto con algunos de ellos. Como raza, con la soberbia suficiente para considerarnos demasiados inteligentes, olvidamos el riesgo que tenía exponernos a un hábitat virgen.
Sabemos que, al adentrarnos en un ecosistema impoluto, se enfrenta una serie de peligros latentes que amenazan el equilibrio. Sabemos, que la introducción de especies exóticas puede desequilibrar la biodiversidad, mientras que la actividad humana, como la deforestación o la contaminación, destruyen hábitats naturales. No solo es capaz de causar estrés en la fauna nativa, sino propagar enfermedades a las que estas especies no están preparadas.
Y por la misma historia revelada, la presencia humana acelera cambios climáticos globales, amenazando la integridad del entorno natural.
Bueno, esta historia no trata la intervención del hombre en un ecosistema que nunca degustó de nuestra presencia, sino de como seres del exterior pisaron, por primera vez, un planeta que era virgen ante los que vivían más allá de la vía láctea.
La raza alienígena que hizo su primer contacto, se denominó "Exocronos". Tuvo su primer contacto en Alemania, en el Instituto Max Planck de Investigación del Sistema Solar. Esta institución, reconocida por su aporte a la exploración espacial, estableció una relación científica armoniosa con ellos. Se estudiaron aspectos como anatomía, biología, lenguaje y sistema de vida, revelando una intención pacífica y de intercambio de conocimientos entre ambas especies.
La impactante noticia sobre los Exocronos y los Exochrons bioluminiscentes dominaron todos los medios durante un mes, pero traería consigo nuevos desafíos que, la humanidad no estaba preparada.
Hablamos de un microorganismo con la capacidad de adherirse a las células humanas, inicialmente sin efectos adversos. No obstante, a medida que estuvieron expuestos de manera prolongada a estos, los microorganismos comenzaron a alterar el ADN humano.
En su forma latente, los Exochrons modificaban los genes que controlaban la regeneración celular, haciéndolos hiperactivos. Pero cuando crearon cámaras de incubación de estos microorganismos en laboratorios biotecnológicos, como siempre, no previeron el efecto que tendría un terremoto en todo el país.
Este evento catastrófico liberó una cantidad masiva de Exochrons en el ambiente. La exposición generalizada a estas partículas desencadenó una reacción en cadena en el ADN humano, activando la regeneración celular a un nivel sin precedentes. Pero esta regeneración descontrolada llevó a una serie de cambios: las células no solo se regeneraban rápidamente, sino que también perdían la regulación de sus funciones. Este fenómeno resultó en la mutación de tejidos cerebrales, provocando un deterioro neurológico progresivo. Las áreas responsables del razonamiento y la empatía colapsaron, mientras que las zonas relacionadas con los instintos básicos y la agresión se volvieron hiperactivas.
Las personas infectadas se convirtieron en lo que se conocía como "zombis"; seres sin humanidad, impulsados por un instinto insaciable de consumir carne para propagarse. La infección no se transmitía por contacto directo, sino a través de la exposición continua al aire y al ambiente contaminado por estos microorganismos.
La lucha por la supervivencia en este mundo, ahora alienígena, se centró en la búsqueda de una cura que detuviera la acción de los Exochrons y restaurara la estabilidad genética en los seres humanos. Mientras tanto, aquellos que aún conservaban su humanidad, luchaban no solo contra los zombis, sino también contra el desafío ético de cómo tratar a quienes habían sido transformados por esta extraña pero devastadora infección alienígena.
Sin embargo, como ya hemos visto, sería un egoísmo creer que los humanos y otros seres del exterior fueran los únicos existentes. Santa, Mary y otros seres más, eran la prueba de que había otras existencias que estaban en planos completamente distintos.
Por eso, Krampus, envuelto en su atuendo oscuro y retorcido, de aspecto grotesco y cuernos afilados que se erguían desde su cabeza, caminaba por las calles vacías de aquel pueblo alemán. Las sombras lo abrazaban mientras la penumbra se colaba entre las casas abandonadas. Sus ojos brillaban con un fulgor inquietante, reflejando la devastación a su alrededor.
El silencio mortal abrazaba las calles empedradas de Rothenburg ob der Tauber, su año anterior, vio este mismo lugar como un encantador escenario de cuentos, pero ahora era una escena macabra del horror: Los edificios de entramado de madera yacían en ruinas, con fachadas desgarradas y ventanas destrozadas. El aire, denso y cargado de desolación, era perforado por el gemido inquietante de los no muertos, arrastrando sus pies quebrados en una danza cacofónica.
La figura demoníaca, recordó las risas resonantes y los cánticos festivos, pero con un eco inquietante antes de la tragedia. Debería estar riéndose sin parar por la desdicha y el inimaginable colapso de la alegría navideña, pero no, no lo hacía.
—¡Por favor! ¡Ayuda! —Se escuchó el grito de una mujer entre las calles, como un rastro de una humanidad desesperada, ahora presa de un destino siniestro.
Aquella madre, con un bebé en brazos, corría desesperadamente mientras las sombras de los no muertos se cerraban a su alrededor. Los callejones se convirtieron en un laberinto de desesperación, y con su rostro desgarrado por el terror, sujetaba a su bebé entre sollozos. Sus gritos llenaban el aire clamando por ayuda:
—¡Por favor, alguien, ayúdenos! —imploraba mientras corría, sus palabras ahogadas por el estruendo de la horda acercándose.
Krampus, oculto entre las sombras, sentía una angustia indescriptible. Su mirada, atormentada por la impotencia, se posó en la escena desgarradora. Un impulso primitivo de intervenir lo sacudió, pero sus garras retorcidas solo tenían el poder del terror y el castigo. Era un espectador, condenado a presenciar el horror sin poder alterar el curso de los eventos.
La mujer, desesperada, buscaba refugio. Sus ojos desencajados reflejaban el pavor absoluto:
—¡Mi bebé, por favor, ayúdenlo! —suplicó otra vez, con voz entrecortada. En un momento, a Krampus, incluso, le pareció ver que la mujer le miraba entre las sombras, pero eso debía ser imposible. Ningún humano podría verlo, al menos que él se les revelara.
Sin embargo, era una ironía. Si le veía realmente, estaba rogando a un ser cuya esencia era la pesadilla misma.
Todavía así, anhelaba ofrecer consuelo, pero sus artificios no tenían lugar en este escenario. Los zombis, seres sin conciencia ni voluntad, avanzaban implacables, indiferentes a su poder. El efecto de las pesadillas, dependía de la conciencia inminente sobre la muerte.
Sabía que su presencia era inútil en ese caos sin sentido. Su existencia dependía de los actos de los niños malos, no de la destrucción despiadada y sin significado.
Krampus experimentaba una desgarradora verdad: sus poderes, diseñados para castigar y sembrar miedo en los corazones desobedientes, no tenían cabida frente a la ceguera de la muerte sin conciencia. En su impotencia, sintió una punzada de desesperación, consciente de que su existencia misma se desvanecía junto con la humanidad que tanto odiaba.
La agonía y el pánico de la mujer se reflejaron en sus ojos, una imagen que le perforó el alma. Un grito desgarrador resonó en la noche, cuando la horda de zombis alcanzó a la mujer y a su hijo, arrancando la esperanza de sus vidas en un festín brutal.
A pesar de su naturaleza oscura, una punzada de pesadumbre le atravesó. Sí, disfrutaba de las travesuras y castigos, pero ver tal desolación y pérdida, despertó un sentimiento impensado en el demonio navideño: No era solo el caos que se había desencadenado lo que lo atormentaba, sino la comprensión de su propia existencia.
Si la humanidad se extinguía, él también desaparecería. Su razón de ser, se tambalearía en un mundo sin niños y sin maldad que castigar. Eso lo llevaría a estar destinado a unirse al Nihilismo, el mismísimo vacío.
Ahora entendía por qué había divagado más allá de su fecha límite en ese mundo: La búsqueda de respuestas y la comprensión de lo que había sucedido. Sabía que el 6 de diciembre a medianoche, el día y la hora que solía marcar su regreso a la cueva infernal, había quedado atrás en su deseo de entender, y quizá, de alguna manera, encontrar una manera de corregir el catastrófico error que lo rodeaba. Pero no veía esperanza.
Entonces, cuando creyó que no podía ponerse peor, el rugido de la furia resonó en el aire, cargado con la electricidad de una confrontación inminente.
Claus, surcaba los cielos, y con ello una nevada detrás suya que pudo ser digna de admiración. Pero el rostro enrojecido de Claus y el dedo acusatorio hacia Krampus se llevó toda la atención.
—¡Krampus, eres el responsable de este desastre! Tu ambición y malevolencia han desencadenado este caos en un tiempo sagrado —tronó Santa, su voz retumbaba en el aire enrarecido.
Sin esperar siquiera que el trineo aterrizara, Santa saltó desde el cielo y cayó como un trueno en medio de la calle. Sin siquiera denotar como los zombis estaban culminando el horrible festín que Krampus observó. Los cascabeles sonaban en compañía del viento.
El diablo de la navidad, con su mirada oscura y afilada, habló:
—¡Te equivocas, viejo verde! Ni siquiera he sido capaz de hacer un acto tan siniestro. Son los humanos, como siempre, los culpables de sus propias desgracias. ¿Acaso no lo logras ver, maldito vejete?
Sí, Krampus trató de explicar lo que había descubierto. Pero, sabemos que, si bien la ira está para manifestarse, ser dominado por ella es la peor perdición. Por eso, la furia de Santa era como un muro que impedía cualquier razonamiento.
—¡No hay excusa para tus acciones, demonio! Tu tiempo de castigo ha terminado —espetó Santa, mientras su cuerpo comenzaba a revelar luminiscencia.
Krampus sabía lo que eso significaba.
—¡¿En serio piensas luchar contra mí, viejo gordo?! —Le gritó, sin poder creer lo que veía. Ni siquiera se atrevió hacer algo como eso contra el Grinch.
—¡Tú te lo buscaste, criatura infernal! —respondió Claus, con los ojos que expresaban una gran oscuridad y tristeza.
Entonces, Santa, lleno de un aura radiante de alegría y esperanza, desató destellos luminosos que se entrelazaron en un torbellino mágico, como si fuera una tormenta con partículas de oro. Cada rayo de energía irradiaba la esencia misma de la navidad, portando consigo la chispa de la generosidad y la bondad.
En contraste, Krampus canalizó las sombras retorcidas del terror y la oscuridad. Su magia era un remolino de negrura y malevolencia, un frenesí caótico que chocaba contra la luminosidad de Santa en un baile de energías opuestas.
Los alrededores vibraban con la confrontación. Las ondas de choque de sus poderes distorsionaban el aire y hacían temblar los edificios cercanos, los cuales se sacudían bajo la presión de la batalla. Los alrededores reverberaban con la tensión y la intensidad del conflicto mágico.
El enfrentamiento no solo era una lucha de poderes, sino también un reflejo de sus personalidades y esencias: la pureza de la generosidad de Santa contra la severidad y el castigo de Krampus; una danza desenfrenada de luz y oscuridad.
—¡Ríndete y despoja este lugar de tu oscuridad! —Le gritó Santa, mientras movía los brazos intentando impactar a Krampus. Conocía que, si uno de sus rayos le alcanzaba, lo llevaría a la misma extinción. Unca criatura diseñada para el miedo y el castigo, no podía permanecer vivo con lo que Santa representaba.
—¡Primero te dejaría la vieja Mary, antes de que yo me vaya de este mundo, viejo repugnante! —respondió con rabia, sin dejar de prever cada movimiento del anciano. No se dejaría vencer por un poder tan horripilante como ese.
Pero algo ocurrió en ese instante: el espacio- tiempo pareció detenerse en un segundo. Una figura etérea, envuelta en una luz pura y serena, se presentó enfrente de ellos. Los poderes de ambos se esfumaron, en cenizas, y cuando el tiempo volvió a marchar, tanto Krampus como Santa, estaban arrodillados delante de Él, confundidos, intentando saber qué fuerza les obligaba a permanecer en esa postura humilde.
—¿Qué sucede? —preguntó Krampus, horrorizado por tal poder.
—Esta sensación, solo puede ser de alguien celestial... —afirmó Santa. Él no era de la misma especie de los celestiales. Pero, reconocía que todo lo que él era y poseía, venía de aquella esencia.
La figura comenzó a tomar forma, revelando a un niño de ojos azules, con cabellos castaños y piel que parecía haber sido besada por el sol. Pese a que hora podía verse, la luz que desprendía hacía difícil mantenerle la mirada.
—Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin —resonó la voz, con una autoridad incontestable, su presencia era una manifestación ancestral—. Pueden llamarme Salvian, aunque poseo muchos nombres. Para algunos, soy Infinito, y para otros, Gaia. Como sea, mi esencia siempre prevalece y no cambia.
»Es momento de detenerse. ¿Qué es la Navidad para ti, Krampus? ¿Solo una oportunidad para castigar a los niños malos? ¿Y qué es para ti, Santa? ¿Solo regalos y bondad desmedida?
—La Navidad es mucho más que eso. Es un momento para la generosidad, la compasión y la unión. Es la época en que la humanidad muestra su mejor versión —respondió Santa, con una nostalgia tan palpable, que la vista se le humedeció.
—Aunque representemos lo opuesto, compartimos algo en común —Krampus habló, viendo directamente a su enemigo—. Ambos somos parte de la Navidad, dos caras de una misma moneda. Sin uno, el otro carece de significado.
—Pero ¿por qué entonces te resistes tanto a reconocer la importancia de la existencia humana? ¿Por qué niegas tu necesidad de ellos? —cuestionó Claus, mirándole fijamente.
—Te equivocas de nuevo, vejete. Ya lo entendí. Sin ellos, mi razón de ser se desvanecería. Soy la antítesis de la bondad, pero necesito su maldad para existir. ¿Puedes entenderlo? Sin sus travesuras, mi función se desvanecería en el vacío.
Santa abrió los ojos al comprenderlo:
—No lo había considerado de esa manera. No había visto la interdependencia entre nosotros y la humanidad. Si desaparecen, ¿qué será de nosotros?
—¿Acaso no ven, seres de tanta sabiduría, que sus existencias están entrelazadas con la esencia misma de la Navidad? —intervino Salvian, mirando a uno y luego al otro—. Sus acciones afectan el equilibrio, pero la verdadera grandeza es aceptar la responsabilidad compartida. No se trata de uno u otro. Ustedes están sujetos a la Navidad misma. Su deber es preservar su esencia. Si no hubiera permitido esta celebración, sus existencias nunca hubieran sido.
»Su colaboración es lo que mantiene viva la esencia de la Navidad. —Salvian extendió sus manos—. Así que acepten esta responsabilidad, sean guardianes de la temporada festiva. La verdadera grandeza reside en la unión y la compasión.
En ese instante, Krampus y Santa sintieron una conexión especial, una comprensión más profunda.
—¡Tú, tú eres el verdadero motivo! —chillaron los dos, con los ojos bien abiertos.
Y antes de que la revelación completa de quien estaba enfrente de ellos ocurriera, desde una vista panorámica, la tierra entera resplandeció como el sol.
—No puedo deshacer lo que los humanos han hecho, no por falta de poder, sino por la necesidad de "no olvidar", como un recurso para desarrollarse. Quienes hayan aprendido su lección, difícilmente volverán a cometer el mismo error. Pero lo que sí puedo hacer en este momento es bendecirlos con un milagro. ¿Quién habla de cura cuando el poder divino está presente? —Y con una amplia sonrisa, desapareció, no sin dejar una última oración—: Feliz navidad...
Los humanos se habían salvado.
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