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veinticuatro (i)

El incesable y rítmico tic-tac del reloj colgado en el despacho del entrenador Hayes empezaba a taladrar el cerebro de Will. El pelinegro estaba de pie, apoyado en el marco de la puerta y esperando, paciente pero resignado, a un Hayes que no parecía tener mucha prisa por llegar. 

En las dos sillas situadas enfrente del enorme escritorio, se encontraban un abrumadísimo Luca y un distraído Ben, que no parecían muy preocupados por la tardanza de su entrenador. Luca, el más joven de los tres, se giró hacia su capitán con los ojos de un cordero rogando clemencia: 

—¿No podemos irnos ya? ¿No puedes decirnos tú lo que nos tiene que decir?—preguntó, con voz trémula. Will se encogió de hombros, haciendo que el pelirrojo se hundiera en el asiento con un resoplido. —Qué mierda.

—No sé qué va a contaros. —confesó el ingeniero, acercándose a sus compañeros. Se apoyó en el escritorio y miró el reloj digital de su muñeca. —Qué raro.

—¿El qué?

—Que Hayes llegue tarde. 

—Estará cagándose en todos nuestros muertos. —murmuró Ben mientras paseaba la mirada por los trofeos exhibidos en una vitrina. También tenía cierto aire resignado, puede que pesaroso, como si estuviera allí esperando una condena que no podía evitar. 

—Y en vuestra descendencia, probablemente. —añadió Will. 

Ninguno de sus compañeros se rio. No tardaron mucho en escuchar unos pasos rápidos y decididos. Will tomó aire y se levantó mientras lo expulsaba en un largo suspiro. Entrelazó las manos y esperó a que Hayes entrara en el despacho como lo haría un furiosísimo oso: destrozándolo todo y soltando sonidos guturales, pero tan solo se encontró con un entrenador que escondía su enfado detrás de un semblante serio. Eardson también entró al despacho. Will y el rubio cruzaron una mirada. 

El tic-tac del reloj dejó de llenar la sala en cuanto Hayes se dejó caer en su silla. Fue como si hubiera cortado el aire con un cuchillo. 

—No tengo insultos que resuman vuestra estupidez, —comenzó a decir— así que, voy al grano: si aprobáis los exámenes de recuperación jugaréis dentro de cuatro partidos. 

Will vio cómo a Luca y a Ben se les iluminaba la cara. —¿¡En serio!?

Hayes hizo un gesto antes de que los dos jugadores comenzaran a saltar de la alegría. —Eh, tranquilos. Primero tenéis que aprobar, y como es imposible que os pongáis a estudiar solos, Bishop os ha conseguido una tutora. 

Los dos jugadores se volvieron hacia Will, que estaba con las manos tras la espalda, apoyado en la pared del despacho. El susodicho, sorprendido, miró a los presentes con toda la incredulidad del mundo, como quien gana un premio sin esperarlo, y no fue hasta que vio a Eardson cuando comprendió la escena: el rubio había urdido el plan. Will juró que le haría pagar por todo lo que le estaba haciendo pasar en cuestión de horas, pero luego se dio cuenta de que le estimaba demasiado. 

El pelinegro asintió despacio. —Eh... sí, sí. —dijo, fingiendo que tenía el control de la situación lo mejor que podía para que Hayes no sospechara demasiado. —Tendréis una tutora.

—¿Quién es? —preguntó Luca.

—¿Es guapa? —siguió Ben, con sus enormes ojos chispeando con ilusión. 

—¿Has tenido que pagarle? ¿Nos va a dar clase toda la semana?

—Bueno, es-

—Se llama Maddie. —en la otra esquina del despacho, Eardson consiguió cortar de raíz el bombardeo de preguntas.

Ben frunció el ceño. —¿Maddie? ¿Maddie con gafas? ¿La chica con culazo que tiene un perro? —Will rodó los ojos y, contra todo pronóstico, el gesto captó la atención de su amigo. —Hala, perdón. No lo digo a malas, ¿eh? Tiene un culazo... —ahuecó sus manos, pero se dio cuenta de lo mucho que lo estaba empeorando y, nervioso, agitó la cabeza. —Joder, perdón, es verdad; estáis liados.

—¿Will está liado con la tutora? —exclamó Luca, girándose hacia el capitán, con la voz rompiéndosele por el horror que conllevaba imaginar que Will, nada más y nada menos, era un ser humano capaz de relacionarse con alguien del sexo opuesto. —¿En plan... que se dan besos y esas cosas?

—Hasta con lengua. —murmuró Eardson con su lengua bífida, horrorizando aún más al pobre Luca.

Will solo pudo frotarse el puente de la nariz con fuerza y respirar profundo. 

—¿Desde cuándo estáis saliendo?

—No están saliendo, Luca. —aclaró Ben, alzando el índice. Luego, dudó y se giró dramáticamente hacia su amigo. —No estáis saliendo, ¿verdad?

—Solo liados. —reiteró Eardson.

Algo frustrado, Luca alzó los brazos al cielo y los dejó caer. —¿¡Pero cuál es la diferencia!? 

—Pues que, como están liados-

Los cuatro miembros del equipo de vóley del MIT se sobresaltaron -cada uno en su propia medida- al oír el fuerte golpe que su entrenador había dado sobre la mesa. Volvió a hacerse el silencio. Ninguna pregunta sobre relaciones afectivas sobrevoló el aire. El eco del segundero del reloj volvió a resurgir. 

—Independientemente de si están liados o no, —comenzó a decir Hayes con tono amenazador— quiero que aprobéis los putos exámenes, ¿entendido? Empezáis dentro de diez minutos. No quiero veros cerca de un balón hasta que tengáis un puñetero aprobado, ¿si? Centraos en aprobar si queréis seguir jugando esta temporada. 

Ben, de repente, infló el pecho con orgullo. —Bueno, la gente excepcional siempre va a la convocatoria extraordinaria... ¡Solo los sosos aprueban la ordinaria!

Hayes se inclinó hacia delante para darle un golpe en la cabeza con el canto de la mano. —¡Cateto!

—Bueno, podéis hacerlo si le echáis ganas. Además, Maddie es muy buena profe, y seguro que Will también os puede echar una mano. —soltó Eardson antes de despedirse con aire lánguido y una sonrisa maquiavélica que dedicó a Will. —¡Ánimo! 

Le vieron marchar hacia la sala principal del pabellón. Hayes, igual de severo pero menos amenazante, volvió a dirigirse a sus dos rematadores estrella: 

—Tiene razón. Si os esforzáis, podréis volver a los entrenamientos enseguida. Solo os perderíais dos partidos...

—¿Y si perdemos? —preguntó Luca.

—No vamos a caer en la eliminatoria... qué vergüenza. 

Will, después de guardar silencio por su bien y el de sus compañeros, por fin, dijo: —Confiáis en vuestros compañeros, ¿no? No hay nada que temer. Si vosotros aprobáis, nosotros nos encargaremos de pasar a octavos de final. 

La seguridad en su voz pareció calmar los ánimos; al fin y al cabo, por algo le habían elegido capitán de los Engineers. Esbozó una sonrisa tranquilizadora que se le borró en cuanto Hayes le miró y le preguntó, de la nada:

—Pero, ¿tú tienes novia?

Will guardó silencio. Quiso responder que no, pero la vergüenza, que poco a poco se estaba convirtiendo en una especie de rabia que ardía en su estómago y que coloreaba sus orejas, se lo impidió. Apretó la mandíbula y se limitó a mirar a Hayes de la forma más críptica posible, hasta que el entrenador hizo un gesto con la mano para olvidarse del asunto. 

Justo antes de que Hayes se levantara de su asiento para dar comienzo al entrenamiento, alguien llamó a la puerta. A Will no le hizo falta volverse para saber que se trataba de Maddie, así que se despegó de la pared para ir a recibirla. Distinguió su figura a pesar del cristal opaco enmarcado en la puerta. La abrió, se apartó hacia un lado e invitó a Maddie a pasar al interior del despacho.

Ella tomó aire antes de sonreír a los presentes, con esa timidez que parecía ser inherente a ella, y pasó al interior de la sala agarrando el asa de su bolsa de tela.

—Debes ser Maddie, ¿no? Soy Dan Hayes, entrenador.

La de gafas asintió y estrechó, algo abrumada, la mano que Hayes le tendía. Era un hombre con apariencia seria y aire imponente, con unos punzantes y ávidos ojos azules; además, era la más bajita del lugar -cuando normalmente solía ser lo contrario- y eso le hacía sentir algo indefensa. Cruzó una mirada rápida con Ben, que sonreía con una mezcla de ilusión y alivio, y también miró al chico pelirrojo. 

—Encantada.

—Genial. —dijo Will, acercándose a ella. Maddie se sobresaltó cuando notó las manos de Will caer sobre sus hombros. —Ahora que ya nos conocemos todos, ya podemos ir a hacer nuestras cosas, ¿no?

Su tono era apremiante, pero su tacto era firme y puede que algo tranquilizador. Maddie asintió levemente y evitó girarse para ver a Will. Simplemente se quedó quieta, observando cómo el entrenador, delante de ella, despejaba con rapidez el escritorio.

—Bueno, Maddie, estos dos imbéciles son todo tuyos. —señaló una pizarra blanca con ruedas algo garabateada que estaba escondida en una esquina del despacho— Usa los recursos como tú quieras. —caminó hacia la puerta, dio un manotazo a Will en el hombro y se despidió, advirtiendo a sus dos jugadores: —¡Aplicaos! ¡No vais a tocar un balón hasta que tengáis un aprobado!

Cuando los pasos de Hayes sonaron lo suficientemente lejanos, Will dejó que se le escapara un largo suspiro. Deslizó las manos por los brazos de Maddie. A ella, aquel roce le erizó la piel y le recordó a aquel momento que pasaron en el coche. Por fin, se giró para verle.

—Me voy a entrenar. Me pasaré en un rato, a ver qué tal lo lleváis... —dijo Will, cansado, frotándose la nuca y dirigiéndose hacia la puerta entreabierta. —Sed buenos con Maddie. 

Ben se llevó el canto de la mano a la frente. —¡Sí!

—Y tú sé mala con ellos. —le pidió a Maddie, dedicándole una sonrisa que mezclaba lo perverso con una pizca de compasión. —¡Suerte!

Cerró la puerta. El tic-tac del reloj llenó la sala de nuevo. Dos expectantes miradas se clavaron en Madeleine, esperando a que fuera ella quien dijera algo, a que moviera ficha. Al fin y al cabo, ella era quien estaba al mando. 

Inspiró, se armó de valor y dejó el bolso sobre el escritorio. 

—Vale. ¿Por dónde empezamos?

*****

He decidido dejar el capítulo aquí y dividirlo porque quería subirlo YA jiijijiji así que nos leemos dentro de poco en la segunda parte........ siento haberlo dejado así, sin muchas explicaciones, pero tenía ganas de actualizar lol

alguna apuesta de lo que va a pasar? jijijiji



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