Capítulo 1
Quince años después.
Se abrió la puerta de la sala.
Hacía varias horas que interrogaba a los testigos de la toma de rehenes del pequeño supermercado junto a Dean, su compañero. Un idiota sin muchas luces había tenido la brillante idea, cuando la policía arribó al lugar que robaba, de hacerse con las personas que había dentro como un actor de Tarde de perros que olvidó las líneas del guion.
No obstante, la persona que entró era una con la que pensó que no volvería a encontrarse en la vida. No porque él no lo deseara, sino porque ella le había jurado que jamás lo vería de nuevo por los días que le restaran de respiro. La reconoció de inmediato. ¿Cómo no hacerlo?
Aún recordaba a aquella chiquilla de dieciséis años que lo había sujetado del brazo al salir del tribunal. Le había clavado los ojos pardos en los suyos más oscuros. Parker había percibido la emoción visceral que la envolvía, la furia y algo más primitivo que le surgía por dentro y que direccionaba hacia él como si se hubiera convertido en una de las láminas que usaban los novatos para las prácticas de tiro.
— Non respirare la stessa aria, non vivere nel mio stesso mondo. —No respires el mismo aire, no vivas en mi mismo mundo, fueron las palabras que le arrojó entre dientes la adolescente que él había salvado.
No hacía falta que entendiera ni una palabra de italiano para percatarse el tono en que hablaba. El odio supuraba y brotaba por cada sílaba.
Ella gruñó como había hecho en aquella habitación inmunda en la que yacía atada a una cama como un animal salvaje. Le había prometido que la salvaría y lo había hecho. Dos días después de conocerla, había recabado la información suficiente como agente infiltrado en la trata de personas y hacer caer a toda la banda de delincuentes. Las mujeres y hombres, también niños, que habían sido secuestrados y esclavizados fueron rescatados.
Solo uno de todos ellos le guardaba tal rencor que le era incompresible: Giovanna Moratti. La joven que acababa de entrar a la sala de interrogación.
A pesar de que ya era toda una mujer, la reconoció al instante. No obstante, el cambio lo aturdió, porque ya no era esa chiquilla que había conocido.
Ella tomó asiento frente a él y su compañero, del otro lado de la mesa de metal. La joven giró la cabeza y fijó la mirada en el vidrio de visión unilateral. Parker hizo lo mismo y los recuerdos fluyeron como si aún estuviera sobre ella, tratando de apenas tocarla al dar la sensación de que mantenía sexo con una niña. Odió cada pequeño segundo. Al ingresar en esa habitación en la que era mantenida, el percatarse de que se trataba de una menor, el contemplar las magulladuras por los golpes, la suciedad que la cubría, pero más que nada, aquellos ojos pardos sin vida, una frialdad se había apoderado de él. Una sacudida gélida lo había sumergido en una realidad que sabía que existía, pero prefería no haber llegado a enterarse de primera mano. Y allí estaba, como un supuesto comprador de tiempo con una pequeña para satisfacer sus más bajos instintos mientras otros solo pagaban por verlos.
Su compañero le pidió los datos filiatorios necesarios, le aclaró que solo querían saber algunos detalles sobre lo sucedido y le agradecía su cooperación. Se concentró en la voz melodiosa, en la cadencia con la que Giovanna hablaba. Cerró los ojos con fuerza y aborreció lo sensual que hallaba la lentitud armoniosa con la que vocalizaba cada palabra.
Hacía años que Parker había abandonado el ser un agente encubierto, la misión en la que había conocido a Anna, como la llamaba su familia, había sido la última. Había sido una bisagra en su vida, tras la cual no había vuelto a ser el mismo.
Lo más desquiciante de la situación era que todos los miembros de los Moratti lo amaban, menos ella. ¡Maldita sea, hasta su hermano se había convertido en su mejor amigo!
No obstante, Anna y él jamás se cruzaban. Evitaban verse como si ella fuera un vampiro y él el sol, o quizás fuera al revés. No tenía muy en claro quién de los dos habitaba más en la oscuridad que el otro.
Hasta ese momento, cada uno de los rehenes habían contado lo sucedido al borde de un ataque de nervios. Sin embargo, ella relató, con una voz pausada y tranquila, carente de emoción, lo sucedido aquella mañana en la que un maniático había decidido asaltar un supermercado y, como había sido descubierto por la policía, mantener a todos adentro.
En cuanto ella finalizó, se alzó y salió. Así, sin decirle nada, sin dejar ni una estela de su ser. Algo lo hizo levantarse e ir tras la mujer, quien ya no era la niña de quince años atrás. Quizás fue la opresión en el pecho al saber que no la vería otra vez, tal vez, el estrujamiento en el corazón ante aquel pensamiento.
Era una mujer que se había convertido en una cirujana que ganaba renombre por su propio paso. No lo necesitaba en su camino, tampoco él a ella. No obstante, apresuró el andar.
—Espera. —La tomó del brazo como había hecho ella años atrás.
—Toglimi le tue mani sporche di dosso —Quítame tus sucias manos, masculló Anna, aunque para él tan solo fue un grupo de sonidos incomprensibles.
La voz gutural y la mirada la convirtieron en una fiera, como si viera al hombre que la había encerrado en un circo y maltratado durante años, dispuesta a clavarle los dientes en la yugular ante el menor movimiento.
El instinto le indicó que aflojara los dedos, pero algo desconocido los hizo apretarlos sobre aquella piel tersa.
Otro gruñido y, de pronto, un grito. Park amplió los ojos y los recuerdos lo transportaron a esa sucia habitación de nuevo. El silencio los envolvió, cada mirada puesta en ellos como si fueran protagonistas de la obra del momento, solo que nadie aplaudiría de pie al caerse el telón.
La mano se relajó y el brazo cayó al costado, laxo. La locura tomó posesión de la realidad y percibió la herida aún sangrante que supuraba por ella.
—Te salvé.
—No, me sumiste en un infierno del que no puedo escapar, pero en el que consigo sobrevivir, porque tú no estás en él. ¡Vattene dal mio inferno! —¡Vete de mi infierno!
El odio tan cristalino le quitó el aliento y el dolor se esparció por todo el interior de aquel hombre que había vivido las misiones más atroces.
Sin embargo, haber jugado aquel papel en el que se vio involucrado con Anna lo había desprendido del valor, del saberse que estaba del lado de los buenos, de la armadura y de hasta la piel.
Carne viva y así se sentía cada vez que la había tenido delante durante el proceso.
Sonrió porque él también estaba metido en aquel mundo enloquecedor.
—Siempre he estado allí. Solo que soy bueno para mantenerme oculto, ¿recuerdas?
Ojos convertidos en francotiradores que lo atravesarían ante el menor movimiento. Una furia voraz, un odio inmenso se proyectó hacia el policía. Aquel haz rojo le dibujaba un punto en medio del pecho, marcado como el objetivo.
Gruñidos y risas. Giovanna y Parker, lados opuestos de una misma vivencia que los marcaría a fuego.
Ella replegó los labios y le mostró los dientes como un animal salvaje, como aquella niña que se los había clavado como si la vida le fuera en ello, aunque él le había prometido que era su pase de salida de esa pesadilla.
La joven siseó, porque podía pasar de ser un león a una víbora en un parpadeo.
¿Y él? ¿Qué demonios era él? Rio como un desquiciado o ¿sería tal vez la hiena del maldito cuento, de la maldita fábula? Solo que se trataba de una sin moraleja y sin sentido alguno.
¿Acaso se titularía la leona de piel escamosa y la hiena desquiciada?
Solo procuraría mantenerse alejado de la hermana de su mejor amigo, porque ella lo convertía en un ser con el que no empatizaba y al que prefería mantener alejado.
Era cierto, ambos podían vivir en un infierno, pero no era el mismo. Cada uno mantenía sus demonios y los demonios, como tantas otras cosas en la vida, no se compartían. Cada cual los llevaba guardados en la mochila que les otorgaba la existencia y no había forma de aligerar ese peso, sino que había que ganar fuerza para poder soportarlo.
Y esa mujer frente a él se había entrenado hasta el cansancio para transportar la oscuridad que cargaba, porque la de ella era aún más intensa y espesa que la suya.
Ante tanto gruñido y risas, una punzada en medio del pecho seguida de otra y otra con una sensación incomprensible a pérdida. ¿Qué demonios? ¿Qué mierda podría estar perdiendo? De pronto, estas se detuvieron y algo le estrujó lo que fuera que tuviera dentro.
Ella amplió los ojos, abandonó los vocablos al mejor estilo bestia y separó los labios sin pronunciar nada. Él dio dos pasos hacia atrás y Anna hizo otro tanto. Necesitaban distanciarse antes de que descubrieran qué sucedía, qué era lo que los atraía como un maldito imán a un mundo de locura. Y menos aún el porque no tenerla cerca era como si le faltara algo invaluable.
Debía mantenerse lo más alejado posible. Esa mujer hacía surgir a la luz lo demencial que Parker mantenía bien enterrado en su mente desquiciada.
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