8 [La presa]
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No estoy segura de que si hacer esto es lo correcto, pero siento que no hay marcha atrás. Mi cuerpo está en contra de ingresar al bosque y las palabras que Kris me dijo esta mañana resuenan en mis oídos.
Lo sé, lo sé.
El sitio es peligroso, gigante, y alberga una cantidad sin igual de animales salvajes. Soy consciente de todo eso. Pero...
«Nada malo puede pasarme si exploro tan solo un poquito, ¿no?», pienso en un vago intento de autoconvencimiento.
Cerca de la intersección de la calle principal que va hacia la casa de mi tía, me escabullo detrás de unas casas preciosas. Aún es temprano, son casi las cuatro y media de la tarde, por lo que el pueblo está bastante tranquilo; el movimiento comienza alrededor de las seis, cuando las personas salen de trabajar y hacen compras de último momento van a tomar y comer algo. Con el móvil en la mano, abierto en el mapa, rezo que los datos y el GPS cooperen dentro del bosque y no se pierdan.
Mi plan es perfecto, o casi. Caminaré dentro del bosque, pero siguiendo la avenida Paseo del bosque, el brazo de la bifurcación que da hacia el norte. Después de todo, Deeping Cross tiene forma de reloj pulsera: un círculo perfecto para el centro del pueblo y dos brazos rectos a los costados que se unen con las autopistas nacionales varios kilómetros más tarde.
No obstante, en el primer paso que doy, mi pie derecho se hunde en el lodo y, pronto, termino enterrada hasta el tobillo. Meto mi móvil en la cinturilla de mis leggins, bien pegado junto a mi abdomen; necesito mis manos libres en caso de querer agarrarme o aletear en busca de equilibrio.
Tras un suspiro largo, mientras saco mi pie de su entierro, decido seguir con paso —poco— seguro.
Un poco de barro no me detendrá.
Comienzo a seguir un sendero que me aleja unos cuántos metros de la calle. Sin darme cuenta, noto que pronto la dejo de ver. El murmullo lejano del pueblo se apaga y me encuentro aislada. Un sudor frío comienza a descender por mi espalda y me siento tentada a colocarme mi chaqueta aunque esté húmeda. Sin embargo, cuando la busco dentro de mi mochila, recuerdo que la dejé en la biblioteca. Me la olvidé colgada sobre la repisa donde la puse durante la mañana para que se seque... y lo cual fue un acto inútil.
Con cada paso que doy, mi cuerpo reacciona. Instintivamente, como un animal, como una presa. Cada sonido, cada aroma, cada movimiento: todo me pone en alerta.
Y me siento estúpida por ello. No soy capaz de comprender por qué tengo pesadillas demasiado intensas con el bosque. De hecho, nunca fui de soñar demasiado; soy de las que duermen y jamás recuerdan algo.
Como si estuviera guiada por una fuerza superior, me sigo adentrando más y más. El follaje se vuelve denso, ya no hay rastros de la civilización. Tomo mi móvil para ver dónde demonios estoy: los datos van y vienen, la señal es difusa , incluso el GPS tiene problemas para reconectarse. Soy un puntito azul que está como un kilómetro y medio adentro de la Reserva Nacional Deeping Cross.
Paso saliva en seco.
«Aún no estoy perdida. Puedo seguir mis huellas», pienso para tranquilizarme. Lo bueno de que llovió durante la mañana es que cada paso mío dejó una marca en la tierra.
Pronto, un trueno ensordecedor irrumpe en el silencio del bosque. No puedo evitar gritar como una niñita dentro de una película de terror. Mi garganta se daña por el esfuerzo y quema. Intento ver hacia el cielo, pero es imposible. Los árboles me lo impiden. Sin embargo, la oscuridad comienza a dominar.
La bruma baja y el aire comienza a sentirse pesado. Las sombras proyectadas por las ramas son aterradoras y los ruidos del bosque no se quedan atrás. Cada mínima sensación me altera y mi instinto grita que todo esto es un error.
—Mierda, mierda, mierda —chillo con el corazón palpitándome a mil—. ¡Dijeron que llovería recién a la noche!
El terror se instala en mi cuerpo y sencillamente no sé por qué. Un zumbido me taladra los oídos y me desconcierta. Las pesadillas aparecen con flashes violentos y me confunden con la realidad. Mi cuerpo me pide que corra.
Le hago caso.
Una gota de lluvia me golpea en la frente. Otra se cuela en espacio que hay entre mi ropa y mi nuca. Pronto, una llovizna copiosa comienza a caer a través de los árboles. Miro hacia arriba; las ramas se agitan, sombrías. En un claro que hay entre ellas, veo la sombra de un rayo que tiñe con su luz la negrura de la tormenta.
Me paralizo. Cierro mis ojos y espero el atronador ruido que no se hace esperar.
Continúo corriendo. No sé si estoy sudando o si estoy mojada por la lluvia. Las gotas se me pegan en las pestañas y me impiden ver con claridad. Trato de regresar hacia donde creo que está la calle, pero no sé dónde mierda estoy. Me siento observada. Las ramas que se mueven a la altura de mis ojos dibujan sombras que me hacen ver cosas que no están ahí.
El pánico me corroe desde la raíz. Giro sobre mis talones y observo a mi alrededor. Me siento observada, acechada.
De pronto, unos arbustos que están cerca de mí se agitan como si alguien estuviera dentro y quisiera salir. Sin dudarlo ni un segundo, me echo a correr en la dirección contraria, alejándome más aún del camino por el que acabo de venir.
Luego de unos cuántos metros más, me detengo. Estoy perdida. No soy capaz de encontrar ningún sendero, de esos que usan habitualmente los guarda parques o senderistas expertos en los recorridos. Miro a mis costados una y otra vez, a la espera de hallar algo que me ubique. Gracias a mi desesperación y por no ver por dónde piso, consigo resbalar por una pequeña pendiente de dos metros. Patino de culo, raspándome, por suerte, solo las manos.
Me levanto con cuidado, adolorida por la caída. No escucho nada más que solo la lluvia y los truenos, sin embargo, siento que el bosque susurra mi nombre: me llama.
—Me estoy volviendo loca —musito mientras cierro mis ojos para ahuyentar a las lágrimas.
Cuando logro tranquilizarme un poco, me fijo en lo que tengo a mi alrededor. Parece un claro sin árboles o arbustos, totalmente vacío. En el centro hay un círculo de ladrillos y piedras que parecen antiguos, como si fuera de una fogata enorme que hace mucho no se usa.
Mis piernas se tensan, no me puedo mover. Las pesadillas de las últimas dos noches se hacen más fuertes y vívidas. Siento que estoy dentro de ellas, como si lo que aparece en mis sueños fuese real. De alguna forma que no soy capaz de explicar, huelo la sed sangre en al ambiente. Mi frágil cuerpo de presa sabe que hay alguien superior allí, oculto en el bosque; mi cuerpo conoce su destino. Después de todo, así es el instinto, ¿no?
Me siento rodeada por algo que no puedo ver, que tal vez que ni existe. Pienso que solo estoy sobre reaccionando por los mensajes de hoy en la mañana, que es por eso que detrás de cada árbol veo que alguien me acecha... que al entrar al bosque sola, caminé hacia una trampa.
Vuelvo a buscar mi teléfono. La lluvia cae sobre la pantalla aunque intente taparla con mi mano. El GPS busca y se reconecta en una agónica ruedita de carga.
—Vamos, vamos... —le grito al aparato como si eso funcionara de algo.
Unos susurros comienzan a retumbar en mi oído. Palabras sueltas que me hielan, que me perturban. Con frenesí, miro a los lados porque sé que no hay nada.
Excepto por otra sombra que se escabulle detrás de un árbol.
Desesperada, vuelvo a gritarle al aparato. Al cabo de unos segundos, reacciona y me muestra donde estoy. No lo dudo. Salgo disparada hacia lo que creo es la salida. Aprieto mi teléfono celular para que no se caiga, tengo los dedos blancos por la fuerza. No me detengo a guardarlo porque los pasos están cerca, cada vez más cerca.
La sombra de mi perseguidor se proyecta hacia los costados, no hay dudas. Hay alguien. Corro, corro y corro lo más que puedo.
Las ramas crujen a mis espaldas, lo oigo cerca. Está ahí. No estoy loca. Su sed de sangre es perturbadora; me quiere a mí.
Y yo tengo que escapar.
Una sombra se proyecta como si hubiera dado un salto sobrehumano varios metros por encima de mí. Me detengo sin saber qué hacer cuando noto que una silueta humanoide descansa sobre las ramas más altas de un árbol.
Mi garganta comienza a arder y no sé por qué. Pronto me doy cuenta de que un grito agudo me taladra los oídos: tardo unos momentos en percatarme de que la que grita soy yo.
Un trueno ensordecedor me obliga a perder de vista al sujeto que tengo frente a mí. Agitada y jadeante, vuelvo a subir mi vista hasta el árbol. No hay nada. Ni nadie. Paralizada, lo busco sin siquiera girar un milímetro mi rostro. Mi depredador no está por aquí. No lo veo enfrente de mí ni escucho movimientos por los alrededores. Lo único que me acompaña es el murmullo de la lluvia y las ramas que se agitan suavemente por el viento.
No pierdo más tiempo y sigo. Según el mapa de mi teléfono, no estoy lejos de la calle. Los susurros vuelven a retumbar en mis oídos y puedo jurar que se ríe.
«Por favor, por favor», giro en una curva y vuelvo a tropezar. Sin embargo, no presto atención a mi alrededor. Solo tengo que dar un último esfuerzo y podré salir del bosque...
Poco a poco, me acerco más y más a lo que parece ser la salida y...
¡Sí!
Ahí está.
Como una desaforada, penetro la última fila de árboles. No me fijo en nada, lo único que deseo es salir de este infernal lugar.
Sigo corriendo y, antes de llegar a la acera, me tiro de rodillas sobre el perfecto césped cuidado. Mi pecho sube y baja en un vaivén desesperado. Ya no puedo más.
De pronto, unas manos se apoyan en mis hombros. Una voz grave me habla pero no entiendo lo que dice. Mi corazón me taladra los oídos, nunca creí que mis latidos se oirían así de alto. ¿La persona que me pide que reaccione los escuchará también? Bum, bum, bum, pitido, bum, bum, bum, pitido. Mis venas palpitan y siento mi sangre fluir por las arterias principales de mi cuerpo. Bum, bum, bum, pitido, bum, bum, bum, pitido.
Pitito.
Pitido.
Cierro los ojos y respiro.
—¿Estás bien?
No, no estoy nada bien.
Bum, bum, bum.
Pitido.
—Oye, oye... Rain ¿estás bien? —pregunta, desesperado y siento que me sacude en un zamarreo brusco—.¡Rain! ¡RAIN!
—¿Kris? —pregunto aún con los ojos cerrados escuchando el disminuir del bum, bum, bum.
—No soy Kris, soy Hayden —responde—. Rain, ¿me recuerdas? ¿Estás bien? ¿Qué te pasó?
Y, de repente, siento que se arrodilla a mi lado y me abraza de manera protectora. Su calidez me embarga y me llena de nostalgia. Me siento segura entre sus brazos.
Otra vez.
Hayden me abraza más fuerte y me arrulla con una bondad que me enternece.
—Shh... todo estará bien —asegura; pero yo no le creo y me largo a llorar.
⚡Si te gustó...⚡
¿Qué creen que acaba de suceder? 👀
¿Rain está loca o algo realmente la acecha? ✨👻
¡Pronto, el segundo capítulo de la actualización doble! 😍
PREGUNTA RÁPIDA: ¿desde qué país me leen? 😋
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