veinticuatro (ii)
La pizarra blanca del despacho del entrenador Hayes volvía a estar emborronada. Madeleine observaba cómo Ben borraba con la mano, una y otra vez, las fechas que había colocado en una línea de tiempo. Se giró hacia la chica y Luca, que parecía estar más entretenido con el mecanismo de su bolígrafo que con la línea de tiempo sobre la historia moderna de su país. Ben dejó el rotulador en el escritorio y se sacudió las manos, satisfecho.
—Ya está. —anunció, inflando el pecho con orgullo.
Madeleine comprobó las fechas e hizo una mueca. —Seis de ocho, no está mal. —dijo, justo antes de revisar la batería de preguntas de exámenes de historia de años anteriores que había conseguido en internet. —Vale. Y ahora, teniendo en cuenta las fechas que has señalado, tienes que explicar qué consecuencias trajo cada hito histórico para la sociedad.
—Ah... —Ben se volvió hacia la pizarra un instante. —El asesinato de Kennedy, sí... Yo creo que fue cosa de dos, así que... trajo... consecuencias... ¿conspiranoicas?
—Ben, consecuencias como, por ejemplo, un impacto en la economía. —Madeleine le miró, seria, pero intentando darle ánimos. Hizo un gesto con la mano para invitarle a continuar. —Piensa: ¿cuál es la consecuencia directa del asesinato de un presidente?
—Pues que... los servicios de inteligencia... —frunció el ceño, como si le doliera articular cada palabra— tengan que trabajar, ¿no?
Maddie no quiso que la desesperación que sentía desmotivara a sus dos alumnos. —No, otra. Si asesinan a alguien en el cargo...
—¡Ah! ¿Tiene que ver con Jackie Kennedy? La consecuencia del asesinato de JFK fue que su mujer se traumó. Ah, y es un buen disfraz para Halloween.
—No. La consecuencia principal de un magnicidio es-
Luca dejó de hacer clic con su bolígrafo y levantó la cabeza de golpe. Se giró hacia Maddie. —¿Qué es un magnicidio?
Fue la gota que colmó el vaso. La de gafas resopló, dio un golpe con las manos sobre el escritorio y se levantó de su asiento.
—Vamos a tomarnos un descanso, ¿vale?
—¡Por fin! —exclamó Luca, cerrando los puños y alzándolos a modo de celebración.
Llevaban casi dos horas dentro de aquel despacho, con el sonido incesante de los balones rebotando y con el chirrido que las zapatillas producían al rozarse con el suelo de linóleo del pabellón, así que, llegados a aquel punto, lo mejor que podían hacer era salir a tomar el aire.
Madeleine agarró su bolsa y salió de la sala con Ben pisándole los talones. Le parecía curioso que, siendo tan grande, y teniendo una envergadura más cercana a la de un jugador de fútbol americano que a la de uno de vóley, fuera tan ligero en sus pasos. Sus grandísimos ojos verdes chispeantes no se despegaron de Maddie en ningún momento, ni siquiera cuando ella se sintió abrumada y giró la cabeza hacia el lado contrario.
—¿Qué tal lo estamos haciendo? —le preguntó mientras ella empujaba con todo el cuerpo la puerta principal del pabellón— ¿Crees que aprobaremos?
—Creo que aún tenéis que trabajar un poquito más. —respondió Maddie con voz aterciopelada, queriendo disimular el negativismo que, de golpe, se había apoderado de ella. Entendía por qué Will había insistido tanto en que no tutorizara a sus compañeros; era desesperante. Aún así, no quiso desmoralizarlos: —Pero creo que lo conseguiréis.
Ben sonrió y se llevó una mano al pecho, suspirando con alivio. —Menos mal.
El aire fresco del exterior hizo que Maddie se sintiera un poco menos agobiada, como si dentro del pabellón no pudiera respirar del todo bien por culpa del cargadísimo ambiente. Ella también suspiró. Sacó su teléfono de la bolsa, revisó si tenía mensajes nuevos y caminó despacio, distraída, hacia uno de los bancos de piedra situados entre los árboles del parque. Al rato, se detuvo de golpe y miró a su alrededor: Luca y Ben la seguían como si fueran dos perritos falderos. Al parecer, se habían tomado muy en serio las palabras de su capitán.
—Ah, eh... Podéis ir a descansar donde queráis, ir a comer algo... —dijo Maddie, paseando la vista por el extenso parque que rodeaba el pabellón. —No tenéis por qué quedaros conmigo. Volvemos al despacho en quince minutos, ¿si?
El de mechas platino y el chico pelirrojo cruzaron una mirada. Negaron con la cabeza casi a la par.
—Nah, nos quedamos contigo.
—Oh. —Maddie no había calculado tener que quedarse con ellos incluso en el improvisado descanso, pero tampoco tenía fuerzas para inventarse una excusa que le ayudara a deshacerse de sus dos nuevos alumnos extraoficiales. —Vale, pero prohibido hablar de conspiraciones. El tiempo de descanso es tiempo de descanso.
Se sentaron en una mesa de piedra, bajo la sombra de un enorme arce. Aunque al principio le había parecido una carga que no se merecía, Maddie reflexionó y llegó a la conclusión de que Luca y Ben le caían fenomenal, a pesar de ser dos alumnos desesperantes. Eran simpáticos, risueños e incluso tiernos -a pesar de que Ben era el doble que ella, tanto en anchura como en altura-. No le importó que se quedaran a su lado, charlando sobre cosas que Maddie no comprendía, como equipos rivales y entrenamientos específicos. Era entretenido ver cómo dos personas que condensaban toda la energía del mundo hablaban sin parar de gesticular y reír. Si ellos eran el sol, incandescente y brillante, Maddie sería la luna.
Fue el pelirrojo quien, de la nada, se dirigió a ella.
—¡Oye! ¡Puedes venir!
La de gafas ladeó la cabeza. —¿Dónde?
—A los partidos del interuniversitario. Jugamos en New Jersey, Vermont, Connecticut... Con suerte, también en Arizona.
—¿En serio? —preguntó Maddie, alzando las cejas. —No sabía que el interuniversitario era una especie de gira.
Luca asintió. Maddie se preguntó si el aura inocente que le rodeaba era una especie de efecto halo. —Depende; si ganamos, viajamos. Entonces, ¿vienes? Nos puedes animar desde las gradas.
—¿Como si fuera vuestra groupie? —antes de tener que explicar el término, Madeleine agitó la cabeza y declinó la invitación lo más educadamente que pudo. —Gracias por tenerme en cuenta, pero en verano suelo volver a casa, con mis padres. Agradezco que me-
—¡Anda! —Ben, que estaba con los brazos extendidos sobre la mesa, se irguió de golpe— ¿Pero tú no vives aquí?
—Sí, pero solo durante el curso. Además, este año, cuando acabe mi tesis... Volveré a casa. ¡Pero muchas gracias por invitarme! Si jugáis algún partido aquí, y si aprobáis, vendré a veros.
No quiso entrar en detalle. No quiso contarles que le atemorizaba el hecho de tener que volver a casa, de dejar su vida en Cambrigde, de tener que cerrar una etapa en la que había sido, dentro de sus propios límites, sumamente feliz. Llevar el título de Harvard debajo del brazo no le aseguraba absolutamente nada, ni siquiera el futuro brillante con el que soñó.
—Entonces, ¿no eres de aquí? —preguntó Ben, curioso.
Maddie sopesó un par de segundos su respuesta. Podría no responder, podría mentir, podría cambiar de tema y evitar la pregunta... pero no lo hizo.
—De Northampton.
—¡Pero si eso está cerquísima! —exclamó el chico. Maddie le notó ofendido, como si la excusa de tener que volver a casa le hubiera molestado. —¿No es la misma ciudad del capi, Luca? O él es de Southampton...
—¿Eh? —Maddie sintió una punzada en el pecho. —¿Will es de Northampton?
Miró rápidamente a los dos jugadores. Luca asintió. —Sí. Yo soy de Rhode Island, pero mi nonna es italiana, y tengo un seis por ciento de sangre irlandesa, así que...
—Técnicamente, eres europeo. —apuntó Ben.
Maddie no fue capaz de escuchar el relato de Luca sobre su árbol genealógico. Seguía atrapada en el mismo instante. Trató de ordenar sus pensamientos y volvió a preguntar, para asegurarse: —¿Will es de Northampton, Massachussets, a dos horas en coche de aquí?
—Ajá. —fue Ben quien contestó. —Él dice que es casi como un pueblo.
—Sí, bueno... Digamos que todo el mundo conoce a todo el mundo. —la voz de Madeleine se fue apagando, poco a poco, conforme encontraba nuevas piezas de un puzle que no encajaban. —Es raro que no nos hayamos visto nunca. —dijo, casi para sí misma, como una especie de apunte mental. Northampton. Tragó en seco, alzó la vista y se forzó a sonreír. —Y tú, Ben, ¿eres de aquí?
—Qué va, soy de Florida.
—Ahora entiendo muchas cosas. Bueno, —miró el reloj en la pantalla de su teléfono y se la mostró a los dos chicos— tengo que ir al baño. Nos vemos en el despacho en cinco minutos, ¿vale? Aprovechad para hidrataros.
Madeleine se levantó prácticamente de un salto. Agarró su bolsa de tela y se alejó de allí a paso rápido; su cuerpo le pedía correr, pero su mente sabía que iba a ser demasiado raro. Entró al pabellón, buscó los baños de chicas y entró dando un fuerte portazo.
Se apoyó en los lavabos.
Northampton, Northampton, Northampton. Aquel nombre daba vueltas en su cabeza como si estuviera centrifugándose, sin parar. Will era de la misma ciudad que ella. Una ciudad que apenas era una sexta parte de lo que era Boston, un lugar donde había cuatro barrios y dos institutos, un sitio donde nadie estaba a más de tres grados de separación de otra persona. ¿Por qué nunca le he visto? ¿por qué jamás me he cruzado con él? ¿quién es?
Madeleine recobró la compostura y no dejó que aquellos pensamientos le comieran la cabeza. Supo ponerles freno. Dejando la mente en blanco, se encerró en uno de los cubículos. Mientras se subía el pantalón, oyó que alguien entraba en el baño. Se ciñó el cinto con rapidez y salió del cubículo para encontrarse una figura demasiado familiar saliendo de un cubículo contiguo.
—Sabes que este es el baño de las chicas, ¿no?
—Un cartel de una persona con género no definido que lleva faldita no va a detenerme. —respondió Will, encogiéndose de hombros.
Madeleine sofocó una carcajada. —Cierto.
—Antes de que digas nada, siempre vengo a estos baños. —añadió Will, dirigiéndose hacia los lavabos. —Siempre hay jabón.
Ella le imitó y también se lavó las manos. Will acabó antes. Mientras se secaba las manos con papel, se apoyó en la cerámica blanca, observando con detenimiento cada movimiento de Maddie. La de gafas sabía que él estaba intentando establecer contacto visual, que estaba intercambiando miradas rápidas entre su rostro y sus manos, como si estuviera impaciente por verla acabar. Will arrugó el papel y lo lanzó a una papelera, acertando de lleno.
Es de Northampton, repetía esa vocecita incómoda que a veces rellenaba los silencios en la cabeza de Maddie, y eso conlleva muchas cosas. Con la nueva información que le habían proporcionado Ben y Luca, Maddie no podía ver a Will de la misma forma. Sabía que, en parte, eran prejuicios... pero también sabía que le había costado mucho trabajo superarlos, y no estaba por la labor de echar a perderlo todo sin saber si aquello era cierto o no.
Además, no podía negar que seguía atrayéndole como si se tratara de un puñetero agujero negro, como una fuerza gravitacional inmensa que hacía a la pobre Maddie reducir las distancias sin darse cuenta. Will llevaba unos pantalones cortos técnicos; como si nunca se hubiera dado cuenta, Maddie se fijó en lo largas que eran las piernas del jugador. En sus fibrosos cuádriceps. En la ligera curva de su cintura. En sus antebrazos fuertes salpicados por finas líneas de vello. En su perfil cercano a la perfección geométrica. Cerró el grifo del lavabo y aprovechó para poner fin a los pensamientos que estaban cruzando su mente. Al menos, se había olvidado de aquella horrible ciudad.
—¿Cómo te ha ido con los chicos? —preguntó Will con voz suave. Madeleine vio, por el rabillo del ojo, cómo jugueteaba con la venda que cubría parte de su dedo anular, entre nervioso y preocupado.
—Bien. —respondió ella, rápida. Tomó el papel que Will le ofrecía para secarse las manos. —No tan mal como esperaba.
Will alzó la vista. Sus ojos brillaban como si hubiera tenido una epifanía. —¿En serio?
Maddie asintió. —Sí, no ha ido mal. Pensaba que sería mucho peor... Como dijiste, lo que falla es el método. No tienen hábito ni técnicas de estudio, pero tienen la memoria suficiente como para acordarse de cientos de fechas... y de datos absurdos.
—Culpa mía. —el pelinegro alzó las manos a modo de disculpa— La vez anterior tuve que contarles las cosas de una forma un poco diferente... pero no son datos absurdos: son curiosidades históricas.
—Vale, curiosidades históricas. —repitió Maddie, sin darse cuenta de que estaba sonriendo. —En definitiva, no son una causa perdida. Eardson me dijo que tú-
—¿Eardson? ¿El rubio hijo de puta que tú y yo conocemos?
La de gafas volvió a asentir. —Sí. Me dijo que tú le habías dicho que me dijera lo de las clases.
—Yo no sabía que venías hoy, Maddie.
—¿Eh?
—Eardson me dijo que fuera al despacho porque Hayes iba a soltarles una perorata sobre el esfuerzo a Ben y Luca, y quería que yo estuviera presente, nada más. Me he enterado de que tú ibas a ser su tutora hace... —miró al reloj invisible de su muñeca— dos horas y media.
Maddie pestañeó, incrédula. Luego, soltó una risilla. —O sea, que te la ha jugado.
—Nos —le corrigió.
—Supongo que solo quiere devolverte el favor, por hacer de Cupido en la fiesta.
Will hizo una especie de mueca para ocultar una sonrisa. Clavó sus ojos oscuros en Maddie y le dedicó una mirada que, en un escenario ficticio, habría sido capaz de deshacerla. En la realidad, lo único que consiguió fue que Maddie sintiera su corazón latir un poco más rápido.
—No creo que a nosotros nos haga falta Cupido, ¿no?
Quiso mantenerle la mirada, pero no pudo. Maddie se rio, agitó con suavidad la cabeza y echó un vistazo a la pantalla de su teléfono. Luego, con una pizca de pena reflejándose en su rostro, se volvió hacia Will.
—Mis alumnos deben estar esperándome. —dijo, intentando sonar seria, tratando de que las ganas que tenía de quedarse un minuto más con él no se deslizaran con sus palabras. Notó que el pelinegro volvía a juguetear con la venda. —¿Pasa algo?
—Sí. No. O sea, nada. Nada importante. —sonrió de una forma tan desdibujada que solo quedó una especie de gesto amargo— No te preocupes.
Maddie apoyó una mano en el lavabo y se inclinó hacia él. Le observó con sus ojos castaños unos segundos casi de forma atosigante. —No voy a acabar desquiciada después de tres horas de clase, tranquilo.
Will se rio, así que Maddie supuso que había dado en el clavo. —No es eso. Bueno, sí, pero solo en parte. Ben y Luca son difíciles... Digamos que son un reto para el sistema universitario. No tienes experiencia en esto-
—¿Me estás diciendo que no valgo para dar clases particulares?
—¡No!
La de gafas le dio un golpe suave y rápido en el torso. —Es broma. —luego, sin casi pensárselo, le dio un codazo. —Confía más en ellos. ¿Por qué parece que te da miedo? No muerden.
—Luca sí, pero no tiene la rabia, así que... —se encogió de hombros.
Maddie rodó los ojos. Volvió a cruzar una mirada con él, intentando transmitirle seguridad y seriedad a partes iguales. —No les trates como a animales, burro. ¡Todo irá bien!
—Se van mucho de la lengua, —más que a advertencia, sonaba a queja— y eso, por experiencia, entorpece mucho el proceso.
Fue ella quien se encogió de hombros. —Pues le sacaré partido.
—Académico, espero.
—¿Acaso saben secretos de Estado, o algo así?
—No me sorprendería... —Will frunció el ceño —¿Para qué quieres saber tú secretos de Estado?
Maddie se llevó el índice a los labios, haciendo que Will se carcajeara con suavidad.
—De alguna forma tendré que saldar mi deuda estudiantil. —miró de nuevo el teléfono y se echó la bolsa al hombro contrario. —Tengo que volver. Vuestros dos jugadores estrella necesitan que les eche una mano.
—Dios, Maddie —el pelinegro miró al techo y suspiró, puede que con desesperanza, puede que con todo lo contrario—, si consigues que aprueben con la nota mínima, o incluso que lleguen a un cuatro con ocho para que den pena a sus profesores... joder, no sé, —giró la cabeza para observar a la susodicha— te haría una estatua. Esculpida con mis propias manos. Gigantesca, a semejanza del jodido David de Miguel Ángel. Te lo juro. La pondría en mitad de la plaza de Harvard. No dormiría por las noches solo para terminarla. Le haría una réplica para que la pusieran en el Capitolio.
Ella solo pudo reírse. —¿Qué?
Y su risa contagió a Will. —Sí, sí. Te lo prometo. Sería de dos metros, por lo menos, —alzó las manos sobre su cabeza para mostrarle la altura— de mármol macizo traído de Egipto, o algo así.
—¿Estás seguro? Haría lo que fuera por una estatua en mi honor. Piénsatelo dos veces antes de prometérmelo.
—Bueno, a lo mejor la hago de yeso. Primero, hago un prototipo... Luego, ya pensaré en la logística.
Madeleine volvió a soltar una carcajada. —Quizá puedas hacer algo más sencillo.
Will se echó hacia atrás, dejando que su espalda reposara en el enorme espejo rectangular. Alzó una ceja y se cruzó de brazos con aire desafiante, aunque la sonrisa que curvaba sus labios estaba lejos de serlo. —Ah, ¿si? ¿Como el qué?
Al final, cedió. No lo había dicho con segundas, no había insinuado nada, pero Will parecía tener otra idea en mente; era como si la estuviera invitando, en el sentido más cristiano de la palabra, a pecar, como si le estuviera ofreciendo parte de la manzana. Maddie se humedeció los labios sin darse cuenta y se acercó a él dando un paso corto. Atrapó las manos de Will justo antes de que las colocara sobre su cuerpo.
Su tacto ya le resultaba familiar; quizá por eso ya no le asustaba. Sintió su piel algo rugosa y ardiente mientras se acomodaba entre las piernas del jugador y dejó, sin procesarlo mucho, que él hiciera lo mismo con la piel de su mejilla. Will acunó el rostro de Maddie con una mano.
—No sé. —contestó, por fin, cuando en realidad sabía perfectamente lo que quería. —Me conformo con poco.
El silencio le pareció eterno. Sentía que su respiración estaba ya desacompasada, y ni siquiera se habían besado. El aire, caliente, casi tórrido, pesaba en sus pulmones.
Will movió ficha. Acercó el cuerpo de Madeleine al suyo con un empujón leve, acortando la distancia lo suficiente, hasta que pudo sentir el roce de la montura de Maddie contra sus mejillas, hasta que sus narices se tocaron. Instintivamente, Maddie entreabrió la boca. Estaban tan cerca que pudo notar cómo Will sonreía.
—Pues con un pico no te conformas, ¿eh?
Maddie apretó los labios, cerró el puño y le golpeó en el hombro, avergonzada. Se separó de él con un sonrojo digno de los adolescentes más inocentones, con las risas suaves de Will llenando la corta distancia que aún no se atrevía a aumentar.
—Imbécil. —le dijo, entre dientes. Se despidió de él con un nuevo golpe, puede que un poco más fuerte que el anterior, pero que a Will no le hizo ni cosquillas. —Me voy. Vete preparando las manitas para esculpir mi estatua.
—Ahora mismo voy llamando al distribuidor egipcio de mármol.
No pudo evitar sonreír. —Ya, bueno. Suerte.
Terminó de apartarse de él. Maddie estaba a punto de dirigirse hacia la puerta cuando notó que algo le impedía marcharse. Bajó la vista y vio cómo Will había agarrado su mano.
—El entrenamiento acaba a las siete y media. —su voz sonaba suave, confidente, pero Maddie supo que había una segunda intención tras aquellas palabras; bastaba con fijarse en los ojos de Will, que reflejaban un brillo que fluctuaba entre la plegaria y lo sugerente— Espérame en los vestuarios femeninos.
Madeleine se limitó a asentir mientras notaba cómo aquella incómoda sensación de hormigueo comenzaba a extenderse por sus dedos.
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y con esto y un bizcocho,
son las 2am y mañana me despierto a las ocho!
en fin. con este capítulo creo que ya podéis ir haciéndoos una idea del rumbo que va a ir tomando la historia así que... abro aquí un espacio para que contrasteis vuestras teorías 🧐🧐🧐 alguna he leído que no anda muy desencaminada.. . . ......... . . . pero no os fiéis de mi, que luego vienen las quejas
muakis! <3<3<3
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