2 [Mentir]
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😈
Veo pasar las pintorescas casa de Deeping Cross a través de la ventana. El pueblo luce inalterable. Siempre igual, casi perpetuo. Ajeno a las cosas que ocurren dentro de su bosque, ajeno a la maldición que azota a algunos de sus habitantes.
Paso saliva en seco y siento que la garganta se me cierra mientras lucho con las imágenes que me muestra mi mente.
—Si no estás lista, aún te puedes quedar conmigo... —murmura Kris, con voz conciliadora mientras gira el volante para ingresar en la última rotonda del pueblo.
—Lo sé —respondo. Me lo ha dicho—. Pero creo que debo volver.
—De acuerdo —responde y no insiste—. Cualquier cosa, puedes llamarme. ¿De acuerdo?
—Gracias —aparto la mirada de la ventana y le sonrío. Él quita la mano del volante por un instante y la apoya en mi rodilla para darme un suave apretón reconfortante.
Pronto, las casas de lo que es la primera rotonda, del círculo perfecto que es el pueblo de Deeping Cross, me envuelven con sus siluetas familiares y, a lo lejos, distingo la pintura desteñida, de color naranja claro, de la casa de mi tía.
El beso de despedida Kris sobre mis labios aún perdura mientras veo las partículas de polvo que flotan en el ambiente con una calma envidiable, casi mística. Se translucen a través de los rayos brillantes del atardecer y dejan una estela de atemporalidad que combina con la casa avejentada.
Huele a viejo, a humedad y a bosque.
Suspiro y me sacudo las manos en los pantalones. Mis dedos dejan una huella sobre la tela negra. El ruido ensordecedor de las tuberías de la casa que se despiertan con sus crujidos luego de varios días sin uso me recibe. Algunos parecen chillidos de agonía, otros tétricos chasquidos de metales oxidados.
Me dirijo hacia la cocina. Más polvo. Paso mi dedo índice por la estantería de las especias y los condimentos, y dejo un camino en el descascarado barniz.
El polvillo hace que se me irrite la nariz. Llevo mi mano hasta mi tabique y lo presiono para evitar estornudar mientras recuento mentalmente todo lo que aún me queda por hacer en la casa.
El beso desaparece. Me estreso de solo pensarlo. Muevo mis dedos de forma errática, deseando mi viejo vicio de nuevo. Sin Kris cerca, me siento intranquila.
Tomo un trapo humedecido y continúo con la limpieza. Repaso cada estantería de la casa. Primero quiero terminar con las superficies superiores para así luego ocuparme de los pisos.
Doy un manotazo sobre una incipiente telaraña en la esquina de la biblioteca, pero soy más brusca de lo que quiero, por lo que un viejo cenicero de cerámica blanca se tambalea. Rueda hasta caer al piso, donde se hace añicos.
No llego a atraparlo, tampoco lo intento.
Paso saliva en seco y un sonrisa torcida se asoma en mis labios, hastiada. Deeping Cross me está dando una indirecta.
Camino hacia la pared contraria y paseo mis dedos por el marco de la ventana. Los cristales están impecables y, desde afuera, casi parece una pintoresca casa en la linde del bosque de un pequeño pueblo. Mis ojos se posan en la patrulla que ha empezado a dar su vuelta nocturna desde el incidente. Al caer la noche, el oficial dormirá en mi puerta. ¿Me pregunto hasta cuándo invertirán los pocos recursos que tiene el pueblo en mi seguridad?
Me recargo contra la ventana y, en vez de seguir mirando hacia afuera, me doy la vuelta para admirar el caos que me rodea. Me resulta asombroso ver cómo la naturaleza ha intentado dominar la casa de mi tía tan solo en unos pocos días sin ventanas. Hay una cantidad absurda de diferentes tipos de hojas de árboles —grandes, pequeñas, secas y, sobre todo, muchos palitos de pinos—, mucha tierra y hasta algunos guijarros. La cercanía del bosque ha dejado bastante caos y los días de lluvia solo potenciaron la suciedad.
Después de los destrozos, Samuel me acompañó a limpiar. Sacamos los vidrios más grandes y tapamos los huecos con cartones y plásticos: no me quiero imaginar el estado de la casa si no lo hubiéramos hecho con tanta velocidad.
Repaso con el trapo el polvo que descansa en las estanterías cercanas y acomodo un poco mi biblioteca hasta que los libros quedan alineados. Cuando termino, me ocupo de la mesita de café y luego llevo el bolso de ropa que usé en la casa de Kris, más unas cuantas prendas que están dando vueltas por el pequeño living, hasta mi habitación.
La cama se convirtió en el sitio donde estoy apoyando todo lo que recojo y no va en la sala, pero que tengo que meter en algún lado. No me di cuenta de que, con la desesperación que manejaba el día del ataque, solo ocasioné más desastre dentro la casa.
«Doblar la ropa será otro rollo», pienso con un quejido agónico que se escapa de mi garganta mientras recuerdo que en la lavadora, al menos, se está lavando la última tanda de ropa.
Cuanto estoy por salir del cuarto, creo ver algo. Vuelvo sobre mis pasos para comprobar que lo que veo no es un error. Lamentablemente, no lo es.
—Maldita sea —susurro al ver lo que sobresale del bolso.
Me acerco a él y lo agarro con furia. Volteo todo su contenido hasta que lo que busco cae. Se trata de una prenda de ropa rota, cubierta por sangre seca. Esa misma que utilicé la noche que, con una garra, alguien que conozco me abrió el pecho y que, ahora si busco sobre mi piel, solo veo una cicatriz casi imperceptible. Tan imperceptible que, a veces, deseo haberlo soñado.
Mis intentos por olvidar, por fingir que nada pasó y que solo deseo más son completamente inútiles.
«La música». Cierro la puerta a mis espaldas con un portazo y regreso a la sala de estar. Pero los recuerdos me invaden con furia.
«El bosque». Tomo la escoba y barro los fragmentos del viejo cenicero y unos cuantos guijarros que estaban escondidos debajo de un aparador.
«El deseo». Luego, tiro la basura en la bolsa de residuos que estoy usando.
«La sed de sangre». Lo último que meto en ella es la prenda de ropa manchada de sangre.
—Esto es una locura —me repito por enésima vez.
Hago fuerza y empujo con mis manos para que quepa todo. Está llena y ya no entra nada más. Me cuesta cerrarla y el plástico delgado de mala calidad se parte varias veces antes de que pueda hacer un buen nudo.
—¡Maldita sea! No dejaré que una bolsa de basura me afecte —farfullo entre dientes, sobrepasada de emociones. Mis dedos pican, presos de la ansiedad. Sienten la necesidad de hacer algo que sé no me hace bien.
La certeza llega:
—No es la basura
«Quiero más», mi boca se humedece mientras recuerdo los colmillos de Kris desgarrar mi piel, sus manos calientes sobre mi cuerpo, nuestro cuerpos dominados por el placer más visceral.
Ignoro la sensación y mis pensamientos. Los empujo con todas mis fuerzas de mi cerebro y me dispongo a sacar, por fin, la basura. Le miento a mis instintos mientras comienzo con la pila de cartones que me ayudaron a colocar de manera momentánea cuando alguien rompió todas las ventanas de la casa y, luego, sigo con los vidrios envueltos en papel y guardados en cajas, debidamente señalizadas.
Lo último por sacar es la maldita bolsa de basura. Sin embargo, en cuanto estoy por hacerlo, mi teléfono suena. Es una llamada y, por el sonido personalizado, sé quién es. Dejo caer la bolsa al piso y una de las ramas agujerea el plástico.
Miro hacia arriba, hacia el techo, en busca de una paciencia que no llega y vuelvo a limpiar mis manos en mis jeans mugrientos. Me dispongo a buscar el aparato y me desespero porque no recuerdo dónde lo dejé.
Después de dos llamadas perdidas, lo hallo en la cocina debajo de unos papeles que me dieron en la comisaría cuando hice la denuncia y aún no guardé.
—Mamá —saludo de forma más animada de lo que parezco—, perdona —me disculpo y evito demostrar que estoy agitada—. No encontraba el teléfono. ¿Cómo están por allá?
—¡Oh, cariño! —chilla por el auricular—. ¡Ya me estabas asustando! ¿Qué hacías que no nos atendías? ¿Está todo bien?
—Ya te dije —repito, paciente—. No encontraba el móvil, y estaba lavando el baño. Ya sabes, con mil químicos y productos de limpieza, como nos gusta a nosotras. Encontré uno nuevo que te gustará y...
—Nos tienes tan abandonados... —interrumpe; lo agradezco porque así no tengo que seguir con la mentira—. Con tu papá estamos bien, pero te extrañamos muchísimo.
—Yo también los extraño, lo sabes. ¿Papá anda por ahí? —desvío el tema.
—Tormentita, ¡qué bueno escucharte! —añade la afable voz de mi padre y yo no puedo evitar rodar los ojos al escuchar ese absurdo apodo que me puso desde que tengo uso de razón; según él, cuando nací, lloraba tanto que acallaba la lluvia que caía con intensidad fuera de la clínica—. ¿Ya sabes cuándo regresarás?
—Cuando termine mi pasantía, ya les dije —sonrío y me obligo a sonar bien; mi tía es la única que sabe lo que ocurrió con su casa y solo porque preferí decírselo yo, antes de que se enterara por alguno de los vecinos chismosos—. Además, el clima de Deeping Cross es estupendo. El aire puro, los árboles... no sé, me encanta.
La culpa se vuelve a asentar en mi estómago. No puedo más. Si hubiera hecho caso a los mensajes, esto no me estaría ocurriendo. Nada de esto estaría pasando.
Nada.
Llevo mi mano libre al cuello y presiono con los dedos el lugar donde pasaría la vena yugular. Deseo.
—Sí, sí... lo sabemos —retoma mi madre—. Tienes una obsesión con ese maldito pueblo. Pero allá estás sola y...
—¡Mamá! —la regaño—. No me gusta que hables así de Deeping Cross, no exageres. —Sé que soy una hipócrita al decir eso, sin embargo, si no hablo de esta forma, ella solo se preocupará más. Y mi madre, cuando se preocupa demasiado, comienza a ocuparse. No la quiero merodeando por aquí el próximo fin de semana—. Y nada, mamá. Ya lo hablamos, por favor. ¿Es necesario tener esta charla de nuevo?
—Tormentita —suaviza mi padre al retomar la conversación; siempre es el mediador entre nosotras—, tranquila. Ya sabes cómo se pone... Pero nos alegra que esté todo bien. ¿Ya hiciste amigos?
—Papá... ¿tengo trece años o qué? Vine a trabajar —le recuerdo—. Sin embargo, me reencontré con algunas personas: vi a Samuel y a Winnie...
—¡Oh! La pequeña Winifred, ¿sigue tan dulce y buena? ¡Siempre me encantó esa niña!
—Bueno, ya no es más tan pequeña, pero por lo demás, está igual. Luego te mandaré una foto, se ha vuelto bellísima.
—Siempre fue bellísima —corrige.
—Claro... —digo mientras pienso en lo incómoda que me siento en el fondo cada vez que estoy cerca de Winifred—. Pero cuéntenme... ¿hablaron con la tía?
—¿Con tu tía? —pregunta papá, confundido—. Está bien, como siempre. Ahora anda con una nueva novia.
—Oh —finjo sorpresa, aunque ya lo sabía—. ¡Me alegro mucho! Pronto seguro la llamaré para ver como está y enterarme del chisme —miento; con mi tía he hablado bastante últimamente. A ella le conté lo del incidente de las ventanas y le pedí que no le dijera nada a mis padres para no preocuparlos. Con la pregunta solo quería sondear que no se le hubiera escapado algo por accidente...
—Y... ¿viste al hijo del señor Crooper? —interrumpe mi madre con interés. No la veo, pero apuesto mi vida a que está moviendo sus cejas de forma insinuadora.
—¿Hayden, querida? —añade mi padre en una pregunta para su esposa.
«Ajá, claro...». Por favor, son pésimos para mentir. Nunca pudieron ocultarme algo. De niña, descubría los regalos de Navidad y de mis cumpleaños sin siquiera buscarlos.
—Oh, Hayden —respondo y su nombre queda unos instantes sobre mis labios mientras recuerdo su casa de lujo en el bosque, sus músculos bajo mis dedos, mis caderas entre sus manos, la promesa de algo que casi fue y, por una interrupción, no ocurrió... Creo oír su voz amenazante y cantarina en el medio de una fiesta en el bosque—. Casi no tuve oportunidad de charlar con él —miento. Un escalofrío me recorre—. Trabaja con su padre, es difícil coincidir.
«¿Ven? Así se miente», pienso.
—Ah, ya veo... —añade mi mamá, poco convencida, y luego comienza a contarme un chisme de su vecina que implica cuernos y un robo armada. Mi padre añade algunas frases e interrupciones relacionadas con algo que está viendo en la televisión, como si yo también estuviera allí presente.
Luego de unos trece minutos más, finalizamos la llamada. La sonrisa de mis labios se evapora de forma automática luego del bip final. Flexiono una pierna y me apoyo contra el marco de la puerta, totalmente exhausta. Me dejo caer hasta que me abrazo las rodillas.
Después, vuelvo a mirar el techo en busca de una respuesta divina que no llega. Dejo el móvil y termino de sacar la basura; aún me queda mucho por limpiar.
¿Qué creen de los papás de Rain y las mentiras? 🤡
¿Qué creen que sucederá en Deeping Cross? 🔪
¿Y con Rain? 🚬
¿Y Kris? 😶
¡Los leo! 😊
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