Capítulo 6
—¡Nino, deja de correr! —gruñó Parker a su amigo que empujaba la silla de ruedas a toda velocidad por el corredor del hospital.
—¡Vamos! ¿No te alegras de salir de este lugar?
—¡Aún está convaleciente! —protestó Vivien que trataba de alcanzar a su novio a grandes zancadas.
—Ay, gianduia, es la primera y, espero, la única vez que podré hacer esto —exclamó Nino al girar el rostro hacia atrás, pero sin detenerse.
De pronto, casi chocaron con una persona que atravesaba el pasillo que cortaba por donde corrían ellos. El chirrido de las ruedas al frenarse de improviso los ensordeció y arrugaron las facciones.
—Lo sie... —comenzó a disculparse Nino hasta que se percató de quién se trataba.
—Doctora Moratti, temía irme sin despedirme, pero veo que aquí está para darme un último beso.
Giovanna pasó la mirada de uno a otro con aquel rostro tan imperturbable. Vestía el usual ambo azul oscuro, el cabello atado en una coleta medio despeinada y calzaba unas zapatillas de lona. Menos femenina no podía estar, no obstante, Parker la recorrió con los ojos como si fuera miel y el un oso hambriento. ¡Mierda! Ya no era una adolescente, sino alguien que lo hacía tambalear.
Él estiró los labios en una sonrisa que sabía haría que Anna quisiera darle un golpe y se carcajeó al verla fruncir el ceño al mejor estilo pistolero del lejano oeste. Quería asesinarlo, lo intuía.
—Ciao, Anna. Vinimos por Parker.
—Voy a saludar a la única persona que lo merece. Hola, Vivien. —Se acercó a su cuñada y se alzó en puntas de pie para darle un beso en la mejilla—. No sé cómo soportas a mi hermano y menos aún cuando anda tan mal acompañado.
La mujer morena tan solo sonrió e hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Era la antítesis de la doctora. El cabello rizado le enmarcaba, a la perfección, el rostro finamente maquillado, el vestido que traía puesto realzaba su femineidad y sus movimientos y gestos iban acordes a su identidad de género. Parker observó a una y otra y se percató de que ellas tenían un vínculo fuerte. Se alegraba por su amigo, Nino le había comentado que Vivien y Giovanna habían congeniado casi al instante, pero contemplarlo y constatarlo lo ponía feliz. No debía ser fácil para la pareja dado el pasado de la joven transexual, pero conocía el poder sanador de la familia Moratti que obraba en todos. Solo su hija era inmune.
Desvió los ojos hasta la cirujana. No era idiota, entendía de dónde provenía el odio que le profesaba. Las heridas aún estaban abiertas en el interior de la médica. Solo que, a veces, quería gritarle que él no las había producido. No era el maldito culpable, solo que lo había convertido en un chivo expiatorio y no le agradaba ese puesto.
—Vas a extrañarme, ¿cierto? Ah, pero no me iré muy lejos. —Parecía que no podía detenerse, solo la enfadaba más y más como si él se hubiera convertido en un maldito adolescente y solo supiera llamar la atención de las niñas al convertirse en su bully.
—Parker, deja que lo hable con ella más tarde —se apresuró Nino al fijar la mirada tan parecida a la de su hermana en él, pero Parker, siendo Parker, poco caso hacía a las advertencias.
—¿A qué se refieren?
—Anna, quizás sea mejor que vengas a cenar a casa, así tú y tu hermano podrán conversar tranquilos —sugirió Vivien con aquella voz que denotaba que acostumbraba a tranquilizar fieras.
—Yo algo ya te adelanté, ¿recuerdas? —Ensanchó la sonrisa hacía una de las comisuras y le guiñó un ojo.
La vista parda se amplió y el corazón de Parker comenzó a propulsarse contra su pecho, buscando una libertad que él no estaba dispuesto a otorgarle.
—¡No hablarás en serio! No puedes. —Se volteó había su hermano—. Nino, dime que no es cierto.
—¿Le dijiste? —preguntó el ferretero con frustración—. Te advertí que era delicado.
—No lo mantendría en secreto, Nino. Me conoces.
—Él irá a la casa de tus padres por un tiempo —confesó Vivien y Parker estaba seguro de que Giovanna se había transformado en uno de esos toros de los dibujos animados en los que salía humo de los orificios de la nariz.
—Sai come sono mamma e papà, Anna. Lo amano e vogliono aiutarlo in ogni modo possibile. —«Sabes cómo son mamá y papá, Anna. Lo aman y quieren ayudarlo de cualquier modo posible», trató de apaciguar Nino a la Hulk en la que se convertía Giovanna.
Parker conocía el cuidado que el hombre tenía para con su hermana. Le había comentado lo que había sucedido con ella tras haberla rescatado, las conductas autodestructivas en las que había caído. Por un tiempo se acostó con cuanto hombre se le ponía delante, el último año de escuela había sido una pesadilla para toda la familia, dado que se la había denominado la prostituta del secundario. Al mismo tiempo, se había metido con las drogas y el alcohol, aparecía con los brazos repletos de lesiones debido a los pinchazos. Había terminado internada en un centro de rehabilitación apenas cumplió los diecisiete y estuvo recluida por casi un año hasta que se le dio el alta. Algo debió hacer clic en ella porque finalizó el secundario en casa y comenzó la universidad. No había vuelto a recurrir a aquellos comportamientos que atentaban contra su vida, al menos que él tuviera conocimiento.
En aquel entonces, Parker se había vuelto en la oreja que necesitaba Saturnino y eso los había unido hasta afianzar su relación como mejores amigos.
Claro que no solo Nino era el que hablaba, Parker estaba pasando por un momento de mierda también. Al poco tiempo del juicio del caso en el que Anna estuvo involucrada, su esposa lo había abandonado y Parker se encontró solo y a cargo de una bebé de un año sin saber qué demonios hacer.
Los Moratti habían sido muy importantes para él en aquel instante oscuro. Era una familia que se brindaba de una forma tan honesta que, para alguien que no había tenido esa experiencia, era indescriptible.
—Saturnino...
Parker identificó la angustia en la voz femenina.
—Anna, se mi dici cosa c'è che non va, posso aiutarti. Sono dalla tua parte —«Anna, si me dices que no va bien, podré ayudarte. Estoy de tu parte». —Nino la tomó por las manos y inclinó el rostro hasta conectar con los ojos de su hermana.
Vivien se apresuró hacia ella y le dio un medio abrazo.
Parker se removió en la silla de ruedas o lo intentó, dado que el dolor intenso que lo asaltó le dio poca posibilidad de movimiento. Se sentía como el villano de una maldita película de terror y odiaba interpretar ese personaje. Él no había elegido el papel, la mujer que tenía delante se lo había otorgado.
Resopló con incomodidad.
—Es solo hasta que pueda mantenerme en pie por mí mismo —argumentó con los ojos fijados en el suelo de cerámicos marrones claros—. No quiero que todo recaiga sobre Candance. No tengo derecho a que tus padres se hagan cargo, pero no tengo familia y...
—Desaparecerás en cuanto lo hagas.
Alzó la vista hacia ella y vio la determinación en aquella mirada parda.
—Hasta que pueda ponerme en pie.
¿Cómo se verían esos ojos cuando no destilaran odio? ¿Cómo se vería aquel rostro cuando no estuviera enfadado? No tenía ni idea, él siempre había sido objeto de aquella emoción tan cruda y primaria donde todo se mudaba en rojo y la persona solo quería destruir lo que estuviera a su paso. Y eso, para Giovanna, era él.
Anna apuró el andar una vez que se fueron. Necesitaba aire, pero no fue hacia afuera. El único aire que conocía era el que le daba el aturdimiento del trabajo. Entró en el despacho de Max y fue directo hacia la cafetera a servirse una taza hasta el borde. Comenzó a tomarse aquel brebaje oscuro, amargo y frío, con frenesí.
—¿Qué demonios, Giovanna?
Anna se atragantó con el último sorbo y, mientras tosía, se volteó para encontrarse a su jefe sentado en el sillón giratorio detrás del escritorio. La contemplaba con evidente enojo y ella sabía la razón.
—Max, no te había visto.
—Te quiero fuera.
—¿Qué?
—Estuviste toda la noche, ¿cierto? No estabas de guardia, debiste irte a casa en cuanto finalizó tu turno.
—Pero... hoy sí me toca estar en el hospital.
—Otro tomará tus cirugías programadas para hoy y se encargarán los médicos de piso y de cuidados intensivos de controlar a tus pacientes. —La voz de mando del hombre no dejaba espacio para reclamos, no obstante, necesitaba la distracción que le daba el estar ocupada, la frialdad que le otorgaba el quirófano.
—¡Max! —exclamó en un ruego en vano.
—No protestes. No quiero cirujanos cansados con un bisturí en la mano y lo sabes. Vas a ir a casa, tomar un agradable baño caliente y te meterás en la cama hasta que hayas dormido ocho horas seguidas. Te lo indico como médico y como jefe.
—Por fa...
—Si me contradices, tendré que tomar otras medidas, Giovanna. No quiero errores en la sala de operaciones y los médicos que no descansan los cometen. No me importa cómo se manejen otros sectores del hospital, pero este es el mío y se conduce bajo mis reglas.
Anna se tragó el nudo que se le formó en la garganta. Max era el jefe ideal. No había tenido ningún reparo en sumarla al servicio de cirugía, aunque muchos la habrían dejado fuera por el simple hecho de ser mujer. Le había dado una gran oportunidad y se habían tomado cariño. El desilusionarlo la entristecía y la frustraba.
—Me iré —murmuró.
—No regreses hasta mañana y, de ahora en más, tienes prohibido venir un día que no te corresponda o quedarte más horas de las que establece tu horario laboral.
Giovanna tendía a estar en el hospital todos los días y a todas horas. Apenas pisaba su apartamento, lo que era conocido por sus colegas del servicio.
—Está bien. —Sonrió o lo intentó, no estaba segura de haberlo logrado o tan solo haber producido una mueca—. Al menos déjame terminar la taza.
No obstante, el hombre le sonrió en respuesta y ella se alegró de que la relación entre ellos no sufriera cambios. Era un amigo o lo más cercano a eso que ella tenía.
—Ese café es un asco, hace horas que está preparado. Ya estaba por levantarme a tirarlo cuando apareciste como un vendaval.
Un vendaval había sido el enterarse de que Parker se mudaría por unos días al hogar de su infancia. Aunque algo le había mencionado antes, no lo había tomado como cierto. Si había dicho la verdad y se iría una vez que pudiera ponerse en pie, tan solo sería por unos días. Lo que la preocupaba era que faltaban unos pocos para el domingo y ella no soportaría un almuerzo en la misma mesa que el policía.
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