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veintinueve (i)

Maddie cerró la puerta de su habitación utilizando el peso de su propio cuerpo. Se quedó quieta, con la espalda apoyada en la puerta, observando a Will como si se tratara de una amenaza. El extraño silencio que reinaba aquella noche le hizo sentirse algo ansiosa. Luchó por no morder el borde de sus uñas carmesí mientras Will hacía un esfuerzo enorme por no fisgar cada rincón de la habitación. 

Sentía que estaba profanando suelo sagrado, que no debía mirar hacia las estanterías o posters si no tenía permiso. Se giró levemente hacia ella.

—¿Te importa si cotilleo un poco?

La de gafas hizo un gesto con algo de desdén. Will lo interpretó como un ''adelante'' y comenzó a pasear por la diminuta habitación como si se tratara de un museo. Tan solo tenía una cama, un escritorio con varios cajones y un armario empotrado, nada más, pero Maddie había conseguido decorarla tal y como Will se esperaba. Tenía varias plantas colgadas del techo; había pegado fotos, carteles y hasta algún recibo a la pared, formando un mural de recuerdos; el escritorio estaba limpio, tan solo con un par de libros encima y una vela encendida que, cómo no, olía a vainilla y madera.

Will terminó de ojear los títulos de los libros que estaban sobre la mesa y volvió a dirigirse a Maddie. 

—Es como tú. 

—¿El qué?

—La habitación. Es como tu reflejo. —afirmó. —Acogedora. 

Quizá, esperar una sonrisa era demasiado teniendo en cuenta que había estado días sin responder a sus mensajes. Maddie se limitó a hacer una especie de mueca y a soltar un simple y desganado:

—Ya.

Sin pensárselo mucho y sintiendo que la tensión -y no de la buena- iba creciendo, Will señaló el exterior. —Si quieres, me voy. 

—No, —Maddie agitó la cabeza— puedes quedarte.

Era bastante incongruente que dijera aquello con una cara que podría tacharse de inexpresiva. La de melena castaña se cruzó de brazos, indicativo de que no estaba cómoda, de que estaba a la defensiva o ambas a la vez. Si había algo que estaba diciendo con su lenguaje corporal era que había algo mal. Will frunció el ceño, mitad extrañado y mitad preocupado.

—¿Te pasa algo?

—¿Y a ti?

Oh, un dardo directo a la cara. Un intento de puñalada en el corazón. Tres palabras dichas con un tono socarrón y casi hiriente que hicieron que Will soltara una risilla amarga. Le había quedado claro que estaba molesta, y que aquella situación no era más que una encerrona para pedir explicaciones. Era totalmente lícito, aunque Will consideraba que el modus operandi elegido por Maddie no era el más adecuado. 

De repente, Maddie se llevó las manos a los labios. —Dios, perdona. He sido demasiado agresiva. —dijo, sorprendida de ella misma y con claro arrepentimiento. Rápidamente, agachó la cabeza, avergonzada. —No pretendía soltártelo así. Me ha salido solo... Perdón. Lo siento. Lo de los mensajes me ha cabreado bastante, pero esta mañana, cuando te he visto... he sabido que te pasa algo.

Will se quedó en silencio unos instantes, dejando que la mirada preocupada de Maddie calara en él. Se acercó a la cama e hizo ademán de sentarse. 

—¿Puedo? — Cuando Maddie asintió, retiró un par de peluches de su cama para no aplastarlos y se sentó sobre el mullido colchón. 

—Se te ve cansado. 

—¿En el sentido literal o figurado?

—En los dos. —Maddie se acercó a él, pero en lugar de sentarse a su lado, agarró su fresa de peluche y la abrazó mientras se acomodaba en la silla del escritorio, frente a Will. —¿Cuánto has dormido hoy?

—Si te digo la verdad me vas a llevar al hospital, y creo que no lo cubre mi seguro. 

—¿Menos de seis horas? 

—¿Cuánto crees que duerme un investigador promedio? —replicó el pelinegro, evitando la pregunta y siendo paradójicamente claro a la par. 

Maddie frunció los labios y se quedó sopesando un par de preguntas. Al final, optó por no hacer ninguna. A lo mejor tenía miedo, quizá había disminuido la confianza que tenía en él; fuera como fuese, suspiró, puede que algo resignada, y cruzó una mirada con el pelinegro. Hacía que la cama de Madeleine pareciera enana, y eso que ella solía perderse entre la inmensidad de las sábanas.

—Prefiero que me mires cabreada a que me mires como si fuera un pobre gatito desnutrido. —se rio Will después de pasar un buen rato en silencio. —¿Voy a tener que decir algo para enfadarte y así me dejes de mirar?

La de gafas giró la cabeza hacia la ventana. —Es que pareces un gatito desnutrido, Will. No puedo mirarte de otra forma que no sea así. Se te nota en la mirada. Estás más pálido, parece que estás más débil... 

—Uf, no sigas. —bromeó él, dejándose caer y tumbándose boca arriba en la cama. —Me vas a deprimir más.

—¿Más? —inquirió con rapidez Maddie.

Will volvió a reírse, en bajo, con suavidad y un pellizco de ternura. Maddie notó, de nuevo, cómo la compasión volvía a apoderarse de ella. Se levantó de la silla para sentarse en el colchón, al lado del pelinegro, aún abrazando su peluche. 

—Lo admito. —se rindió Will. Maddie se giró para ver su rostro y descubrió que tenía los ojos cerrados y una sonrisa curvando la comisura de sus labios. —Estoy cansado. Tengo muchas cosas que hacer y muy poco tiempo durante el día, así que me quedo despierto por la noche. Llevo haciéndolo años y estoy acostumbrado, pero, últimamente, el doctorado me está pasando factura. Y los entrenamientos. Y que hayamos estado con la plantilla reducida un par de partidos. Y las actas. Y...

—Guau, ¿hay más? 

Madeleine consiguió sonsacarle una risilla. —Era por darle un poco de dramatismo, pero sí: estar en mil cosas a la vez me está desquiciando un poco.

—Espero que lo de Ben y Eardson no sea la gota que colme el vaso. —dijo Maddie, sin comentar lo exasperado que había visto al pelinegro minutos antes. 

—Ah, tranquila. Podría ser mucho peor. 

La conversación llegó a un punto muerto. Maddie se quedó con la mirada fija en un punto del suelo y Will continuó con los ojos cerrados, dejando que el suave aroma a limpio de las sábanas le arropara. Luego, los dos notaron cierta tensión. Los dos querían decir algo más, pero no encontraban las palabras ni la forma. El aire se volvió pesado. 

Fue ella quien, con la intención de aligerar un poco el peso que sentía, volvió a romper el silencio:

—No quiero sonar como una auténtica gilipollas, pero, ¿de verdad estabas tan ocupado como para no enviarme algún mensaje?

El pelinegro se recostó sobre sus antebrazos. Miró a Maddie con una mezcla de sorpresa y nerviosismo, como si no supiera muy bien qué responder.

—Sí, bueno...

—Enviar un ''no puedo contestarte ahora'' son unos...¿tres segundos de tu vida? No sé, Will. No quiero infravalorar lo que haces, pero siempre llevamos el teléfono encima y siempre —recalcó— tenemos dos minutos para enviar un mensaje, da igual que estés descubriendo la cura del cáncer. 

—¿Te cabreó?

Madeleine, que no se había atrevido a mirarle hasta entonces, le fulminó con la mirada. Fue una confirmación bastante sólida. —Al principio me sentí fatal. Acababa de ayudar a tus compañeros, o amigos o yo qué sé, y de la nada dejaste de responder. Lo primero que pensé es que ya no me querías para nada; habías recuperado las dos piezas que faltaban y podías desechar la otra. Así que sí: me enfadé.

Will se reincorporó un par de centímetros más. —Mad-

—Luego, —continuó— me preocupé porque no dabas señales de vida. Ni siquiera te veía en los entrenamientos. 

—¿Fuiste a verme...?

—Y, evidentemente, me enfadé más porque no quería preocuparme por ti. —siguió Maddie, ignorándole por completo, en una especie de carrerilla. —Pero soy una imbécil y, ante todo, empática, así que no he podido resistirme y te tengo aquí, —le señaló— explicándote algo que no debería explicarte.

Él se quedó de piedra, como si la mirada enfadada de Maddie fuera la de Medusa. Terminó de reincorporarse y se frotó la mandíbula. Escuchó a la de gafas soltar una especie de bufido, puede que harta de esperar una respuesta coherente.

—Lo siento, de verdad. —dijo Will, al fin— Ya te dije que no tengo excusa... que aceptes mis disculpas está en tu mano. No puedo decirte mucho más que eso.

Sonaba sincero. Maddie se mordió el interior de los carrillos antes de volver a mirarle con reticencia. 

—Es una tarjeta amarilla. A la segunda, tarjeta roja.

—¿Aplicamos las normas del vóley o las del fútbol? 

—¿Hay tarjetas en el voleibol?

—¿Ves? Tienes que venir a ver los partidos. —ante la mirada amenazadora de Maddie, Will alzó las manos en son de paz. —Aplicamos las normas que quieras: vóley, fútbol, rugby, gimnasia artística... lo que sea.

Maddie suspiró. —Da igual.

—Lo digo completamente en serio. ¿Tras dos tarjetas amarillas la tarjeta roja se considera expulsión? ¿O es solo una advertencia?

—Estás a punto de ganarte otra.

—Perdón. —sonrió. Retiró la vista un momento. —Es que si me sigues mirando así, enfadada, me pones nervioso.

Estaba claro: aquella sonrisilla pícara era la criptonita de Madeleine, que soltó lo más parecido a un bufido, aparentando estar molesta, y golpeó con el peluche a Will. Él extendió el brazo y le mostró la mano, esperando a que se le estrechara. 

—¿Aceptas mis disculpas y una promesa de que no lo volveré a hacer? —le preguntó a la de gafas.

Ella se lo pensó un par de segundos. La reticencia abandonó su cuerpo y finalmente estrechó la mano de Will, aunque se arrepintió en cuanto tiró de ella con fuerza, hacia el colchón. Maddie fue rápida y consiguió quedarse tumbada al lado de Will. Le dio un manotazo en el hombro a modo de reprimenda. 

Se quedaron tumbados en la cama, boca arriba, disfrutando del tranquilo silencio de la habitación y de la compañía del otro, sin mediar palabra. Poco a poco, la mente de Madeleine se fue agitando, como si acabara de tomar conciencia de que estaba en su cama con nada más y nada menos que Will Bishop. Justo cuando se había quitado un buen peso de encima, sentía que había algo clavado en ella. Se giró hacia él y descubrió que era su mirada cansada pero igualmente cálida.

—Si mañana entrenáis a las ocho, creo que lo mejor que podrías hacer es dormir. 

—Maddie, —se rio— lo último que haría en tu cama sería echarme una siesta.

La susodicha intentó disimular su sonrojo lo mejor que pudo. —Pues las camas están hechas para dormir. 

—No necesariamente. Tú y yo no estamos durmiendo ahora, ¿no?

—Mañana no vas a tenerte en pie. 

—Suena divertido a la par que amenazador. 

Madeleine rodó los ojos mientras se tumbaba de costado. —Lo digo en serio. Deberías dormir algo. 

El pelinegro exageró un puchero, con aparente pena, y luego fingió -por unos cinco segundos- que estaba dormido. —Joder, yo quería jugar al veo-veo toda la noche...

Madeleine sofocó una carcajada dulce, algo inesperada, que acaparó toda la atención de Will. Volvieron a cruzar una mirada y, aquella vez, Maddie fue capaz de sostenerla hasta que sintió que había memorizado cada mota parda del iris de Will. Algo le hizo hundir sus dedos en el cabello del pelinegro, quizá un instinto latente. Él la observó con todo el detenimiento del planeta, casi con cautela, como si su mirada pudiera resquebrajar su rostro pálido pero brillante. Poco a poco, fue extendiendo su mano hasta encontrar su cintura, cubierta por la camisa a cuadros de su pijama.

Ella aceptó el tacto. No pudo contenerse más y besó los labios de Will, de forma breve pero dulce, haciéndole sonreír con cierta socarronería.

—Tenías ganas, ¿eh?

—¿Y tú no? —replicó Maddie justo antes de que fuera él quien se lanzara, sin pensárselo mucho.

El resto pasó rápido: pasaron, como ya era costumbre, de besos calculados y puede que hasta algo tímidos a unos que eran prácticamente voraces, incontenibles, que a veces se pasaban de largo y aterrizaban en la comisura de los labios. O incluso en la mandíbula. Pronto, el chasquido de los besos se mezcló con el sonido de las respiraciones entrecortadas, luego con el de los jadeos. Las manos de Will comenzaron a buscar algún hueco entre la ropa de Maddie, ansiosas por sentir algo de piel. Ella no rechistó.

Era todo tan natural pero tan ajeno a la vez que le asustaba; aun así, era demasiado bueno como para dejar de hacerlo, así que Madeleine continuó besando a Will mientras pasaba la pierna por el cuerpo del jugador. Él agarró a Maddie por la cintura, con firmeza, y la ayudó a colocarse a horcajadas, sobre él. Parecía que habían ensayado una coreografía, que cada uno tenía un rol al que atenerse. 

Entre uno de esos besos húmedos, descuidados pero sensuales, Will encontró los botones de la camisa de Madeleine. Desabrochó un par de ellos y consiguió colar su mano bajo la tela, casi con descaro, y no se lo pensó ni dos segundos antes de buscar los pechos de Maddie. Ella no se quejó, ni siquiera cuando Will apretó demasiado, ni siquiera cuando le notó decir contra su cuello algún improperio. 

Fue cuando el pelinegro comenzó a bajar la mano por su tripa. La nube de deseo que nublaba la mente de Madeleine se disipó de golpe. Se reincorporó, agarró con fuerza la mano de Will y intentó recuperar la respiración lo más rápido posible.

—Perdón. —se disculpó Will en un susurro, sin saber muy bien qué había pasado. Madeleine estaba haciendo tanta fuerza que le estaba clavando las uñas en la muñeca, pero no dijo nada.

La de gafas recobró la consciencia de golpe: estaba sentada sobre Will, más concretamente sobre su entrepierna; tenía medio torso fuera del pijama y el pantalón arrugadísimo; él tenía el pelo revuelto, las mejillas rojas y los labios aún húmedos por la saliva. 

—Mierda. —masculló Madeleine. Soltó la mano de Will con rapidez y se recolocó la camisa, como si de repente quisiera ocultar su cuerpo. Se retiró la melena del rostro. —Lo siento. 

Él parecía más sorprendido que ella. —¿Estás...bien?

Maddie asintió, aunque claramente le pasaba algo. Se retiró con algo de torpeza y se quedó de rodillas en la cama, cerca de Will pero mucho más lejos que antes. Él pudo reincorporarse despacio hasta quedarse sentado.

—Si no quieres-

—Quiero. —le cortó Maddie, seria, frustrada y con un nudo en la garganta amenazando con romperse. —Sí que quiero, joder. —suspiró, entre angustiada y cansada. —Lo siento mucho, Will. Es solo que...

—No te preocupes. 

—Siento que ya hemos pasado por esto, —volvió a suspirar— que es como una especie de círculo vicioso, y me da miedo que te canses de esperar.

—¿Esperar el qué?

—Oh, sabes perfectamente a lo que me refiero. —Maddie sonó algo más hostil, pero enseguida volvió a agachar la cabeza y a juguetear con sus manos. —A lo mejor, las cosas van demasiado lento para ti... y temo que te aburras. —se encogió  de hombros— Siento que tú no necesitas tanto tiempo como yo... Y te envidio por ello, que conste.

Will, con el ceño ligeramente fruncido, se arrastró por la cama para acercarse a ella. Se quedó a su lado, pero no se atrevió a tomar sus manos. No fue capaz de encontrar las palabras correctas ni de armar un discurso coherente, y mucho menos después de tenerla encima, así que solo pudo esbozar una sonrisa compasiva. 

—Necesito tiempo para ganar confianza en mí misma, —aclaró— y quizá tú no tengas ganas de esperar, teniendo en cuenta que eres un doctorando con una carrera prometedora, teniendo en cuenta que habrá otras chicas que-

—Maddie, —le interrumpió— ¿por quién me tomas? No he salido de mi casa en años y duermo una media de tres horas al día. Se te olvida que soy ingeniero químico; eres la única mujer a la que he tocado en años. Es la primera vez que estoy en la habitación de una chica. 

—Pero- 

Pero no das la impresión de ser alguien sin experiencia, quiso decirle Maddie. Eres alto, inteligente, parece que te ha esculpido un renacentista y tienes la sonrisa más bonita del planeta, y además cuidas de los demás y tienes un sentido del humor estupendo. ¿Cómo puedes decir eso? Es imposible.

—Si tú puedes esperar un mensaje, yo puedo esperarte para lo que sea. —afirmó.

Madeleine alzó la vista para cruzar una mirada con él. —No creo. Te aburrirás.

Will miró a Maddie con una seriedad que asustaba, pero le dedicó una sonrisa agridulce. 

—Si supieras todo lo que he tenido que esperar durante estos años, Madeleine, tendrías claro que la paciencia es mi mayor virtud.

Dijo su nombre de una forma que parecía caramelo: dulce pero con un toque amargo. Maddie sintió que recordaría cómo su nombre se había deslizado de los labios de Will toda la vida.



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he decidido dividir el capítulo en dos para que no se os haga eterno

muchas gracias a las cuatro gatas que me leéis!! sois mis incondicionales..... un beso muakis

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