13 [La bailarina]
Suelto un suspiro de cansancio mientras me recargo sobre la barra. Las perlas de sudor adornan mi mente y mi cabello está igual de húmedo que cuando salgo a correr durante las mañanas de manera intensiva. Su pegajosidad se adhiere en mi nuca y en mi frente, pero estoy tan contenta que no me interesa como luzco.
Hace demasiado tiempo que no me sentía así. Viva. Y jamás hubiera pensado que Deeping Cross me podría traer una porción de felicidad que hiciera sentir de esta manera.
Samuel me imita y cae en la barra; pero del lado de su usual puesto como barman. Su rostro está pegado a centímetros del mío, soy capaz de olfatear el dulce aroma frutal que desprende al hablar del último trago que compartimos juntos. Fresas con durazno, creo. La madrugada recién comienza, pero nosotros parecemos habernos olvidado de los diez años que nos separamos y con solo unas pocas horas ya sabemos casi todo de lo que nos perdimos del otro.
—Nena, estoy exhausto —dice entre suspiros agitados mientras una sonrisa encantadora tira de sus labios; cielos, es increíble lo cómodos que nos sentimos el uno con el otro. Parece mentira—, creo que nunca había usado tanto la pista desde que inauguramos Twisted con Samy hace tres años. De todos modos, es una lástima que justo hayas venido cuando no está la banda que toca por aquí. Son muy buenos, pero hoy avisaron que tenían una fiesta.
—¿Banda? Wow... eso sí que no me lo esperaba —admito, claramente impactada por la información. Tengo otra excusa para venir aquí. —Sonrío con picardía.
—No necesitas excusas para venir, mi amor. Espero que lo sepas, y si no, te lo estoy diciendo ahora. ¿De acuerdo? —Me toma de las manos y me regala un gesto que enternece mi corazón.
—¿El alcohol te pone sentimental? ¿No? —inquiero con una risita—. Mejor cuéntame a cuántas has conquistado con un buen baile pegadito contras sus cuerpos —bromeo.
Samuel parece meditarlo por un momento y desvía su mirada, como si fuese un niño que acaba de ser atrapado con las manos en la masa de unas galletas de chocolate. Un niño muy cubierto de chocolate.
Y migajas en los labios.
—A un par... —admite, divertido—. Pero no es lo mismo, con ellas casi no bailé. —Me guiña un ojo de manera seductora y me da a entender que tenía otras cosas más importantes para hacer con esas chicas—. Verás, en aquella zona VIP hay dos o tres habitación privadas para que...
—Ay, Dios —lo corto—, debes haber quedado entre las piernas de medio pueblo —enfatizo—. Espero que tu descendencia no se pelee por el bar. Aunque dudo que su tía les deje algo.
Samuel lanza una ronca carcajada al aire mientras se dispone a hacerme otro trago. Ya perdí la cuenta de todas las cosas que me ha hecho probar hoy. Pero con lo que transpiré en la pista de baile, debo haber perdido más de la mitad.
—Nah, solo tendría descendencia con Winifred Lane —declara de manera diplomática—. Te lo dije.
Y sí, lo hizo. Hace diez putos años.
Me quedo estática mientras mis labios comienzan a curvarse para dejar salir una estruendosa risa que me hace ganar unas cuántas miradas reprobatorias de las demás personas que están en la barra y, por suerte, están siendo atendidos por otro chico. Un cuarentón me chista con cara de enojado, al parecer acaba de perder en la zona de juego y ha venido por una cerveza para ahogar las penas.
—¡No puede ser! No, no, no. ¿¡Todavía te gusta!? —menciono con una sonrisa imborrable en mis labios—. ¿Cómo es posible que desde niño te guste y aún no hayas hecho nada para salir con ella? ¿¡Qué está mal contigo, Sam!?
—Lo hice, lo hice —admite, derrotado—. Pero simplemente no soy su tipo, así que desistí.
—Y... ¿no te cansaste de que te rechace? —pregunto, intrigada. No puedo evitar sentir algo de lástima de mi viejo amigo. Creo que él y Winnie podrían hacer una linda pareja. Una muy demasiado linda pareja. De esas que te dan un bipanic enorme, y sabes que si tienen descendencia, será para hacer adorada por toda la humanidad.
—Un poco —su voz suena agotada—. Me rendí cuando Pratt me dijo que no tendría ni una mísera oportunidad con su hermana ya que ella sigue enamorada de Hayden.
Wow. Wow. Wow.
¡¿QUÉ?!
Y, al escuchar eso, siento que una bomba de remordimiento explota en mi cerebro. Creo que casi hago con Hayden lo que ella desea desde hace años.
—Umm... —Aprieto mis labios, preocupada—. ¿Sí?
Samuel me mira de manera inquisidora y me transformo en la niña cubierta de chocolate. Frunzo los labios y vago mi mirada, huidiza, por los cuadros en blanco y negro que están pegados alrededor de la enorme vitrina de licores que tiene a su espalda, cada uno enmarcado con pequeñas lucecitas que emiten un hipnotizante brillo dorado. La mayoría son de bandas, pero pronto veo que no solo hay artistas, sino fotos emblemáticas de Deeping Cross, de nuestro curso completo durante la graduación de primaria e, incluso, hay una de Samuel abrazado a mí que nos tomamos en la punta del desfiladero el fin de semana que fuimos con mi padre y sus amigos a las montañas de Deeping Cross.
—Sí —asiente—. Poco después de que tú te fuiste, la idiota se le declaró a Hayden —rememora con nostalgia y algo más que no puedo identificar—. Deberías de haberla visto, con su vestido arrugado de tanto que se secaba las manos por los nervios y una penosa trenza deshilachada.
—¿Lo hizo público? —inquiero, anonadada, y desvió la mirada de los cuadros. Lo que me cuenta Samuel no es algo que haría la Winnie que dejé atrás.
—No y sí. —Suspira—. Los chicos y yo estábamos con Hayden. Ella le pidió hablar a solas y yo me burlé, típico idiota, vamos, que me conoces. En fin, la presioné tanto que lo terminó casi gritando. Pobrecita. Su reputación quedó por los suelos y a mí me odió por mucho tiempo. Me volvió a dirigir la palabra cuando comenzamos la universidad.
—¿Y qué pasó? —Sin darme cuenta estoy en el borde de la butaca, intrigada por la historia que me está contando Samuel; me siento reviviendo un chisme de preparatoria.
—No. Hayden tuvo tacto, le dijo que no sentía lo mismo, pero que podría darle una oportunidad.
—¿Hayden y ella salieron? —inquiero, boquiabierta. Aunque, conociendo a Winnie, no me imagino lo dolida que se habrá sentido por una cita de lástima...
—Bueno, todo esto ocurrió días antes del caos que causó lo de Micaella —explica dando a entender que sé lo del suicidio de la pobre Mica, y no se equivoca; aquel suceso conmocionó al país, quién hubiera pensado que algo así ocurriría—. Así que pronto el suicidio social de Winnifred Lane quedó en el olvido.
Frunzo el ceño por su poco acertada elección de palabras. Samuel se encoge de hombros, apenado, como diciendo que al fin y al cabo lo que dice es cierto. Y no se equivoca.
—Sí, comprendo —comento mientras acepto un típico cubalibre que me tiende Samuel—. Y ¿cómo siguió todo desp...? —comienzo, pero una mano sobre mi hombro me interrumpe.
Subo mi vista hasta el individuo que está parado a mi lado y me atraganto cuando lo veo.
Kris me observa con una sonrisa curiosa en sus labios, intrigado. Luego saluda a Samuel con una leve asentimiento y mi amigo se aparta para darnos espacio con la excusa que irá a ver cómo va todo en la cocina o si su asistente no murió por el estrés de ser el único que atiende los tragos de la gente esta noche.
«Maldita rata», pienso al verlo escabullirse y veo un atisbo de guiño cuando se voltea. ¿Para qué le conté lo que pienso de Kris?
—¿Todo bien? —inquiere.
Buena forma de empezar una conversación.
Pero...
«¿Por qué no?», pienso mientras una idea juguetona cruza por mi cabeza. Últimamente nos estamos llevando mejor y pasamos mucho tiempo juntos, es agradable estar con él, me da la seguridad que Deeping Cross me quita; en todos los sentidos.
—Más que bien —contesto—. ¿Tú?
—Nada que merezca resaltar —responde, fingiendo un tono misterioso que me hace reír más de lo que quisiera. Cuando bebo de más, tengo la risa fácil. Espero que no lo note.
—¿Bailas? —pregunto al pararme cuando el DJ avisa que comenzará una nueva tanda musical en el sector de baile.
Sin embargo, no dejo que me responda. Tomo su mano y lo arrastro hasta la pista al igual que él lo hizo hace un par de días en la biblioteca para enseñarme algo que pensó que me gustaría ver: una colección de clásicos antiquísimos que estaban en la oficina de su tío. Lo arrastro y nos internamos en un mar de personas que no esquivo tan bien como debería. Me choco con un tipo barrigón y con una rubia bajita.
—¡Oye, está tu tío! —Me volteo mientras grito para hacerme oír por encima del ruido—. ¿Él...?
No soy capaz de continuar la frase. Kris asiente:
—Pratt lo invita cada tanto. Él lo trae y lo lleva antes; suele ser puntual. No quiere que lo mate Kaleigh por irresponsable... otra vez.
Ruedo lo ojos al oír el nombre de Pratt. Espero que el pobre viejo vuelva en una pieza a su casa, pero también me imagino que Kris debe confiar en él para dejarlo traer a un sitio así.
En cuanto encuentro un sitio espaciado, me dejo llevar por una canción que suena sensual y atrevida, alegre, vivaz. Kris suelta una risa suave que me derrite de una forma que no estaría dispuesta a asimilar si no tuviera todos los tragos de Samuel encima.
Tengo calor. ¿Hace calor?
«Debe ser el baile...», respondo en mi mente.
Le guiño un ojo, divertida, mientras empujo todos los sentimientos confusos que me causa su compañía.
En mi mundo, me concentro en la música que suena en el bar e intento seguir algunos pasos. Me enorgullece ver que no lo hago tan mal y que puedo estar a la par de cualquiera de las adolescentes que están a mi alrededor. Mi ego femenino crece; de niña nunca me hubiera animado a hacer algo así.
Así que ahora lo hago.
Suspirar, juntar valor y enredar mis brazos en el cuello de un tipo que me vuelve —y está volviendo— loca, para así continuar bailando pegada a su cuerpo, era solo algo que tenía en mis más profundas fantasías. No, claro que no. Ni en mis mejores épocas de fiestas hubiera actuado de esta forma. Era reservada y estaba demasiado preocupada por el que dirán.
Por suerte, ahora ya no.
Me pego más a Kris al tomarle ambas manos y obligarlo a rodearme la cintura baja, la cual está desnuda por el top de espalda descubierta. Él accede a mi petición sin ninguna reticencia. El solo hecho de que sus manos me toquen hace que mi piel ser erice por completo y sienta un burbujeo en mi cuerpo.
Pronto, él comienza a seguir mis pasos de baile. Suelto una risita traviesa al verlo.
—¿Qué sucede? —pregunta al bajar su rostro hasta mi oído. Sus labios me hacen cosquillas.
Me paro de puntillas para llegar a su rostro y así poder hablarle de forma confidencial. Él me sostiene al afirmar sus manos en mis caderas cuando trastabillo y me pego contra su pecho. Siento sus palmas abiertas contra mi piel y no puedo evitar cerrar los ojos por lo que me hace sentir ese contacto. La risa vuelve a invadirme y, por algún motivo, se la contagio. Estoy segura de que se ríe de mí, pero me confunde procesar por qué.
«Malditos tragos deliciosos», pienso en mi mente, aturdida, pese a que siento que muevo los labios.
¿Hablé en voz alta?
—¿Me querías decir que te gustaron los tragos de Samuel? —pregunta, divertido. Okey. Se ve que no lo pensé para mis adentros y al final sí lo murmuré.
—No, eso no, tonto —me burlo, aunque no estoy en posición de hacerlo—. Me río porque eres malísimo para bailar. Eso —añado con un tono arrastrado y pastoso contra su oído—. Tu torso parece ir rígido con tus piernas, como un lego.
Kris suelta una carcajada ronca que me saca de eje. ¿Su risa siempre sonó así de bien?
—Creo que alguien debería dejar de beber por hoy —susurra contra mi oído; mi piel se tensa por su aliento cálido.
—Ni lo sueñes. No se desperdician los tragos gratis de un viejo amigo —murmuro en su cuello, mis labios rozan su piel.
—Pero... ¿cuántos bebiste? ¿Cien? —inquiere.
Finjo comenzar a contarlos con los dedos:
—El de la casa, el de fresa, el mojito, el whisky especial que no me gusto, la cerveza suave y dulce, el...
Noto que Kris tiene los ojos fijos en mis labios; me tenso.
—¿Viniste en bicicleta? —pregunta, de pronto, cambiando de tema.
Me quedo en blanco, creo que ni siquiera sin tener el alcohol en sangre que tengo en estos momentos comprendería algo así. Asiento, acurrucada debajo de su clavícula sin tantas energías como al principio. Sin embargo, mis pies siguen bailando.
— ¿Y tampoco desperdiciarías si alguien te ofrece llevarte hasta tu casa? —cuestiona—. La bici puede ir la parte de atrás de la camioneta.
Mis labios se tuercen en una sonrisa extraña.
—Quizá.
¿Y bien? ¿Qué les parece Samuel?
Kris interrumpió una charla que se estaba poniendo muy interesante. 👀
Por otro lado, Rain está felizmente tomada.
¿Se arrepentirá luego? 🤣
¿Cuándo beben, cómo se vuelven? 👁👄👁
¿Son las que se ponen feliz, triste, cantoras? 🙈
Las leo, mis niñas. ✨
Recuerden que las que quieran pueden unirse al grupo de mis lectores donde hablamos de NSLM y del resto de mis historias.
🔥 ¡Los veo por mis redes! 🔥
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