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Capítulo 15


Demasiado idílico. Los días en el hospital y las noches en la cama de Parker. La semana pasó y ella vivía sobre una nube de una emoción que no le era descriptible, quizás lo más cercano a una especie de felicidad. También se daría la libertad de ser feliz. Durante años pensó que no lo merecía, pero ya no. Cada persona debe tener episodios de plenitud.

Pero... poseía el don para arruinarlo todo y eso había hecho. ¿Cómo había iniciado la discusión? No lo recordaba, un comentario tonto, una respuesta aún más tonta, que fueron seguidos por una escalada hasta que se gritaban entre sí.

—¿Qué demonios fue lo que te hice? —rezongó Parker mientras trataba de seguirla por la habitación con las muletas.

Giovanna iba de un lado al otro, encarcelada entre esas cuatro paredes y enfurecida sin motivo, tan solo que la emoción era demasiado grande para contenerla y sentía la necesidad de reducirla, amainarla.

—¡Daño! Cuando estabas conmigo desnudo en esa cama hace quince años, me hiciste daño —sentenció, presa de una locura temporal.

Algo entró por la puerta apenas entornada del cuarto. ¿Qué? No había podido verlo hasta que eso lo tuvo estampado a Parker contra la pared. Las muletas que ya casi no precisaba volaron por los aires y el policía dejó escapar un gemido de dolor.

—¿Qué mierda le hiciste? —exclamó Nino con una expresión que rivalizaba con la de un perro rabioso soltado en un cuadrilátero—. ¿La... ? —Se le quebró la voz—. ¿La heriste?

—No. —La contestación fue rotunda y calmada.

—¡Recuerdo muy bien dónde ella estaba hace quince años! —gritó Nino fuera de sí—. Giovanna, ¿te hizo daño? —preguntó con voz apagada y luego, gritó enfurecido—: ¡Voy a matarte!

—Saturnino, no, no, es un malentendido —prorrumpió ella al salir de la estupefacción. Tomó a Nino por los hombros, casi colgándose de él al ser más alto, para detenerlo.

—¿Por eso lo odias? —masculló su hermano mientras trataba de librarse de ella e inmovilizar a Parker—. Él... No puedo creerlo. ¡Tú... ! —Nino lo empujó contra la pared de nuevo con tanta fuerza que el sonido seco fue alto.

Otro gemido de dolor.

—No le hice nada, Nino. No le hice nada —repitió con una tranquilidad que parecía fuera de lugar ante la mirada enfebrecida del ferretero—. No sé por qué demonios me odia tanto.

—¡Saturnino, suéltalo! —ordenó Anna en un grito y desesperada.

—¡Y una mierda! ¡Voy a matarlo! ¿Te puso una mano encima?

—¡No! —exclamaron tanto Parker como Giovanna.

Vivien apareció de la nada. Su rostro mostraba incredulidad y sorpresa.

—¿Qué ocurre? —exclamó la mujer morena al cerrar la puerta tras ella una vez que ingresó en la habitación.

—Viv, ¡ayúdame! —pidió Giovanna.

Su cuñada se apresuró y también tomó a Nino por la cintura para apartarlo del policía, pero su hermano lo tenía bien aferrado por los hombros y hacía fuerza por mantenerlo inmóvil.

—¡Era una niña! —bramo Nino—. Si la tocaste...

—Escúchame bien, Saturnino —ordenó Parker, modulando bien cada silaba como si hablara con un niño—. Yo no la toqué, no abusé de ella si es lo que piensas. Solo la rescaté del maldito lugar.

—Él me hizo otra cosa —susurró Giovanna sin energía.

—¿Qué mierda te hizo? —preguntó su hermano sin quitarle la vista de encima al otro hombre.

—¿Qué fue lo que hice? —prorrumpió el policía y se notaba la furia en su voz—. Ya estoy harto de esta situación.

Anna soltó a su hermano y se apartó unos cuantos pasos. Nino liberó a Parker y se giró hacia ella. Tres pares de ojos fijos en su persona.

Las lagrimas comenzaron a caer por sus mejillas sin control. Se sintió pequeña, arrinconada y que la oscuridad la abrazaba como una tentación de la que era difícil escaparse.

—Es que...

—¡Ya basta! Cuéntame de una vez si debo matar a golpes a este tipo —exigió Nino.

—Es tu mejor amigo —le recordó Anna.

—¡Me importa una mierda lo amigo que sea si es que te hizo daño!

—Basta, Nino —pidió Park con la vista enfocada en la joven.

Ella alzó los ojos y constató que Parker comprendía su batalla interna, lo que hacía por mantenerse a flote, la falta de raciocinio en su proceder, pero que era la única manera que hallaba.

—¿No quieres que me cuente? ¿Es eso? —reclamó Nino.

—¡No! Él no me está acallando —sollozó Anna—. No me hizo el daño que presupones. Solo que... No sé explicarlo. Estaba muerta y apareció un hombre que me trajo de vuelta. No recuerdo mucho de aquel tiempo, mi mente se disoció de mi cuerpo, de lo que le sucedía en algún punto y todo se volvió borroso. Pero alguien hizo que regresara y sintiera. Una avalancha de sensaciones, experiencias, emociones desagradables, horribles, que no conseguía procesar me golpearon tan de improviso que no pude más que odiarlo. Lo odié con toda mi alma, con todo mi ser, era al único que recordaba de la cantidad de sujetos que habían abusado de mí. —Nino cerró las manos en puños y antes de que se volteara a hacer justicia por cuenta propia contra Parker, aseguró—: No abusó de mí, no me violó ni me tocó de ninguna manera. Solo me despertó.

Vivien se acercó y la contuvo en un medio abrazo, pero no por eso menos apretado que uno entero. Ella convulsionaba por los sollozos incontenibles. Al alzar la vista, constató que su hermano también lloraba.

—Él te devolvió a nosotros, Anna —susurró Saturnino con la angustia colmándole las facciones.

—No quería regresar, no quería despertar, anhelaba morir. Desaparecer del mundo. Era demasiado el dolor y... tanto el odio que me dispensaba a mí misma. Dolía tanto el amor que mamá, papá y tú tenían para mí y yo no lo soportaba, no después de aquello. Lo odié por traerme de vuelta, lo odié por meterme de nuevo en una vida tan limpia de la que ya no conseguía ser parte.

—No comprendo.

Nino sacudió la cabeza de un lado al otro y se cerró un puño en la camiseta a la altura del pecho como si la herida que ella le producía fuera demasiado grande como para tolerarla.

Parker le apretó un hombro desde atrás, un pequeño gesto de consuelo.

—No es algo racional, mi odio hacia Parker no es justificado, va más allá del entendimiento. ¡Sé que estoy trastornada! No es el victimario, pero no podía dejar de sentir lo que sentía. Además, solo lo recordaba a él. Cuando me regresó de aquella disociación, pero aún no había terminado todo aquello, tuve que sentir y sentir y no quería sentir. Ningún rostro viene a mi mente tan claro como el de él —finalizó con una voz en carne viva, quebrada y ahogada.

—Está bien, Anna. Tienes la libertad de odiar a quien sientas odiar —mencionó Vivien.

—No, no, no, no puede odiarme ahora —aseguró Parker con un tono que bordeaba la desesperación.

—¿Por qué mierda no? —exclamó Nino—. Si te odia y eso le hace bien, que siga haciéndolo.

—Ya no puede hacerlo —mencionó el policía y se encaró con ella—. ¿Comprendes, Anna?

—¡Todo es tu culpa! —gritó Giovanna al separarse de Vivien.

—¿Mía? —preguntó su cuñada con confusión.

—Con ese discurso de que no podía hablar de amor hasta haberme enamorado.

—¿Enamorado? ¿De quién te has enamorado? —Parker se empujó desde donde estaba y caminó unos pasos torpes hacia ella.

Nino pasó la mirada de uno al otro y se presionó el tabique de la nariz con dos dedos.

—¡Malditos obtusos! —exclamó el ferretero. Parecía que la escena que acababa de vivir le cobraba con intereses—. No puedo creerlo. Son dos idiotas.

Giovanna se propulsó y aterrizó contra el pecho de su hermano, quien la abrazó en el acto. La apretó tan fuerte que parecía fusionarla a sí, como si lo aterrorizara soltarla. Sabía que temía por ella desde hacía años, que estaba aterrorizado de que un día tomara una decisión sin vuelta atrás.

Por más que lo hubiera anhelado en muchas ocasiones, su familia no lo merecía. La amaban demasiado, tal vez fuera ella la que no mereciera ese amor, pero hiciera lo que hiciera, ese sentimiento que ellos le prodigaban no se desvanecería.

—¿Qué haré, Nino? Me enamoré de él —susurró escondida en el pecho de su hermano.

—¿Amarme? —fue la respuesta que vino unos pasos más allá.

—Estoy aterrorizada, Nino —continuó como si Parker no hubiera pronunciado palabra.

El sonido de unos pasos torpes se acercó hacia ellos.

—Prometimos cometer errores juntos, Anna.

—Temo no poder equivocarme contigo —murmuró al elevar un tanto el rostro y mirarlo.

—Juro que seremos un error. No daremos mensajes de aviso y lo haremos mal, te lo aseguro.

La sonrisa se amplió en ella como una estúpida y soltó una carcajada que fue seguida por una masculina.

—¿De qué demonios hablan? —cuestionó Nino con el ceño fruncido—. ¿Por qué te pone feliz el que se conviertan en un error?

—Es un desatino, Park —afirmó Giovanna.

—Sí, sí, somos dos trastornados cometiendo errores y está bien. Está bien —aseguró Parker.

—No puedo manejar esto que siento.

—No te preocupes, Anna. Lo haremos juntos. Tampoco es fácil para mí, pero el amor es así, ¿no? Complicado, abrumador y arrasa con todo.

—Dímelo a mí —comentó Nino al interrumpir esa conversación un tanto desquiciante—. Te pone la vida de cabeza. Nada sigue igual, uno ya no es el mismo. Pero es mejor, Anna. Cada amor es diferente, si el de ustedes es uno repleto de... eh... errores, es suyo para vivirlo como sea.

Nino contempló a su novia y esta le devolvió la sonrisa.

Parker le tendió una mano y Anna dudó, pero la tomó al final. Él cerró los dedos en los suyos y tiró de ella hasta atraparla en un abrazo. Habían confesado que se amaban, no con un «te amo», pero ahí estaba, en el aire. Esa emoción que todo lo arrasa, que todo lo cambia y que siempre nos evoluciona como a un maldito Pokemon.

Porque eso eran, Pokemones de la vida real. Personas que se transformaban y, en ese instante, se abrían a una nueva aventura, a disfrutar de su propio error semántico. 

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