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treinta y tres

Si no fuera porque sentía la suave brisa golpear sus mejillas, Maddie juraría que estaba soñando: los últimos rayos de sol danzaban en la superficie del lago e incluso había visto a un par de ardillitas corretear por el césped. Se sentía una princesa del bosque, a pesar de su ropa holgada y de la bandeja de sushi que tenía sobre el regazo, y a pesar de tener al príncipe encantador hablando sin parar sobre cómo estuvo escondiendo un sándwich de crema de cacahuete durante dos trimestres enteros.

—Fue mi primera experiencia empírica. Estaba seguro de que no olía, pero creo que mi profesora de inglés se dio cuenta y se lo chivó a mi abuela. —explicó Will, gesticulando con la mano con la que sujetaba los palillos. —Llegué un día a casa y mi abuela me esperaba en la cocina, con mi mochila abierta y la bolsa del sándwich sobre el cubo de basura. Creo que me arrodillé, no exagero, y le supliqué que no lo tirara. Lloré muchísimo.

—¿En serio? 

—Te lo juro. ¿Es posible que desarrollara una especie de apego por ese sándwich mohoso? 

Maddie soltó una carcajada y miró al pelinegro con toda la incredulidad del planeta antes de darse cuenta de que lo estaba diciendo en serio. Volvió a reírse, hizo una especie de mueca y asintió. —Puede ser. Los niños suelen apegarse a objetos que les brindan bienestar, como mantas, pero dudo que un sándwich... 

—Pasé mucho tiempo con él, que conste. Además, era algo más que un sándwich. Era un pequeño ecosistema...

La de gafas volvió a reírse. Le parecía una locura poder estar pasándoselo bien sin tener que haber planeado cada minuto de aquella improvisada cita. Jamás se habría planteado comer sushi en un parque, en el césped, sin que le importara mancharse la ropa de verdín o sin tener que estar recolocándose todo el rato la camiseta para que no se le notara la tripa. Nunca, al menos durante sus últimos años, se habría imaginado poder estar riéndose a carcajada viva con el relato del chico que le gustaba. Pero ahí estaba, con Bishop, disfrutando además del clima primaveral y de un atardecer que, por muy difícil que fuera, Will conseguía eclipsar.

—¿Qué pasó al final?

—Lo tiró —masculló Will, con cierta tristeza—, pero gané el premio a la mejor infografía del cole porque la hice sobre el reino de los hongos, así que...

—¿Y cuál era el premio?

—Poder llevarte tres libros de la biblioteca.

—Elegirías los tomos más raros de la enciclopedia o algo así.

—Creo que ni siquiera llegué a reclamarlo. Me dio pereza porque a mí me gustaba más correr por ahí, subirme a los árboles, ir a pescar con mi abuelo y esas cosas.

Maddie no ocultó su sorpresa. —¿En serio? Bueno, ahora que lo pienso, tiene sentido que fueras atlético desde niño. Seguro que jugaste al baloncesto porque eras alto.

—Al fútbol. Mi abuelo se empeñó en ''hacerme bueno con los pies'', —hizo un gesto de comillas con la mano que tenía libre—  porque tardé en dar mis primeros pasos y era un crío patoso, según él. Mi abuela sigue diciendo que lo único que quería mi abuelo era verme correr detrás de un balón porque le hacía gracia.

Era divertido, a la par que interesante, conocer datos de Will que aún no sabía. Era como si aquellas anécdotas, banales en teoría, consiguieran humanizarle mucho más. Hacerle más cercano. Más real.

Maddie sonrió con una mezcla de ternura y nostalgia. —¿Sigues hablando con tus abuelos?

Will asintió. —A menudo, pero no suelo ir a verlos. Viven lejos. ¿Y tú?

—Ah, —la de gafas agachó la cabeza y agarró una pieza de sushi— ¿que si hablo con tus abuelos? Pues no, porque no les conozco. —escuchó que Will soltaba una risilla, pero de reojo vio cómo se removía en su sitio, algo incómodo. Cruzó una mirada con él. —Fallecieron hace tiempo. Mis abuelos, quiero decir. —antes de que Will se disculpara, Maddie agitó la cabeza. —No pasa nada. También vivían lejos, así que no tenía mucha relación con ellos.

—Joder, lo siento.

—No pasa nada. —reiteró ella, esbozando una sonrisa tranquilizadora. —Así que no eras la rata de biblioteca que creía...

—¿Y tú? Tienes pinta de haber sido una niña bastante tímida. —comentó el pelinegro, con una leve nota de temor en la voz, como si le diera miedo preguntar a pesar de la curiosidad que iluminaba su mirada.

—De pequeña era bastante sociable. Me gustaba mucho el cole, tenía muchos amigos y me apuntaba a todas las extraescolares que me ofrecieran. 

—¿Tus padres trabajaban...?

—No. —Maddie se encogió de hombros y se dio el lujo de soltar una carcajada suave— Simplemente era una niña que lo quería probar todo. Hice kárate, baile moderno, danza clásica, lacrosse, pintura y natación. 

Will, sorprendido, alzó las cejas un instante. —¿En serio? 

—Sí. —asintió ella—No sé cómo tenía tiempo y cómo mis padres me dejaron apuntarme a tantas cosas, porque ellos llegaban a casa más cansados que yo.

—Así que no eras tímida y tenías hiperactividad. Curioso. 

Maddie reprendió a Will con la mirada. —Te aseguro que no era hiperactividad... patológica, al menos, pero sí necesitaba mucha actividad. Un ambiente estimulante. 

—Lo siento. Tú eres la experta. No debería haber dicho que eras hiperactiva. 

La de gafas aceptó las disculpas ocultando una sonrisa que amenazaba con romper su aparente enfado. —Total, —continuó— que en Primaria yo era toda una niña del Renacimiento, ¿sabes? Hacía de todo. Todo el mundo me invitaba a sus cumpleaños. Mis profesores me adoraban y me lo pasaba genial con mis amigos. Y tenía juguetes chulísimos, por cierto. Pero cuando entré al instituto cambiaron las cosas. El resto es historia.

Observó cómo Will asentía despacio, como si estuviera aún digiriendo sus palabras, como si estuviera pensando con detenimiento qué decir a continuación. Le vio tomar aire para preguntar algo, pero Maddie fue más rápida y logró soltar:

—¿Y tú, Don me-flipan-las-integrales-logarítmicas? ¿Llevaste a cabo alguna experiencia empírica en el instituto o eras de los populares?

—Yo era un frikazo. —admitió, con cierto aire que podría tacharse de nostálgico. 

No añadió nada más, algo bastante fuera de lo común -teniendo en cuenta que llevaba hablando sin parar casi un par de horas- y, tan solo con cruzar una mirada, Maddie comprendió que el silencio que se había instalado entre ambos, interrumpido por el crepitar de las hojas que se movían con el viento, era incómodo y casi doloroso. Estaba claro: ninguno quería hablar de su etapa en el instituto. ¿Quién narices eres, Bishop?

Maddie suspiró. —Supongo que fue una mierda, ¿no?

—Fue raro. 

Lo dijo con una sonrisa amarga y esa naturalidad tan suya, como si en el fondo ya no le importara. Como si hubiera pasado página y lo recordara con cierta melancolía en lugar de evitar pensar en ello para que no se volvieran a abrir las heridas. Madeleine correspondió a la sonrisa con una mirada algo culpable. Se comió en silencio la última pieza de sushi y devolvió la vista al lago.

Tras unos segundos, puede que incluso minutos, Will preguntó:

—¿Y Tofu? ¿Cuándo llegó a tu vida?

Maddie se giró hacia Will fingiendo estar ofendida. —¿Te interesa más mi perro que yo?

—Eh... sí. —contestó, sin un ápice de duda. Se encogió de hombros mostrando las palmas de las manos. —Es demasiado adorable y me temo que me he ganado su cariño. ¡Claro que me importa!

—Hace cinco años, —dijo Maddie después de que se rieran juntos— como regalo de graduación del instituto.

—Es mejor que un coche, eso seguro.

—Absolutamente. Tampoco me hubiera venido mal, pero no tengo permiso de conducción, así que...

—No te preocupes. Las chicas buenas van al cielo, y las malas, a mi pick-up. —soltó, guiñando un ojo. Maddie estuvo a punto de lanzarse al césped y rodar presa de la vergüenza ajena, pero optó simplemente por poner cara de asco. Will soltó una carcajada sonora, sincera. —Ha sido horrible, ¿no?

—¡De lo peor que me han dicho en años!

—Vale, vale. —asintió mientras recuperaba el aire—Me lo apunto.

—Dios, he sentido como un ardor en el estómago y todo...

—Volviendo a lo importante: Tofu.

—Ah, sí.

Le contó que le encantaba la playa, la nieve y el pequeño riachuelo que cruzaba el parque del campus. Le contó cientos de anécdotas, de aventuras; estaba tan entusiasmada en detallar cada trastada de Tofu que ni siquiera se fijó en cómo la miraba Will, con aquellos ojos avellana destilando cierta ternura. Ni siquiera se fijó en que se había acercado a él, sentándose de rodillas a su lado, y tampoco se dio cuenta, evidentemente, de cómo la sonrisa de Will le había hecho sonreír a ella.

—Secar a Tofu es lo peor, porque al tener doble manto parece que ya no está húmedo, pero luego le pasas la mano y... ¿qué? —Maddie se detuvo al notar que Will ya no sonreía. Parecía algo preocupado. Por instinto, Maddie miró hacia atrás. —¿Qué pasa? —no hay nadie que quiera asesinarnos.

—¿Tienes frío?

Maddie se quedó en blanco una milésima de segundo. Enarcó las cejas casi por reflejo, escéptica, y luego agachó la cabeza para ver cómo se estaba abrazando a sí misma. Tenía la piel de gallina.

—Ah. 

—Estás tan encogida que vas a terminar con los hombros contracturados, Maddie. 

La susodicha dejó de rodearse el cuerpo con los brazos. Se quedó un instante -esperó que no fuera muy largo- mordiéndose el interior del carrillo y mirando con intensidad la chaqueta con capucha que llevaba Will. Le había dicho que el granate le quedaba bien, ¿no?

Cruzó una mirada divertida con él. El pelinegro tenía esa sonrisilla juguetona curvándole las comisuras de los labios, que Maddie juró querer besar. Will parecía tener la certeza más absoluta sobre lo que iba a ocurrir.

—¿Vas a dejarme tu chaqueta?

El pelinegro frunció los labios y negó con la cabeza, con arrogancia, sin romper el contacto visual. 

—Nop. Yo también me estoy congelando. Lo siento. —canturreó. 

No tenía pinta de estar congelándose; de lo contrario, no estaría con las piernas al descubierto estiradas sobre el césped. Maddie chasqueó la lengua, y a él debió hacerle gracia, porque se rio en silencio. La de gafas se acomodó a su lado y volvió a abrazarse para protegerse del frío.

No pasaron ni dos segundos hasta que Maddie, bufando y con cierta molestia, agarró el firme y pesado brazo de Will para rodear su cuerpo. Se acurrucó contra él y se quedó viendo cómo el reflejo del atardecer pintaba la superficie del lago con colores cálidos. 

Quizá era alguna ley de la termodinámica. Quizá era el peso del brazo de Will sobre sus hombros. O quizá era que, simplemente, el contacto con el pelinegro le hacía entrar en calor. Fuera como fuese, gracias al calor, los músculos de la espalda de Madeleine comenzaron a destensarse. Apoyó la cabeza en el hombro de Will. Alzó la vista para echarle un vistazo.

—El músculo quema más calorías que la grasa, ¿no? Así que, técnicamente, tú generas más calor que yo, así que está justificado que te utilice como si fueras un calefactor.

—Totalmente justificado. —apuntó. La sonrisa que adornó su rostro hizo que, al menos, uno de sus hoyuelos hiciera acto de presencia. Él también dejó de mirar hacia el lago para poder ver a Maddie. —Estás demasiado relajada para ser tú, ¿no?

—¿Qué insinúas?

—Nada. Perdona. A lo mejor me he expresado mal: lo que quiero decir es que estás... relajada. 

—Has dicho lo mismo que antes. 

—Es...

—¿Raro?

—Sí, pero en plan bueno. Raro de extraordinario. Raro de... me alegra verte así.

—¿Relajada?

—Sin pensar tanto las cosas. 

Maddie no pudo evitarlo y esbozó una sonrisa. —Ah, ya. Tienes parte del mérito. 

—¿Yo?

—Siempre me pones las cosas fáciles. Menos cuando juegas a los bolos, pero bueno.

Will apartó la mirada, algo raro en él, y Maddie notó al instante que estaba algo inquieto. Estar prácticamente abrazada a él también había facilitado bastante las cosas: notó que dudaba en su agarre, como si de repente no estuviera muy seguro de estar cubriendo a Maddie de la forma correcta, y le vio tragar saliva y tensar la mandíbula. Después de fruncir el ceño, Madeleine sonrió con algo de malicia.

—O sea, que esto te pone nervioso, pero decirme a la cara que me follarías en la ducha no.

Ahogó un grito y se giró hacia ella con la boca entreabierta, sorprendido y horrorizado a partes iguales, de una forma tan teatral que hizo que Maddie se riera hasta casi llorar. 

—¡Maddie! —gritó Will en un susurro, como si fuera un cura escandalizado y llevándose una mano al pecho— ¡No digas esas cosas en público! ¿¡Y si lo escuchan las pobres ardillitas!?

Ella soltó una ultima carcajada y, sin dejar de sonreír, volvió a apoyar la cabeza en el firme hombro de Will. Dejó que él la envolviera de nuevo con su brazo y se quedó un buen rato ahí, disfrutando de aquel momento de silencio, notando cómo la calidez que sentía en su pecho la cubría como si fuera una especie de manta invisible. 

Ojalá tener siempre esto, pensó. Sin presiones. Sin la necesidad de desnudarse en cuerpo y alma para poder sentir aquella gratificante y acogedora sensación. Sin tener que elaborar un plan meticuloso. Ojalá poder disfrutar de algo genuino, sincero e íntimo como aquello sin que su mente comenzara a plantear escenarios absurdos a la par que factibles. Ojalá poder tener a Bishop cerca, siempre, con o sin un atardecer primaveral que les acompañara.

Ojalá-

—Joder, Maddie. —la voz algo ronca de Will le sacó de sus pensamientos tan de golpe que se separó de él. —Lo siento, pero es que de verdad me estoy congelado.

La de gafas observó el rostro del pelinegro: tenía la nariz algo roja y lucía más avergonzado que molesto.

—Ah.

—Al borde de la criogenización, si me preguntas.

—Ah. Eh, sí, eh... —sugirió ella después de deshacerse de la sorpresa inicial. Agitó la cabeza para despejarse y buscó su bolsa en el césped. Se la echó al hombro y se levantó. 

—Si fuera una película de Disney, sería Frozen. Joder. —volvió a protestar Will, imitando a Maddie y incorporándose. Se sacudió los pantalones y agitó los brazos para entrar en calor. —Lo siento. Ha sido muy anticlimático... —se le escapó una risilla— no pretendía hacer un chiste. ¿Tú estás bien?

—Sí, sí. ¿Nos vamos?

—Por favor y gracias.


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resulta que Wattpad no notifica los capítulos nuevos de esta historia así que os doy un truco que a mí me sirve: entrad y salid de la cuenta (un log out log in de toda la vida) porque es probable que así SÍ muestre las partes nuevas!! 

aún así mantengo que esto será un experimento erótico-dadaísta. stay tuned. 

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