Los primeros rayos del alba comienzan a iluminar mi habitación y lo primero que veo es el lado vacío de mi cama. Es gracioso el hecho que cuando despierto aveces mi mente me juega una mala pasada al imaginarte acostada al lado mío, sonriendome como antes lo hacías y diciéndome lo mucho que me amabas.

Confieso que algunas veces, yo, en un intento desesperado por volver  a tocar tu piel, me dejó llevar y extiendo mi brazo para acariciar  tu rostro de la manera en la que tanto te gustaba pero justo cuando estoy tan cerca, te desvaneces.

Dios, cada vez que eso sucede y caigo en cuenta de que no fue real siento un dolor y un vacío en mi pecho que solo una botella de ron ha sabido curar.

Ya sé lo que debes estar pensando al leer esta carta. Que solo soy un simple desesperado buscando que te apiades de mí, pero déjame  aclarar, que aunque me hayas dejado, yo nunca deje de pensar en ti y mi corazón no ha dejado de latir con más fuerza cada vez que observo tu fotografía sobre mi mesa de noche.

Las horas en soledad en estos último seis años me han hecho un hombre sabio. Ya no siento aquel rencor que algunas vez tuve hacia ti, ese el qué desquebrajaba mi alma cada noche cuándo la luna  iluminaba el rincón donde está colocado el retrato que te hice.

Aunque no lo creas, no te escribo esto para repocharte sino para saber de ti.  Creo que al menos un hola tuyo después de tanto tiempo no le vendría mal a este pobre pintor

Y bueno, espero que estés bien y que en tu nueva vida hayas encontrado lo que no pudiste en está.