veinticinco
No entraba luz natural por el pequeño ventanuco del despacho del entrenador de los MIT Engineers. Había atardecido hace tiempo y la noche se iba cerrando, poco a poco, sobre el campus. Madeleine vio por el rabillo del ojo que las manecillas del reloj del despacho se estaban acercando a las ocho en punto. Luego, observó a Luca y Ben: el pelirrojo parecía estar a punto de echarse a llorar, y el pelo de Ben parecía haber perdido volumen, incluso. Compadeciéndose de ellos, Maddie suspiró y les preguntó:
—¿Acabamos por hoy?
Luca se levantó de su asiento como si tuviera un resorte en el trasero. Hizo ademán de irse, pero antes extendió el brazo y le tendió la mano a Maddie, como si estuviera saludando al final de un partido. Maddie le estrechó la mano.
—¡Gracias, profe! —le dijo, recuperando su brillante sonrisa y echándose una bandolera al hombro—¡Nos vemos mañana!
A Maddie no le dio tiempo a despedirse de él. Le vio marcharse corriendo, pasillo abajo.
Ben, sin embargo, parecía estar sumido en una especie de letargo que le impedía recoger sus cosas con la rapidez normal. Maddie se inclinó para ayudarle a meter los apuntes en su enorme mochila negra.
—Gracias. —farfulló, con voz cansada.
—De nada. —Maddie le notó cabizbajo y, sin pensárselo mucho, le puso la mano en el hombro. Quizá eran sus habilidades como psicóloga en ciernes, pero juró ver un cartelito luminoso sobre la cabeza de Ben que decía ''quiero que alguien me diga que lo he hecho bien''. —Eh, tranquilo. Lo de hoy ha sido una sesión intensa, pero lo has hecho genial. Descansa bien y ya verás cómo mañana todo esto te parece más ligero, ¿si?
La vida volvió a la mirada del rematador. Maddie incluso le vio inflar el pecho con lo que parecía su orgullo desmedido pero habitual.
—Tienes razón. ¡Voy a sacar un puñetero sobresaliente! Chao, profe. ¡Mañana vendré con las pilas cargadas, ya verás...!
Evidentemente, no le iba a quitar la ilusión el primer día. Madeleine sonrió una última vez y movió la mano para despedirse de Ben, que se encontró con algunos compañeros de equipo por el camino. Cuando les vio lo suficientemente lejos, soltó un largo suspiro y se pasó las manos por el pelo.
Le dolía la espalda. La cabeza le pesaba más de lo normal y tenía la vista cansada, la boca seca y las piernas algo entumecidas. Sí, definitivamente, había sido una sesión de estudio intensa. Se apartó un par de mechones del rostro y comenzó a recoger sus cosas y a poner las cosas que había movido del despacho en su lugar correspondiente, con miedo a que alguien le echara la bronca por no dejar la sala como la había encontrado.
Mientras empujaba la pizarra blanca hacia el fondo del despacho, oyó el tintineo de unas llaves. Se giró hacia la puerta.
—Anda, hola. ¿Dónde están los dos ganadores del concurso nacional de tontos?
Era Hayes. Parecía llevar prisa; abrió uno de los cajones del escritorio para llevarse algo y agarró la chaqueta que había dejado en un perchero.
—Se han marchado hace nada. Seguro que no están muy lejos...
Madeleine tragó saliva cuando el entrenador la miró con aquella mirada gélida. Supuso que un equipo con tantas excentricidades como el de vóley necesitaba a un entrenador firme, directo y recio como Hayes.
—¿Qué tal les has visto?
—Bien. —la de gafas luchó contra el impulso de encogerse de hombros— Tienen una memoria excepcional, pero les cuesta razonar y argumentar.
Hayes asintió, digiriendo las palabras de Madeleine, rascándose la sien con el pulgar. Tras unos incómodos segundos de silencio, le preguntó: —¿Hay esperanza?
—Yo sí la tengo.
—Tú eres la experta, —se puso la chaqueta mientras Maddie se mordía la lengua para no tener que decir algo como ''qué va, para nada''— así que me fío de ti. —se dirigió a la puerta, pero se paró en seco de forma brusca— Ah, por cierto: hablaré con el gestor de los fondos para que te paguen las clases o te asignen una especie de remuneración. Seguramente debas justificar que estás vinculada al club, pero no te preocupes; de eso me encargo yo.
—¿Qué? —sonó más sorprendida de lo que esperaba. Maddie agitó las manos con rapidez. —No, ¡no hace falta! En serio, solo lo hago por ayudar; no espero nada a cambio.
—Bueno. —como hombre promedio que estaba más cerca de la cuarentena que de la treintena, Hayes no dijo nada más, seguramente porque tampoco tenía algo que decir. Se despidió alzando la mano y justo antes de salir al pasillo, silbó para llamar la atención de alguien. —¡Eh, Eardson! ¡Hoy cierras tú!
Madeleine le vio lanzar el manojo de llaves y, sin darle tregua, Eardson cruzó el marco de la puerta. Se cruzó de brazos y esperó a que Maddie dijera algo, pero al encontrarse con una chica callada y puede que algo abrumada, enarcó las cejas.
—No seas tonta. —soltó, de la nada, siguiendo con la mirada a Madeleine mientras ella seguía colocando cada cosa en su sitio. —Acepta el dinero. Es lo único que puedes hacer después de sufrir tanto con esos dos.
—Tampoco ha sido para tanto. Los tacháis de imbéciles cuando, en realidad, tienen mucha más capacidad que gente que conozco.
—¿Qué ha sido esa miradita?
Madeleine se encogió de hombros con una teatralidad que casi le resultó ajena. —Es cosa tuya si te has dado por aludido, creo.
Eardson se rio en bajo, pero lo suficientemente alto para dar a entender que la actitud cortante de Madeleine le divertía, asombraba y espeluznaba a partes iguales. —Si quieres ser una mártir, adelante, pero, ya que te ofrecen una compensación por daños psicológicos... —agitó el manojo de llaves para apremiar a Maddie. —Tengo que cerrar.
Ella soltó una especie de bufido, echó un último vistazo al despacho para asegurarse de que estaba en perfectas condiciones y salió, por fin, tras una larguísima tarde. Se quedó viendo cómo Eardson cerraba la puerta y caminó con él un par de metros cuando, de repente, al ver la señalización de los vestuarios, se acordó de un pequeño detalle.
¿Me estará esperando? ¿Será todo una encerrona? No, no puedo ir. Tengo que volver a casa. Pero tengo que darle explicaciones, ¿no? Si le vuelvo a dejar tirado, se acabó. Joder, joder, joder... necesito que me bese. El vestuario. ¿Y si todo el equipo está compinchado? Imposible. No soy tan interesante como para que todos estos hombres aúnen esfuerzos.
Se detuvo en seco. Sentía mariposas revolotear en su estómago y no supo discernir si era ansiedad o deseo. Madeleine cruzó una mirada con Eardson, intentando buscar una pista, algo que le hiciera refutar su hipótesis de que aquello era todo un complot. El rubio parecía extrañado, quizá atónito. Frunció el ceño.
—¿Qué? —espetó.
—Ah, nada, nada. Tengo que ir al baño. —se excusó Madeleine, señalando al otro lado del pasillo con los pulgares. —Supongo que... nos vemos mañana.
Eardson, desconcertado, hizo un gesto para despedirse y se fue caminando a paso lento hacia la puerta principal del pabellón, abierta de par en par. Madeleine salió disparada hacia los baños. Abrió la puerta con un golpe, buscó desesperadamente el teléfono en su bolsa y lo desbloqueó. Sentía cierto cosquilleo en las puntas de los dedos.
CHICAS
ES URGENTE
QUE HAOG
HAGO*
20:06
Sylvia 🐱: q pasa??????
Matty 🦩: estas bien?
20:06
WILL ME HA DICHO QUE ME ESPERA EN EL VESTUARIO DESPUES DEL ENTRENAMIENTO
TIAS QUE SIGNIFICA??????
20:06
Grace 🐣: a lo mejor solo quiere hablar
Sylvia 🐱 : q te quiere follar
20:06
QEU HAGOOOOOOOOOO
VOY?
NO VOY?
estoy nerviosa
20:07
Sylvia 🐱 : yo m pasaria por casa para pillar condones
Grace 🐣: pufffffffffffffff..... no se.... soy yo la que suele pedirte consejo...
Matty 🦩: ve
Sylvia 🐱 : se te cae la baba por ese chicoooo
Matty 🦩: hazlo por el plot
Sylvia 🐱 : y luego nos lo cuentas!!!
20:07
vale
voy
20:08
Sylvia 🐱 : tooooooomaaaaa!!!!!
Grace 🐣: esa es nuestra maddie!!!!
20:08
Otra situación que se escapaba de sus cálculos, aunque no tardó mucho en formar otros nuevos, reordenando todos los resultados que pululaban por su cabeza. Otra situación en la que podía permitirse fluir, ir viendo las cosas... si todo salía bien. Tomó aire y lo expulsó por la boca, rápido. Miró su reflejo en el espejo y se aseguró de que todo estaba bien: su maquillaje, la montura de carey, su melena castaña ligeramente ondulada... Intentó no criticar mucho su imagen y, antes de salir del baño, se aplicó un poco del bálsamo de cereza.
Nunca había hecho algo así: la adrenalina mientras recorría los pasillos del pabellón se acumulaba en su torso, haciendo que acelerara el paso. Sentía cierta animadversión por aquella sensación, como lo haría una persona que iba a tirarse en parapente por primera vez en su vida. Tenía un poco de miedo, pero también ganas, y conforme se acercaba a los vestuarios, más intenso lo sentía.
Empujó con su cuerpo la puerta de los vestuarios. Las luces estaban apagadas, pero la claridad se colaba por unas diminutas ventanas. En silencio, sigilosamente y con la tensión típica de una protagonista de una película de terror, recorrió la sala. No había nadie. Comprobó la hora en su teléfono: era tarde, así que, a lo mejor, Will había desistido.
Sin embargo, una especie de corazonada le dijo que el pelinegro no debía andar muy lejos.
Y no se equivocó.
Madeleine se sobresaltó cuando se encendieron las luces. Se llevó la mano al pecho y suspiró con alivio al ver que se trataba de Will.
—Joder, ¡casi me muero del susto!
El pelinegro sonreía, divertido, pero su mirada reflejaba una especie de ilusión que Maddie nunca había visto en él. Era como si él también estuviera aliviado porque Madeleine estaba allí, esperándole, cuando ya había perdido toda la esperanza, y no porque también se hubiera llevado un buen susto.
—Perdona; he tardado más de lo que esperaba. —se disculpó. —¿Llevas mucho esperando?
Vestía con una camiseta negra de algodón y unos pantalones deportivos largos. Tenía el pelo revuelto, como si se lo hubiera secado con un secador demasiado potente. Madeleine se humedeció los labios con tan solo ver cómo Will dejaba su mochila en uno de los bancos del vestuario. Cruzó una mirada con ella y se vio obligada a bajar a la tierra, de golpe.
—Ah, no. —se rio, avergonzada. —Acabo de llegar.
—Pensaba que no ibas a venir. —confesó él.
Maddie se cruzó de de brazos. —Solo lo hago por el chute de hormonas.
Will agachó la cabeza para ocultar una sonrisa que, sin duda, mostró sus hoyuelos.
—Ninguna chica me ha seguido el juego, Maddie. Si lo vuelves a hacer, no voy a responder ante mis actos.
Las neuronas de la pobre Maddie estaban trabajando a destajo para planificar, sopesar y articular una respuesta que estuviera al nivel de aquella sonrisa arrebatadora, pero algún mecanismo en su sistema nervioso falló y tan solo fue capaz de morderse el interior del carrillo mientras se encogía de hombros. Estaba claro: el flirteo no era lo suyo, quizá por falta de experiencia o quizá por el cansancio, pero a Will no pareció importarle mucho; se acercó a ella sin apenas hacer ruido y le retiró un mechón de pelo de la cara, dejándole el cuello a la vista.
Madeleine se vio obligada a mirar al pelinegro, que aprovechó la coyuntura para sujetar el rostro de la joven.
Los segundos se hicieron eternos. Inaguantables. Tenía las mejillas ardiendo, a Will a escasos centímetros y una sensación de impaciencia le crecía en el estómago. Madeleine supuso que a Will ya no le hacía tanta falta tantear las aguas; su espera se debía a que simplemente estaba jugando con ella. Arrugó el entrecejo.
—¿Es necesario que te siga el juego para que me beses...? ¿Necesitas que te diga un dato gracioso como si fuera una especie de contraseña?
El pelinegro sofocó una carcajada suave y, por fin, besó a Maddie, que tuvo que estirar ligeramente el cuello para llegar a colocar sus manos en el rostro del joven.
Madeleine perdió el contacto con el suelo; sintió que estaba levitando. Dicho así, parecía una ñoñería, algo típico que diría una adolescente con la mente carcomida por el romanticismo y por estereotípicas películas, pero es que realmente sentía que estaba volando. Era una sensación reconfortante. Placentera. Como si fuera lo único que le permitía dejar la mente totalmente en blanco.
Un pensamiento fugaz atravesó su mente, pero, por motivos evidentes, no reflexionó mucho sobre ello. Su respiración comenzaba a agitarse y los besos, hasta entonces lentos y algo superficiales, empezaban a ser más cortos. Más ansiosos.
Notó cómo las manos firmes de Will agarraban su cintura para pegarla a él y llevarla consigo a uno de los lavabos. Madeleine se dejó hacer y apenas se dio cuenta de que estaba apoyada sobre el mármol frío, con la espalda contra el espejo y con Will situado entre sus piernas, agarrando sus muslos para atraerla aún más a él. Si Maddie no estuviera embriagada por los besos del ingeniero, probablemente se estaría muriendo de vergüenza.
Sí, definitivamente, estaría muertísima de vergüenza: se había aferrado a Will con una mano, rodeando su ancha espalda, y con la otra intentaba buscar apoyo en el lavabo; jadeaba contra el rostro del pelinegro, intentando recibir sus besos como buenamente podía.
Will dijo algo contra los labios de Maddie. Ella no se esforzó por entenderlo. Simplemente asintió, de forma casi imperceptible, y notó cómo Will inmiscuía las manos por debajo de la camiseta. Madeleine dejó que el calor de su tacto le inundara el vientre, la cintura y el pecho.
Continuaron besándose. Respirando el aliento del otro. Atreviéndose, despacio, a juguetear con los besos en el cuello y las caricias en la espalda, algo que a Madeleine le parecía, semanas atrás, algo totalmente extraño... pero le salió de forma natural. No le resultó ridículo ni fuera de lugar. Quizá se trataba de Will, que todo lo hacía fácil. O quizá era una especie de conexión jamás vista que hacía que Madeleine exhibiera talentos que creía que no eran suyos. A saber.
De repente, Will dejó de besar a Madeleine. Le oyó reírse.
—Otra vez a ciegas, supongo.
Su comentario hizo que Maddie abriera los ojos: la luz del vestuario se había apagado. Will no le dio mucha importancia y volvió a buscar los labios de la de gafas, guiado por la cercanía y su calidez, pero ella le apartó con suavidad.
—¿Qué ha pasado?
—Ni idea —respondió. A pesar de estar prácticamente a oscuras, Madeleine pudo ver cómo Will enarcaba las cejas con cierto aire pícaro y un ápice de sorpresa. —¿Prefieres que lo hagamos con las luces encendidas? Vaya, pues si que-
Aquella vez fue Madeleine quien besó a Will, en parte para callarle, en parte porque no aguantaba más.
No les duró mucho. El pelinegro se irguió levemente y bajó a Maddie del lavabo. Ella le miró con cierta preocupación. ¿He hecho algo mal?
—¿Sabías que en 1995 unos investigadores japoneses probaron la bioluminiscencia humana? Así que, en teoría, brillamos en la oscuridad.
Madeleine se abrazó a sí misma cuando Will se separó de ella. Sintió algo de frío. Le vio caminar hacia la puerta del vestuario. —Ah, ¿si? ¿Entonces por qué no te veo brillar como una bola de discoteca?
—Porque nuestra energía metabólica no es suficiente para emitir luz que puedan ver nuestros ojos. —respondió, entre risas suaves. Pulsó los interruptores del vestuario un par de veces mientras miraba fijamente a los tubos fluorescentes del techo. —Eh... Nos vendría genial un poco de bioluminiscencia ahora, la verdad.
—¿Se ha ido la luz?
—Eso parece...
—Oye, —le notaba nervioso. Maddie escondió una sonrisa algo cruel. —¿tienes miedo a la oscuridad?
—No, —respondió él rápidamente, inflando el pecho con orgullo. Dio un par de pasos hacia Maddie. Apoyó las manos en el lavabo y se inclinó sobre ella, despacio, hasta que solo tuvo que susurrar para decirle: —pero ya sabes que me encanta verte.
De no haber sido por el fuerte golpe metálico que oyeron a lo lejos, se hubieran comido el uno al otro. En el sentido más literal y sucio de la palabra; Maddie lo tenía claro, pero parecía haber alguien pululando por el pabellón y a Will no debía hacerle mucha gracia. De nuevo, se separó con rapidez, fue hacia la puerta y giró un par de veces el picaporte. Nada. Empujó la puerta, intentando abrirla. Nada.
Madeleine podía sentir cómo el nerviosismo recorría la columna vertebral de Will, que había agachado la cabeza como si fuera un soldado rendido. Le escuchó suspirar, débil y en bajo. Luego, se volvió bruscamente y alzó los brazos con aquel dramatismo cómico que de vez en cuando le poseía.
—¡Bueno...! ¡Qué le vamos a hacer! ¡Tendremos que pasar la noche juntos, encerrados...! ¡Oh, no! ¿¡Y cómo narices vamos a pasar el tiempo, si no he traído mi libreta con sopas de letras!? ¡Ni mi ajedrez!
Mientras agitaba la cabeza y sonreía como una tonta, Maddie se acercó a la puerta, dispuesta a abrirla, creyendo que se trataba de una broma.
—Podemos jugar a las palabras encadena- Joder. —se volvió hacia Will y le miró, seria. Todas las advertencias y sirenas rojas se habían encendido en su cabeza, indicando un peligro inminente pero aún invisible. —Will, ¿esto es cosa tuya?
Él se desinfló como un globo, soltando el aire que había contenido en sus pulmones con una especie de suspiro agónico. Se llevó la mano a la nuca. —Ojalá. Creo que el conserje nos ha dejado encerrados.
—Ah.
—¡Noto el entusiasmo en tu voz! —canturreó el pelinegro, sarcástico.
—A ver, morirnos de inanición no nos vamos a morir.
—Comerte entraba en mis planes, pero no en el sentido canibalístico...
Maddie se quedó con la boca abierta un instante, incapaz de decir algo. Tragó saliva y se apresuró a sacar su teléfono de la bolsa que había dejado en uno de los bancos de madera. Lo desbloqueó. La luminosidad de la pantalla le obligó a cerrar los ojos con fuerza un instante.
—¿Llamo a emergencias?
Will soltó una risilla suave mientras buscaba algo en su mochila. Al ver que Maddie ya tenía el teclado del teléfono activo, le dedicó una sonrisa amable y colocó la mano sobre la pantalla.
—No, —le contestó, con el temple típico de un capitán pero la celeridad inherente de alguien nervioso— el conserje no debe andar muy lejos. No recordaba que el pabellón cerraba a las ocho y media... Además, esto no es una emergencia. Tú misma has dicho que no nos vamos a morir, ¿no?
—¿Tienes el número del conserje?
—No, pero Hayes seguro que sí. —marcó el número y se llevó el teléfono a la oreja. Esperó. Maddie también guardó silencio. Tras varios tonos, Will finalizó la llamada. —Bueno, parece que está ocupado. Voy a escribirle.
Madeleine dio un par de vueltas por el vestuario mientras Will se encargaba de enviar mensajes a su entrenador. La vocecita chillona y estridente que apenas se callaba volvía a resonar en la cabeza de la de gafas, así que se planteó volver a besar a Will para silenciarla; parecía ser la única forma eficiente. Ni siquiera la meditación le había servido tanto como un maldito beso con lengua. De haberlo sabido antes...
—¿Contesta? —preguntó a Will.
—No. Voy a escribir a-
—¿No podemos salir por las ventanas? Tú llegas de sobra.
Will alzó la vista y miró los ventanucos situados por encima de su cabeza. Luego, se volvió hacia Maddie. —Apenas me cabe el brazo, cielo.
Maddie alzó las palmas de las manos hacia el techo. —Bueno... Si tú lo dices, cariño...
—Oh, ¿ya hemos empezado con los motes de parejita? —comentó, consciente del tono irónico de Maddie, pero claramente divirtiéndose. Se guardó el teléfono en el bolsillo del pantalón. —¿Lo intentamos? ¿Te subo para que puedas escapar por la ventana, nena?
—Todos menos ese. —bufó Maddie, con un exagerado escalofrío recorriéndole el cuerpo.
Él hizo una especie de puchero. —Jo, pues a mí me gusta. —entrelazó las manos, se pegó a la pared e hizo un gesto, animando a Maddie a coger impulso. Estaba quedándose con ella. —¿Lo intentas?
—Imbécil.
—Vaya, nunca había escuchado ese mote cariñoso. ¡Me encanta!
Madeleine se vio obligada a rodar los ojos -a pesar de tener una evidente sonrisa que curvaba sus labios de oreja a oreja-. Se acuclilló frente a los bancos, encendió la linterna de su teléfono y buscó en su bolsa un pequeño estuche de color rojo. Lo abrió, ante la atenta mirada de Will, y sacó un par de horquillas que ya estaban algo dobladas. Se las tendió al pelinegro.
—Toma. Seguro que eres capaz de abrir la cerradura.
Will enarcó las cejas. —¿Qué te ha hecho pensar eso?
—No sé. —se encogió de hombros— Tienes pinta de ser bueno con el bricolaje y esas cosas...
Riéndose rítmicamente, Will aceptó la implícita petición de Maddie y se arrodilló ante la puerta mientras ella, con el teléfono en mano, alumbraba el pequeño hueco de la cerradura. Tras un par de intentos, cruzaron una mirada interrogante y, sin decirse nada, tan solo con unos suspiros resignados, se cambiaron de posición. Will se apoyó contra la puerta mientras sujetaba el móvil de Maddie, y ella se puso manos a la obra.
—Está claro. Tienes mejor psicomotricidad fina que yo. Y tener las manos pequeñitas también ayuda. —comentó Will, viendo cómo Madeleine parecía avanzar más con las dos horquillas.
—Hazme un favor; sujeta aquí.
El pelinegro obedeció. Se arrodilló junto a Madeleine, pegándose a ella, prácticamente hombro con hombro. Mantuvo la horquilla recta mientras ella, con la otra, intentaba forzar la cerradura. Will sonrió.
—Qué profesional... ¿Has hecho esto más veces?
—Sí, para colarme en el despacho oval.
—Qué seguridad de mierda tienen en la Casa Blanca entonces, ¿no?
Madeleine también sonrió. —¿Hay algún dato que lo corrobore?
—Creo que en este caso bastaría con tu propia experiencia.
—Vamos, que te he pillado sin dato, ¿no?
Will asintió. —Desgraciadamente. Pero, ¿sabías que hay un estudio científico sobre la presión que hacen los pingüinos al cagar?
—¿Con qué objetivo?
—¿Militar, quizá?
Maddie tuvo que parar de girar la horquilla para soltar una carcajada de lo más cristalina. Una ola de autoconciencia invadió su cuerpo. Miró a Will con toda la seriedad que pudo recuperar, aunque las comisuras de sus labios aún amenazaban con mostrar una sonrisa.
—¿Cómo hemos llegado a esto? —preguntó, casi de forma retórica. —Hace dos segundos nos estábamos-
—Oh, Maddie, no te avergüences ahora. Dilo: nos estábamos besando.
—Bueno, eso. Y ahora estamos... ¿intentando forzar una cerradura?
—No sé. Lo de las horquillas ha sido cosa tuya, y yo te apoyo. Total, ¿qué hay que hacer? ¿Volver a morrearnos? ¿Quedarnos aquí hasta las siete de la mañana mientras jugamos al veo veo en la oscuridad? ¿abrazarnos y esperar melancólicamente horrorizados hasta que venga alguien a rescatarnos?
Algunos planes eran más tentadores que otros. Maddie volvió a reírse. Tuvo que morderse el interior de los carrillos para no besar aquella sonrisa pícara y aquellos hoyuelos profundos; Will tuvo que devolver la vista a la puerta para no abalanzarse sobre ella.
—La verdad, si hubiera planeado esto, —comentó Maddie, aún intentando descubrir el giro que abría la cerradura— y tuviéramos comida, una manta o algo así... No sería una mala cita.
—Ah, sí, un picnic en un vestuario. Clásico, pero con twist. Me lo apunto para la próxima.
Le dio un codazo. —Lo decía por-
—No estoy siendo sarcástico; me gusta que no quieras tener ni una sola cita normal conmigo.
—Así, el bochorno te acompañará toda la vida. —se rio Maddie.
—¿Castigo o premio?
—Depende de lo que nos augure el destino.
—Anda, ¿crees en el destino?
La pregunta le pilló desprevenida. Dejó de utilizar la horquilla como ganzúa una milésima de segundo. No, Madeleine no creía en el destino, solo en calculadas coincidencias. Todo tenía un por qué. No existía una fuerza que te arrastrara allá donde las estrellas decían que debías estar. Sopesó su respuesta, porque aquella maldita voz, que a veces llevaba razón, no dejaba de decirle que la pregunta llevaba trampa.
Giró la horquilla y se oyó un suave clic. Will ahogó una especie de grito y tiró del picaporte para comprobar que la puerta se abría. Celebró la hazaña de Madeleine con un aplauso, y a ella se le quedó la maldita pregunta en la cabeza.
**********
hola mi gente he terminado de escribir esto con un 10% de batería en mi ordenador, así que solo os voy a decir que os quiero y que dentro de poco maddie dejará de autosabotearse LO PROMETO
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