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23 [El verdugo]

Corro. Reconozco este lugar de cuando me escapaba de pequeño, aquí dibujaba, pero no lo hacía más allá. El interior del bosque nunca me dio miedo, pero me inspiraba —y aún inspira— una suerte de respeto inexplicable. Es la misma sensación que me causa observar el mar, al que solo vi una vez cuando era muy niño. Respeto para con la naturaleza, respeto para con las fuerzas que ellas poseen, respeto para aquellos que las poseen.

Trastabillo dos o tres veces, pero me obligo a levantar. Mis pies se hunden en la gravilla y mis zapatillas se cubren de lodo en su totalidad, dificultando mis movimientos. Me sacudo las rodillas y me percato de que estoy muy adolorido. Todos mis músculos están tensos por el esfuerzo físico. No soy alguien muy atlético.

Esa extraña canción me llama y yo debo obedecer. Quiere que encuentre su núcleo y, aunque me resista, es más fuerte que yo.

«Es instintivo», pienso, compungido, y continúo corriendo a pesar de que ya no tengo aire y en cualquier momento creo que soy capaz de desfallecer.

No estoy hecho para el deporte, nunca lo estuve. Cada paso que doy se siente como una agonía en mi pecho. No veo nada, la maldita neblina de Deeping Cross baña cada centímetro del bosque y hasta el cielo es imposible de divisar. No tengo ni idea de dónde me encuentro y estoy seguro de que me será imposible encontrar el camino de regreso.

Cansado, me detengo un segundo para ver a mis alrededores. No reconozco este sitio y no sé cuánto es lo que me he alejado del pueblo. Oprimo el botón que le da luz al gran reloj negro que tengo en la muñeca y caigo en la cuenta de que hace más de una hora que estoy así. Creo que la casa del tío Luke está a kilómetros de aquí. ¿Estaré dando vueltas en círculos?

¡Dios! ¡Me meteré en grandes problemas cuando se enteren! ¡Mi tío me regañará!

—¡Ya basta! —grito, desaforado—. ¡Déjenme en paz! Basta, basta, basta, ¡por favor! Que alguien la dentenga.

Me llevo las manos a los oídos, en un vano intento de acallar la melodía. No obstante, esta no cesa, es más, parece que se escucha cada vez más fuerte y potente dentro de mis tímpanos. Es una locura. Cuando aparto las manos, noto que las manchas de tinta que hay en mis dedos compiten con las de sangre. El líquido se desliza por mis oídos y el sonido amenaza con reventarme los tímpano. Intento centrarme en escuchar otros ruidos y lo que oigo me hace arrepentir en el momento exacto.

A lo lejos, escucho que una voz femenina pide auxilio. No sé quién es ni dónde está, pero sus gritos agónicos y aterrorizados me dejan sin aire. Esa voz... esa voz... ¿¡Qué demonios hago!? ¿Es Simone? ¿No estoy solo aquí? Sin perder ni un segundo, decido ir a buscarla, no me perdonaría si algo le sucede a mi mejor amiga. 

Sin embargo, pronto, descubro que no es la única. Somos varios los que estamos perdidos aquí.

¿No estoy loco? ¿O ya he perdido la cordura?

Doy un paso en su dirección, con miedo. Los gritos de las otras personas se acallan y la música es lo único que soy capaz de percibir. Domina todos mis sentidos.

—¡¿Hola?! —grito, pero al segundo me doy cuenta de que es inútil y me dejo caer en el suelo, desesperado—. ¿Hay alguien por aquí? ¡Contesten!

No soy capaz de oír siquiera ni mi voz. El bosque entero está mudo a no ser por la terrorífica canción. Pongo todo de mí para retroceder, pero siquiera soy capaz de determinar dónde estoy parado.

—¡Basta, basta, basta! —vuelvo a gritar y, nada. Mi voz ha desaparecido.

Sin saber qué hacer, decido seguir moviéndome. 

Las pesadillas se terminan cuando uno despierta, y yo sé que en algún momento despertaré.

Me muevo entre los matorrales y trato de esquivar los obstáculos que no veo. Sin embargo, es imposible y me caigo unas cuantas veces. Pero no dejo que me detenga. Tengo que encontrar a la música, tengo que hacerlo, solo así podré ayudar a la chica que estaba gritando y descubrir si era o no Simone...

Sigo caminando a paso ligero y, pronto, noto que el terreno ha comenzado a cambiar. Los árboles empiezan a desaparecer y cada vez hay menos de ellos. El suelo también se siente diferente; la gravilla ha desaparecido y ahora lo siento terroso, cubierto por piedras.

«Las montañas», pienso con el miedo reptando por mi espalda, «¿Cómo pude haber llegado hasta las cuevas tan rápido?».

Parpadeo unas cuántas veces, intento localizar algo, lo que sea, pero no hay nada. Estoy sumido en la oscuridad total.

Suelto un sollozo angustioso y, resignado, me entrego a la música. Permito que ella me guíe hasta mi destino. Con los ojos cerrados, hago el camino que me muestra sin siquiera tropezarme. Pronto, me percato que de esta manera es mucho más fácil, los sentidos están sumidos ante algo más y ellos hacen todo el trabajo; si yo no lucho, puedo moverme con una gracilidad impropia, antinatural, con un algo que me ayuda a no tropezar y recorrer el camino de manera directa.

Camino, camino, y camino. No sé por cuánto ni hasta dónde. Solo lo hago. Es una orden que no quiero cumplir, pero me he dado cuenta de que no tengo elección. Los olores me confunden y, en cierto punto, dejo de oler a los árboles para sentirme invadido por la pestilente humedad y el encierro.

Sigo avanzando. No me detengo.

No obstante, en algún momento dado, la música cambia y cuando lo hace, yo abro los ojos.

Al principio, no veo nada. El reflejo de las antorchas que están incrustadas en las paredes de una cueva no me deja ver. El fuego me obliga a retroceder, pues lo siento cerca de mi piel. 

¿Cuándo es que llegué hasta aquí? Instintivamente, doy otro paso hacia atrás y me choco contra una pared que, hasta hace un segundo, ahí no estaba. Con el corazón galopando, me refriego los ojos y, poco a poco, me voy acostumbrando a la claridad. Me volteo y tristemente noto que estoy encerrada.

«Imposible, acabo de pasar por ahí», pienso.

El aire se escapa de mi cuerpo y mi corazón se detiene.

Escucho que delante de mí hay algo. Cierro los ojos con el pánico vibrando en cada célula de mi cuerpo y vuelvo a girar.

Un rostro, con una mirada depredadora, me observa a escasos milímetros de distancia. Siento su respiración contra mis labios. Cuando intento gritar... no, cuando siquiera pienso en gritar, sus garras me sostienen de la quijada y se clavan en la piel de mis mejillas, quitándome el aliento. Sin poder moverme, siento como mi piel comienza a cortarse y la sangre chorrea sobre las manos de la criatura encorvada y de piel pétrea.

Cierro los ojos, pero aún lo veo.

La criatura habla sin siquiera mover los labios, sin embargo, sé que su voz es la que suena dentro de mi mente, al igual que un rugido gutural y un siseo animalesco. Nunca oí un sonido así: amenazante, chirriante, filoso, helado.

Sin darme cuenta cómo, noto que soy capaz de entenderlo. Él se presenta. Me exige respeto y devoción, me obliga a hincar las rodillas ante sus pies. 

Y, sin tener siquiera una pizca de voluntad, me doblego ante Él. Abro los ojos y observo el momento en el que se hiere una de las palmas de sus manos con sus propias garras. Su piel violácea y reptiloide cede sin tapujos y un líquido espeso, tan oscuro como la mismísima noche, comienza a brotar de ella. Me sorprender ver que hasta lo imposible es penetrable.

Mi señor me ordena que eche la cabeza hacia atrás y que abra la boca: yo lo hago. Él alza la mano lastimada sobre mi rostro y deja caer sobre mi lengua dos minúsculas gotas de su sangre.

Si tuviera que poner en palabras el sabor de su sangre, no podría hacerlo. La mismísima maldad sería más dulce.

Como si hubiera probado el más letal de los venenos, caigo al piso, incapaz de controlar mis funciones motoras. Pronto, mi cuerpo comienza a temblar. Escucho como mis huesos crujen y se astillan, como mis vasos sanguíneos se revientan, como mis pulmones colapsan. Mi sistema intenta asimilar el líquido que he bebido y el dolor navega por cada una de mis células, destruyendo mi ser.

Estoy muriendo.

Sin embargo, no lo hago. 

Cuando el tormento inexplicable acalla, abro mis ojos. Tengo dos opciones que, en realidad, es solo una: si quiero vivir, debo aceptar su sangre, de lo contrario, mi cuerpo sucumbirá al tormento eterno y sé que no soy lo suficientemente valiente como para afrontar algo así. Hasta hacía unos instantes esperaba el final sin siquiera sentir al respecto algo por mi inminente muerte, pero ahora...

En cuanto asimilo cuál será la decisión que tomaré, siento que las vértebras de mi columna vertebral comienzan a arder, pero sin llegar a causarme sufrimiento: mi propio ser se está inscribiendo sobre ella con el mismísimo fuego de las profundidades. 

Quema.

Marca.

Obedece.

Me pongo de pie, sacudo la inmundicia que se ha pegado en mi ropa y sonrío ante esta nueva oportunidad que me ha dado mi señor.

Lo observo con respeto. Darivio está arrodillado ante mí, con su cabeza echada hacia atrás y con la mandíbula abierta. Espera que complete el enlace. Hago crecer mis garras y me corto la palma para así darle a beber mi sangre, la cual Él acepta, complaciente.

La unión ha finalizado. Ahora, ya no soy un simple marcado: he ascendido.

¡Holis! 

¿Qué les pareció este capítulo? 😙

En particular, considero que este es uno de los capítulos más importante de esta obra... Hay un huevo de pascua 🥚 relacionado con mis historias más viejas, si lo encuentran, me avisan. 👻

¿Y Rain? ¿Y Kris? 🎶🎵

¿Qué será de ellos ahora que ella conoce el pasado de Kris? 🔥💣

¿Quién es la criatura que se presentó como Darivio? 🤔

¿Quieren saber más de Él? 🤐

Espero que les haya gustado. Le puse mucho amor a este capítulo y planearlo fue todo un lujo. La escena final me ha hecho fangirlear mucho. 😍 

¡Ojalá que puedan disfrutarla!

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