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tres

Según la propia Maddie, que era maestra en tirarse piedras contra su propio tejado, ser estudiante de Psicología te convertía automáticamente en un ser insoportable por dos motivos: uno, siempre ibas a tender a sobreanalizar las cosas; y dos, siempre ibas a encontrar una explicación para un comportamiento que quizá no lo necesitaba. Evidentemente, Maddie había hecho las dos cosas.

El contexto era el siguiente: quería volver a ver a Will. La explicación más elaborada era que necesitaba volver a establecer contacto con él, fuera como fuese, porque cuantas más veces se topara de forma ''casual'' con él, mayores probabilidades de que el chico tuviera un mínimo de interés. Madeleine había investigado sobre cómo se establecían las relaciones más duraderas y había encontrado varios estudios que respaldaban su hipótesis, así que decidió ser esa estudiante insoportable y basó en la evidencia algo que la gente hacía casi sin pensar. Cuantas más veces se vieran, mayor sería la sensación de familiaridad y, por ende, mayor cercanía. Sencillo, ¿no?

Como en todo, la teoría era fácil. La práctica era otra cosa. Madeleine llevaba paseando casi una semana seguida con Tofu por los alrededores del pabellón donde los MIT Engineers entrenaban, pero no había habido suerte; ni rastro de chicos que jugaran al vóley, ni balonazos, nada. Tofu comenzaba a cansarse de su nueva e impuesta rutina, y su dueña también empezaba a sentirse una estúpida. 

Fue entonces cuando llegó el sobreanálisis de la situación. Se le pasaron por la cabeza miles de opciones, todas ellas viables en mayor o menor medida, y finalmente llegó a la conclusión de que estaba haciendo aquello porque era tonta.

Una tonta que anhelaba algo que no necesitaba y que había decidido perder su tiempo dando vueltas. 

Tras seis días paseando por el mismo sitio, Madeleine decidió centrarse en lo importante: sus estudios. Al fin y al cabo, no tener lo que todo el mundo tenía tampoco era para tanto.

*****

El ruido en el apartamento era insoportable. Por alguna razón que se escapaba de toda explicación científica, siempre que Madeleine o cualquiera de sus compañeros de piso necesitaban concentrarse, sus vecinos martilleaban sin descanso la pared. Por eso -y porque debía encontrar un manual para su tesis-, Maddie decidió poner rumbo hacia la biblioteca del campus. 

El paseo fue corto y algo frío; una chaqueta de cuero no era suficiente para resistir a las temperaturas de Boston, donde la primavera apenas existía. Con las manos hundidas en los bolsillos de la chaqueta, su bolso cruzado al hombro y la suela de sus botas chocando contra el suelo, Madeleine entró en el enorme hall de la biblioteca. Se acercó al mostrador mientras se quitaba los auriculares, dejando sonar The Smiths en el fondo de su bolso. 

—Hola. —saludó a la mujer joven que estaba al otro lado del mostrador. Parecía estar cansada de trabajar allí, aunque al parecer su trabajo no requería demasiado esfuerzo. —Venía buscando el manual- 

—¿Tienes carné de estudiante, personal docente o personal investigador?

—Ah, sí. —Maddie esbozó una sonrisa algo forzada y buscó su cartera. —Un momento. —el nerviosismo y la vergüenza comenzaron a apoderarse de ella cuando se dio cuenta de que el carné no estaba donde debía estar. Revolvió el contenido de su bolso unas cuantas veces. Estuvo a punto de volcarlo sobre el mostrador, pero los tiques y los pañuelos usados le iban a dar aun más vergüenza, así que se limitó a fruncir más su sonrisa. —Sí, sí tengo, pero no lo he traído. Seguramente-

—Sin carné no se puede acceder al archivo ni a las salas de estudio.

Maddie abrió la boca para soltar un improperio, pero se contuvo. En su lugar, soltó un incrédulo: —¿Qué?

—Política del centro. —la mujer, de brillante pelo rojo, devolvió su vista al libro que estaba leyendo. Típico de bibliotecaria. — ¿Qué me dice que no eres alguien que viene a robar los ordenadores a otros estudiantes? ¿O que vas a devolver ese manual a tiempo? —añadió con aire desinteresado. 

—He estado aquí ayer. —insistió Maddie. La bibliotecaria decidió no prestarle atención, así que se inclinó sobre el mostrador con aire tímido. —Oye, perdona, ¿no puedes buscar mi nombre en el sistema? Madeleine Fitg-

—Protección de datos. No podemos revelar información y tampoco podemos buscarla.

La joven estudiante tuvo que inspirar profundo por la nariz para evitar gritar. Hizo memoria de todas las técnicas de control de la conducta que conocía y se aplicó unas cuantas. —Ya, bueno, entonces-

—Sin carné no puedes acceder. 

Entonces, Madeleine decidió apelar a la compasión y la ternura. —Necesito ese manual lo antes posible, por favor. ¿No podrías... dejármelo unos segundos? No hay una versión digitalizada y-

La mirada algo amenazadora de la mujer hizo que se callara de golpe. Madeleine dibujó una sonrisa poco sincera y comprendió que lo mejor era dejarlo. Aquella mujer estaba muy ocupada leyendo lo que parecía un libro de erótica de los que siempre estaban en la sección de descuentos. 

—Bueno, gracias de todas formas. —murmuró Maddie, tamborileando con las uñas sobre la madera del mostrador y se giró algo cabizbaja, dispuesta a buscar alguna cafetería donde al menos no hubiera alguien dando golpes en la pared.

Al alzar la vista hacia la salida, reconoció varios rasgos que, en conjunto, eran bastante familiares: figura alta y atlética, mata de pelo negra con mechones que parecían haberse peleado entre ellos, sudadera y pantalones anchos. Su voz grave pero cantarina fue lo que terminó por delatarle: Will.

—¡Anda! —dijo, acercándose hacia Maddie con el índice en alto. —¡Te estaba buscando...! Has perdido tu carné, ¿no?

Maddie frunció el ceño, pero vio cómo Will le guiñaba un ojo de la forma más indiscreta y teatral posible, así que asintió y se giró hacia la bibliotecaria. —Sí, lo mismo quería contarle a ella, pero...

Will hizo gala de una de sus sonrisas radiantes y se inclinó hacia el mostrador, utilizando todo el espacio que Maddie no se había atrevido a utilizar. Extendió los antebrazos a lo largo de la madera, apoyó la barbilla entre sus manos y cruzó una mirada con la bibliotecaria, a quien parecía molestarle la actitud desenfadada del chico.

—Perdón, señorita, eh... —Will escaneó con su mirada oscura la mesa en busca de algún identificativo para nombrar a la mujer. Al no encontrarlo, ensanchó su sonrisa. —Señorita bibliotecaria. Verá, esta pobre alumna ha-

—Si ha perdido su carné, debe informar a la oficina de asuntos académicos. —le cortó.

—Guau, es usted dura de roer, ¿eh?

Su tono fue algo pasivo-agresivo, puede que algo irónico, quizá algo hiriente, pero Madeleine tuvo que admitir que, aun así, tenía encanto. Era innegablemente carismático, y lo peor de todo es que había visto a Will un par de veces. Aun así, no le pareció una conclusión desacertada. 

—Sin carné individual no se puede acceder. —dijo la mujer, como si se hubiera adelantado a la ocurrencia de Will. Lo más lógico es que él, que seguramente tenía su carné, se lo prestara a Maddie. —Además, solo el personal investigador o docente puede-

—Pues anda, — Will rebuscó en el bolsillo de su pantalón y sacó una tarjeta que era algo diferente a la que Madeleine no encontraba. Se la tendió a la bibliotecaria entre los dedos. Y no se le borró aquella sonrisilla del rostro. —menuda suerte. Aquí tiene mi carné de personal investigador. 

La mujer observó el carné y luego a Will varias veces, con incredulidad. —No puedo-

—Es mi ayudante de investigación. —le interrumpió Will. —Así que puede entrar conmigo, ¿no?

—Sí... —la bibliotecaria le devolvió el carné algo dubitativa. Finalmente, asintió y señaló una de las puertas que estaban cerradas. —Sí, sí. Adelante. 

—Gracias. —canturreó Will, dando un golpe suave con los puños en el mostrador e irguiéndose para pasar un brazo por los hombros de Maddie. A ella, que no estaba acostumbrada a ninguna clase de contacto humano, la sensación de peso sobre sus hombros y la calidez contra su costado le resultaron abrumadoras.

Caminaron juntos hasta la puerta que separaba el hall de la sala de archivo y, una vez dentro, Will se separó de ella. Maddie se quedó parada, como si no supiera a dónde dirigirse.

Tuvo que alzar la barbilla para que sus ojos marrones se cruzaran con los de Will. 

—Muchas gracias. —le dijo, en bajo, porque en teoría estaban en un lugar donde debían guardar silencio.

El de cabello negro agitó la cabeza para restarle importancia. —Bah, no es nada. 

Si fuera cualquier otra persona, cualquier otro hombre, Madeleine hubiera cortado la conversación. Hubiera forzado una sonrisita y se habría marchado por su camino sin añadir nada más... pero tenía que aprovechar la oportunidad.

—¿Cómo has sabido que no tenía el carné? —le preguntó. En realidad, sí tenía curiosidad por saberlo.

—Estaba llegando y te vi desesperada. —se encogió de hombros. —Supuse que era algo del carné. Esta tía es pesadísima con ese tema, joder. No sabes la cantidad de veces que he tenido que esperar a que acabe su turno para poder venir a revisar un par de textos. 

Maddie asintió. —O sea, que vienes mucho a esta biblioteca, ¿no? —no es tu campus, en realidad, quiso añadir. Por motivos evidentes, se mordió la lengua. 

—Bueno, a veces. Me gusta el aire viejo de este sitio... Me hace sentir como un tío importante del siglo veinte, ¿sabes? Las bibliotecas del MIT no molan tanto. Son nuevas, con paredes de cristal... Me gusta esta sensación de estar encerrado entre estanterías gigantes de madera. Es como si fuera... Lincoln. 

Ah, información innecesaria. Claro indicio de que él también quería continuar la conversación. Maddie alzó las cejas. —¿El MIT? —preguntó, como si no supiera de Will hasta su maldito número de seguro dental. —¿Eres ingeniero aeroespacial o algo así?

Will se rio. —Algo parecido. Químico. Ingeniero químico. 

Madeleine abrió la boca fingiendo sorpresa. —Guau. Te pega.

—¿Me ves cara de virgen? — Era la primera vez en años que un hombre aparentemente heterosexual hacía reír a Madeleine. Asintió y Will chasqueó la lengua con fingida molestia. Luego, sonrió y encogió sus anchos hombros.  —Bueno, para que engañarte. Lo soy. Como todos los ingenieros. — Maddie lo dudaba, pero lo dijo tan serio que estuvo a punto de convencerla. — Y tú, ¿qué haces en una biblioteca a las... —miró el reloj invisible de su muñeca— once de la mañana de un sábado? Deberías estar de resaca.

—Busco una edición antigua de un manual. 

—Oh. —Will la señaló con el índice. Debía ser algo habitual en él. —Deja que adivine: ¿historia?

—No.

—¿Historia del Arte...?

—Nop. 

—Eh... Literatura. Tienes cara de merendarte los libros de Shakespeare.

Maddie sabía que lo decía por su ropa de sutil estilo vintage y sus gafas de montura gruesa. —Shakespeare es la respuesta comodín que da cualquier persona que no conoce ningún otro dramaturgo.

—¡He adivinado! Es Literatura, ¿a que sí? ¡Lo sabía! Las gafas, —chasqueó los dedos e hizo el gesto de recolocarse la montura—tus gafas gritan estudiante de Literatura con mención en clásicos ingleses.

—En realidad estudio Psicología.

Will abrió la boca para decir algo, pero debió arrepentirse. —Oh, claro. También... Psicología, ¿eh? ¿En Harvard?

—Sí.

—Guau, Maddie. —por alguna razón, que Will se acordara de su nombre hizo que su corazón latiera demasiado fuerte. Gracias al cielo, solo fueron un par de segundos. —Enhorabuena.

—¿Por...?

—Estudiar Psicología en Harvard debe ser chungo. 

—Bueno, entrar en el MIT tampoco es moco de pavo.

—Ah, ya, bueno, yo entré con una beca deportiva. Me ahorré las pruebas de acceso. —se sinceró. Como si de repente se acordara de que estaba en una biblioteca, se inclinó ligeramente hacia Maddie y habló en un susurro: —Perdona, te estoy entreteniendo. Ve a buscar ese manual y haz tus... cosas de psicóloga.

Madeleine sonrió. Y aquella vez lo hizo de verdad. —No te preocupes. Ah, y gracias por lo del carné.  

—Sin problema. —le devolvió la sonrisa. —Voy a estar por aquí un rato, así que... Es probable que volvamos a encontrarnos. Hmm, qué curioso.

—¿El qué?

—Que nos encontremos en tantos sitios y en situaciones tan graciosas. A ver, el balonazo que te dieron no fue gracioso, pero...

Maddie asió la correa de su bolso justo antes de desaparecer entre las altísimas e imponentes estanterías de la biblioteca. —El balonazo tuvo su gracia, en realidad. Nos vemos, Will.

*****

No podía dejar de pensar en él. Bueno, no en Will en sí, sino en lo bien que había aprovechado la situación. Y tampoco podía dejar de pensar en que, a lo mejor, Sylvia tenía razón: estaba interesado. Su raciocinio no le dejó adivinar el motivo de dicho interés; al fin y al cabo, eran suposiciones, y, como toda buena psicóloga, solo podía basarse en lo observado. Hasta ahí podía leer. Tampoco quería hacerse ilusiones.

Madeleine continuó haciendo fotos -y por ende rompiendo las normas de la biblioteca- al manual para poder estudiarlo en casa. 

—Fitzgerald. 

Dio un respingo y escondió su teléfono debajo de la mesa, sobresaltada por la voz desconocida y grave que había nombrado su apellido. Se giró esperando encontrar a un hombre encorvado, de pelo blanco y gafas sobre la punta de la nariz... pero era más bien todo lo contrario.

Will sostenía el carné estudiantil de Madeleine entre el índice y el pulgar, mostrándoselo con una sonrisilla divertida. —¿Lo buscabas?

Maddie suspiró, aliviada no porque hubiera encontrado su preciado carné, sino porque se trataba de Will y no de un bibliotecario inoportuno, y asintió mientras extendía la mano hacia el joven jugador de vóley. 

—¡Gracias! ¿Dónde lo has...?

—Estaba en las escaleras de la puerta principal. —contestó el pelinegro con rapidez, señalando con el pulgar la dirección de la salida. Entregó el carné a su respectiva dueña. —Imagino que se te habrá caído cuando llegabas.

Era más que probable. Justo al subir las señoriales escaleras de la entrada, Maddie había sacado su teléfono del bolso para cambiar de canción. El carné habría salido volando y no se habría ni inmutado porque la batería de The Smiths retumbaba en sus tímpanos. 

—Dios, gracias. Pensaba que iba a tener que aguantar horas y horas de trámites para conseguir uno nuevo.

Will volvió a sonreír. —De nada. Ahora puedes pedir prestados los manuales en lugar de venir aquí y sacarles fotos...

—Ya. —murmuró Maddie ante el tono irónico pero claramente ligero de Will. Se levantó de la silla, guardó su carné en la cartera y se llevó el pesado manual consigo. Luego, recordó que Will seguía ahí, plantado, esperando a que ella dijera algo más que un seco ''ya''. No estaba acostumbrada a mantener conversaciones a flote. —Bueno...

—Así que Madeleine Fitzgerald, ¿eh?

La susodicha enarcó las cejas. —¿Qué pasa con mi nombre?

—No sé, es poco común. Suena como a... magnate.

Maddie sofocó una carcajada. —Créeme, no tengo nada que ver con los famosos Fitzgerald. Mi deuda estudiantil supera las cinco cifras.

Will silbó, impresionado. Recibió un aplastante ''shhh'' de alguno de los estudiantes que se encontraba en la sala. Hizo una mueca y alzó las manos en son de paz, como si le estuvieran viendo. 

—Creo que va siendo hora de que nos vayamos.

Maddie ya había recogido sus cosas y se estaba dirigiendo hacia la puerta. Se imaginó que Will se quedaría ahí, como si se tratara de un personaje no jugable de un videojuego, pero la siguió. Y como una zancada suya eran dos de Maddie, casi le pisó los talones. Literalmente. 

El chico volvió a apoyar los antebrazos en el mostrador principal de la biblioteca mientras Maddie pedía prestado el manual. Y decidió bajar con ella las escaleras. Y caminar unos cuantos metros a su lado, sin mediar palabra.

Maddie se paró en seco y se giró hacia él.

Porque había algo raro en la actitud del chico.

O quizá en ella. 

—¿Me sigues?

—No. —dijo él, agitando la cabeza. —Oh, joder, perdona. ¿Crees que te estoy siguiendo...? ¡No, no! De verdad, voy hacia el pabellón, así que... No me queda otra que ir hacia allá. Lo siento si te he incomodado. Pensé que... —señaló la otra acera— Puedo cruzar si así vas a sentirte más segura. Perdón. 

Madeleine le analizó lo suficiente para llegar a la conclusión de que estaba siendo sincero. Sus gestos eran apresurados, sus palabras se agolpaban formando frases que apenas eran inteligibles y su mirada oscura tenía cierto tinte de arrepentimiento y unas cuantas chispas de sorpresa, como si no hubiera calculado la reacción de Maddie. Para ser alguien tan alto, fornido y atlético -porque en el fondo era un deportista de primer nivel-, a veces resultaba demasiado afable, una característica que nadie espera encontrar en una persona que medía casi dos metros y que podría volarte la cabeza de un tortazo. Fue entonces cuando ella se dio cuenta de que el problema era suyo. A lo mejor, si confiara un poco más en las personas, podría establecer los vínculos que sí establecían sus amigos. 

—No, tranquilo. Es que me ha parecido un poco raro que no dijeras nada. 

—Tiendo a hablar demasiado. No quiero aburrirte. 

—Es que si vas en silencio, pegado a mí, es como si... estuvieras siguiéndome. 

—Ya. Joder, sí que ha sido un poco... tétrico. Perdona, perdona. — frunció el ceño, cerró los ojos con fuerza y agitó la cabeza, como si quisiera disipar a los pájaros que tenía dentro. —Tendría que haberte preguntado antes: ¿Te parece bien si te acompaño? Voy en la misma dirección que tú, así que, si no te importa...

Maddie se pensó la respuesta dos veces, pero decidió continuar con su plan de la familiaridad. Cuantas más coincidencias, mejor. No iba a dejar pasar aquella oportunidad. 

—No. —respondió. 

Will pareció sorprenderse de forma genuina. —Oh. —musitó. —Bueno, pues...

—Era broma. Puedes acompañarme. 

El pelinegro se llevó la mano al pecho y exhaló con teatralidad. —¡Uf! Me lo había creído. He hecho que la situación fuera incómoda, así que hubiera sido totalmente lícito que hubieras dicho que no. Y, que conste, no habría insistido, eh. 

Madeleine esbozó una sonrisa, esperando que Will no fuera uno de esos hombres que creían ser feministas cuando seguían tratando a la mujer como si fuera un bebé al que explicar cómo debía sentirse, y comenzó a caminar. Will siguió su paso, y al rato, sacó su teléfono del bolsillo de su pantalón deportivo. 

—Oye, Maddie, ¿tienes tiempo para...?

—¿Un café? —completó ella. Tardó en darse cuenta de que su otra yo, aquella que era una romántica empedernida y que creía haber enterrado gracias a su maravillosa yo lógica, había salido a la luz de la forma más inesperada posible.

Bueno, en realidad fue más inesperado que Will se riera, asintiera y dijera, sin una sola pizca de sarcasmo: —Sí, claro. ¿Te apetece ir a Starbucks...? Yo invito.

Madeleine Fitzgerald nunca antes había llegado tan lejos en una interacción con el sexo opuesto.

*********

he vuelto zorras!

estoy emocionada por esta historia porque creo que maddie va a ser uno de esos personajes con los que se puede identificar mucha gente... y will va a ser una ternurita

(puedeysolopuedequeseaunaespeciedeversióndekuroodemifanficdemammamiaporqueestoyobsesionadayeltropedelnerdyguyesmifavoritoyamoakurootantoqueestaescasiunahistoriaselfinsertconél)

queda mucho por desarrollar y, por si acaso, yo ya voy avisando: 

preparad pañuelos <3

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