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▶20◀

Oriana sirvió una taza de té. Ignoro de cuál hierba se trata. Ya no la quiero llamar Lady Caramelo, me parece que tratarla como una persona más, hará de todo esto algo un poco más llevadero.

—¿Por qué sí tú me puedes ver no me ayudaste?

Bebe un sorbo de su taza color crema. Parece tomar esto con calma.

—No soy la indicada.

—¿Solo eso? ¡Ayúdame! —pido.

Necesito saber qué me pasa. Insisto:

—Al menos dime, por favor... ¿Estoy muerto?

Ella me observa un largo rato.

—Tú sabes la verdad, Sam —frunce el ceño— lo que sucede es que no quieres abrir los ojos, estás cómo Angélica.

Dios mío, ¿será posible que ésta mujer pueda hablar sin ser tan confusa?

—Explícate.

—Sam, tú destino lo decides tu. Yo no tengo nada que ver con lo que te sucede.

—¿Y por qué Angélica si?

Bebe otro sorbo del té. Y lo coloca en la mesita de al frente.

—La mamá de Angélica, la señora Angelina. Era amiga de mi madre. Llegaron una tarde de verano, muy aceleradas. La señora Angelina estaba muy frustrada. Decía que su hija estaba desvariando. Qué la habían llevado a múltiples psicólogos y psiquiatras, pero nadie entendía el porqué ella decía soñar con la muerte de su hermano.

Hace una pausa y enciende un tabaco. Deja el humo salir por sus labios color carmín.

—Loca no estaba. Mamá al verla lo único que dijo fue que Angélica era una niña con el don—. Se acomoda en su asiento —No preguntes qué don, ni yo lo sé. Ahora, me lo imagino...

—¿Por eso le diste las hierbas?

—Sí, le di a beber la Ayahuasca para que pudiera activar la parte de su cerebro que bloquearon hace unos años con medicamentos.

—¡Vaya...! ¿Y qué sucedió con su hermano?

—Malcolm... Un accidente. Terrible. Estaban peleando, hace cuatro años, en la calle cercana a la casa de Angélica. La del puente que da con el viejo tren. Al parecer los papás de Angélica se iban a separar definitivamente y ambos se culpaban de tal decisión. La cosa es...—supira—La discusión se salió de sus manos. Y comenzaron a forcejear... Ya te podrás imaginar qué pasó con dos jóvenes heridos, dos corazones rotos frente a un puente.

¿Angélica empujó a su hermano?

Sí, eso debe ser ella soñó con eso y luego pasó.

Debe ser terrible.

—¿Lo empujó? Sin más...

Niega con la cabeza.

—Malcolm se lanzó. No lo soportó, era un joven muy atormentado. Dicen que lo más doloroso de la escena fueron las últimas palabras de Angélica para él, cuando todo el vecindario salió a observar el espectáculo... Cuando los padres de Angélica corrían hasta ellos con la esperanza de que aquello fuera solo una pesadilla.

—¿Qué palabras?

La desesperación me invade. Cada vez siento cosas.

Sí.

Siento.

No saltes, yo te amo.

¡Rayos!

No debe ser sencillo.

Dios mío.

Sus padres se separaron.

Su hermano se suicidó.

Su ex la engañó.

Angélica es más valiente de lo que creí.

Aunque intenta suicidarse, dejarlo todo. Al final nunca puede, porque esa fue la decisión de su hermano. Ella quería ir con él esa noche. Y yo lo impedí.

—¿Soy su ángel de la guarda?

—Si fueras un ángel de la guarda serías distinto. No. No lo eres.

—¿Qué soy?

—Según mi instinto, eres un chico que la ama. Todavía la amas. Lo que pasa es que con el tiempo la distancia... Lo habías neutralizado.

Encojo de hombros.

—Pero ella no me ama.

—No creas todo lo que te dicen. Tampoco lo que te demuestran. Los seres humanos escondemos nuestros sentimientos. Somos idiotas.

—Sí, bueno, tienes razón...

—¿Sabes quién me mató?

Niega.

—No puedo ver claramente. Tampoco puedo saber si estás vivo. Aunque, perdona sí con esto mato tus esperanzas Sam, pero a estas alturas... Yo dudaría mucho que estuvieras vivo.

Me levanto del sofá. Ya debería ver a la chica rosa. El reloj de la sala de Oriana dice que son las 2pm.

—Gracias Oriana.

—Para servirte.

Camino hasta la puerta. Justo cuando estoy a punto de atravesarla, ella habla:

—Sam, confía en ella. Por algo Dios la puso en tú camino.

—Por lo visto Caramelo, no me queda de otra.

La madrina Osmilda corre de aquí allá. Está llena la cafetería. Es como si todas las desgracias de la familia Stanley no hubiesen sucedido jamás. Angélica, inclusive ha dejado escapar un par de sonrisas para algunos clientes.

La tarde fue larga, a mi parecer. Pero gratificante. A pesar de que no dejé de imaginarme la escena de Malcolm cayendo sobre las vías del tren. La expresión del rostro de Angélica ante aquella desgracia.

—¿Todo bien? —dice cuando queda justo a mi lado. Dándole la espalda a todos los clientes. Así nadie puede juzgar porqué habla sola.

Asiento.

—¿Seguro qué no necesitas ayuda Sam?

Lo pienso.

Tal vez, después de todo, sí la necesito y ella a mí.

—Termina tu ajetreo, podemos hablar de eso en tú casa, ésta noche.

Observo sus coloradas mejillas.

Está un poco sudada. El moño hecho con descuido de su negra cabellera, algunos mechones están ceñidos en sus mejillas debido al sudor. Tiene una mancha de algo en su frente. Parece café en polvo.

—Tienes...

Por instinto levanto mi mano hasta su rostro, pero claro que no la puedo tocar. Ella retrocede.

Todavía me tiene miedo.

—Gracias —esboza una pequeña sonrisa de medio lado.

—No tienes nada que agradecer.

—¡Cariño! —llama su tía Luz.

—Voy... Sam, debo... Pero quédate aquí, no te quiero perder de vista. No de nuevo.

Aquello me alegra.

Entonces es cierta la posibilidad de que ella me quiera todavía.

—¡Buenas tardes! —escucho una voz femenina.

Pero no es cualquier voz.

Yo la conozco...

¿Karelin?

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