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Capítulo 5


Tras unos días, el paciente de la cama veintiuno de terapia intensiva había pasado a ser el paciente de la habitación 403 de sala.

El cruzarse con el hombre que no pretendía volver a ver no había sido gratuito para Anna. El pasado parecía potenciarse, las pesadillas se acentuaban, por lo que dormía menos, apenas abandonaba el hospital y bebía café a todas horas. Hacía todo lo que un médico desaconsejaría a un paciente. No soportaba el humo, así que no fumaba, y no era de darse a la bebida, los únicos puntos positivos que poseía.

No había visitado la casa de sus padres para no cruzarse con la chiquilla, no quería contemplarla en la cotidianeidad de la familia Moratti, en el interior donde creció ni la cercanía que poseía con su hermano y su novia. Deseaba borrar de su existencia la presencia de los Thompson, padre e hija.

Ingresó en la habitación para realizar el último chequeo, si la evolución seguía estable, se le daría el alta antes de finalizar la semana y quizás su vida regresara al cauce habitual. Pretendería que lo sufrido no había sido real, que cierto policía no existía y que no tenía contacto con sus padres y menos que menos que era el mejor amigo de Nino.

Al ser cerca del mediodía, el recinto estaba bañado de luz a pesar de que tenía corridas las cortinas blancas y traslúcidas.

Candance estaba sentada en la silla junto a la cama, de espaldas a la entrada. El cabello le resplandecía como si estuviera compuesto por filamentos de oro. Tenía las rodillas dobladas contra el pecho y encima de estas descansaba una tableta por la que miraba alguna serie o película. No la había oído entrar, dado que sus orejas estaban tapadas por unos auriculares enormes de color violeta con orejas de gato que sobresalían de la banda para la cabeza.

—¿Qué miras? —preguntó al acercar la mejilla a la de la adolescente, quien dio un respingo y se pegó contra el apoyabrazos del lado contrario del asiento.

Ya no llevaba el uniforme escolar, sino una camiseta grande con una estampa de algún personaje animado. Las veces que había revisado al paciente no se la había cruzado, solo en dos oportunidades al compañero del policía que la vigilaba como si fuera a asesinar a Parker en cualquier momento. También se había topado con el resto de los Moratti que cuidaban al hombre como si compartieran la misma sangre.

Candy se quitó los auriculares y dejó la tableta sobre la cama a un lado de su padre, quien dormía ajeno a la presencia de la joven y la mujer.

—Un drama coreano repleto de clichés, se llama Un hombre inocente. Tiene unos cuantos años ya, pero me gusta. Es de temática enemigos que se enamoran, casi como usted y papá.

—¿Qué? —Giovanna se alzó la longitud de toda su estatura, los ojos se le salían de las órbitas ante un comentario tan desequilibrado.

Candace se llevó un mechón de cabello tras la oreja y le sonrió con evidente nerviosismo.

—No, claro que ustedes aún no se aman.

—¿Aún? —Anna frunció el ceño, cada palabra de la niña parecía peor que la anterior.

No le había visto el parecido a su padre hasta ese momento.

—Bueno, no digo que terminen enamorándose. Quizás... con el tiempo.

El anhelo en aquellos ojos verdes hizo que un escalofrío le recorriera la columna vertebral.

—Niña, eso es pura fantasía —afirmó al señalar la tableta sobre el colchón—. No es real.

—¿Ha visto alguno?

—Puedes tutearme, dado que al parecer eres parte de mi familia —mencionó con ironía, la que no parecía haber percibido Candance, dado que amplió la sonrisa—. Y para responderte, no, nunca he visto uno.

—Oh, yo estoy viendo este y otro recién estrenado, pero...

—¿Pero?

—Se trata sobre dos chicos que se enamoran.

—¿Cómo se titula? Tal vez ese me interese más.

Error semántico. Ambos se pueden ver desde una plataforma gratuita, también tengo bajada la app —la joven alzó su móvil y desbloqueó la pantalla para mostrarle la aplicación con un entusiasmo que poco compendió Anna y que mucho menos le importó.

¿Por qué demonios entablaba conversación con la hija de Parker? Y más aún, sobre dramas coreanos. ¿Qué mierda le importaba las series, fueran de la nacionalidad que fueran? Apenas veía la televisión y ni pensar en bajar una aplicación al móvil o meterse en una plataforma.

Contempló el aparato que descansaba tan libremente sobre el edredón blanco. Ya no tenía pasatiempos, no realizaba ninguna actividad gratificante. Algo por lo que le rezongaba su jefe cada vez, quien la había tomado bajo su ala al ser la única mujer cirujana en el servicio.

—Quizás vea el de los chicos —resolvió al sorprenderse hasta a sí misma.

—Oh, es corto, los capítulos duran menos de media hora. Si los ve de un tirón, parecerá una película un tanto larga.

—Así que una película, hace tiempo que no veo una.

—Savina y Ugo dicen que trabaja demasiado.

—¿Hablaron sobre mí?

Un líquido ácido pareció recorrerle las venas. Sentía como una especie de traición el que ella fuera tema de conversación entre sus padres y lo que sería el bando enemigo.

—Solo porque estaba preocupada de que no fuera a la casa por mi causa.

—Supongo que te han sacado de tu error.

Casi no pisaba la casa de sus padres, no por nada en particular, solo que se mantenía ocupada en el hospital. Claro que no se perdía ningún almuerzo familiar en los domingos. Era una tradición que ni siquiera Anna estaba dispuesta a romper.

—¿Por qué odia a mi padre? —preguntó la joven después de unos minutos en que ambas se mantuvieron en silencio.

—Circunstancias. —Anna se encogió de hombros y tomó la historia clínica a los pies de la cama.

Pasaba las hojas sin elevar la vista a la joven.

—Irá el domingo, ¿verdad? El tío Nino dice que nunca falta. Yo... también estaré. Pero si le molesta, no me presentaré —atropelló una palabra con otra en un discurso acelerado—. Vendré aquí y estaré con mi papá. Ahora que se encuentra en este piso, me permiten estar todo el día con él. Hasta puedo quedarme a dormir, pero él se niega a que pase la noche aquí.

—¿Es sobreprotector?

—¿Papá? Es el peor, un troglodita. Me chequea todo el tiempo para saber dónde estoy y con quién.

—¡Ya dejen de hablar de mí! —rezongó el policía a la vez que hacía un gesto de dolor al removerse sobre la cama—. ¿Qué tiene que hacer un enfermo para lograr dormir un poco?

Parker gruñó cuando intentó sentarse contra las almohadas. Su hija se apresuró a ayudarlo, en cambio, Anna no movió ni una pestaña.

—Ah, doctora Moratti —dijo con una media sonrisa y un tono sardónico—. ¿A qué se debe el honor? Últimamente ya no me revisa, sino algún otro médico de turno.

—¡Papá! No comiences —lo amonestó la adolescente entre dientes.

—Pero Candy, debemos hacer reverencia.

—Por favor —la chica se giró hacia Anna con las mejillas teñidas de rojo—, no le lleve el apunte...

—Nunca lo hago —informó sin alzar la vista de las hojas que revisaba.

—No sé qué le ocurre —continuó Candance con evidente nerviosismo—, quizás se golpeó la cabeza. Solo se comporta así con usted.

—Candy, la haces parecer importante —se quejó Parker.

—¡Basta, papá! —La joven le apretó el brazo y Anna fue testigo del cambio en el hombre al contemplar los ojos empañados de su hija—. Deja de ser malo con ella.

—Lo siento, cariño. Sabes que solo bromeo. Giovanna y yo nos conocemos desde hace mucho.

—¡Lo sé! Y entiendo que no te soporte si siempre te comportas así.

—Me es indiferente su conducta —argumentó la cirujana—, estate sin cuidado.

—Doctora...

—Llámame Anna, puedes tutearme, ¿recuerdas?

—Anna, ¿me contarás si te gusta la serie? Tengo varios más para recomendar, siempre que sean románticos.

—Ay, no trates de contagiarla, Candy —rogó el paciente—. Un día aparecerás con los ojos rasgados de tantos coreanos que ves.

—Shhhh, no entiendes nada, papá.

—¡Claro, es que soy un troglodita! Y ahora que estoy aquí ni siquiera se me tiene en cuenta.

—¡Eres insufrible! Anna, haces bien en no aguantarlo. —Candy le sacó la lengua a su padre y él le sacó la suya en respuesta.

Sin poderlo evitar, Giovanna esbozó una sonrisa al tiempo que sacudía la cabeza de un lado al otro y escribía unas notas en la historia clínica. Al alzar la vista se topó con la oscura que la miraba con fijeza. Había sido descubierta. Las comisuras se bajaron y los labios se aplanaron al instante.

Parker le guiñó un ojo y dejó escapar una risita.

—Atrapada, doctora sin corazón.

—¿Hoy no tienes escuela? —preguntó a Candace sin darle el gusto a Parker de tomar en cuenta el comentario ni cómo la había denominado.

—En la tarde.

—No deberías estar aquí, Candy —protestó el hombre.

—Ugo y Savina tenían que trabajar en el restaurante y no deseo estar siempre en medio, ser un estorbo. Además, quiero estar contigo.

—No eres un estorbo —enfatizó Parker al tomarle la mano a su hija. Suspiró—. No me agrada que te pases el día en un hospital.

—Sé que lo hiciste para salvar a Dean, pero... yo tampoco quiero que estés en un hospital. ¿Y si un día no hay una doctora Moratti que te salve? —Se le quebró la voz y un sollozo le escapó de entre los labios—. ¿Qué haré sin ti, papá?

—Será la última vez.

Giovanna elevó un tanto la vista para contemplar el intercambio.

—Siempre cometes locuras. Dean vive quejándose de eso, que no piensas en las consecuencias ni en el peligro.

—Lo prometo.

—¿Cómo lo asegurarás?

—Pensaré en algo, Candy. No voy a abandonarte, lo juro.

Los ojos verdes se llenaron de lágrimas contenidas.

—Ya... ya vuelvo. —Candance se apresuró a encerrarse en el baño antes de que sus mejillas se mojaran.

Parker suspiró y contempló el cielo raso. Las miradas volvieron a encontrarse cuando Anna le apartó un tanto la camisola y le posó la cabeza del estetoscopio sobre el pecho.

Ella retrajo los labios y le enseñó los dientes como una fiera al ser amenazada. Él amplió la sonrisa.

—¿Cuál es tu veredicto?

—Si tengo suerte, en un par de días saldrás de mi vida de nuevo —sentenció al regresar a la imperturbabilidad que la caracterizaba como una excelente profesional—. Deberías retirarte. Esa chica vive con miedo.

—¿Está preocupada por mí, doctora Moratti?

—Coincido con tu hija, eres insufrible.

¿Qué es lo que hacía? Solo tenía que controlar los signos vitales y el estado de las heridas y salir de allí. Giovanna no dedicaba charla insustancial a sus pacientes y menos con ese.

—Tus padres me ofrecieron quedarme en el cuarto de Nino.

Alarmas le sonaban en los oídos. Luces rojas invadían sus ojos. Un frío penetrante la sacudió entera.

—¿Qué? ¿Aceptaste?

—Tal vez.

—No puedes.

Se asfixiaba. Le era difícil respirar el mismo aire, lo ansiaba fuera de su mundo y parecía que cada vez traspasaba más y más al interior. Ya tenía a sus padres, a su hermano y a su cuñada revoloteando por el hospital y dentro de la habitación del policía. No lo quería a él en la casa donde ella había crecido y a donde había vuelto después de aquello.

—Hey... Permite que entre y salga el aire —pidió con palabras similares a las que le había dirigido quince años atrás—. Ódiame, pero respira.

Una mano la tomó por la muñeca y un pulgar le acarició allí donde su latido se sentía errático. La voz tan calma como en aquel entonces, con palabras pronunciadas con dulzura. Tan diferente al hombre con el que se encontraba cada vez que debía chequearlo, tan menos desquiciado. Esperó las náuseas, pero no llegaron, aguardó por los mareos y estos no se presentaron. La sorpresa era inaudita. ¿Por qué era diferente a los demás? Ese tacto no le producía resquemor y era algo que odiaba. No era que estuviera mejorando, eso lo tenía bien en claro. Entonces, ¿qué demonios le ocurría? ¿Por qué no se descomponía como cuando alguien la tocaba?

Preguntas a las que no buscaría respuesta porque no se demoraría en encontrarlas. 

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