Pequeña historia: El pequeño mal líder (parte 1)
Pequeña historia: El pequeño mal líder (parte 1).
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Fecha: año 2011, aproximadamente.
En uno de los recónditos pueblos del país de los mexicanos, había un pequeño niño que había sido cambiado de escuela.
Fue repentino. Ni siquiera le avisaron. Simplemente lo trasladaron, sin darle la oportunidad de despedirse de sus amigos de su vieja escuela primaria.
Él se sintió mal, pero era algo que no podía evitar como niño. Él solo pensaba en jugar, divertirse y vivir.
Entrando en su nueva escuela, rápidamente se hizo otros amigos con los que encajó. Algunos no se llevó bien al inicio, pero logró ser amigos de todos.
En especial con uno cuyo nombre es muy poco común en un país hispano, sobre todo en México: John.
Su amigo John lo conoció ahí, y nuestro protagonista se sorprendió al verlo a los ojos.
—¡¿Qué tienes en el ojo?! —preguntó nuestro inocente protagonista, sacado de onda.
—Es un lunar —respondió John, dejando boquiabierto a nuestro protagonista.
Desde ese momento, se hicieron buenos amigos. Y fue conociendo más y más... Pero el destino tenía planes graciosamente duros para nuestro protagonista para ponerlo a prueba.
Y ¿saben lo más curioso? Que todo pasó en un mismo año, un mismo ciclo escolar... Cuántas cosas pasan en poco tiempo, ¿no?
Nuestro protagonista tenía dos amigos con los que se juntó, cuyo nombres no recuerdo bien, pero sí que eran dos en ese momento.
Los tres se juntaron en el recreo, pasándola al máximo. Hasta que, ¡¡Chan, chan, chan!!, el primer desafío comenzó. El momento de ver qué tan buen líder es nuestro protagonista llegó.
Caminando por los estacionamientos de tierra, donde los carros de los profesores estaban ahí, había unos alumnos de sexto o quinto año, aproximadamente. Lo que sí era certero, es que eran grandes.
Los tres niños pasaron cercas de ahí, y pudieron oír la conversación cuando llegó a su punto más alto y preocupante.
No se sabe sus nombres, pero eran mínimo unos cuatro chicos los que estaban ahí, debajo de un árbol.
"¿Qué les iba diciendo?", preguntó uno de ellos.
"No nos estabas diciendo nada. Pero, sí, creo que vamos a robar algunas cosas".
Nuestros tres niños abrieron los ojos como platos y se detuvieron en seco.
"Ah, sí. Le vamos a robar la bolsa a esa pinche morra", dijo otro.
Los niños notaron la malicia y descaro en la voz de ellos. Ellos creyeron firmemente que ellos hablaban en serio y, con disimulo, se alejaron de esa zona peligrosa.
Pero eso no era todo. Cuando estaban un poco lejos, nuestro protagonista miró hacia los chicos malos, y se dio cuenta de algo al ver a uno por el rabillo de su ojo. Uno de ellos era un vecino suyo, uno con quien había compartido palabras antes, en su vecindario, aunque fue poca la interacción, pero lo conoció. Ese descubrimiento dejó sin aliento a nuestro protagonista, y causándole una gran sorpresa ante su descubrimiento.
"¡Él...!", pensó nuestro pequeño niño. "¡Él es...!"
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Estando seguros de no estar cerca de ellos y fuera de su rango de visión, los niños se miraron entre sí, preocupados.
—¡¿Oyeron?! —dijo uno, asustado—. ¡Ellos van a robar!
—Qué mal... ¡¿Qué vamos a hacer?! —exclamó el otro, alterado.
—¡¿Cómo que "¡¿Qué vamos a hacer?!"?! ¡Somos niños de segundo grado! ¡Ellos nos matarán si los detenemos!
Mientras los dos estaban discutiendo si sacrificarse por el bien de la humanidad o no, nuestro inocente protagonista estaba mirando al suelo, pensando en lo más concreto. Con una naciente determinación y un espíritu de líder apenas creado, él levantó la cabeza, mostrando una mirada deslumbrante y un aura ardiente como el fuego, mostrando su deseo de justicia.
—Hay... ¡Hay que acusarlos con la máxima autoridad, el director!
≈
Y ahí estaban ellos, frente la dirección.
Todos estamos de acuerdo en algo. Cuando eres un niño que va a la primaria, la persona que más da miedo es el director, pues él tiene el poder de dejarte sin estudios si él quiere o si le caes mal.
Cualquiera que te amenace con acusarte con el director por algo malo que hiciste, automáticamente te conviertes en su esclavo con tal de salvar tu educación, no porque tú quieras, sino porque tus padres te pondrán una santa madriza que hasta tus descendientes lo sentirán al crecer.
⟨El Director.⟩
Esa entidad malvada que a más de uno aterró de niño... A menos que tu madre se "lleve bien" con él con tal de asegurar tu progreso educativo al re-coger tus calificaciones.
Ese ser inmisericordioso que quiere todo perfecto, pero para llenarse los bolsillos con el presupuesto de la escuela.
El director, el enemigo y mayor némesis de todo niño quien se vio apabullado ante su poder. Con tan solo oír su nombre, "El Director", cualquiera se asustaba. Y su presencia era tal que podía hacer llorar al más macho.
Y con eso dicho, estando frente las puertas del castillo del Señor Oscuro/El Director, los tres niños miraban fijamente el edificio, sintiendo terror, destrucción y desesperanza en el ambiente, con el olor a azufre contaminando el aire, adelantando que aquí mismo reside el mismísimo Diablo.
Los ojos de nuestros nenes podían demostrar el miedo en ellos. Los tres, al mismo tiempo, tragaron saliva una vez que se recompusieron y vieron que era momento de actuar... pero ninguno se movía de su lugar.
Uno de ellos le pegó con el hombro a nuestro protagonista, diciéndole con ese golpe "Vamos, ve tú primero".
Los labios de nuestro protagonista se torció hacia abajo y dio el primer paso, siendo seguido por dos de sus amigos.
Con el poder de la amistad, los tres lograron romper el sello y abrir las puertas que separaba el Reino Inferior del Reino Superior. Ellos juraron ver salir las almas en pena de la dirección al momento de abrir las puertas, una extraña neblina negra ocultaba el suelo, y la risa de una bruja estereotipada junto a la de un demonio llenó el lugar.
Pero eso no los detuvo.
Con gran valor y huevos, ellos por fin se adentraron a esa dimensión desconocida y torcida, sintiendo una gran tensión y nervios al oler ese típico olor a "rara pureza". Ese maldito olor que ponía nervioso a cualquiera en ese tipo de edificios.
No hace falta decir que estaban más asustados que antes, temblando como gelatinas, y con sus dientes golpeándose simultáneamente por el temor y frío.
Más adelante, la vieron a ella. Una bruja en el papel de secretaria, sentada en su trono junto a su esfera cuadrada donde tal vez buscaba recetas para pociones para convertir niños en ranas o en comida para revitalizarse.
Los niños avanzaron, mirando el lugar con más detalle. Vieron los esqueletos colgados de los niños castigados, tal vez expulsados, pero de la vida. Del otro lado, los fantasmas de las niñas. No se sabe con certeza por qué terminaron así, pero los rostros de esas pobres chicas mostraba un terror traumático que se plasmó incluso estando sin vida. Los tres chicos tragaron nuevamente saliva.
Por andar viendo eso, nuestro protagonista no se fijó en su camino y chocó accidentalmente contra el escritorio, siendo el sonido más fuerte del lugar sólo ganándole a las manecillas del reloj y el sonido de las teclas de un teclado.
Incluso con ese golpe, la bruja secretaria le prestó poca atención (para no decir que nada de atención).
Nuestro protagonista se sobó la cabeza, miró hacia arriba y habló, con un poco de temor.
—D-disculpe... —la bruja secretaria dejó su actividad y miró hacia al frente, mirando absolutamente nada. Ella se extrañó, pero después miró a tres niños pequeños que retrocedieron para poder ser vistos por ella—. D-disculpe, ¿está el Director-?
—Buenos días —interrumpió la mujer, alzando la voz y con un tono frío y cortante que hacía lucir su estricto carácter. Su expresión en la cara le hizo saber a nuestro protagonista que ella estaba de mal humor por la falta de modales.
—Bu-Buenos d-días... ¿Está el Director aquí?
—Sí —respondió la bruja secretaria, no dejando de lado su actitud fría—. ¿Para qué lo quieres ver?
Los tres niños se miraron entre sí. Los dos amigos le dieron ánimos a su "líder" para que hable, empujándolo hacia al frente.
—E-es que, um, ehm, e-escuchamos a unos chicos decir que iban a robar.
La secretaria entrecerró los ojos y giró levemente la cabeza.
—¿Eso oíste? —Los tres niños asintieron varias veces como respuesta, mirando a la secretaria, después a ellos mismos y de nuevo hacia la secretaria—. ¿Dónde?
—En el lugar donde están los carros —dijo el pequeño líder.
—... ¿En los estacionamientos? —los niños se miraron entre sí, y después asintieron mirando a la bruja secretaria. Ella se miró un poco preocupada, dudando de que si eso sea cierto o no. Ella tenía que saber más—. ¿Cómo eran ellos?
—Eran grandes —respondió nuestro protagonista.
La secretaria anotó esa información en su mente.
—¿Y qué más?
—También eran enormes.
—... ¿Y?
—Y altos.
La secretaria suspiró. Miró hacia una puerta y después a los niños.
—El director se encuentra detrás de esa puerta.
Los niños sintieron que casi se les va el alma. Ellos pudieron pasar de la bruja, pero ahora tocaba la mente criminal detrás de la escuela: El Director/El Diablo/El Señor Oscuro.
Los niños se iban a marchar hacia la puerta, pero la bruja secretaria los detuvo, diciendo en voz alta:
—¿Cómo se dice?
Los niños se detuvieron en seco, se giraron para ver a la bruja secretaria y dijeron, haciendo una leve reverencia y al unísono:
—Muchas gracias, y con permiso.
La secretaria negó con la cabeza mientras se agarraba la cabeza.
—Los niños de hoy en día... Ya no saben de modales... Espero que sean diferentes los que vengan después.
Los niños miraron la puerta del infierno. Detrás de este estaba el ser más temido de la escuela. Un ser cuyo nombre haría temblar de miedo la misma realidad y las siguientes. Nuestro inocente protagonista, con un poco más de valor, cerró su puño y tocó la puerta, siendo contestado por una voz, profunda y grave, en el interior.
«¡Adelante!...»
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¿Hay tenido esa sensación de que se les va a salir el corazón al estar frente a alguien que de mucho miedo? ¿Una persona quien desean evitar a toda costa por el bien de tu mente y felicidad? ¿Una persona la cual con verlo a los ojos te haría desmayar del miedo?
Bueno, en esa situación está el pequeño líder y sus amigos.
Frente a ellos, estaba el muy temido y nombrado "¡¡Director!!", revisando una lista y demás papeles. Tal vez sean las siguientes víctimas para desgraciarles la vida o hacerlos llorar o para llevarlos al infierno. Él revisaba una hoja, escribía o tachaba algo en ella y pasaba a la siguiente hoja.
Los tres niños estaban frente a su escritorio, sentados en una silla cada uno, y con la cabeza gacha. Estaban esperando a que el ¡¡Director!! termine lo suyo para prestarles un poco de su valioso tiempo.
Nuestro pequeño líder estaban jugando con sus pies, columpiándolos ya que no podía tocar el suelo.
Después de unas hojas, el ¡¡Director!! dejó su pluma sobre el escritorio y miró a los peques, recargándose sobre su escritorio.
—¿Qué desean?
Los tres niños se tensaron cuando él habló. Un terrible escalofrío recorrió al primer niño, y ese escalofrío pasó al segundo y después al tercero. Ninguno habló, para la mala suerte de nuestro protagonista. Él tenía que hacerlo. Inhalando y exhalando profundamente, el pequeño líder se llenó de valor para soltar tan siquiera una palabra. Él miró hacia arriba, mirando los ojos del director.
—N-n, u-um, e-es que, n-n, u-unos chicos d-dijeron que i-i-iban a-a robar. L-Los o-oímos.
El ¡¡Director!! no tuvo la misma reacción de la secretaria, pero sí se extrañó y también dudó.
—¿Cómo dices?
—E-es que estábamos caminando por donde están los carros y en un árbol estaban unos chicos, y escuchamos que ellos iban a robar —dijo el pequeño líder, teniendo más valor que antes.
—¿Escucharon? —cuestionó el ¡¡Director!!—. ¿De dónde escucharon?
—Ahí, con ellos.
—¿Lo escucharon de ellos? —volvió a cuestionar el ¡¡Director!!. Los dos amigos de nuestro protagonista y él asintieron, mirando al ¡¡Director!!, después mirándose entre ellos y otra vez hacia el ¡¡Director!!—. ¿Dónde?
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Los niños se podrían considerar unas leyendas. Esos pequeños renacuajos deberían tener un día festivo a honor de ellos. Esos tres niños tendrían que tener una estatua en la entrada de la escuela, pues lograron sacar al ¡¡Director!! de su despacho. Eso es de chingones.
Ellos cuatro estaban frente al árbol donde vieron y escucharon la conversación de los chicos problemáticos... pero ellos ya no estaban ahí.
Nuestro protagonista miraba por todas partes, pensando en algo.
—¡Desaparecieron!
El ¡¡Director!! miraba todo con sus manos en los bolsillos de su pantalón. Después, suspiró mientras se agarraba la cabeza de los lados.
—Entonces, ¿aquí estaban?
Los tres niños asintieron al mismo tiempo.
—Pero ya no están —aclaró nuestro protagonista.
El ¡¡Director!! puso los ojos en blanco.
—Volvamos a mi oficina. —el ¡¡Director!! suspiró cuando comenzaron a caminar—. Dios Santo con estos... pequeños.
≈
Los cuatro volvieron a la oficina. Tal vez no pudieron llevar al ¡¡Director!! con ellos, pero al menos tienen que sacar algo de información.
—¿Y cómo eran ellos?
—Eran grandes —respondió nuestro valiente líder.
El ¡¡Director!! tomó una hoja y anotó eso.
—¿Y qué más?
—También eran enormes.
El ¡¡Director!! levantó un poco la cabeza, pues eso sería prácticamente la misma información.
—¿Y?
—Y altos.
El ¡¡Director!! suspiró, con molestia.
—Miren, niños, estoy ocupado. Si van a decir algo, que sea relevante. Si no, váyanse que ya casi termina el recreo.
Nuestro protagonista tragó saliva y se sintió mal por ser regañado. Y ni se hable de sus amigos quienes se estaban arrepintiendo de seguir la idea de nuestro protagonista.
Pero, ¡oh, jo, jo, jo!, no contaban con el As bajo la manga de nuestro pequeño líder.
—¡S-sí hay algo más! —exclamó nuestro protagonista, sorprendiendo al ¡¡Director!! y devolviéndole las esperanzas a sus amigos—. ¡Yo conozco a uno de esos chicos!
Por un breve momento, los dos amigos de nuestro protagonista miraron a su amigo líder como un Santo, con todo y alas y aureola, ángeles bebés desnudos a su alrededor, con un aura de fe y prosperidad, y con un manto sagrado mientras abría sus manos y veía hacia el cielo, con sangre sagrada en el rostro y una extraña corona de rosas con espinas.
El ¡¡Director!! asintió muy despacio, reconociendo ese logro a nuestro gran y valiente líder.
—Muy bien, chico. ¿Y cómo se llama?
Nuestro protagonista iba a responder, pero recordó un pequeño, pero muy importante detalle... Él lo conocía por su apodo, no por su nombre real. Es más, ni eran amigos como para decir que se conocían. Solo eran vecinos y nada más.
—N-n... N-no lo sé...
El ¡¡Director!! mostró una mirada de desaprobación. Sus amigos perdieron de vista aquel brillo que rodeaba a su líder. Jurarían todo ahí que escucharon un disco rayarse. El planeta Tierra dejó de girar al oír eso. El mismo universo dejó de expandirse al saber eso. Todo dejó de funcionar por unos segundos mientras digerían esas palabras.
—... ¿Qué? —cuestionó el ¡¡Director!!, no creyéndose eso y girando levemente la cabeza—. ¿Cómo dijiste?
—E-es que no me sé su nombre...
Los dos amigos miraron hacia al frente, levantando levemente la cabeza.
—¿Y entonces? —dijo el ¡¡Director!!, intentando no perder el control, la tolerancia, y la paciencia—. ¿Sabes su edad?
—N-no... —contestó nuestro protagonista, agachando un poco la cabeza.
—¿Sabes en qué salón va?
—T-tampoco...
—¿No sabes nada de él?
—¡S-sí! ¡Allá por donde vivo, todos le dicen "Pollo"!
La cabeza de sus dos amigos salieron disparadas para ver a su líder, atónitos. El ¡¡Director!! mostró más desaprobación.
—¡¿C-cómo dices?!
—T-todos le dicen... "Pollo".
El ¡¡Director!! se dejó caer sobre su silla, suspirando profundamente y pellizcándose el puente de la nariz.
—A ver... Unos chicos dicen que van a robar, y dices que uno de ellos lo conoces con el nombre de... "Pollo", ¿no?
—Sí.
El ¡¡Director!! suspiró.
—Bien, pueden irse. Me encargaré de hallar a ese... "Pollo" —Los niños se miraron entre sí, confundidos. Al terminar esta plática, la imagen del Diablo se esfumó y vieron a un señor mayor con traje, igual viéndose muy intimidante. Ese infierno cambió de un momento para otro a una oficina aburrida. El director notó que los niños seguían ahí y exclamó—. ¡Lárguense!
≈
La secretaria estaba escribiendo algo en la computadora, hasta que la puerta de la oficina del director se abrió, llamando su atención. De ahí, salieron, cabizbajos, los tres niños (sobre todo el líder).
La secretaria, una vez que estaban muy cercas de ella, ella habló.
—¿Cómo les fue, niños? Vi que salieron con el director. Eso es raro.
—Ni bien...
—Ni mal... —contestaron los dos amigos, decepcionados. La secretaria se confundió, pero después notó a nuestro protagonista decaído y preguntó:
—¿Qué te pasó, mi vida?
Nuestro protagonista alzó la mirada para verla.
—E-es que... —nuestro protagonista olfateó, triste—. Es que yo conocía a uno de los chicos, pero no sabía su nombre y...
Nuestro protagonista volvió mirar al suelo, conteniendo las ganas de llorar, pero dejando caer una lágrima que se escapó y un sollozo. La secretaria se enterneció al verlo así, pero no se iba a permitir que así se quede el nene. Ella se aclaró la garganta.
—Niño, mírame —ordenó la secretaria. Nuestro protagonista hizo caso cuando se lo dijo por segunda vez y cuando lo agarró de los hombros—. Qué mal que no haya salido como tú esperabas, pero lo intentaste, y tus intenciones fueron buenas. No todos tienen el valor de actuar y acusar a alguien por el miedo a ser molestados. Por favor, no te sientas mal, mi amor. De todos modos, si algo pasa, tú no te verás afectado, pues le advertirse al director, y es su problema si no quiso escucharte.
Nuestro protagonista notó también un cambio aquí. Ese lugar lúgubre y panteonero desapareció, y ahora era una simple sala con cuadros de niños y niñas que se graduaron con honores, y se podía en sus sonrisas lo orgullosos y felices que estaban. La vestimenta de bruja desapareció y dejo ver a una mujer hermosa, con lentes y pelo recogido, y traje blanco con falda. No más bruja aterradora.
Nuestro protagonista miró hacia el suelo y asintió, tarareando su respuesta. La secretaria sonrió dulcemente.
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Afuera de la dirección, los tres niños veían a los demás jugar, sin miedo y preocupaciones.
—Qué mal... —dijo uno de los niños—. Yo sí esperaba que se hiciera algo.
—Bueno, creo que es un poco bueno que no se haya hecho algo —dijo el otro.
—¿Por qué lo dices?
—Si castigan a los malos, cuando se enteren que fue por nosotros, nos golpearán hasta matarnos.
—B-bueno, fue idea de... —aquel chico dijo el nombre de su líder—. Si se enteran que intentamos acusarlos, fue idea de él.
—¿Qué opinas?...
Los niños miraron a su líder quien tenía una expresión que se podría describir de la siguiente manera por el nuevo miedo... Q_Q
—Maldito Pollo...
Y aquí concluye la primera parte de esta historia y el camino hacia el liderazgo de un pequeño niño mexicano.
Moraleja: Cuando acusen a alguien, tengas pruebas. De lo contrario, eso se convierte en un chisme.
Fin.
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