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11 [La torcida]

A pesar de estar hace más de una semana en Deeping Cross, la casa sigue oliendo a perfume de señora entrada en años y a un encierro que, por alguna razón, tiene una suerte de encanto; pero durante las primeras horas aquí dentro, odié. Fue una tortura. Creo que ya me resigné a quitarlo, ni con todos los aromatizantes que compré, se va. Mi temor es empezar a oler así y no darme cuenta.

Sin embargo, más allá de mis dilemas con el aroma del hogar, sé que tengo suerte. El interior de la pintoresca casa es bastante acogedor. No solo tiene una amplia recamara principal, sino que incluso hay otra diminuta, supuestamente, para los posibles huéspedes, con una cama individual y un clóset que apesta a humedad. En cuanto Flo termine con sus exámenes, la invitaré a que pase unos días conmigo; realmente la necesito.

Por otro lado, también me acostumbré a los ruidos de las tuberías y a la instalación del baño —que de igual modo es un cuarto bastante pequeño—. Sin embargo, tiene a su favor una bañera ajada de un descolorido mármol blanco y antiguo. Ya la usé un par de veces y, a pesar de quepodría ser más cómoda, es lo mejor que tiene la casa ya que puedo pasar horas metida ahí dentro; cosa que en mi departamento no podía hacer debido a que solo tenía una ducha.

Sonrío ante la imagen que me devuelve el espejo y me dirijo hacia el living, que es la habitación más espaciosa de la casa. Paso mi mano por uno de los sillones individuales del pequeño juego de sofás lleno de ácaros. 

«Lo decidí», pienso, «con mi primer sueldo compraré un juego de nuevas cortinas».

Es que solo ver las floreadas, que parecen ser de los años sesenta más o menos, me da náuseas y ganas de vomitar.

Yo no sé por qué mi tía no remodela un poco... Tiene una televisión vieja, de tubo, de esas que pesan veinte mil kilos y solo ocupan espacio. La intenté prender uno de los primeros días y solo me recibió la estática. Se me pararon todos los pelitos del brazo y me hizo pega un buen susto. Además, en todos y cada uno de los canales —porque nadie contrató un servicio satelital alguna vez y yo no lo haré porque sería un gasto innecesario— está esa imagen blanca y negra repleta de cuadritos de interferencia. Por otro lado, tiene una radio que parece sacada de una película de época. La busqué en internet y se vende a medio sueldo de lo que ganaba por mes en la librería, ¡es una reliquia! y, por extraño que parezca, aún anda.

«Debo preguntarle si me deja venderla...».

No obstante, mis huellas ya se ven en el lugar. Además de tener ropa tirada o colgada por todos lados, la pequeña biblioteca que al llegar tenía varios estantes vacíos, solo ocupados por una enciclopedia mal ordenada y unas cuantas novelas románticas de la juventud de mi tía, se llenó de mis libros y de ejemplares que me interesaron y tomé prestados de la biblioteca —que juro devolver en tiempo y forma—.

Pero... pero... A pesar de estar viviendo en una pseudopaz, aún sé que hay algo mal. Los mensajes de amenaza cesaron el mismo día que aparecieron, lo que me lleva a pensar que fue una broma de mal gusto, una muy mala broma de mal gusto.

Me rocío con un aproximado de un litro de perfume y tomo mi chaqueta de cuero sintético de color gris azulado, que se ciñe perfectamente a mi cintura, antes de salir. Decidí que no voy a dejar una «broma de mal gusto» me detenga, que tampoco me importarán los comentarios de nadie: yo seguiré con mi vida y eso nadie lo impedirá.

Menos ahora que descubrí un bar.

Cierro la casa con llave y la meto en el pequeño bolso que cuelga de mi hombro mientras que en mi otra mano tengo una pequeña bolsa de supermercado. Bajo por la escalerita de madera de la entrada y me dirijo hacia el costado, donde descansa la bicicleta que mi tía habrá usado en algún momento de su juventud. Recuerdo que yo siempre se la usaba antes mudarme a la ciudad porque me parecía demasiado cool. Lo bueno es que ahora está tan vieja que nadie pensará que es «vieja» gracias al regreso continuo dela moda vintage.

La tarde que la encontré, la saqué al jardín para lavarla y para ver si aún funcionaba. Para mi fortuna, Rita y su marido daban un paseo vespertino mientras yo la enjuagaba con una manguera. El hombre se acercó a opinar, como cualquier viejo de Deeping Cross que te dice algo sin que se lo pidas, y me corroboró lo obvio: no iba a poder andar en algo tan achacado. Así que él se ofreció a restaurarla. Rita me comentó que desde que está jubilado se aburre mucho y que lo único que hace es ver partidos de fútbol —repetidos o no— en la televisión; no obstante, al parecer, de más joven y antes de que lo operaran de los meniscos, siempre andaba en bicicleta al costado de la ruta que te trae hasta Deeping Cross y se consideraba un ciclista amateur bastante bueno y con mucha resistencia.

El resultado de todo esto fue que, en menos de tres días, el esposo de Rita, John, me entregó una bici totalmente restaurada. Enderezó los rayos, cambió las cubiertas, colocó nuevos pedales y la ajustó a mi tamaño. Creo que lo amo; si fuera vieja, me le insinuaría para que me arregle las cosas de mi casa. Gracias a él ya no tengo que caminar y caminar, y mis tiempos se han acortado lo suficiente. Si todos fueran como John o Rita, tendría una mejor opinión de los vejestorios que viven por aquí.

Encadeno la bicicleta en la entrada del bar, donde hay unas cuántas motos y otras bicis. Lo bueno de haber venido andando es que mi mente está ocupada en pedalear y no matarme a causa del poco alumbrado público que hay en la zona en donde estoy viviendo. El ejercicio me ayuda a tener la mente activa y ocupada en otras cosas; por lo que, cada vez que creo estar siendo vigilada o que en las sombras hay algo al acecho, acelero y me convenzo de que es pura imaginación... ¿o no?

A pesar de ser a penas las nueve de la noche, el centro de Deeping Cross parece estar yéndose a dormir. Solo un puñado de locales se mantiene abierto a esta hora —muchos más de los que había cuando era chica, vale decir—. Por suerte, el bar es una de estas excepciones. Pratt me contó que es algo así como el único antro del pueblo, así que tiene el monopolio de la diversión de toda la juventud, sin embargo, me aclaró que nunca vería a su hermana ahí adentro. De hecho, según él, cree que debe ser la única de nuestra generación que nunca entró a beber algo. No sé por qué no me sorprende, eso es algo típico de Winnie, parece no haber cambiado nada con los años.

Guardo la llave del candado en mi bolso y luego me paso las manos por mis muslos casi desnudos. El frío no hará arrepentir de estrenar la hermosa minifalda de cuero negro, con tiro alto y de bordes asimétricos que me regaló Flo para mi cumpleaños. No. No. Para nada. Con las pantis transparentes tendrá que bastar. Acto seguido, me quito los zapatos cómodos y bajos para ponerme unos altos de taco ultrafinos. también negros, y con muchos estrases plateados en la parte del taco, muy de acuerdo con mi outfit general. Me calzo con una habilidad diga de un trapecista del Cirque Du Solei y, a continuación, guardo los mocasines que usé para andar en bici. Los meto en la bolsita de supermercado que tengo en el canasto y los dejo ahí, lo más ocultos que puedo.

«Pondré a prueba tu honor, Deeping Cross... No me robes», pienso para mí mientras rezo que, de verdad, nadie se lleve lo que dejo allí dentro.

De niña podías olvidarte y dejar lo que sea en cualquier lugar que, cuando regresabas, ahí seguiría estando. Sin embargo, esa confianza la perdí en la ciudad y ahora me cuesta retomarla. No obstante, cuando noto que varias motos tienen incluso la llave puesta y que ninguna bicicleta está encadenada a algún lado, me siento estúpida.

Suspiro. No vine hasta aquí para analizar la estadísticas de crímenes que ocurren en el pueblo.

Twisted. Observo el cartel de marquesina con luces rojas que pende sobre la entrada y una sonrisa presiona por aparecer en la comisura de mis labios: la D del final está invertida. El nombre del bar es una analogía de lo que siento desde que pisé mi pueblo natal otra vez.

«Sí, creo que estoy torcida».

Un leve murmullo se cuela por debajo de la puerta doble de madera avejentada y hierros grandes y negros. La decoración de la misma parece algo que verías en un set de Hollywood que emula al infierno o algo por el estilo. 

Me imagino que el sitio está insonorizado para no interferir ni un poquito con la apacible vida de los habitantes del pueblo. Cinco segundos más tarde, mi teoría se confirma cuando una pareja abre las puertas para entrar y el rugido de la música grunge llega hasta mis pies y me envuelve.

«Bien, creo que es hora de divertirse», pienso.



Espero poder traerles más capis seguidos. 🥺

Les adelanto que si esto fuera una serie de TV, diría que ahora se iniciará un arco de varios capis seguidos con cositas interesantes. 7u7

¡Estén atentos!

PD: El esperado Samuel aparece en el capítulo que viene y les juro que lo amarán tanto como yo. 💖😎

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