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veintitrés

Maddie suspiró con alivio en cuanto se subió al asiento del copiloto del coche de Will.

De no haber sido por la interrupción de Eardson, las cosas habrían escalado rápido; en frío, no estaba segura de haber querido continuar. Volvía a sentirse vulnerable, con culpa, como si dejarse llevar por el subidón de oxitocina fuera el mayor pecado del universo. Seguía habiendo algo en su interior -y ojalá pudiera saber con certeza el qué- que seguía manteniéndola demasiado alerta.

Un fuerte portazo y la voz quejosa de Will rescataron a Maddie de la espiral interminable de pensamientos negativos en la que estaba empezando a hundirse. 

—¿Dónde te dejo?

Madeleine siguió la mirada de Will, clavada en el retrovisor central, y luego se volvió hacia los asientos traseros: Eardson, con el cinturón ya puesto y su típica cara de no querer estar allí, esperaba de brazos cruzados. La joven de gafas había ignorado por completo su presencia, por muy irónico que pareciera, y no reparó en él hasta que le vio abrocharse el cinturón. 

—Lo más cerca de casa, si no es mucho pedir.

El pelinegro suspiró con cierta resignación y puso en marcha el coche. —Pues sí, es mucho pedir. 

El repiqueteo de las gotas de lluvia golpeando los cristales y el incesante chirrido de los limpiaparabrisas fue lo único que pudo escucharse durante un buen rato de aquella noche lluviosa y oscura, que parecía más típica del otoño que de la cercana época estival. Maddie no se atrevió a decir nada y tampoco quiso mirar a Will; la vergüenza de la que se había despojado estaba poco a poco volviendo a pegarse a ella, como si fuera una especie de ectoplasma viscoso que iba a colarse por sus poros. El simple hecho de ser percibida por Will y por Eardson, sentado justo detrás de ella, le generaba cierto malestar. Y llevar su ropa metida en una bolsa de plástico de un supermercado, también. 

—¿Qué vas a hacer con los dos tontitos? —fue la voz del rubio la que rompió el silencio.

Maddie miró de reojo a Will, que sujetó el volante con una sola mano para llevarse la otra al puente de la nariz. 

—No sé, —contestó, suspirando por enésima vez— Hayes les habrá encontrado algún sustituto. Irá bien. 

—No lo dudo. Me refería a la bronca típica de capitán. ¿No vas a decirles nada? 

Y Will volvió a resoplar. —No puedo. Díselo tú. Se te da mucho mejor ponerte en plan ''sois unos estúpidos, imbéciles, no sabéis siquiera cuál es la capital de Iowa, lerdos''. 

—Oye, no te laves las manos. Deberías decirles algo, ¿no? Al menos en calidad de capitán. 

—¿El qué? ¿Que tienen que esforzarse más? Ben y Luca no son, precisamente, dos personas que hayan entrado en la universidad y hayan descubierto un deporte por casualidad. Tuvieron que elegir carrera porque el vóley universitario era la única forma que tenían de seguir jugando. No puedo decirles que se esmeren más en los estudios porque se la suda, básicamente. Están aquí para jugar, no para sacarse el título. 

—Deben esmerarse si quieren jugar; ese es el tema. —reiteró Eardson, que se asomó a los asientos delanteros. 

—Amenazarles con que no van a volver a pisar el pabellón si no aprueban es justamente lo que no quiero hacer. —explicó Will. —No va a funcionar con ellos. Les desmotivará aún más.

—Es lo que hay, y es lo que tienen que hacer si quieren mantener su beca deportiva. 

—Perdonad la interrupción, —Maddie alzó levemente las manos. Sintió la mirada felina de Will sobre ella y los ojos claros de Eardson clavándose en su espalda— pero, ¿cuándo hemos empezado a jugar a papás y mamás? 

Will sofocó una carcajada. —Buena forma de resumir la dinámica del equipo. ¿Quién crees que es más madre de los dos? ¿Yo o James?

—Claramente yo soy la madre. —bufó el rubio— Soy el único que se preocupa por el bienestar de todos.

—¿Así que yo soy una especie de padre ausente? 

—Algo así.

—¿Y tú una madre exigente que vuelca sus expectativas en sus hijos?

Madeleine sintió que Eardson no iba a tomarse muy bien la broma, así que decidió intervenir: —No quiero entrometerme, pero ¿no se solucionaría si Ben y Luca aprobaran las recuperaciones? Si no me falla la memoria, son la semana que viene. Si aprueban, podrían volver a jugar con el equipo el interuniversitario, ¿no? ¿No se juega en verano?

Los dos jugadores de vóley cruzaron una mirada interrogante a través del espejo retrovisor. Fue Will quien, inclinándose ligeramente hacia Madeleine, como si fuera a contarle un secreto, dijo:

—Confías demasiado en las capacidades de esos dos.

—No pueden ser tan malos si han aprobado hasta ahora. 

Las palabras de Madeleine se quedaron suspendidas en el aire unos instantes, como si a los dos chicos les costara recuperarlas y procesarlas. Fue el rubio quien chasqueó la lengua con cierto fastidio.

—Es verdad. —bufó, como si le molestara tener que dar la razón a Maddie porque eso conllevaba, entre otras cosas, deshacer la imagen mental que tenía de sus compañeros. 

—Bueno, yo siempre he creído que el error está en el método y no en sus capacidades. —añadió Will, gesticulando sutilmente con una mano. A pesar de tener la vista clavada en la carretera y en las señales de circulación, parecía estar pensando en otra cosa. 

—Vamos, que no es que sean tontos; básicamente, no estudian. —tradujo Eardson.

—Sí. —el pelinegro, con una sonrisa tirándole de las comisuras del labio, se inclinó hacia Maddie una vez más. —Cuenta la leyenda que, si ves a Ben salir de la Escuela de Ciencias Sociales, tienes cuatro años de mala suerte.

—Ah, entonces no va porque nos está protegiendo a todos, ¿no? —la de gafas asintió, procesando la información. Cruzó una mirada rápida con Will. —¿Y Luca? ¿Qué estudia?

—Historia y Literatura. No me preguntes por qué lo eligió. Cuenta la leyenda que, —Will alzó el índice— si te enteras de-

—La cuestión es —interrumpió Eardson— que no pueden aprobar en una sola semana. 

Will echó un vistazo a Madeleine: se había cruzado de brazos, había fruncido los labios y arrugado la nariz, tenía la vista fija en un punto que iba más allá de las gotas de lluvia y parecía estar sopesando algo. Volvió a mirarla, algo nervioso, y justo cuando abrió la boca para cambiar de tema, Maddie soltó:

—Puedo darles un par de clases particulares.

Eardson enseguida emitió una especie de bufido y empezó a negar con la cabeza mientras se reía con cierto escepticismo, como si no creyera en la causa. Will intentó decir algo coherente, pero de su boca solo se escaparon algunas sílabas sin sentido entrecortadas por unas risillas que también rozaban la incredulidad. Al contrario que los dos chicos, Maddie no soltó ni una sola carcajada; de hecho, frunció el ceño, extrañada, y miró a los dos jugadores.

—¿Qué pasa? No me puedo creer que no confiéis en ellos.

—Los conocemos de sobra —masculló Eardson—, y sabemos más que nadie que es imposible. Tienen que sentirse amenazados.

—Eso es bastante antipedagógico. 

—Bueno —Will intentó quitarle hierro al asunto, utilizando un tono cantarín y algo agudo—, no pasa nada. Gracias por ofrecerte, Maddie, pero no hace falta. Es algo que tenemos que solucionar en el equipo, no te preocupes. Además, tú desbes estar ocupada y-

—No tengo nada que hacer —mintió. 

—Ya, bueno, seguro que tienes que... pasear a Tofu. —Will le lanzó una mirada suplicante a Madeleine, intentando persuadirla, intentando que entendiera que aquellos dos cabeza hueca eran una causa perdida. —Seguro que tienes una semana de lo más ocupada...

Ella, lejos de entenderle, volvió a cruzarse de brazos con un resoplido. —No. Lo digo en serio, chicos. Puedo intentarlo. 

Como su silencioso ruego no había surtido efecto, Will decidió apelar a la crueldad y estoicismo de su compañero. Le miró a través del espejo retrovisor y esperó a que dijera algo con aquella sorna hiriente que le caracterizaba, pero, contra todo pronóstico, el rubio se encogió de hombros. 

—Como veas. —debió sentir los ojos de Will clavándose en su rostro como dos barras ardientes. Debió sentir la desesperación del pelinegro y, esbozando una sonrisa que rozaba lo sádico, soltó: —Will puede echarte una mano.

Madeleine se giró hacia el susodicho. Su plan había funcionado. —¿Seguro? —preguntó, fingiendo estar dudosa. —Con el doctorado, los entrenamientos... De verdad, yo solo lo digo por ayudar. 

—No hace falta. —reiteró Will, serio. —Jugaremos con otra rotación. Además, el resto de chicos no pueden estar calentando el banquillo de por vida. Tienen que lucirse en algún momento, ¿no?

—¿Qué ha pasado con el espíritu de victoria, capitán? ¿Ahora vas a decir que lo importante es participar, o algo así?

Eardson no estaba muy por la labor de ayudar y Will juró, desde lo más profundo de su corazón, que algún día le haría pagar por el bochorno eterno que siempre le hacía sentir. Se mordió la lengua para no gritar, agarró con fuerza el volante y soltó el aire que llenaba sus pulmones por la nariz. 

—¿Dónde coño te dejo, vice? 

—Aquí mismo. —dijo Eardson con rapidez, desabrochándose el cinturón de seguridad y haciendo ademán de abrir la puerta. Aún llovía a cántaros, pero no parecía importarle. Will paró el coche al borde de la acera sin mediar palabra. Eardson se asomó a los asientos delanteros. —Perdonad. La situación me supera y no quería...

Madeleine se giró hacia él y esbozó una sonrisa algo tímida. —No te preocupes. 

El rubio asintió. —Gracias —dio un golpe a Will, en el hombro, con aire amistoso. Puede que fuera su forma de pedir perdón. —Y gracias a ti también. La próxima no te joderé el polvo.

Will rodó los ojos con aparente molestia mientras su compañero y vicecapitán se bajaba del coche. Maddie se hundió en el asiento, avergonzada, igual que hizo en el sofá del apartamento, y apartó la mirada para dejarla perdida entre las gotas de lluvia que recorrían la ventana. 

Y, sin previo aviso, como de costumbre, los engranajes del mecanismo que le hacía sobreanalizarlo todo se pusieron en funcionamiento: Will había puesto los ojos en blanco, y eso podía significar miles de cosas. ¿Y si lo ha hecho porque no me considera un polvo? ¿No le atraigo? ¿Estaba mintiéndome? 

En cuestión de segundos, el mundo se redujo al sonido suave del motor del coche y al ruido estridente de los pensamientos intrusivos de Madeleine, que poco a poco sentía que algo que crecía en el interior de su estómago iba trepando por su esófago, apretándolo como si se tratara de una planta venenosa. 

—Perdónale, Maddie. Te prometo que Eardson no es así. —de nuevo, la voz de Will trajo a Maddie de vuelta a la tierra. —No es tan imbécil, pero es verdad que es como una madre sobreprotectora, y... A veces, cuando las cosas no salen como espera, se vuelve... una madre tóxica, ¿sabes? 

—Ya veo. —murmuró ella.

Will apartó la mirada de la carretera un instante. —Eh, si algo que te ha dicho te ha molestado, puedo-

—No, no te preocupes; no es por mí, es por Ben y Luca. No confía nada en ellos... y creo que tú tampoco.

—Bueno—soltó una carcajada suave. Madeleine había conseguido sacarle los colores—, ya suspendieron otra vez y lo solucionamos moviendo un par de hilos. Es una historia larga y puede que ilegal... Esta vez es algo más serio. Si les han suspendido la beca deportiva no hay apenas margen y, aunque obraras un milagro del nivel del mismísimo Jesucristo, dudo que puedan jugar el interuniversitario.

—No perdéis nada si les dais un voto de confianza.

—Ya, pero tú pierdes tiempo. Además, Ben y Luca, académicamente hablando, son desesperantes. —se señaló con la mano— ¡Hasta yo les he dado alguna clase!

—No puedo perder tiempo si no tengo tiempo que perder, ¿no?

Will sonrió. —Una lógica aplastante. 

—No me importa ayudarte- ayudaros. —se corrigió.

Porque sí, ese era el motivo principal, y sí, tenía una lógica aplastante: si Maddie conseguía quedarse dentro del círculo de Will, fuera como fuese, más oportunidades de seguir viéndole. Conociéndole. Besándole. Más oportunidades de tener citas oficiales, ¿no?

El pelinegro sofocó una carcajada mientras agitaba la cabeza. Giró con suavidad el volante para tomar una calle que ya le resultaba familiar a Maddie y le dedicó una mirada fugaz pero divertida.

—No vas a dejar que te diga que no, ¿verdad?

Madeleine se limitó a encogerse de hombros. Cayó en la cuenta de que volvían a ser ellos y el silencio, nadie más, y no pudo evitar sentirse algo abrumada. Puede que un poco nerviosa. Podía ver, al final de la calle, algunas luces encendidas en el edificio donde vivía; se lo tomó como una señal para volver de golpe a la realidad. Todo había sido demasiado bueno como para ser verdad. Todo había salido bien.

Y le parecía raro. 

Will detuvo el coche lo más cerca que pudo del edificio residencial. La lluvia había amainado por fin, como si quisiera formar parte del broche final de una cita que se había alargado más de lo previsto. 

Maddie se quitó el cinturón de seguridad y se quedó unas milésimas de segundo pensando qué hacer. Si sacar el móvil y buscar en Google estuviera socialmente aceptado, buscaría cosas del palo de ¿cómo despedirse de alguien que te gusta? ¿cómo te despides después de una primera cita? ¿es mejor un abrazo o un beso? ¿si le digo hasta luego quedaré como una imbécil?

Pero, evidentemente, no iba a sacar el teléfono como si nada, así que optó por esbozar una sonrisa algo tensa. Will debió reconocer la mezcla explosiva de vergüenza, terror y nerviosismo que se reflejaba en la mirada parda de Madeleine; por eso debió corresponder a su sonrisa tan rápido, con aquella naturalidad que asustaba.

—Siento que la noche haya terminado siendo un poco... surrealista. —dijo Will. Su sonrisa se desdibujó un poco. 

—No pasa nada. El surrealismo hará que la recuerde mejor. —Maddie agitó la mano, quitándole algo de hierro al asunto. —Me lo he pasado genial. Gracias.

Aunque no lo pareciera, Madeleine tuvo que armarse de valor para soltar algo así, tan sincero, que le despojaba de toda protección, que le dejaba casi a corazón abierto. Nunca se habría atrevido a admitir algo así por miedo a que le tacharan de sensiblera, algo que chocaba con la imagen que había tardado tantos años en construir, pero Will le otorgaba la seguridad que le faltaba, aunque fuera con gestos tan sutiles como inclinarse hacia delante con una sonrisa suave y casi imperceptible.

—Me alegro. 

—Oh, —Maddie se dio cuenta de que aún llevaba puesta ropa que le pertenecía a él. Señaló la sudadera gris— te devuelvo la ropa-

—No hace falta. Quédatela. 

Ya no tenía que tirar un pendiente al suelo, o dejar su bolso olvidado en el coche o esconder las medias en la guantera. Ya no tenía ninguna excusa para volver a verle, pero su sonrisa y su mirada desprendían una certeza irrefutable: iban a volver a verse, estaba claro, y Maddie no iba a tener que calcular y controlar todas las variables de una situación artificial. 

—Bueno, entonces... Tendré que prestarte alguna de mis camisetas. 

Will alzó las cejas. —¿Es una especie de trueque? ¿Tienes alguna de Hello Kitty...?

—Seguramente, pero son de cuando tenía unos doce años.

—Genial, así me queda ajustadita.

Cuando se apagó la risa de Maddie, volvieron a quedarse en silencio. Había algo que ataba a la de gafas allí, una especie de fuerza que la mantenía pegada al asiento, una especie de atracción que le impedía salir del coche. Quizá era la mera presencia de Will. 

Madeleine no quería que las cosas fueran vergonzosas, pero sentía que, hiciera lo que hiciese, el resultado iba a ser el mismo: todo se volvería incómodo. Se quedó con la cabeza gacha unos instantes, notando cómo el pelinegro seguía cada movimiento que hacía con la vista, agarró la bolsa que contenía su vestido y trató de calmar el ritmo acelerado de su corazón.

—Gracias por acercarme a casa. Tengo que- 

La mirada cristalina de Will interrumpió a la pobre Maddie. No encontró ningún adjetivo para definirla. Puede que hechizante fuera lo que mejor resumía aquella sensación de estar perdiéndose más y más en la profundidad de sus ojos oscuros, en las líneas de su rostro iluminado tan solo por las luces del panel de control del coche... Un pequeño haz de rabia atravesó la mente de Madeleine: ¡joder! ¿¡por qué tiene que ser tan guapo!?

Besarle o no besarle, esa era la cuestión. La tensión se palpaba en el ambiente, pero Maddie no podía hacer otra cosa que no fuera mirarle embobada. Puede que hasta se le estuviera cayendo la baba. 

Por fin, los músculos de Maddie coordinaron su acción y ella fue capaz de decir, casi sin fuerza, en un susurro:

—Puedes besarme.

Más que a petición, sonó a demanda, pero a Will no pareció importarle mucho. Era tan alto que llenó el espacio enseguida, casi sin moverse. Se inclinó hacia Madeleine y tomó su rostro con una mano, rápido, con una brusquedad que contrastó con la suavidad y lentitud del beso. 

Madeleine estaba dispuesta a hundir las yemas de sus dedos en los mechones oscuros de Will cuando él, despacio, se separó. Alzó levemente la barbilla, como si quisiera impedir que los labios de Maddie rozaran los suyos. Ella se quedó con las manos sobre el pecho del pelinegro hasta que el silencio, tan solo roto por las gotas de lluvia que golpeaban la carrocería, le resultó abrumador. 

Cruzó una mirada interrogante con Will. Sus ojos oscuros reflejaban algo que Maddie nunca había visto antes; algo que hizo que su corazón latiera con fuerza y que sintiera un incoherentemente agradable escalofrío recorriendo su espalda. ¿Era esa mirada sinónimo del deseo del que tanto hablaban en los libros? Era raro, pero le gustaba. Le gustaba que Will la mirara así, con esa sonrisa de soslayo, con los ojos bañados en anhelo. Madeleine se humedeció los labios y luego se mordió el inferior, lamentándose por haberle obligado a mantener los ojos cerrados el tiempo que habían estado en el apartamento. 

Will deslizó su mano por el cuello de la de gafas. Luego, por su hombro, y finalmente por todo su brazo, como si quisiera calmar a Maddie con su tacto.

—Si me besas ahora, —dijo, con voz seria y a la vez suave, casi susurrada— vamos a tener que terminar lo que hemos empezado. 

Madeleine tuvo dificultad para tragar saliva, pero lo disimuló bien. Se tomó el lujo de quedarse unos segundos más analizando el rostro de Will. Colocó las manos detrás del cuello de Will mientras se acercaba a él, recortando los escasos centímetros que los separaban e inclinándose sobre la consola central del coche. Le observó detenidamente mientras la simulación de varios escenarios se reproducía en su mente, resumiendo los resultados como si fueran fórmulas matemáticas: beso + sexo = ya tiene lo que quiere = deja de hablarme . beso - sexo = deja de hablarme + alta probabilidad de que me llame calientapollas. no beso = no sexo = deja de hablarme. 

El pelinegro apenas se movió un ápice. Maddie supuso entonces que le estaba dejando elegir, que le estaba permitiendo llevar las riendas de la situación. Luego, recordó que era Will Bishop y que, de momento, había demostrado ser una persona en la que podía confiar. 

—¿Y si vuelves a besarme tú? 

No supo cómo ni porqué dijo eso, pero Madeleine se sintió orgullosa de su frase digna de sitcom. Los hoyuelos de Will hicieron una aparición estelar antes de que él se apartara con suavidad, sonriendo, humedeciéndose los labios mientras sostenía la mirada de Maddie.

—Prefiero demostrártelo otro día. —hizo un gesto con la cabeza para señalar el edificio donde residía Maddie. 

Ella soltó una risilla suave. —Claro. Es para mantener viva la expectación, ¿no?

Él hizo una mueca. —Hmm, prefiero que mantengas las expectativas a raya. Suelo decepcionar. 

La risilla de Maddie se convirtió en carcajada. Agarró sus cosas e hizo ademán de salir del coche, pero antes volvió a girarse hacia Will. Estaba ya con las manos sobre el volante y una sonrisa algo tonta que se le borró de golpe, en cuanto Maddie posó su vista en él. 

—¿Te veré...?

—Más pronto que tarde. —afirmó el pelinegro. —Me debes una camiseta de Hello Kitty... y la leche de dos cabras por haberte traído en mi carroza de cien caballos a tu humilde morada. 

Madeleine asintió. —Con gusto, señor, aunque me temo que no será posible satisfacer parte de su petición, puesto que la prenda de la que habla no se encuentra en ninguno de los arcones de mis aposentos. 

Will abrió la boca, sorprendido porque Maddie le había seguido el juego. Bueno, incluso le había ganado la partida, porque el traductor medieval que llevaba instalado desde que se obsesionó con la Edad Media no funcionó. Ella se despidió con un gesto tímido de la mano, abrió la puerta mientras se calaba la capucha de la sudadera y salió del coche. 

La vio corretear bajo la llovizna. No arrancó el motor del coche hasta que Maddie abrió la puerta principal del edificio. Volvió a girarse, una vez dentro, y movió el brazo para despedirse de él otra vez, o quizá para decirle que ya estaba a salvo de la lluvia. Will correspondió al gesto con una sonrisa.

Cuando perdió a Madeleine de vista, apoyó la cabeza contra el canto del volante. Soltó todo el aire de sus pulmones en un suspiro profundo, largo y sonoro; sabía que no iba a dormir en toda la noche. Normalmente, William no dormía porque estaba hasta arriba de trabajo o porque sentía que no lo había dado todo en el entrenamiento. A veces, no dormía porque le preocupaban sus compañeros de equipo. Otras, su doctorado. 

Pero aquella noche sabía que no iba a dormir por culpa de Madeleine, por su cercanía, por su melena brillante y castaña, por sus curvas, por su tacto ligero pero electrizante, por todo lo que podría haber sido y no fue, por todas las escenas que iban a incendiar su conciencia en momentos de sueño.

Con un nuevo resoplido, pisó el acelerador y evitó echar un último vistazo a la habitación de Maddie, que ya tenía luz.


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hola, he vuelto zorras!!!!!

he subido este capítulo sin leerlo -y por ende sin corregirlo- porque el síndrome del impostor me estaba alcanzando y sabe una servidora, por experiencia, que si lo revisaba iba a borrarlo....... jijijijijijiji

así que espero que os haya gustado!!!! :)


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