CAPÍTULO 4: Una noche de discoteca
Sofía
—O sea que, ¿ya? —me pregunta Aitana sonando expectante y entusiasta a la vez.
Sí, ya estoy cenando con mis amigas.
—Estoy a un paso de lograrlo —alardeo sonando muy segura de mí misma.
Y por fuera vaya que lo estoy, pienso en una estrategia, con la cual Nathaniel y Lauren se separen y listo, él ya será todo mío.
Pero por dentro es otra cos...
—¿Cómo? O sea, ¿acaso no dejó ya a la insípida? —pregunta Gabriela incrédula. Todas mis amigas ya conocen a Lauren y opinan lo mismo que yo, que es una insípida.
—Nathaniel es muy correcto, quiere hacer las cosas bien para estar conmigo —eso creo.
—Pero si te ama en un dos por tres ya hubiese terminado con ella. No entiendo el drama —repone Aitana incrédula también.
—Les dije que Nathaniel es muy correcto, aunque a mí me gustaría que hubiesen terminado ya, las cosas no funcionan así, todo es a su tiempo —lo dice Sofía, la impaciente. Pero meditándolo mejor tengo razón, la desesperación no es la mejor arma.
—Solo no vayas a quedar como plato de segunda mesa —me aconseja Paula alzando las cejas despectivamente hacia la idea.
Aclarar que mis amigas son tres.
—Obvio no. Oye tú, ¿con quién crees que estás hablando? —Me dirijo a Paula, quien me mira extrañada—. Que no se te olvide que soy Sofía Altamirano, consigo todo lo que quiero tarde o temprano, más si se trata de amor y jamás, óyeme bien, es plato de segunda mesa, ¿de acuerdo? —termino con una sonrisa y mi intimidante mirada. Serán muy mis amigas pero también les impongo límites a sus comentarios.
—Okay, no te pongas intensa —responde Paula, alzando sus manos.
—Ya, basta de amor. Estamos muy inactivas las cuatro, tenemos que divertirnos —sugiere entusiasta Aitana.
—Ya no somos unas adolescentes, Aitana. Tenemos cosas más importantes de las cuales encargarnos —repongo tajante, pues conozco el tipo de diversión de mis amigas.
No vayan a creer que soy una amargada y frustrada social, cuando era adolescente frecuentaba mucho las discotecas o fiestas, hacía lo que me viniese en gana y aprovechaba de ligarme a cuanto muchacho quisiese; ,pero ahora simplemente ya soy una adulta y tantas responsabilidades me volvieron más seria.
—Oye tú ya no eres la misma Sofía de antes —repone Gabriela, y por supuesto que ya no la soy en la mayoría de los aspectos, pero tengo curiosidad por los motivos según ella.
—Según tú, ¿por qué ya no? —le pregunto como si lo estuviese haciendo con un niño pequeño, cruzándome de brazos a la par y mirándola espectante, de frente, como me enseñaron a hacerlo.
—Últimamente lo único que te oímos o vemos hacer es que la empresa, que sus ventas en el mercado, que sus oportunidades, que su futuro, que Nathaniel, que la insípida de su novia... —Gabriela se toma un suspiro antes de proseguir—. ¿Quieres que siga?
—Son mis problemas de prioridad.
—Pero no toda la vida trata de problemas, Sofía —repone Aitana—. Necesitas relajarte, divertirte y beber hasta olvidar los problemas —se entusiasma a medida que habla. Aitana siempre fue muy alocada.
—Beber te los recuerda más.
—No siempre, querida. Vamos, ¿qué pierdes con divertirte al menos una noche? —insiste Aitana.
—Mis horas de descanso y todo un día desperdiciado con la resaca, con ella no puedo enfocarme como se debe en el trabajo.
—Ya olvídate del trabajo mujer, al menos un día, eres la Gerente General y la accionista mayoritaria, date el lujo de descansar de la empresa un día. No seas aburrida —repone Gabriela entornando los ojos.
—No soy aburrida, simplemente ya no le veo el sentido. Está bien de vez en cuando, pero de todas formas qué sentido tiene ir a tomar y tomar, bailar como loca y ganarse un tremendo dolor de cabeza a la mañana siguiente; o despertar al lado de un desconocido que ni recuerdas cómo te complació —lo último refiero en susurros.
—¡La resaca es lo más natural del mundo! —exclama en susurros Gabriela.
—Al bailar también se te olvidan los problemas. ¡Uh! ya deseo que sea de noche. ¡Además hoy es viernes! —exclama Aitana en un gritito entusiasta.
—Y el cuerpo lo sabe —completa Gabriela.
—Además no tiene nada de malo tener una aventura de vez en cuando —alega Paula—. Ya, ¿irás o no? Porque nosotras tres sí, y hace tiempo que ya no nos acompañas.
Las tres me miran expectantes y yo lo medito un segundo. Tienen razón, ¿qué de malo o extraordinario puede pasar en una normal noche de discoteca?
***
—Voy al baño chicas. ¡Y no m-e e'sperren pojque tal vez me ligue a un ch-havo guapote de aquí! —exclama Aitana corriendo de cuclillas prácticamente, a vomitar.
Esta mujer está loca, apenas vamos cerca a una hora aquí y ya está completamente borracha, como siempre que salíamos con ella. Además, ¿ligarse a alguien ni bien haber vomitado? Es capaz, además, apuesto que en veinte minutos ya la veremos besándose con alguien, porque le costará retocarse el maquillaje, lo dejó hecho un asco.
Es lo irónico, venimos aquí muy arregladas y luego no estamos ni para un centavo.
—¡Aitana está, loca! —exclama Gabriela con la voz medio ahogada, inmediatamente después de beberse un trago, y su novio carcajea con ella. Ella también ya está ebria, solo que no tanto como Aitana. La salida no fue de cuatro, sino de cinco, pues Gabriela vino con su novio, quien ya la abraza por atrás.
Paula y yo somos las únicas sobrias todavía, aunque ella ya está por experimentar los primeros síntomas de embriaguez. Yo recién empiezo a tomar mis tragos de tequila con calma, pues hace dos minutos que acabo de volver de bailar.
—¿Y tú, no piensas tomar o qué? —me reprocha Paula.
—Tengo toda la noche para eso —respondo con calma y un leve suspiro, mirando lo ridícula que se ve la gente bailando o algunos ya fuera de sus sentidos.
—Pero al paso que vas no acabarás esa copa hasta el día de mañana. ¡Vamos, dale duro, hasta el fondo! —me anima Paula y yo inconscientemente le obedezco, pues el volumen alto de la música normal en una disco me aturde. Este trago vaya que me quemó.
—¡Uuuh! —aplauden Gabriela y Paula entusiastas.
—¡Vamos, otro! —me anima Gabriela, sirviéndome más tequila en mi copa.
—Tampoco voy a beber como marinero, beberé como me plazca, ¿entendido? Tengo toda la noche para eso —recalco alzando mi voz para que me escuchen, ellas solo ruedan los ojos. Pero inconscientemente me bebo otro gran trago de golpe, casi acabándome nuevamente el contenido y por inercia me sirvo más.
—¿Ves al chico de allí? —me pregunta Paula, de repente, mientras yo tomaba otro trago más breve y moderado.
—Hay muchos chicos allí, ¿cuál exactamente? —ya estoy buscando por inercia de quién me habla.
—¡Ese! —lo señala nuevamente y yo ya lo distingo. Es…
—Es Matías, el mejor amigo de Nathaniel, supongo que ya debes conocerlo —bastante, ese gusano debe pagármelas.
—Sí, ¿qué con él? —repongo con una evidente pereza en mi voz.
—Que lo quiero para mí —responde como si fuese algo obvio y natural y creo que yo ya me atraganté o escupí la bebida, a medida que Paula se lleva otro sorbo a la boca.
—¿Qué? —pregunto con la voz ahogada—. ¿A Matías? ¿Al gusano? —insisto incrédula, o escuché mal o a Paula ya se le zafó un tornillo.
—¿Gusano? —pregunta Paula extrañada, arqueando una ceja, después de beberse un trago—. Es un hombre demasiado guapo, varonil, alocado, desde que lo vi me trae con ganas —el estómago se me revuelve al escucharla. Debe ser el trago que empieza a surtir efecto.
—Pero bien sabemos tú y yo que él no te conviene, no es adinerado, ni empresario o siquiera con un apellido de prestigio como nosotras —replico tajante, bebiéndome otro trago de golpe, solo que no tan grande. A mi par Paula bebe un gran trago antes de hablar.
—¿Y quién dijo que lo quiero para el matrimonio? Lo quiero porque sí, porque me trae loca, porque lo deseo, por eso. Y será mío hasta que yo lo decida —exclama entercada con la idea. Paula ya está fuera de sus cabales por culpa de la tequila, y ni bien acaba de hablar se dirige a Matías tambaleándose, pero lo que no sabe es que tal vez ya lo perdió de vista.
A la par yo entorno los ojos con fastidio.
«Que haga lo que quiera», pienso mientras me tomo otro sorbo y sigo inspeccionando el lugar, entonces mis ojos reparan en una mesa y mi vista se detiene allí.
Me quedo en seco, estática y tengo ganas de llorar. No me sale palabra alguna y creo que me voy a ahogar en mi propia saliva.
Una lagrimita ya se me estaba escapando cuando Gabriela interrumpió mis pensamientos de ira, rabia, impotencia…
—Hey, Sof ¿qué pasa? Pareces estatua —me dice Gabriela, con la voz algo ahogada y ronca debido a que está borracha.
Siento un ligero mareo, por lo que oigo su voz y el resto de ruido que hay en la discoteca distorsionados, creo que ya se me subió. Pero esto me impulsa a secarme esa patética lágrima y a responder:
—No pasa nada, voy por ahí, quizá a bailar, me sofoco —respondo entre incoherencias y mezcolanza de palabras; mientras me tomo otro gran sorbo de trago y me sirvo otro, caminando con paso decidido a la par, con botella y copa en mano, tambaleándome un poco pero eso no tiene relevancia alguna. También estoy con una torcida sonrisa en el rostro, y voy por supuesto hacia aquella mesa.
«Me las van a pagar».
***
Lauren
—Yo sabía, yo sabía que harían su… apocalíptica reconciliación y hasta los encontré, haciendo el amor en la sala pero, ¿cómo que están muuy acaramelados, no? Morirán de diabetes, mejor llamo a la ambulancia… —Menciona Matías entre líneas, pues está ebrio, no tanto pero sí mareado, y creo que de veras va a cumplir su cometido, pues empieza a marcar en su celular.
Estamos… en una discoteca.
—No seas idiota, mejor guarda eso bien, porque a este paso lo acabarás perdiendo —le aconseja mi novio, quitándole el celular y guardándoselo en el bolsillo trasero de su chaqueta y cerrándolo, sip, en el cierre encubierto.
—Lo que estoy perdiendo es, mi tiempo. Mejor salvo mi vida, o sino moriré de tanta dulzura. No me esperen, porque voy en busca de una morrilla que me haga la noche. Con permiso —dicho esto Matías se retira tambaleándose graciosamente, por lo cual Nathaniel y yo no podemos evitar reír.
No sé como acabé aquí por segunda vez, no sé como Matías y Nathaniel me convencieron, saben que no me gustan este tipo de lugares, pero en parte le debo al mejor amigo de mi novio este agradable momento, porque si Matías no se hubiese cruzado conmigo, yo habría huido y estaría culpándome el haberlo hecho.
Lo bueno es que apenas tomé tres sorbos moderados de vino, insuficientes para embriagarse. Nathaniel solo bebió una copa y va en el primer sorbo de la segunda.
—En algo tiene razón ese idiota —me menciona Nat con una media sonrisa, a medida que me abraza por atrás.
—¿En qué? —cuestiono extrañada, pero con una sonrisa a la par.
—¿Sabes cuál sería mi muerte favorita?
—¿Morir de diabetes?
—Exacto.
—Pero piensa en los gastos, la insulina, una dieta estricta… Solo mira a mi hermano —a medida que hablo, me pongo triste al recordarlo. Pero Nat sabe como esfumar esa tristeza.
—Tu hermano es un guerrero, pero por eso te digo que sería mi muerte favorita, si tú eres la solución a mi enfermedad eres la insulina que necesito, tu amor me es suficiente y hasta creo que sobra. Y si eres mi perdición, pues no necesito ninguna dieta estricta, quiero morir empalagado de tu amor —y me lo dice mirándome a los ojos con esa dulzura tan directa que siempre me derrite.
—Eres un cursi.
—Tú me volviste así —dichas estas palabras vuelve a darme un dulce beso que nuevamente me lleva a conocer los cielos.
No, no me arrepiento de haberle admitido que lo amo.
Pero ahora parece que me hubiesen sacado de la parte más cómoda de los cielos y desde las alturas haberme golpeado estrepitosamente contra tierra. Alguien separó abruptamente a Nathaniel de mí, y no necesito adivinar de quién se trata.
—Baila conmigo —le pide Sofía jalando a MI NOVIO hacia sí desesperadamente, dejando la botella de tequila que traía en manos en la mesa y abrazándolo con su mano libre, pues la otra sostiene una copa con contenido dentro obviamente. Luego empieza a moverlo frenéticamente, y hasta de una forma algo graciosa debo admitir.
Pero no para mí.
Yo me quedo estática, sin saber qué hacer. Una reacción similar a la que tuve cuando los encontré besándose.
—Sofía suéltame, ¿qué haces aquí? —la interroga Nathaniel mientras se las ingeniaba para zafarse de sus posesivos brazos.
—Lo que todos —responde ella alzando la voz un poco más de lo usual, creo que también está algo ebria—. Te juro… —Dice, pero se autointerrumpe tomando un sorbo de su copa, luego continúa—. Te juro que esto es casualidad, mera casualidad. Yo no quería venir, pero mis amigas me insistieron y aquí estoy, ¿qué casualidad, no? —se explica Sofía con la voz inestable, típico de alguien que está ebrio.
—De seguro sabías que estábamos aquí, tú no eres una mujer aficionada a este tipo de lugares. ¿No que son lugares absurdos donde van puro adolescente atolondrado y con las hormonas a mil? —cuestiona Nathaniel, y Sofía ríe breve antes de responder.
¿Por qué siempre tenemos que topárnosla?
—Sí y pienso eso… Pero qué poco me conoces. Eres el amor de mi vida, tienes que conocerme más —Sofía quiere volver a abrazarlo, pero antes de que mi impulso me gane para separarlos Nathaniel retrocede unos pasos.
—Sofía, distancia. Estás ebria —que no se ofrezca a llevarla a su casa, que no se ofrezca a llevarla a su casa—. Mejor voy por una de tus amigas, ya las conozco y alguna sobria debe estar, espérame en aquella me… —Nathaniel estaba a punto de retirarse, pero Sofía lo detiene agarrándolo del brazo.
—No te vayas. Mejor, ¿por qué no me llevas tú? Tengamos una aventura de campamen… Digo, de carretera, ¿te animas? —Le pregunta Sofía sin gustarme nada su tono seductor, abrazándolo con su mano libre nuevamente. Y mientras Nathaniel intenta zafarse yo me animo a hablar.
—Ya suéltalo Sofía —le exijo en voz baja, pero audible.
—¿Qué? ¿Cómo dijiste? —Me pregunta mirándome desafiante, de frente, lo que logra intimidarme, así que desvío la mirada.
—Que lo sueltes, es mi novio y estás ebria, no coo… —Iba diciéndole con la voz casi queda y la mirada gacha, pero ella me interrumpe.
—¿Sabes qué? No se me da la gana de soltarlo —me afirma Sofía con una arrogante, segura e intimidante sonrisa, quise hablar nuevamente, pero ella al percatarse no me dejó—. ¿O sino qué? —me desafía acercándose amenazante a mí, yo trato de sostenerle la mirada, pero me es inevitable retroceder unos pasos.
—Sofía, basta —Nathaniel la aleja de mí.
—Tranquilo mi amor, solo estamos dejando las cosas claras, no pasa nada malo —se defiende Sofía con una inocente y picarona sonrisa.
—Es mi novio Sofía, no le digas así —me animo a decir alzando un poco la voz. Ella quiere volver a acercárseme pero Nat la tiene sujeta.
—¿Dónde está Matías cuando más lo necesito? —se pregunta entre dientes Nathaniel, al parecer no sabe qué hacer con ella, y yo tampoco.
—¿Al gusano? ¿Para qué? No lo necesitas, ni a esta, me tienes a mí, es suficiente —argumenta ella tajante. Es el colmo del descaro—, es más, brindemos —le pasa su copa a Nathaniel quien la sostiene algo anonadado y ella alza la suya en alto—. Brindemos por nuestra larga vida juntos, ¡salud! —choca ambas copas y ella se bebe su contenido de golpe, finalizando con una satisfecha sonrisa.
—Sofía, mañana si logras recordar lo que está sucediendo ahora te vas a avergonzar, o si te lo cuentan no lo vas a creer, mejor dame eso —le quita la copa ahora ya vacía y entonces Sofía agarra la botella.
—Tal vez, pero ahora solo vivo el presente —anuncia ella en voz alta—. Y estamos en una discoteca, ¿no? Aquí todos son unos vulgares —alza más la voz y la gente por unos instantes le mira raro—. Sé que estoy haciendo mal, pero me vale, ahora también voy a ser vulgar, como todos. ¡Me vale verga lo que piensen! —exclama a voz en cuello bebiendo directamente de la botella, bebiendo unos buenos tragos sonoros.
Se oyen carcajadas de fondo, algunos uuh de algunos pedófilos y también se divisa gente entornando los ojos. Pero realmente a Sofía en este momento no le importa.
—Sofía, tú detestas los papelones —le recuerda Nathaniel.
—Detesto muchas cosas —alega ella sonando ya un poco más serena—. Además, ¿aquí qué importa eso? —cuestiona con la voz ronca—. ¿Por qué no me besas? —le pregunta a Nathaniel llorosa y con la voz rasposa, cambiando abruptamente de tema y emoción.
«No otra vez…»
—Porque tengo novia y la amo, además en este momento no eres dueña de tus emociones…
—Siempre soy dueña de mis emociones, esté… ebria como ahora, o sobria y en mis cinco como la mayoría del tiempo —afirma como si estuviese entercada con ello—. Yo quiero separarlos, ¿sabes? —confiesa llorosa nuevamente.
—Eso lo sabemos —afirmo con la voz algo baja, pero audible.
—No te hablaba a ti —me dice con la voz tajante y mirándome con desprecio—. Pero si tú me amas, no entiendo cómo no logro separarlos, por qué no lo consigo. ¿Por qué la prefieres a ella? No lo comprendo… —Ahora derrama más lágrimas, como si estuviera frustrada en realidad.
Sofía se está sincerando sin darse cuenta.
Yo creo que en el fondo ella lo entiende, sabe que Nathaniel no la ama (espero que sea así realmente) Solo no quiere admitirlo, su orgullo, capricho y obsesión son más grandes.
—Sofía, si hay algo que tienes que aprender es que el amor no se busca, llega. Y no es la mente la que debe elegir, sino el corazón, eso me pasó con Lauren. Tú eres hermosa, responsable y trabajadora, algún día verás que llegará algui… —Mi novio le aconseja como a algún amigo que tiene un frustrante problema, con un tono suave que no deja de ser firme. Pero Sofía solo resopla fastidiada a la par que se seca las lágrimas y lo interrumpe.
—Ya llegó y tú no te das cuenta… ¿Sabes qué? Hablemos cuando estés en un estado más razonable, me explota la cabeza y más con este reggaeton de quinta, yo te busco. —Le dijo Sofía a modo de despedida, cortante.
«En verdad que tiene unos cambios muy repentinos de humor».
Entonces de repente siento la parte posterior de mi vestido mojada y algo de frío traspasando mi piel, abro la boca de la sorpresa y alzando la vista de inmediato hallo a la culpable.
—¡Ups, lo siento! Acostúmbrate querida, son cosas típicas que suceden en una discoteca. Y el blanco pureza de mosca muerta en tu atuendo no va con este lugar, y yo tampoco. Con permiso —Sofía finaliza con una sonrisa y parece andar a paso firme, pero se tambalea un poco, llevándose también la botella.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro