veintiuno
El agua de la ducha salía tan caliente que los cristales tardaron poco en empañarse, incluido el único espejo del baño. Madeleine no sabía si era el vapor de agua o las lágrimas lo que nublaban su vista -que ya de por sí era poco nítida- pero, de todas formas, agradecía no poder ver con claridad su cuerpo.
Las gotas ardientes caían sobre su cabeza y rodaban por su piel pálida. Aquella neblina que se pegaba a los cristales terminó invadiendo su mente, impidiéndole centrarse en cualquier cosa que no fueran aquellos malditos pensamientos intrusivos. Se sentía vulnerable, frustrada, con un vacío en el estómago que empezaba a comer sus órganos: su esófago, su tráquea, su lengua... Así, hasta dejarla completamente muda. Era extraño. Tenía la sensación de que había malgastado el tiempo, pero a la vez pensaba que le quedaba mucho por delante, como un corredor que ve la meta a lo lejos pero que ya va dando tumbos por culpa del cansancio. Estaba cerca, pero también lejos. Quería rendirse, pero también quería pelear.
Los pensamientos que contaminaban su mente terminaron convirtiéndose en una especie de bruma espesa y confusa; luego, se convirtieron en un cosquilleo que comenzó a bajar por su espalda. La sensación de hormigueo llegó hasta sus brazos y piernas, y se quedó ahí hasta tornarse desagradable, como si su conciencia estuviera luchando por despegarse de su cuerpo. Maddie no sabía qué sentía, ni qué veía, ni qué oía; por ende, dejó de saber dónde estaba.
Miró a la puerta al oír un par de golpes rítmicos y secos.
—¿Maddie? Tengo que dejarte algo de ropa.
Era Will. La de melena castaña aterrizó en la tierra de golpe y porrazo. El hormigueo que sentía en las manos hizo el camino inverso y terminó activando todas y cada una de sus neuronas, haciendo que Madeleine se moviera deprisa para coger una toalla y taparse. Echó un vistazo al baño, con los azulejos y cristales aún empañados. Su vestido negro estaba demasiado mojado, como si estuviera recién sacado de la lavadora, y lo único que podía ponerse eran las bragas. Vio que la puerta estaba entreabierta.
—¡Espera! —gritó, presa del pánico. Escuchó una risilla suave mientras intentaba secarse la piel lo más rápido posible. —¡Cierra los ojos o algo!
La puerta se abrió despacio. Madeleine estuvo a punto de gritar. Sintió que la luz tenue que entraba desde el pasillo le cegaba. El pelinegro extendía varias prendas de ropa a Maddie y, con la otra mano, aunque tenía la cabeza girada hacia el pasillo, se tapaba los ojos. Madeleine dio una zancada y le arrebató la ropa de la mano.
—¿Por qué debería? No hay nada que no quiera ver, Maddie...
Fue el comentario que desató la catarsis. Cualquier otra persona se habría reído y se lo habría tomado como algo sugerente, pero Maddie no era cualquier otra persona. Empujó a Will con desdén fuera del baño y cerró con un portazo.
Se vistió al borde de las lágrimas, rápido, lanzando la toalla que cubría su pelo a una esquina y recogiendo su vestido y medias.
Will volvió a llamar a la puerta. —¿Tengo que echarte una mano? Me encantaría, por cierto.
Era su tono jocoso lo que terminó por sacar a Maddie de quicio. Bueno, eso y que la sudadera gris y los pantalones cortos que el ingeniero le había prestado le quedaban holgados, como un maldito saco de patatas. Si tuviera la confianza suficiente en sí misma, le seguiría el juego.
El problema es que Maddie, al verse al espejo, sin maquillaje y con el pelo húmedo y aplastado... solo pudo resoplar e intentar calmarse.
No lo consiguió, porque cuando salió del baño vio a Will apoyado en el marco de la puerta, con esa media sonrisa que solo mostraba uno de sus hoyuelos, con esa mirada felina que a veces resultaba amenazadora. Dijo algo mientras agarraba el vestido y las medias de Maddie, pero ella no pudo concentrarse en descifrar sus palabras. Solo le vio sonreír y moverse con aire vanidoso hacia la secadora. Cuando se giró y vio a Maddie, pegada a la puerta del baño y con los ojos enrojecidos, la sonrisa se le fue borrando del rostro, como si estuviera poco a poco encajando las piezas de un puzle y comprendiendo cuál era la escena completa.
Ni siquiera le hizo falta preguntarle a Madeleine qué estaba pasando.
Ella se encargó de explicárselo con una rabia que arrugó su entrecejo y labios.
—¡Deja de mentirme! ¡Deja de actuar así, como si realmente te gustara! Estoy harta, ¡harta de tener que pasar por esto otra vez! ¡Sé que no te gusto, que no lo haré, que simplemente me utilizarás y que luego todo será como siempre!
—Ma- —Will agitó la cabeza para intentar aclarar sus pensamientos y, sobre todo, para no sonar como un auténtico imbécil. —Maddie, cálma- no, ¿qué pasa?
La de gafas le señaló con el dedo y aire acusador. —¡Sé que me estás mintiendo! Todos esos comentarios que haces, como si de verdad te atrajera, ¡son mentira! ¡Es imposible!
—¿Eh? —no pudo evitar fruncir el ceño—Son verdad.
Madeleine dejó escapar una carcajada agria, irónica, dolida. Se señaló con ambas manos. —Me estás viendo, ¿no? ¡Estoy horrible con esta puta ropa! ¡Parece que estoy calva y que peso siete toneladas más! ¡Venga ya! ¡No puedo gustarte cuando soy el putísimo ogro del God of War!
—Buenísima referencia. —Will agitó la cabeza al instante. —Perdona, Maddie. No... no lo pillo. Estás...
—Fea. —concluyó ella. —Parezco un puto gorila con gafas. Mírame, Will. Es imposible —recalcó la palabra, aunque su voz empezaba a resquebrajarse de nuevo— que te guste alguien como yo.
El pelinegro alzó las cejas. —¿Como tu?
Y esa aparente incredulidad volvió a encender todos los pilotos rojos del organismo de Madeleine, que se contuvo para no pegar una patada a la puerta. Se rio, una vez más, llevando la vista al techo para impedir que las lágrimas brotaran de sus ojos.
—Sí, como yo. Una fea inútil, gorda, que no tiene ni puta idea de lo que hace, que siempre ha sido y será una persona del montón malo, que no tiene ni un pelo de atlética, ni de lista, ni de guapa. —se encogió de hombros. — Las personas como yo no gustamos a las personas como tú. Ni a nadie. Así que, por mucho que intentes convencerme, sé que no te atraigo. —suspiró al ver a Will de brazos cruzados, quieto, tan solo observándola con cierta compasión y muchas, muchas unidades de preocupación. —Será mejor que me marche.
—Oh —Will hizo un gesto y señaló la secadora—, tu ropa está...
—Vaya.
El silencio empezó a agobiar a Will. —Maddie, no estás...
—Sé lo que vas a decir; ahórratelo. Vas a decirme que no estoy gorda y que no soy fea, ¿a que sí? ¿Acaso has visto mis tobillos? ¡Son los de un puto elefante!
—Si empiezo a hablar de complejos extraños, no acabo. —dijo él, guardando las distancias. —Yo odio mis gemelos. En comparación con el resto de mis piernas, son demasiado delgados, y parezco un jodido Ken.
—Juegas al vóley. Es normal. —bufó Maddie.
—Tampoco me gustan mis hombros. Ni mi pelo.
Maddie le dedicó una mirada fugaz y fulminante. —Pero si es perfecto, ¿qué cojones me estás contando...?
—Ya, eso crees tú. ¿Ves adónde quiero llegar...?
—Sí, pero no me voy a tragar el discursito de ''tú eres perfecta en todas tus imperfecciones''. Lo siento, pero no. He pasado más veces por lo mismo... y no me vas a engañar. —negó con la cabeza mientras se cruzaba de brazos, como si quisiera defenderse de Will.
—Maddie-
—Si es que parezco una pasa vestida de gris, por Dios. ¡Una pasa mohosa...! Es imposible que te sientas atraído por una pasa que ha estado detrás del puto frigorífico durante décadas; además, tú eres súper inteligente y yo-
—¡Maddie, joder! —bramó el pelinegro, sacando a Madeleine de la especie de trance de negatividad en el que había entrado. Se acercó a ella dando un par de zancadas largas y puede que un tanto ruidosas. —Mírame.
Ella vio la furia en sus ojos, algo que latía con fuerza y que hacía que su mirada oscura brillara con determinación. Madeleine entendió entonces que Will no estaba mintiendo. Y que estaba algo cabreado. Aún así, él lo verbalizó para dejarlo bien claro:
—No estoy de farol.
Pero Madeleine, cohibida por aquellos molestos pensamientos que iban y venían y por su larguísima experiencia, apartó la mirada y negó suavemente con la cabeza.
—No te lo compro.
Will tuvo que obligar a Madeleine a que le mirara. Colocó sus manos cerca de las mejillas ardientes de la chica y le giró el cuello con algo de brusquedad. Ella se sorprendió, obviamente. Tenía los ojos vidriosos, pero, aún así, aguantó la mirada de Will.
—Me gustas. Me atraes, y me encantaría seguir conociéndote incluso si fueras un gorila espalda plateada. Me encantaría que confiaras más en mí... y en ti, Maddie. No sabes lo que me provocas.
Ella terminó sofocando una carcajada. —Sí, ya. ¿Y qué es lo que provoco en ti, si puede saberse?
Su ironía casi hiriente debía haber sido señal suficiente como para indicar que su intención no era, ni mucho menos, hacer que Will también riera. Evidentemente, no estaba intentando que Will le diera una explicación detallada de lo que sentía. A esas alturas, solo quería alejarse de él, olvidarse de todo su plan absurdo, presentar su tesis y volar a Illinois. No pretendía que Will la mirara con una mezcla de diversión, vergüenza y cierto aire desafiante.
—Creo que puedes imaginártelo.
—Ando corta de imaginación ahora mismo, lo siento.
Maddie supuso que su tono cortante le haría soltar un ''vete a la mierda'' o algo así, pero se equivocó: no se esperaba que el pelinegro se alejara de ella y empezara a moverse de forma errática, juntando las manos en posición de rezo o inclinándose hacia delante con los puños cerrados, desesperado, como si estuviera aguantando un fuertísimo dolor. Volvió a acercarse a ella, aquella vez con las manos sobre la boca. Inspiró, como si quisiera coger fuerzas.
—Sé —comenzó a explicar, moviendo sus manos despacio— que no llevas nada debajo de la sudadera. Mi sudadera. —se corrigió— He estado toda la tarde, —continuó, pausado— viendo cómo te reías con cada cosa que decía y he pensado, ''joder, si puedo hacerle reír, qué podré hacer con ella''... —volvió a llevarse los cantos de la manos a los labios y cerró los ojos con fuerza, como si se arrepintiera profundamente de algo—Y todo el tiempo que has estado en la ducha- Dios, soy una persona horrible. No sé qué estabas haciendo, pero yo solo pensaba en que estabas... duchándote y- joder, Maddie. No sabes la de cosas que se me han pasado por la cabeza solo hoy.
La susodicha solo pudo hacer una mueca. Giró la cabeza para evitar la mirada de Will, que tampoco se había atrevido a verla mientras hablaba, y se limitó a reírse con cierta ironía.
—Sigues sin creértelo. —murmuró Will.
Madeleine se encogió de hombros. —En Psicología nos enseñan a observar determinados rasgos para saber si alguien miente o no-
La brusquedad con la que Will agarró su muñeca ya fue, en sí, sorprendente. Cuando tiró de ella para juntar sus cuerpos, Maddie se quedó sin respiración. Cuando Will colocó la mano de la de gafas en su entrepierna, Madeleine estuvo a punto de desmayarse. Y cuando sintió el bulto que se formaba bajo el pantalón de Will, casi falleció. El aire se había quedado a medio camino entre sus pulmones y su boca abierta y no parecía querer salir ni entrar.
—Es así como me pones.
Una erección era un rasgo fisiológico bastante distintivo de la excitación, y Madeleine supuso que también de la atracción que Will sentía por ella. Todo se aclaró. Toda la información se organizó de forma clara en la cabeza de Maddie. La lluvia cesó, las nubes se levantaron y todas las bombillas de la estancia se encendieron para formar un cartel luminoso alrededor de Will en el que se podía leer: ¡no miente!
Él se dio cuenta de la gravedad de la situación al instante; para Maddie, catatónica, que aún seguía sintiendo demasiado calor en su mano, aquellos segundos habían sido horas. Will se alejó de ella tan rápido que chocó contra un mueble. Siguió dando tumbos por el apartamento hasta llegar al sofá, donde terminó sentándose.
—Joder, joder, joder. —las palabras se atropellaban en sus labios— Joder, lo siento. Ha sido- Ha sido muy violento. No quería- joder, lo siento.
—No. Soy yo la que debe sentirlo. Perdona.
Will no parecía muy tranquilo, pero las palabras de Madeleine le hicieron suspirar con una pizca de alivio. —No, no, no, no. Lo de ahora ha sido- joder, perdóname. No quería-
—He dudado de ti. —admitió Maddie. Se acercó a él con intención de calmarle. No se atrevió siquiera a ponerle una mano en el hombro, pero al menos se sentó a su lado. —Yo también- bueno, ya que nos hemos sincerado, yo... Yo también he pensado en hacer cosas contigo.
El pelinegro soltó todo el aire que sus pulmones contenían. Abrió los ojos muchísimo, entre sorprendido y halagado, y justo después se llevó la mano al pecho. Miró a Madeleine fingiendo estar atemorizado. Intentaba hacerlo tan creíble que terminaba pareciendo exagerado.
—Por favor, dime que esas cosas no son darme de la mano o algo así, que me dan mucho pánico y un poco de vergüenza.
Madeleine sonrió mientras agitaba la cabeza. Ahí volvía a estar el Will que siempre lograba despojarle de cualquier duda, ese que siempre le sonsacaba alguna que otra carcajada sincera. Maddie tomó aire por la nariz.
—No exactamente, pero... mi inseguridad lo está arruinando todo. —confesó, sintiendo que sincerarse de aquella era un error— Lo siento. Bueno, —añadió con rapidez nada más procesar sus palabras— creo que no debería sentirme mal por sentirme mal, pero...
—Maddie. —Will se inclinó ligeramente hacia delante, apoyando los codos en sus rodillas. La susodicha le vio tragar saliva y puede que unas cuantas palabras que no quiso decir.
—¿Qué?
—En el hipotético caso de que, no sé, tuvieras que dejarme las llaves de tu casa... ¿Me las dejarías?
Maddie dudó. —Tendría que...
—Fijarte en otros rasgos para saber con certeza que puedes confiar en mí, ¿no?
La de gafas asintió, pero luego frunció el ceño. —Ahora no sé a dónde quieres llegar...
Will se inclinó un poco más hacia ella, hasta que pudo colocar sus manos, con las palmas hacia arriba, sobre las rodillas de Madeleine, como si le estuviera ofreciendo su tacto. Ella no fue capaz de esconder su sorpresa y le dedicó una mirada interrogante.
—Confía en mí. —dijo, en una voz que fue prácticamente un susurro grave pero firme, cargado de certeza y de esa naturalidad que Maddie envidiaba y adoraba a partes iguales.
—¿Qué?
—Guíame como te de la gana, deja que te toque solo donde quieras. Si no quieres que te mire, no te miraré. Solo confía. Haz lo que creas que está bien. No me voy a quejar.
—¿Por qué? —logró preguntar Madeleine, incrédula.
Will cruzó una mirada que aglutinaba todas las emociones primarias, secundarias y terciarias habidas y por haber. Sonrió como si una de sus comisuras se elevara con amargura y otra con picardía. Mostró uno de sus irresistibles hoyuelos.
—Porque me muero por tocarte, Maddie.
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he estado a punto de escribir: te parecen bien 47 cm? justo cuando will le dice a maddie: ves???? me pones bellako.... pero creo que iba a ser too much JAJAJ
un saludito a las reales, a las og, a las que siempre habéis leído esta historia. a las que tenéis fe en mi. un beso. osqm
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