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treinta y uno

Se acercó a él, con cautela, esperando no asustarle y empeorar las cosas. Observó cómo Will intentaba controlar su respiración, tomando aire por la nariz y soltándolo rápidamente por la boca, y llegó a dudar de sus propios conocimientos. 

—Will, —dijo, con la voz más tranquila y suave que encontró dentro de ella—¿necesitas agua?

El pelinegro agitó la cabeza.

A lo mejor, había calculado mal el esfuerzo físico necesario y era una simple bajada de tensión. O algo estomacal, o...

No. Madeleine llevaba un par de asignaturas dedicándose a su estudio, y si sumaba su experiencia, sabía de sobra que aquello se trataba de un ataque de pánico: los temblores, la sudoración fría, la respiración superficial e incontrolable que pronto se convertiría en hiperventilación, el sentimiento de que todo a tu alrededor estaba a punto de irse a la mierda, la mirada perdida y empañada por las lágrimas, esa sensación de que tu alma estaba intentando escaparse del cuerpo...

Aunque sentía el nerviosismo adormecer la punta de sus dedos, intentó mantenerse lo más tranquila posible, serena, con la firmeza suficiente como para poder ayudar. Maddie dio un par de pasos, decidida, y posó su mano en la espalda de Will. Él se giró. Seguramente quiso decir algo, pero no pudo. La de gafas sonrió con intención de demostrar que estaba ahí, presente, y que no importaban las palabras que no dijo.

—Eh, está bien. —le recordó.

No era momento de hacer preguntas ni de formar hipótesis. No importaba el motivo del ataque. Se quedó al lado de Will, observándole, intentando captar cualquier detalle que le pudiera dar una pista sobre cómo actuar. Cada persona era un mundo, y era altamente probable que Will ni siquiera quisiera estar acompañado. 

Pero tenía que ser rápida e intervenir cuanto antes, así que, haciendo memoria sobre todo lo que había aprendido y basándose en su propia experiencia, Maddie tomó las manos de Will.

Las apretó con fuerza, todo lo que pudo, como si fuera la única forma de parar el casi imperceptible temblor, o como si solo así pudiera hacer que Will la sintiera. Despacio, continuó haciendo lo mismo por los antebrazos del pelinegro. Fue subiendo por sus brazos hasta llegar a los hombros, donde se detuvo. No estaba muy segura de que Will sintiera las profundas presiones -teniendo en cuenta que era pura fibra y el doble que ella-,  pero pareció funcionar: el pelinegro abrió los ojos, y Maddie aprovechó la coyuntura para continuar con su humilde trabajo de psicóloga de emergencias.

—Respira despacio conmigo.

Era raro escucharse a sí misma así, tan firme, tan segura, inspirando tanta confianza. Quizá era la experiencia como paciente, quizá la experiencia como alumna, quizá un don. La cuestión era que Maddie estaba ahí, ayudando con una fuerza que creía extinta. Esbozó una sonrisa tranquilizadora a la par que compasiva al ver que Will volvía a agitarse.

Y era raro ver a Will Bishop, tan encantador y radiante, tan vulnerable y atormentado. Su mirada parda reflejaba el temor a algo que parecía lejano a la par que desconocido y las lágrimas se agolpaban en sus ojos, amenazando con rodar por sus mejillas. Maddie sujetó su rostro, frío y pálido, y le obligó a mirarla mientras ella esperaba que el calor de sus manos calentara la piel del pelinegro.

—Por la nariz, —le guio Maddie, cogiendo aire de forma exagerada— y por la boca. 

Hicieron un par de series, respirando profundo. Will se esforzó en hacer que sus respiraciones dejaran de entrecortarse tanto y, poco a poco, sintió cómo sus pulmones se llenaban de oxígeno algo más. Su ritmo consiguió acompasarse con el de Maddie. 

Ella sonrió. —Bien. Lo estás haciendo genial.

Casi como si estuviera entrenado para algo así. Como si hubiera pasado por más momentos idénticos. El control de la respiración no se conseguía de un día para otro. Y recuperar la calma en cuestión de minutos cuando parecía que se te iba a caer el mundo encima no era cosa de novatos. 

Maddie dejó pasar aquel pequeño detalle y le preguntó, con voz suave, si podía contar hasta diez. Desde fuera parecía una idiotez, pero cualquier tarea fácil y casi automática era la mejor forma de creer que ya tenías el control de la situación. Will cerró los ojos y volvió a tomar aire por la nariz.

—Uno, dos... tres... —frunció ligeramente el ceño— ¿Podemos dejarlo en seis? Contar hasta diez es muy largo.

A la de gafas se le escapó una risilla. —Vale. Hasta seis.

Contó sin dificultad, aunque despacio, y Maddie supuso que era el momento de dejarle algo de espacio. Dejó de sujetar el rostro del pelinegro.

Y él, de repente, dejó de notar ese molesto pitido en sus oídos y escuchó algo peor: el chirrido de las suelas resbalando en el linóleo, los tres pasos cortos antes de un salto, los angustiosos toques del rally, algunos gritos desesperados. De nuevo, notó que la respiración se le entrecortaba. Que su corazón se agitaba con el recuerdo del balón golpeando sus dedos.

—Will, ¿puedes contarme en qué consiste una reacción de combustión?

La voz de Maddie fue como zambullirse en un mar sereno y cristalino. Will frunció ligeramente el ceño y, al abrir los ojos, vio cómo Maddie asentía, invitándole a responder a la pregunta. Le hubiera encantado responder, si no fuera por la elevada frecuencia a la que latía su corazón. Sentía cómo sus arterias se estrechaban y temía que iba a explotar.

Aún así, Madeleine insistió. Volvió a acercarse a él, pero aquella vez colocó sus manos en el pecho del pelinegro, hacia la izquierda, presionando sobre el pectoral. Podía notar de sobra las palpitaciones, que golpeaban con vehemencia el pecho de Will. Debía ser horrible.

—Una reacción de combustión es... —le ayudó Maddie.

Will intentó concentrarse en ella, en sus ojos de color café, bañados en una compasión que creía no merecer, en sus mejillas redondas y  levemente sonrojadas, en su melena castaña cayendo sobre sus hombros con ligereza o en cómo sus gafas se le resbalaban por el puente de la nariz. Si no estuviera al borde de sufrir un paro cardiaco, le empujaría la montura con una sonrisa algo burlona. También le diría algo así como ''anda, cómo aprovechas la coyuntura para sobarme'', pero, en lugar de soltarle aquello, tomó una larga bocanada de aire y la soltó por la boca antes de comenzar a relatar, paso por paso, detalle a detalle, qué narices era una reacción de combustión.

Madeleine sonrió al notar que las pulsaciones de Will ya no superaban las ciento sesenta. Al parecer, sus tácticas respaldadas por la ciencia habían funcionado. 

—En condiciones normales, que son los cero grados centígrados y ciento uno coma tres kilopascales... —de repente, como si la realidad hubiera vuelto a él, y no al revés, Will esbozó una sonrisa cargada de vergüenza. Se llevó la mano a la sien cuando vio que Maddie se separaba un par de pasos. —Joder. Dios, lo siento. Menudo teatro.

Suele pasar. —No te preocupes. ¿Estás mejor? 

Podría haber sido sincero y haberle dicho que sí, pero que continuaba sintiéndose raro, como si una parte de él continuara perdida en algún lugar de la galaxia, muy lejos y luchando por volver a juntarse con el resto. Podría haberle dicho que sentía un hormigueo bastante molesto en el cuerpo, pero Will decidió callarse y asentir. 

Como si pudiera mentir a alguien que había vivido varios ataques iguales a lo largo de su adolescencia y que, además, los llevaba estudiando años. Madeleine le sonrió una vez más. Sin procesarlo mucho, le frotó el brazo. 

—Lo has hecho bien. —le recordó. —¿Quieres que te acompañe a...?

El estridente ruido de la bocina que marcaba el final del set interrumpió a Maddie, que se giró, junto a Will, a echar un vistazo al marcador digital que presidía el pabellón. Los Engineers habían salvado el primer set a duras penas, a pesar de haber comenzado con ventaja. Maddie se volvió hacia Will para estudiar con mesura su expresión: parecía preocupado, pero, al menos, había recuperado el color en el rostro. Inconscientemente, Madeleine le agarró del antebrazo, como si quisiera impedir que el pelinegro fuera hacia la cancha.

Pero era inevitable: al fin y al cabo, era el capitán, y en su mirada el horror más puro ya había sido sustituido por una especie de determinación típica de alguien dispuesto a cumplir su deber, cual caballero dispuesto a empuñar una espada por el bien de su ciudad.

Al instante, un hombre bajito con gafas apareció por la puerta lateral, seguido de un Eardson que llevaba consigo un pequeño maletín y varias toallas bajo el brazo. Parecían azorados, algo angustiados. Will les tranquilizo con un escueto y formal ''no es nada'' y se acercó a ellos. 

Maddie observó la escena: supuso que aquel hombre joven era el asistente del equipo -el de verdad-, y que Eardson acudía en calidad de amigo y no de vicecapitán. Vio cómo el rubio le ponía una toalla al pelinegro sobre la cabeza y otra alrededor del cuello. El asistente abrió el botiquín, sacó un sobre de lo que parecía ser una gelatina isotónica y se la tendió a Will, que la abrió con los dientes y se la tomó prácticamente de un sorbo. 

Todo parecía calculado, como si se tratara de un protocolo. Y los protocolos no surgían de la nada. 

Will lanzó el sobre hacia una papelera cercana, sin mirar, y acertó de lleno. No fue tan sorprendente como verle atender a las explicaciones del asistente como si no hubiera pasado nada. Le vio irse hacia la cancha, caminando despacio y asintiendo mientras tanto.

Pero, sin duda, lo más sorprendente fue ver a Eardson quedarse unos segundos frente a Madeleine.

—Gracias. —le dijo, cerrando el botiquín y echándoselo al hombro. 

Sonaba sincero y algo sentido. Maddie se limitó a sonreír y a hacer un gesto con la mano, quitándole importancia al asunto. Eardson hizo una mueca y se giró para también volver a la cancha, dejando a Maddie sumida en un mar de preguntas y con una extraña sensación cerniéndose sobre ella. 



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seguro que estáis como la pobre maddie

preguntandoos muchas cosas

lo siento supongo

lo único que os puedo adelantar es que tendréis respuestas pronto y que las cosas se van a poner un poco................. . . .  .    .    hot


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