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veintisiete

Nunca lo había hecho, ni siquiera para ella misma. Nunca se había planteado ir a una iglesia para encender una vela y rezar, ni tampoco acercarse a un chamán o una bruja para que hicieran un hechizo. Ella nunca había necesitado encomendarse a nadie para aprobar los exámenes, pero sus dos alumnos... sí. 

Al final, no hizo ningún conjuro ni rezó para que Ben y Luca tuvieran suerte. Simplemente les envió un mensaje, animándoles, bloqueó el teléfono y se quedó sentada en el sofá, mordisqueándose el borde de las uñas hasta que Tofu le recordó que era la hora de su paseo. 

Los Engineers viajaban ese mismo fin de semana; comenzaban los partidos del interuniversitario y, durante el sábado y el domingo, si todo iba bien, jugarían dos partidos. 

Will

Mucha suerte en los partidos!! Estaremos animando desde casa!! 🥰🥰

10:12

gracias:):)

12:05

Fue lo último que supo de Will durante tres eternos días. Tres. Con tal de no darle la razón a su amiga y compañera de piso, Maddie no le contó a Grace que entendía cómo se sentía cuando un chico no le contestaba a sus mensajes: descentrada, ansiosa y al borde de la locura, más aún teniendo en cuenta que Will era una persona que hablaba sin cesar; de hecho, cuando la conversación moría, no tardaba mucho en enviarle algún meme sacado de lo más profundo de Internet, o alguna foto críptica que requería demasiadas horas invertidas en redes sociales para llegar a comprenderla. 

Así que a Maddie no le quedó otra que dejar su teléfono abandonado en una esquina de su cama durante el fin de semana, sin notificaciones, sin fotos de una nube que parecía un gato, sin mensajes con la combinación de emojis más absurda posible. No le quedó otra que sentarse en el escritorio y continuar con su tesis, incluso cuando los pensamientos de un Will con el torso desnudo y pantalones técnicos revoloteaban por su mente. 

El lunes amaneció soleado, radiante, pero la de gafas no quiso tomárselo como un buen augurio. Tras el paseo matinal de Tofu, Maddie y Grace acudieron a la biblioteca de la facultad  con la idea de continuar allí sus respectivas tesis, pero acabaron sentadas en la terraza de una cafetería que olía a pan recién hecho y que estaba llena de chicas tomándose un té con cara de asco.

—Lo sabía. —farfulló Maddie mientras agitaba los hielos de su café— A nadie le gusta el matcha, pero fingen que sí para subir una fotito.

Grace se rio casi por compromiso. Maddie se giró hacia su amiga, sorprendida, preocupada y algo ofendida por aquella risilla desganada. 

—¿Qué? —preguntó Grace, escondiendo sus manos debajo de su chaqueta marrón. 

Maddie entornó los ojos, suspicaz. —¿Te has reído así porque realmente te gusta el matcha y te ha molestado o...?

—No, no. —aquella vez, al menos, Grace se rio con algo más de sinceridad. Miró hacia ambos lados, luego clavó la vista en la mesa y empezó a juguetear con la cucharilla de su infusión. —Es que... tengo curiosidad.

La de gafas alzó las cejas, entre escéptica y curiosa. —¿Por...?

—El otro día —comenzó a decir, inclinándose hacia delante y casi en un susurro, como si estuviera contando un secreto que solo podía quedar entre ellas— te vi con Will, desde la ventana, y... bueno...Me gustaría saber si han... eso, pasado cosas.

—¿Qué cosas?

—Ya sabes...

Su compañera de clase y mejor amiga de la universidad siempre había sido, sorprendentemente, más tímida y menos directa de lo que era Madeleine en realidad. Le resultaba irónico lo recatada que era, como si le diera vergüenza o miedo preguntar algo que ya había dejado de ser tabú, cuando era la que más experiencias afectivas tenía. Maddie se rio y dio un sorbo a su café. 

—¿Nos estabas espiando?

—¡No! Bueno, sí. —admitió, bajando la vista a la mesa— Os oí y no pude evitarlo.  ¿No habéis hecho nada?

—¿A qué te refieres? —insistió Maddie, sabiendo perfectamente cuál era la respuesta. Cruzó una mirada rápida con Grace y continuó fingiendo que no sabía de lo que hablaba. 

—¡A eso...! —Grace hizo un gesto con la cabeza, abriendo mucho los ojos. Si Maddie no supiera de lo que iba el tema, aquel movimiento no le habría aclarado nada. 

—Ah, vale. —la de gafas, viendo que su amiga estaba al borde de la desesperación, asintió despacio y acabó con el teatro. Se escondió detrás del vaso de café para soltar un enigmático: —¿Tú qué crees?

Los ojos marrones de Grace analizaron cada centímetro del cuerpo de Maddie. Su veredicto fue un convencidísimo y orgulloso: —Sí.

—¿No crees que te lo habría contado? 

La convicción se esfumó y Grace se desinfló. Agitó la cabeza. —Tienes razón... Últimamente no nos cuentas mucho y pensaba que ya... Bueno, eso. Al veros noté algo entre vosotros.

—¿El qué?

—No sé, —Grace cerró el puño y se lo colocó en el esternón con aire sentido— eso que tienen dos personas que ya han...

Maddie se rio con suavidad y una pizca de vergüenza, pero vocalizó un silencioso ''¿follado?'' que hizo que su amiga ahogara un grito de lo más escandalizado. Al final, Grace asintió. Hubo un instante de silencio entre ellas, de esos que precedían el fin de la conversación, pero Maddie tomó el último sorbo de su café y se atrevió a contarle a su amiga algo que jamás pensó que le contaría:

—Me da un poco de miedo. O sea, —se explicó— me aterra que salga mal por cualquier razón. Yo qué sé, Grace. ¿Y si no es como espero? ¿Y si yo no soy como él espera?

La de melena corta hizo una mueca que podría considerarse una sonrisa amarga. Tardó un par de segundos en responder. —Lo mejor para estas cosas es no llevar expectativas, Mads. Lo digo por experiencia; crees que va a ser la mejor noche de tu vida y termina siendo... una mierda, básicamente. —suspiró, miró a su amiga con compasión y le dedicó una sonrisa sincera— Tú siempre me dices que no haga nada de lo que no estoy segura. Si tú no estás segura... Tienes que querer. No debes sentirte obligada.

—Ya, ya, pero siento el peso de esta sociedad machista sobre mí. —bufó Maddie —Me gusta. Yo le gusto a él, creo, y a veces pienso que si tuviéramos dos minutos a solas-

—¡Mads! ¡Esto es lo más fuerte que te he escuchado decir en años!

—¡Si ni siquiera he dicho nada! —se defendió la de gafas. 

—Perdona la interrupción. Sigue.

—Hablando en términos más concretos, hay deseo. 

—Clave para las relaciones sexoafectivas. —completó Grace, alzando el índice y parafraseando a una profesora de la Facultad. 

—Y, joder, —chasqueó la lengua, frustrada— me encantaría tener la confianza suficiente como para decirle que-

Grace ahogó un nuevo grito y se llevó las manos a la boca. —Uy, me he adelantado. Quería reaccionar al final de la frase, pero... —luego frunció el ceño, como si se hubiera acordado de algo. —Espera. ¿Confianza? ¿No confías en él?

—En quien no confío es en mí misma. —arrugó la nariz al darse cuenta de lo fantasiosa que había sonado su frase— Uf, no quería parecer un usuario promedio de Twitter, pero... me entiendes, ¿no? Will es, —suspiró, incapaz de encontrar un adjetivo que pudiera definir al pelinegro a la perfección— una especie de hombre del renacimiento: sabe hacer de todo, es súper inteligente, tiene el cuerpo de una puta estatua de mármol y, encima, es gracioso. Y yo soy... una desconfiada y una asocial.

Grace estiró el brazo hacia Maddie y agitó el índice delante de ella. —No, no, no. Permíteme que te diga que no. Eres una chica súper inteligente, con cuerpazo, que muchas pagan por tener un culo como el tuyo, con muchísimo mundo interior. ¡Os he visto juntos y puedo afirmar que pegáis muchísimo! Él es como el chico popular y tú la chica tímida que le ayuda con mates, ¿sabes?

—Solo que él también me ayudaría con mates. 

—Bueno, pues con literatura, o algo así. Tenéis como... un algo... —hizo unos aspavientos intentando explicarse. A Maddie solo le quedó reírse. —Eso que sale en los libros. Sois el chico gracioso por la chica callada. Lo único que te queda es ganar un poco de confianza en ti misma; ya sé que es fácil decirlo y que te cuesta mucho después de todo lo que pasó... Pero has conseguido confiar en esta idiota y en otros dos para compartir piso y secretos, ¿no? Yo creo que podrás hacerlo.

Maddie sonrió y asintió, dando las gracias a su amiga, mientras en su cabeza resonaba la pregunta constante de: ¿y si sale mal? ¿y si ya no está interesado?

*****

Una notificación llamó la atención de Maddie mientras daba su paseo tardío con Tofu. Era un recordatorio que le avisaba de algo que podría ser el principio del fin: estaban disponibles las notas de los exámenes de recuperación en los tablones virtuales del MIT. Con el corazón en un puño, aguantando la respiración y con el aliento atascado en la garganta, buscó el nombre de sus alumnos en las infinitas tablas. Estuvo a punto de lanzar su teléfono al suelo.

Calculó la distancia que les separaba del pabellón donde entrenaban los Engineers. Si no se equivocaba, debían estar a punto de empezar su entrenamiento; quizá no era buena idea ir hasta allí, pero Tofu, que parecía leer mentes, siguió el camino hacia la puerta lateral del edificio. Maddie pudo sujetar la correa unos cuantos metros, hasta que el perro decidió echar a correr, como el alma libre que era, hacia el pabellón. 

Maddie no estaba acostumbrada a esprintar con botas. Tampoco a hacer una entrada triunfal, a trompicones, interrumpiendo en medio de una pista encerada llena de chicos que superaban con facilidad el metro ochenta... pero, si le dieran una moneda cada vez que le pasaba, tendría dos. 

A pesar de tener a Tofu dando vueltas alrededor pista de vóley, sujetando la correa con la boca, nadie se fijó en él. Era raro tener a un Golden retriever en mitad de un pabellón, sí, pero ninguno de los jugadores pareció percatarse: Maddie sentía cómo sus miradas se habían clavado en ella, en especial aquellos ojos felinos que, desde el otro lado de la red, la observaban con una cándida mezcla de curiosidad y sorpresa. Maddie dejó de oír el rebote de los balones y alzó la vista.

Como la primera vez que se encontraron, Will se acercó a ella, abriéndose paso entre algunos de sus compañeros de equipo. La de gafas, de repente, señaló con el índice a los dos únicos jugadores que vestían con ropa de calle, apartados cerca del banquillo. 

¿Era una amenaza? ¿Era una especie de seña que no lograba entender? Will, extrañado, miró a Ben y Luca un par de veces. —¿Qué...?

—Han aprobado. 

El alivio llegó al pabellón como una gigantesca ola, llevándose todas las preocupaciones a su paso, trayendo consigo una euforia que Maddie no vivía desde que entró en la universidad: brincos, gritos, vítores, abrazos e incluso zarandeos. Las sonrisas victoriosas que iluminaban los rostros de los chicos le hicieron sonreír con algo de ternura y una pizca pequeñísima de orgullo, como si no quisiera que la autorrealización aflorara dentro de ella. 

Mientras aplaudía -porque le pareció mucho más apropiado que unirse a los cánticos del equipo-, se giró hacia la figura que se había quedado a su lado, ajeno a la celebración: Will le dedicó una sonrisa de las suyas, de las que no mostraban sus dientes pero sí aquel encantador hoyuelo.

—Enhorabuena por conseguir lo imposible. —le dijo, con un tono de voz que parecía usar solo con ella, dulce pero socarrón, como si fuera un mensaje que solo podían entender ellos. 

Los siguientes segundos fueron una concatenación de hechos vergonzosos, una escena guionizada por los humoristas más simples de la historia y de la que ambos, sin duda, se acordarían durante muchas noches de insomnio: Maddie se inclinó hacia Will, dispuesta a darle un abrazo; él, de naturaleza más lanzada, interpretó que buscaba un beso y, al ver que no era así, se apartó con cierta brusquedad. Soltaron un par de risillas cargadas de vergüenza y volvieron a intentarlo. 

El resultado fue peor que el anterior. Maddie se acercó y se alejó de forma algo errática al pelinegro, indecisa y ruborizada, al no saber si lo correcto era un beso rápido o un abrazo. Will no supo qué narices hacer con sus manos. Cruzaron una mirada. Decidieron, sin mediar palabra, que lo mejor era dejarlo y chocar los cinco.

Antes de que Maddie saliera huyendo por el bochorno y antes de que Will se lamentara por la torpeza de sus actos, Ben llegó brincando para celebrar su brillante aprobado. Agarró a Maddie por los hombros y se la llevó hacia el corro que formaban el resto de jugadores, que la recibieron con aplausos, como si fuera una auténtica heroína.

Seguro que estaba roja como un tomate y sudorosa a más no poder. Por mucho que intentara esconderse detrás de su melena castaña, no pudo evitar que todos la vieran, pero sí pudo ignorar cómo más de uno la observaba con cierta admiración. Maddie notó el calor del equipo y, justo antes de que alguien la levantara en volandas, sintió que aquello era genuino. Que la gente estaba alegre y que había sido, en parte, gracias a ella. Que por fin era útil. Que era verdad. Que no había nada que pudiera fastidiar el momento, ni siquiera sus propias experiencias pasadas.

Desde una distancia prudente, lo último que vio Will antes de ir a rescatarla fue a una Maddie risueña, brillante, que literal y figuradamente podía tocar el cielo. Sus compañeros la alzaban al techo como si hubiera sido la máxima anotadora de un partido, y a la de gafas no parecía molestarle mucho.

Ni a Tofu, que intentaba colarse en el tumulto mientras movía la cola.

Maddie sintió, justo después de elevarse por última vez hacia el techo, cómo unas manos firmes amortiguaban su caída, dejándola con una incongruente delicadeza en el suelo, de pie, como si se tratara de una bailarina que acababa de terminar una pirueta. 

Instintivamente, Maddie agarró los brazos que aún la sujetaban. 

Un grave grito rompió el breve instante de silencio. —¡Vamos, se acabó la celebración! ¡A entrenar, vagos!

—¡A sus órdenes! —exclamó Will, apartándose de Madeleine con la sinuosidad de un gato, despacio pero ágil, como si le doliera romper el contacto.

—¡Y que alguien se lleve al perro, que va a jodernos todo el almacén de balones! 

Maddie ahogó un grito, se retiró corriendo de la pista y buscó a Tofu con la mirada. —¡Perdón! ¡Ya nos vamos!

Will escondió una sonrisilla mientras se ajustaba las rodilleras. Vio cómo Maddie y su perro abandonaban el pabellón a paso rápido, por la puerta lateral.  Alguien le dio un codazo suave en el costado mientras aún sonreía.

—¿Qué ha sido ese momento Dirty Dancing, eh, capitán?

—No sé de qué me habla, jefe. —contestó Will a su entrenador, que emitió una carcajada sonora.

—¡Equipo! ¡Hoy será noche de cine! ¡No quiero personas incultas en mi equipo! —anunció, severo. Volvió a dirigirse a Will. —¡Ni a mentirosos como Bishop! —se inclinó hacia su bloqueador estrella y le susurró: —sé que tú te has visto Dirty Dancing. Se nota que eres un romanticón.

—¿Se supone que es algo malo?

—¡Si todos jugarais con el arte y el romanticismo de vuestro capitán, —bramó Hayes— otro gallo cantaría! ¡A calentar!



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tengo la sensación de que he utilizado muchas comas en este capítulo hmmmmm pero bueno, capítulo para que analicéis un poco cosillas...Como dijo noemí argüelles: voy salpicando para que la gente en su casa vaya reflexionando...... digo pocas cosas pero yo creo que se me entiende.......

se viene temporada de estrés así que....... como soy una procrastinadora nata....... seguramente actualice más rápido de lo que debería jjajajaj


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