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18 [La encerrada]

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⚡Soy NaiiPhilpotts  en todos lados⚡.



Salgo de la ducha y tomo la toalla que dejé sobre la tapa del retrete. Intento mojar lo menos posible y me seco sobre una alfombra ya húmeda que hay al lado de la ducha. Me visto solo con una camiseta vieja y gigantesca, puesto que me olvidé la ropa interior en el cuarto. No es bueno. Creo que podría llorar otra vez.

Camino descalza por el pasillo y me interno en la cocina para encender la cafetera. Extrañamente, esta noche no tengo hambre; no me apetece comer nada. Sé que debería. No como hace un día y medio y ya he empezado a notar los signos del cansancio. Observo la cena que está preparada sobre la mesada, pero siquiera deseo tocar un bocado. Opto por guardarla en el refrigerador para que no se eche a perder. Un segundo después, el regaño mental de mi madre me visita por haberla abierto con los pies descalzos.

«Supongo que tiento a la suerte...», suspiro.

Mientras espero que se caliente el café, intercambio unos cuántos mensajes con Flo. La noche recién cae, pero dentro del departamento de Kris me siento segura.

[Descansa, amiga, te lo mereces luego de lo de anoche.]

[Si tienes miedo al estar sola ahí, me llamas y hablamos.]

[Aquí estoy.]

Sonrío por sus palabras. Le respondo y, con mi café ya en mano, me dirijo al cuarto principal. Anoche, Kris me trajo aquí luego de ayudarme a recoger mis pertenencias más importantes y de hablar con la policía. Llegamos tardísimo, sin embargo, gracias a su amistad con la jefa de policía y que en Deeping Cross nunca sucede nada —excepto a mí—, conseguimos fácilmente que un patrullero con dos oficiales se quedaran a hacer guardia por la noche.

Estoy totalmente exhausta. Hoy temprano tuve que ir a la comisaría a realizar la denuncia y el trámite se demoró por varias horas. Luego, fui a la casa de mi tía para limpiar el desastre y, cuando terminé, Rita y su marido me capturaron para preguntarme qué demonios había ocurrido —sin utilizar la palabra «demonios», claro—. Después de eso, fui a la oficina para despejarme y de ahí volví al departamento. Se suponía que Kris pasaría por mí, pero se atrasó con unos pendientes en el edificio de la biblioteca.

«No quiero ni pensar» me digo a mi misma mientras ingreso a la habitación y dejo de la taza de café sobre la mesita de noche. Mi cuerpo está molido. Quiero dormir.

Me siento culpable de ser una carga y Kris está siendo muy atento conmigo. Sin embargo, hoy él no está. Antes de que ingresara a bañarme se fue a la casa de su tío ya que Kaleigh tenía una cita y no quería dejar a su abuelo solo.

Estoy incómoda por dormir, sola, en casa ajena, pero en el fondo me siento tranquila. No puedo evitar sentirme segura.

Me pongo las primeras bragas que encuentro en mi bolso y me recuesto sobre la cama de Kris, que es pequeña, ideal para una persona —o dos muy acurrucadas—, y muy dura. Nunca pensé que echaría de menos el colchón viejo y de resortes de mi tía. No obstante, no me quejo. Supongo que él la está pasando peor. Ayer durmió en el sofá del living a pesar de que yo me negué a que lo hiciera.

Enciendo la televisión que pende de un soporte ubicado en la pared que está frente a la cama y pongo un canal nacional de chimentos y cotilleos que no me interesan. Lo único que busco es algo de ruido para apaciguar el silencio.

Bebo un sorbo del café con los ojos cerrados buscando relajarme entretanto suena mi móvil. Con el ceño fruncido, abro los ojos y lo tomo.

Veo que es Hayden el que me está hablando:

[¿Estás lista para la fiesta?]

[Estoy ansioso por verte. (:]

—¡Carajo! ¡La fiesta! —advierto mi olvido al leer su mensaje. Le respondo que me disculpe y le digo que no me siento bien. Es una verdad y no a medias:

[Tuve un día complicado. Lo siento. Será para la próxima.]

Sin embargo, él insiste en que vaya. Menciona que se ha enterado lo del ataque a la casa de mi tía, y que cree que, si voy a la maldita fiesta, me distraeré.

Opto por apagar el teléfono; no pienso discutir con él ni dejarme convencer de hacer algo que no me apetece hacer. Debería entender que no es no. Lo que menos quiero hacer es ir a una fiesta cuando lo único que muero por hacer es cerrar los ojos y dormir.

Vuelvo a tomar otro sorbo cuando, de pronto, oigo algo que me pone los pelos de punta. Me apresuro a pasar el gran trago de café que tengo acumulado en mi garganta. Dejo la taza a un costado en la mesa de noche y me cubro con las cobijas. como si eso pudiera darme la protección que creo que me falta, cuando el miedo escala por mi cuerpo. Me tapo los oídos.

El sonido se repite otra vez. Suave y constante. Rítmico.

Giro en la cama, convencida de que son alucinaciones por el estrés; pero la música empieza de nuevo. Otra vez.

—No, no es cierto —murmuro lo suficientemente alto como para acallar el sonido, pero no puedo. Está dentro de mí, fuera, en todos lados.

De pronto, flashes de un recuerdo que creía enterrado, que creía imposible, aparecen en mi mente. No sé de dónde son, pero puedo afirmar que ya entiendo que no se tratan de pesadillas. Al menos no de las mentales...

No tengo dudas de que los vagos recuerdos que se reproducen en mi mente son reales. No sé qué me hicieron, pero algo me sucedió al ver esas personas en el bosque. Porque las vi. Fue cierto.

«Las personas», afirmo con terror.

—Algo sucede, algo sucede... —musito mientras siento que la desesperación comienza a trepar por mi cuerpo, desde la planta de mis pies hasta el último cabello de mi cabeza.

«Y algo pasó, algo pasó...», pienso. «¿Por qué no puedo recordar? ¿Por qué? ¿Qué me hicieron?».

Me agarro la cabeza, aturdida, mientras estoy arrodillada en la cama. Mi corazón palpita y yo solo pienso en que quiero dejar de oír esa melodía demoníaca, pero a su vez irresistible. Los graves retumban en mi pecho, en las paredes de mi tórax, haciéndome caer en la perdición.

La música me llama.

«Necesito seguirla, necesito seguirla».

Me descubro e intento subir el volumen de la televisión, no obstante, por más que lo ponga a un nivel ensordecedor la música continúa sonando. Nada la acalla.

Es insoportable.

Apago la televisión y suelto un grito ahogado, desesperada. Quiero que Kris venga por mí y me auxilie, quiero que haga que la melodía se detenga, quiero cumplir con el deber que le exige a mi cuerpo, quiero... quiero...

—Quiero seguir la música —confirmo para nadie en particular.

Presa de mis propios movimientos, me visto para salir. Me pongo los jeans negros que usé durante el día y me abrocho el cinturón de hebilla gruesa, luego, rebusco en el bolso y me coloco lo primero que encuentro. Me quito la camiseta de color azul gastado que me había puesto de pijama y me visto con un crop top oscuro, de mangas largas.

Me calzo con mis zapatillas que son del mismo color y, mientras me hago una coleta alta y tirante, tomo mi móvil y me lo guardo en el bolsillo de mi pantalón.

Una vez en la puerta, agarro mi abrigo gris de lana vieja y, cuando estoy salir, que descorro la cadenilla interna de seguridad, me percato de que mis llaves no están. Busco la copia que Kris me dio para usar por el tiempo que me quede en su departamento, pero no la veo en ningún lado. ¡La dejé colgada a un costado de la puerta! Estaba junto a las llaves de repuesto que, curiosamente, tampoco están.

—No, no puede ser cierto... —me niego a creer que estoy volviéndome loca—. Nadie vino...

La información se hace eco junto con una verdad indiscutible.

—Maldito, Kris. ¡Me ha encerrado! ¡Él sabe lo que sucede!

La ira me sofoca y las señales parecen cobrar sentido delante de mis ojos. ¡Maldición! ¿Cómo pude ser tan tonta? Me mintió. El desgraciado me mintió.

Su insistencia para que me marche del pueblo, su rechazo, su preocupación, sus intentos de protegerme de... ¿de qué?, ¿qué es lo que ocurre?, ¿qué es lo que no quiere que sepa? Podía haberme dicho la verdad, pero no. Eligió jugar conmigo.

«No volveré sin saber qué es lo que está ocurriendo», me digo al borde de las lágrimas, decidida.

Inútilmente, forcejeo con la puerta, pero esta ni siquiera se mueve. Intento conservar la calma. La música cada vez es más fuerte y me obliga a retroceder. Pronto, caigo de rodillas sobre las cerámicas jaspeadas y me cubro los oídos con las palmas. Por más que haga fuerza, el sonido no mengua, al contrario, cada vez parece llamarme con más insistencia. Es como si algo quemara dentro de mi propio cuerpo.

Me reincorporo, llorosa, y me dirijo hacia las ventanas. Una puerta cerrada, a mí, no me detendrá.

Las ventanas del pequeño living están trabadas. No puedo correrlas. La de la habitación tiene rejas, así que no es una opción viable. Por la de baño no quepo y, por la de la cocina, la caída es de unos cuantos pocos metros: se me revuelve el estómago de solo pensarlo a causa de estar en un segundo piso.

Vuelvo al living e intento con todas mis fuerzas abrirlas. Una parece trabada desde afuera y la otra no funciona por vieja y maltratada; los rieles oxidados no permiten que el marco de la ventana se desplace por la guía. Me enfoco en esta última.

Con cuidado de no romper el vidrio, comienzo a patear el marco. Primero despacio y continuo, después más fuerte y errática. Luego de unos minutos, mis avances parecen dar frutos y los ejes comienzan a ceder. La descorro apenas unos milímetros, los suficientes para que me quepan la punta de mis dedos y pueda hacer la fuerza con mis brazos. Intento, intento e intento hasta que la abro lo suficiente como para que pase una pierna y mi cabeza. Luego la obligo a que ceda un poquito más.

Me acuchillo en el pequeño espacio que dejé, de espaldas al vacío. Con mis manos me aferro al marco inferior y, con coraje, deslizo mis piernas de a poco y sin soltarme. Pronto, mi cuerpo queda paralelo a la pared del pequeño edificio. Sin poder evitarlo, miro hacia abajo. La altura se ve menos tenebrosa desde aquí. Saltar de frente me resultaba imposible, pero desde esta posición puedo dejarme caer sin problemas. Cosa que hago cuando siento que mis brazos comienzan a ceder.

Las plantas de mis pies pican por la caída. Ya en tierra firme, me agarro el pecho y trato de regularizar mi respiración. Mi corazón late desbocado mientras enciendo mi teléfono móvil y echo en falta mi abrigo, que se me ha quedado arriba. La brisa aquí es terriblemente gélida.

Ingreso a mis chats, ignorando los mensajes que me ha dejado Hayden, y abro mi conversación con Kris:

[Te espero en el linde del bosque. Encuéntrame en la arboleda que está frente a la alcaldía.]

[No tardes.]

Oh, oh... ¿De verdad Kris sabía lo que estaba ocurriendo?  💔

¿Por qué le mintió a Rain? 🤐

¿Tendrá una explicación? 🤡

Más osada no podía ser, se tiró de una ventana con tal de saber la verdad. 😝

¿Ustedes harían lo mismo? 😮

Yo creo que sí...

¡Ay! Lástima que no puedo dejarlas en suspenso y que pronto tendrán la continuación. 🤣

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