Capítulo 7
Había llegado el domingo y Giovanna no podía creerlo. El almuerzo en el restaurante Moratti se había suspendido por primera vez en años. ¿Por qué? Por el hombre que se hospedaba en casa de sus padres, parecía ser que, para no trasladarlo, habían decidido realizar el almuerzo en el hogar familiar. Se trataba de un apartamento antiguo de tres habitaciones, un gran living comedor, una cocina independiente y dos baños que quedaba a unas pocas cuadras del negocio gastronómico.
Abrió la puerta con su propia llave. A pesar de que hacía años que tanto ella como Nino ya no vivían allí, ambos ingresaban sin llamar. Sus padres nunca habían puesto reparo en esto, dado que, para ellos, seguía siendo la casa de sus hijos.
Colgó la gabardina y la bufanda en el perchero sobre la pared a un lado de la entrada. En cuanto dio unos pasos en la sala, se quedó congelada al contemplar al hombre que estaba sentado en el sofá tapizado en rojo oscuro con flores bordadas en un tono más claro.
Él no la había registrado, tenía la mirada en su dirección, pero se la notaba perdida en sus propios pensamientos. Permaneció quieta, con ansias de dar media vuelta y escapar de aquel apartamento que siempre había sido su refugio.
—No muerdo, ¿sabes?
Los ojos oscuros se elevaron hasta clavarse en los pardos de ella.
—¡Papá! —La joven saltó junto al hombre sobre el sofá y se abrazó a él. La cabellera rubia se abrió como un abanico dorado.
—¡Hey! —gruñó de dolor—. Ten cuidado.
—Hu, lo sient... ¡Anna! —Se elevó del asiento de un brinco como un conejo y corrió hacia la cirujana con una sonrisa de oreja a oreja.
Giovanna tuvo casi que taparse el rostro para no encandilarse con la luminosidad que provenía de la chica. Era tanta su felicidad, tanto su resplandor que la empalagaba.
—Ah, aparece ella y te olvidas de tu pobre padre convaleciente —se quejó Parker como un niño pequeño en pleno berrinche. Hizo un mohín con los labios y se cruzó de brazos sobre el pecho al tiempo que desvió la mirada hacia un costado.
—Eso no es cierto.
Candy se detuvo frente a ella y se estiró a la par que se balanceaba sobre los pies. Giovanna quería preguntarle qué le ocurría, pero no confiaba en cómo saldría su tono, por lo que permaneció en silencio ante los intrusos que invadían la casa de sus padres.
—¿Puedo saludarte?
Anna frunció el ceño y le tendió la mano, pero la chica tenía otra idea. Se abalanzó sobre ella y la rodeó con los brazos para estamparle un beso sonoro en una de las mejillas.
—Y ahora también la besas. Estoy perdido, ya ni recuerdas que estoy aquí.
—Lo siento, se pone un tanto celoso a veces. Es como un niño. Después se le pasa.
La joven la soltó y se apresuró en volver junto a su padre. El hombre clavó la mirada en Giovanna. Quemaba, pero no solo la piel, la sensación la traspasaba hacia el interior.
—Figlia mia, sei qui —«Hija mía, estás aquí», dijo su madre al divisarla, se le acercó con los brazos abiertos y la abrazó como había hecho segundos antes Candance, solo que Savina le dio la bienvenida con un beso en cada mejilla como era habitual entre los italianos—. Tuo padre sta facendo il ragù. Hai fame? —«Tu padre está haciendo el ragù. ¿Tienes hambre?
Ragù alla bolognese era una típica receta italiana de salsa a base de tomate y carne picada.
—Sempre, mamma.
No era cierto, pero era pecado no comer la pastacuitta que amasaba su madre durante horas y dejaba secar por días, acompañada por la salsa que preparaba su padre por gran parte de la mañana. Cada paso era una fracción de una tradición que Giovanna vivió desde que abrió los ojos por primera vez y que había aprendido a amar.
La sonrisa en la mujer se amplió y sus ojos brillaron. Para ellos, la comida solucionaba todos los males. El estómago lleno implicaba una vida feliz. Si tan solo todo pudiera ser tan simple.
— Nino e Vivien sono sul terrazzo. —«Nino y Vivien están en la terraza».
La terraza era un pequeño espacio abierto al que se accedía por una puerta ventana a un costado del living, en la que su padre tenía una pequeña parrilla móvil y estaba adornada por un juego de sillas y una mesa de hierro forjado.
—Vado con loro. —«Voy con ellos».
— Cerca un bicchiere per bere un goccio di vino. —«Busca un vaso para beber un poco de vino».
— Mamma, lo sai che non bevo. —«Mamá, sabes que yo no bebo».
—Si, si, lo so. —«Sí, sí, lo sé».
Giovanna se alejó un par de pasos en dirección a la terraza.
— Lo sapevi che Parker ha un talento per la cucina? —«¿Sabías que Parker tiene talento para la cocina?».
Se giró ante el comentario inesperado. No, no lo sabía.
—He escuchado mi nombre, Savina —mencionó el policía en un tono divertido.
—Le comentaba a mi hija que sabes cocinar.
El cambio fue inmediato. La sonrisa masculina se evaporó como por arte de magia y la incomodidad habitó en sus facciones.
—Un padre solo debe aprender ciertas habilidades —comentó con la mirada esquiva y apagada.
Suponía que la huida de su esposa no era algo agradable de recordar. Solo que no lograba identificar la emoción. ¿Estaba triste, enfadado, dolido? ¿Aún la extrañaba? ¿Pensaba en ella?
Anna gruñó y resopló. Emprendió la marcha hacia donde se hallaban Nino y Vivien con malhumor. ¿Qué demonios le importaba cómo se sentía él? Si penaba y lloraba por todos los rincones de su casa por la madre de su hija, hasta mejor.
De pronto la voz de su padre se escuchó en un grito.
—¡Nino, devi grattugiare il formaggio! —«¡Nino, tienes que rallar el queso!
Anna sonrió. Había algunas cosas que nunca cambiaban.
—¡Vado, papà!
Chocó contra su hermano cuando este entró como un trompo.
—Mi hermana preferida.
La estrujo y la elevó del suelo en un abrazo.
—Soy tu única hermana. ¡Ya bájame!
Así lo hizo y alzó el dedo para apuntarla a la cara.
—Hoy me toca a mí porque llegue antes —rezongó de forma dramática. Los hijos Moratti odiaban rallar el queso, lo único positivo del asunto era que podían comerse los pedacitos que quedaban o algunos de los filamentos antes de que Ugo se percatara—. Ser puntual en esta casa es una perdición.
—Ve a tu labor y deja de protestar.
—Entonces, tú secas.
—Lavo.
—No, no. Yo lavo. Sabes que odio secar.
—Seco, pero tú guardas.
—Hecho.
Se estrecharon las manos como si hubieran cerrado un trato de suma importancia.
Ambos hermanos odiaban secar la vajilla. Desde que tuvieron edad suficiente, ellos se encargaban de los platos, cubiertos y vasos utilizados durante el almuerzo. Y siempre se peleaban por la tarea que les tocaba. Ganaba el que conseguía lavar.
Fue tras su hermano y saludó a su padre del mismo modo que había hecho su madre con ella, con un beso en cada mejilla mientras él revolvía la salsa en la olla alta que con tanto ahínco preparaba. Para Ugo la cocina era cosa seria y una de sus grandes pasiones. Los padres Moratti entristecían al saber que ninguno de sus hijos había heredado ese amor por lo culinario, pero aceptaban los caminos que habían elegido.
Fue hacia la pequeña terraza, pero Vivien ya no se encontraba allí. No deseaba volver a toparse con ese hombre, por lo que se dirigió a su antigua habitación. Solo que no recordó que, en ese momento, era en la que se hospedaba Candance. Halló a la joven recostada sobre la cama con Vivien a su lado, ambas charlaban mientras veían algo en una tableta.
—¡Giovanna! —Su cuñada se alzó y la abrazó.
Anna le devolvió el gesto de cariño. Amaba a Vivien y le encantaba como se entendían sin tan solo decir palabra.
—Hola, Viv.
—¿Estás bien? —susurró la mujer morena. Le agradeció el tono bajo y cómplice en el que le habló. La conmovía la forma en que se preocupaba por ella—. Sé que no querías encontrártelo en un almuerzo familiar.
Respondió con un encogimiento de hombros. ¿Qué podía decir? Odiaba que Parker estuviera en la casa de sus padres, odiaba que su hija durmiera en su cuarto, odiaba que ellos hubieras traspasado dentro de su vida.
—Estamos viendo una serie que se llama Está bien no estar bien.
—¿Coreana?
—¡Sí! —contestó la joven.
Su padre tenía razón. Un día aparecería con ojos rasgados. Frunció el ceño ante el pensamiento. ¿Acaso acababa de estar de acuerdo con aquel hombre?
—Ven, Anna, es muy buena. —Vivien le pasó un brazo por los hombros y la instó a acercarse al lecho, por lo que tomó asiento entre la joven y la mujer.
—Vi la de los chicos —mencionó.
La había visto por impulso, pero se había sorprendido al engancharse con la historia y no parar hasta haber llegado al final. Tenía que concederle a la chica que ese tipo de series poseía algo que las volvía adictivas.
—¡Oh, Error semántico! ¿Qué te pareció?
—Es... tierna.
—Y romántica, ¿cierto?
El entusiasmo en aquellos ojos verdes la incomodó. No quería tener pasatiempos en común con la hija de Parker, no quería compartir gustos, no quería intercambiar nada con ella.
—Sí, mucho —concedió a regañadientes, sin embargo, la sonrisa de la adolescente se amplió.
—Candy, esa no me la has recomendado. Esta también tiene romance y es muy buena —agregó Vivien.
—Se trata de enemigos que se enamoran —comentó la joven rubia.
—Veo que te fascina el tema —masculló Anna.
—Mucho.
Miraron por un rato el capítulo de las aventuras de un enfermero con un hermano con condición del espectro autista y una escritora de cuentos para niños que lo enloquecía, hasta que Savina gritó que era la hora de almorzar.
Nino y Anna pusieron la mesa como era la costumbre, su madre trajo el gran fuentón con la pasta ya mezclada con ragù y formaggio. Se esparcía una capa de pasta, otra de salsa y, por último, una de queso, luego se comenzaba de nuevo como si se tratara de una lasagna.
Los ojos oscuros estaban fijos en cada movimiento que ella hacía. Los notaba como si fueran dos láseres que la penetraban. No entendía cómo demonios había quedado sentada junto a él. En la cabecera estaba el lugar de su padre, en la otra el de su madre, Nino y Vivien se acomodaban por un costado y por el otro, Candance, Parker y ella.
Gimió por lo bajo y una risita igual de silenciada la acompañó. Giró el rostro y se encontró con aquellos ojos que se burlaban de ella. Sabía que trataba de evitarlo a toda costa y se mofaba del hecho de que, cuánto más empeño ponía, menos lo lograba.
—Te dije que no muerdo.
—No lo sé, hoy no te han puesto bozal.
—Qué traviesa, doctora Moratti —le susurró al acercarle la boca a la oreja y un escalofrió la recorrió entera.
Sin pensarlo disparó el codo contra las costillas masculinas y escuchó un «Ouch» cargado de dolor. No debía olvidar por lo que el hombre había pasado y de que aún se estaba recuperando. Ante todo, era médica.
—Lo siento —masculló.
—Yo no —se mofó el policía para desquicio de ella.
—Descubrimos que a Parker le encanta la cocina —mencionó su padre como antes le había dicho su madre. No comprendía la razón de tanta insistencia con el tema, pero notó el orgullo en las palabras de Ugo—. Hemos charlado sobre lo que le gusta preparar y destaca más que el promedio de las personas.
—¡Es cierto! Papá cocina muy rico —concedió Candance y ese tonto orgullo también bailaba en el rostro de la joven.
Al desviar la vista, Anna se sorprendió al contemplar el rubor teñir las mejillas del hombre.
—No es para tanto, solo me defiendo un poco.
—No es cierto, muchacho.
—Y nos ha contado sobre su decisión de abandonar la fuerza —agregó su madre, el silencio recorrió la mesa.
—¿Qué? —preguntaron ella y Nino al mismo tiempo, ambos tosiendo al haberse atragantado con la pasta que tenían en la boca.
—Es solo una idea —se apresuró a aclarar Parker.
—Y ninguno de ustedes ha seguido nuestros pasos —continuó Savina como si nadie hubiera dicho nada.
—Mamma...
El temor sobre lo próximo que diría la asaltó, un temblor le recorrió la columna y las manos se le humedecieron.
—Hemos decidido que podría emplearse nel ristorante —finalizó Ugo.
—Y quizás, cuando il suo padre ed io —«su padre y yo»— no podamos continuar, él ponerse al mando.
—¡Están locos! —exclamó Anna al soltar los cubiertos sobre la mesa
—Es demasiado —aventuró Parker igual de desesperado que ella.
—Me encanta la idea —comentó Nino con evidente entusiasmo.
Vivien no emitía palabra ni conjuraba ningún gesto en su rostro.
—Papá, ¿dejarás la policía? —preguntó Candy con una ilusión difícil de disimular.
—Yo...
—¡Estoy tan feliz, papá! —Se arrojó contra el costado del hombre y lo envolvió en un apretado abrazo—.Ya no tendré que temer que no vuelvas a casa o que me llamen como hizo Dean la última vez. Tenía terror de no volver a verte.
—Candy...
Él sostuvo entre los brazos a la adolescente mientras el resto de los comensales discutía la buena decisión de incorporarlo al plantel del ristorante familiar.
Anna no podía creer lo que sucedía. ¿Acaso estaba en otra dimensión? ¿Se trataba de un programa de Sábados de Sci-Fi? No podía ser la vida real, porque ya era demasiado cruel como para sumarle eso como ingrediente.
—Aún no lo he decidido del todo, es tan solo una idea, más bien, el prototipo de una. No quiero que vuelvas a pasar por algo así, Candy. Yo... también tuve miedo por primera vez de no regresar contigo y estuve pensando en darle otro cauce a mi vida.
—¡Me encanta, papá!
Anna cerró una mano sobre cada uno de sus muslos y gruñó, bajito, pero audible para el hombre que se sentaba a su lado.
—Aún no es una decisión tomada —susurró para ella.
—No te atrevas —advirtió entre dientes.
—¡Por il ristorante Moratti y su sucesor! —Ugo alzó el vaso repleto de vino y cada uno hizo lo mismo, salvo Candance, que era menor para beber alcohol, Parker, que por los medicamentos no podía beber, y ella que no lo hacía ya, elevaron el suyo con agua.
Anna aferró la aguja e hilo mental y enmendó cada retazo de su alma, cosió y cosió para mostrarse entera. Brindó a regañadientes, no podía desairar a sus padres y menos al verlos tan felices con el hecho de que alguien siguiera con lo que con tanto amor habían creado a base de esfuerzo.
Solo que, cuando él le dirigió una sonrisa ladeada y un poco sobradora, fue como si una tijera cortara cada costura y los pedazos de tela cayeran. Desaparecía, sin poderse volver a integrar, en una montaña de pequeños géneros.
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