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Capítulo 4


—¿Qué hacen todos ustedes aquí? —rezongó Anna al hallar a sus padres, su hermano y la novia de este parados en la sala de espera del hospital.

—¡Ah, tío, ella es la doctora que operó a papá! —comentó con una sonrisa la joven de cabellos rubios al tomar el brazo de Nino.

—¡Tío! —exclamó a duras penas conteniendo la furia—. Nino, ¿por qué esta niña te dice tío?

—¿Fuiste la cirujana de Parker? —preguntó Saturnino a su hermana.

—Así es.

—¿Y está vivo? —Nino alzó las palmas ante la mirada asesina que le dirigió Giovanna y rio—. Es una broma, solo una broma.

—Rispondimi, Saturnino Moratti! —«¡Respóndeme, Saturnino Moratti»!

—Anna, la conozco desde que era una bebé, il suo padre è il mio migliore amico —«su padre es mi mejor amigo», agregó Nino.

Ma tu non sei il suo zio —«Pero tú no eres su tío».

Non di sangue, pero si del cuore —«No de sangre, pero sí del corazón»—. ¿Por qué siento como si tuviera que elegir entre tú y él? ¿No puedo quedarme con ambos? Hace años que venimos con esta disputa, sono già stanco —«Estoy cansado».

—No es el momento, Nino —lo amonestó Vivien al darle una palmada en el estómago y hacerle un gesto con la cabeza para que se alejara y ella acercarse a su cuñada—. Anna, ¿estás bien?

Vivien y él se habían conocido hacia dos años cuando él la embistió con la camioneta. En aquella época la joven era una trabajadora sexual y esa noche había sido abusada por unos hombres, por lo que no estaba demasiado consciente cuando cruzó la avenida Lexington.

La mujer morena había tenido una vida difícil al haber sido echada de la casa familiar por sus padres al enterarse de que era transgénero.

Pero todo ello había quedado atrás. En ese momento convivía con su novio y trabajaba para uno de los estudios más importantes de animación. Además, la familia Moratti la había adoptado como un miembro más.

—Siempre lo estoy. —Alzó la barbilla como si necesitara dar énfasis a la afirmación.

—No es cierto. Ambas sabemos que hacemos frente a todo con el arsenal que poseemos, no mostramos vulnerabilidad, pero eso no implica que estemos bien. Quizás deberías hablar con tu hermano sobre la razón de que lo odies tanto. ¿Acaso él..., cuando te ocurrió..., te hizo daño?

Giovanna apartó los labios, pero no supo qué responder. Ellas nunca habían hablado del pasado. Anna jamás le había contado a nadie sobre lo que había tenido que vivir. Sus padres y su hermano lo suponían, pero nunca les había confiado lo que había experimentado en aquel infierno y ellos tampoco lo habían preguntado. Claro que en el juicio otras víctimas sí habían contado lo sucedido a ellos, así que poco les restaba a los Moratti a la imaginación sobre lo que Anna había sufrido.

Había sido interrogada por la policía y abogados, también reporteros habían querido hablar con ella, pero Giovanna siempre había mantenido la boca cerrada.

Verbalizar lo que le había ocurrido era como revivirlo, traerlo a la luz y darle realidad. Tal vez, si lo dejaba atrás, un día despertara y solo descubriera que había sido una pesadilla. Solo que se levantaba cada mañana, pero nunca parecía despertar.

—¿Qué? ¡Imposible! Certo, Anna? —«¿Cierto, Anna?», finalizó Nino al aproximarse a las dos mujeres—. Nunca hemos entendido tu animosidad para con él, pero...

—No necesito que lo comprendan. Tú sigue en tu mundo de ensueño, donde todo es perfecto.

Dolió, dolió ver cómo había herido a su hermano con unas pocas palabras. Ella era dañina, lastimaba sin razón. Tal vez era puro instinto. Atacar antes de ser atacada.

—Anna, no seas así —susurró Nino—. Que haya encontrado el amor no significa que todo sea color de rosa en mi vida.

—Sabes que no creo en esa emoción.

—No puedes criticar el amor sin antes haberte enamorado —aventuró Vivien—. Era como tú, pero ya ves, vino un ferretero, demasiado bromista, que habla un idioma que, de tan solo escucharlo, te enamora y que nunca deja de insistir en que coma, para robarme el corazón.

—Ah, bocconcino di cioccolato, no te lo robé, me metí en él para nunca más salir de allí.

Vivien se derritió como si realmente estuviera hecha de chocolate y su hermano se iluminó tanto que Anna tuvo que cerrar los ojos. Se empalagó de tan solo verlos. Hizo un gesto de asco al arrugar la nariz y se apartó de la pareja para ser asaltada por sus padres. Parecía ser su día de suerte.

Perchè non ci hai detto quegli è accaduto a Parker? —«¿Por qué no nos contaste lo que le había sucedido a Parker?», preguntó su padre.

—Giovanna Moratti, risponde a tuo padre —«Responde a tu padre», la instó su madre.

Anna podía poner cara de ofuscada y permanecer con los labios pegados en una línea recta frente a cualquiera, pero Savina era su debilidad. La mujer que la había dado a luz era la única que hacía que bajara las defensas y eso que ella tenía unos muros infalibles.

Anna suspiró con frustración. Miró más allá a la jovencita que la observaba con ojos enormes de color verde, tenía las manos unidas frente a los muslos con tanta fuerza que estaban más pálidas que el de su tono de piel habitual. No se parecía en nada al policía, solo en lo claro de la tez. Una apariencia demasiado angelical, demasiado inocente para habitar en el mismo mundo que ella.

Tu lo sai, mamma. Io non ho un buon rapporto con il poliziotto —«Tú lo sabes, mamá. No tengo una buena relación con el policía».

—Eso es algo que ninguno de nosotros comprende, Anna —comentó Ugo Moratti—. Le estamos tan agradecidos de que debido a él estás con vida y de nuevo a nuestro lado.

Anna resopló y ablandó el gesto al ver el dolor en el rostro de su padre. Nino había heredado el lado bromista de Ugo y ambos tendían a ponerse demasiado serios solo cuando las circunstancias lo ameritaban. Así que cuando el hombre que tenía delante mostraba tal vulnerabilidad, era indicación de que lo había herido con las palabras o las acciones.

Vieni qui, cara. —Savina le hizo un gesto con la mano a la joven de cabellos dorados para que se les acercara—. Candance se quedará en casa por unos días —informó su madre al pasarle un brazo por los hombros a la chica.

—¿Qué? ¿Por qué?

Anna se arrepintió de la brusquedad de sus palabras al ver como la hija de Parker daba un respingo y desviaba la mirada.

—No tiene dónde quedarse.

—¿Abuelos? —preguntó a Candance, quien negó con la cabeza—. ¿Tíos? —intentó de nuevo.

—Solo el tío Nino —murmuró la chica con una leve sonrisa.

—¡Él no es tu tío!

—¡Giovanna Moratti! —la reprendió su padre como si fuera una niña.

—¿Madre? —aventuró, haciendo caso omiso del gesto ofuscado de sus padres.

La adolescente volvió a sacudir la cabeza de un lado al otro y descendió la mirada al suelo.

Tú lo sai bene, Giovanna. Sua madre se n'è andata quando era piccola. Se n'è andata con un altro uomo —«Lo sabes bien, Giovanna. Su madre se fue cuando ella era pequeña. Se fue con otro hombre», comentó Savina al taparle las orejas a Candace con las palmas como si eso evitara que escuchara de lo que conversaban.

No, Anna no sabía nada de la situación del policía porque jamás había querido enterarse de algo que lo involucrara. Durante el juicio, le había llegado a los oídos que estaba casado y de que tenía un bebé, pero, después de ese momento, había tratado de esquivar cualquier tipo de información que lo tuviera como protagonista. Había anhelado borrarlo de sus memorias, de la faz de la tierra, del universo entero.

Una vez que pudo esquivar a su familia, fue al sector de reunión de cirugía, que, en realidad, era el pequeño despacho de Max, el jefe del Servicio, pero tenían libertad de entrar cuando quisieran. Anna se acercó a la cafetera en un rincón sobre el mueble de archivo. Se sirvió ese brebaje que quién sabía cuántas horas hacía que estaba allí y lo vertió en una de las tazas desiguales de junto.

—Demasiado temprano, Moratti. ¿Cuántas horas de sueño has tenido? Ayer te fuiste de madrugada por lo que me contaron y ya estás a primera hora.

El hombre chasqueó con la lengua varias veces mientras sacudía la cabeza.

—Hola, Max. ¿Qué tal Sarah y Gennie?

Anna bebió un sorbo del café amargo para aplacar el empalago ante la expresión azucarada que recorrió el rostro de su jefe. Arrugó la nariz ante el sabor que le agrió la lengua, pero le dio la bienvenida.

—Giovanna, parte del trabajo es el descanso. Lo sabes —mencionó Max como tantas otras veces al tomar asiento tras su escritorio.

—Solo necesito esto. —Alzó la taza y sonrió.

El silencio se prolongó en el que el médico mayor y más experimentado le sostuvo la mirada como en uno de esos juegos de niños en que perdía el que la apartaba primero. Luego le sonrió, porque Max era así, agradable y sereno.

—¿Qué tal el paciente de la veintiuno?

—Debo controlarlo. Ayer estaba estable.

—Bien.

—¿Algo programado para hoy?

—En la tarde, por eso no hacía falta que te presentaras tan temprano. Debes ver tu horario. Hoy no estás de guardia, te bajé las horas, Moratti.

—Max...

—No protestes, no eres una máquina. Debes tener un respiro de vez en cuando.

—Respirar está muy sobrevaluado —masculló.

Una vez que la cafeína hizo lo suyo, los sentidos volvieron a estar a máxima alerta. Caminó por los corredores hasta llegar a la sala de terapia intensiva. Entró sin necesidad de identificarse, era una de las médicas asiduas a ese sector.

Llegó hasta la cama número veintiuno. Miró los valores en el monitor multiparamétricos, la frecuencia cardíaca y respiratoria se hallaban estables. Recogió la historia clínica a los pies del lecho y releyó lo escrito por el equipo de enfermería en las últimas horas.

Regresó la vista a los registros en el monitor, no tenía en claro si esperaba que se dispararan, se aplanaran o se alegraba de que fueran normales.

Un movimiento le llamó la atención, desvió la mirada al rostro y los párpados cerrados comenzaron a temblar hasta que se abrieron. Él alzó los brazos conectados y llevó las manos hasta la mascarilla en el rostro. Cuando se vio limitado, se percató en los cables que salían de sus miembros, una mano fue a agarrar uno de los electrodos, pero Anna fue más rápida y lo tomó por la muñeca.

—¡Quieto! Se buen paciente.

Contempló cómo los ojos oscuros tardaron en percatarse de quién era ella.

—¿Candance?

—Está afuera, entrará cuando le sea permitido. Está con su tío —finalizó en tono sardónico.

Él trató de removerse en la cama.

—Candy no tiene tío —dijo con voz trabajosa al tiempo que se le notaron las alarmas en las facciones.

Ella siseó.

—Eso mismo dije yo, él no es su tío.

Una sonrisa cruzó el rostro masculino y a Giovanna le hubiera gustado regalarle una bofetada, pero se contuvo. Pronto el gesto se borró y una de dolor apareció.

—Ni...

—¡No hables! —lo acalló—. Sí, está con mis padres y Nino. Parece ser que ustedes son parte de nuestra familia.

Un bosquejo de sonrisa y luego los párpados volvieron a cerrarse.

Los trazos en el monitor se veían un poco erráticos, por lo que Anna permaneció con la vista fija en ellos, pero pronto se estabilizaron. Unos días y ya podría pasar a sala intermedia.

Solo que había una frecuencia cardíaca que se había acelerado y no parecía tener intención de restablecerse, no, no era el del maldito aparato a un lado del lecho con el «pip», «pip», sino el que sonaba dentro de su propio pecho. Se posó la mano allí y se instó a calmarse.

Contempló al hombre con el cabello oscuro y algo largo despeinado sobre la almohada. Las pestañas en un mismo tono que descansaban sobre las mejillas como si nada hubiera sucedido. Ella lo había salvado, no, había evitado que muriera. Lo que para uno podía tratarse de lo mismo, podía no serlo para otro. Ella lo tenía más claro que nadie. 

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