treinta y dos
El partido ya se había reanudado cuando Maddie ocupó su lugar en la grada.
—¿Qué tal el rapidito?
—¿Está bien?
Se dio el lujo de fulminar a Sylvia con la mirada, hecho que fue suficiente para que la de mechas rubias se volviera a sentar en su asiento, en silencio, avergonzada. Maddie se dirigió a Grace, genuinamente preocupada.
—Sí, solo ha sido un susto.
No pudo añadir mucho más; el tiempo de espera entre sets terminó y el árbitro reanudó el partido. Maddie echó un vistazo a la pista: pudo ver a Luca y Ben en sus posiciones, cerca de la red, pero Will se mantuvo en el banquillo con las manos sobre las caderas y semblante serio. Le observó, intentando tener una especie de conexión telepática con él para hacerle llegar su ánimo. Evidentemente, la distancia entre ellos imposibilitó la conexión -porque muy, muy en el fondo, Maddie sabía que la telepatía era posible-.
El set comenzó con la ventaja del equipo contrario. Tras un par de rotaciones y con los rematadores a la zaga, a Hayes no le quedó otra que ordenar un cambio y, de nuevo, Bishop estaba al lado de la red, alzándose como una inexpugnable y sólida torre, pero moviéndose y saltando con la ligereza y rapidez de un felino.
La preocupación que se había instalado en el estómago de Maddie desapareció cuando el marcador empezó a decantarse por los Engineers. Will celebraba cada punto con sus compañeros. No parecía afectado. Tampoco parecía llevar el piloto automático. Estaba ahí, presente, concentrado, animando a sus compañeros y ejerciendo de capitán, siendo consciente de absolutamente todo, incluso de ella.
Lo demostró cuando, a dos puntos del final del partido, mientras esperaba al saque de Luca, se giró levemente a la grada y buscó a Madeleine con la mirada. A pesar de estar lejos, Maddie pudo ver cómo el bloqueador central de los Engineers le guiñaba un ojo.
*****
Las duchas estaban a pleno rendimiento. El vapor de agua humedecía el aire y caldeaba el ambiente. Will oía, entre el caer del agua, cómo sus compañeros bromeaban sobre algunos aspectos del partido. Guardó sus zapatillas en su bolsa de deporte, sacó su toalla y se encaminó hacia las duchas justo cuando, de repente, su entrenador le cortó el paso.
Hayes no parecía estar tan contento como sus jugadores: no hacía falta ser un experto en análisis conductual para ver que estaba cabreado. Will echó un vistazo hacia atrás, pensando que no era él el motivo de aquel ceño fruncido.
—Ponte una camiseta. Ven conmigo. —le ordenó, puede que pasándose de imperativo.
Will quiso suspirar, pero supo que, si lo hacía, solo aumentaría el enfado de Hayes. Obedeció, se echó la toalla a los hombros y arrastró los pies hacia un lugar algo más apartado, donde las voces del resto del equipo no eran más que un murmullo amortiguado por las paredes embaldosadas.
Sabía por dónde iban a ir los tiros. Will agachó la cabeza y se cruzó de brazos antes de escuchar un alterado:
—¿¡Qué cojones ha sido eso, Bishop!?
Solo pudo hacer una mueca y prepararse para aguantar el rapapolvos. Hayes gesticuló cerca de su cuerpo, como si no le diera miedo un chaval que era unos cuantos centímetros más alto, haciendo aspavientos que amenazaron con golpear a Will en los brazos. Él se mantuvo serio, mirando al suelo, haciendo un esfuerzo para procesar las rápidas palabras del entrenador.
—No puedes hacer esto. —le dijo Hayes, sin abandonar el tono autoritario y las exageradas gesticulaciones. —No vas a seguir jugando si esto va a pasarte cada vez más a menudo.
Will alzó la vista. —No va a pasar más.
La carcajada grave y algo burlona de Hayes le sentó como una patada en el esternón. Lejos de sentirse dolido, Will empezó a estar algo enfadado.
—No me convences con esa mirada de perro atropellado. —bufó Hayes. —Te lo dije. Te avisé. Te dije que esto era demasiada presión.
—No me siento presionado.
—Ah, ¿no? Entonces, ¿qué coño ha sido esa escapada al pasillo? ¿esa huidita del puto campo, Bishop? ¡Contéstame!
El pelinegro rodó los ojos y exhaló por la boca, intentando mantener la calma, porque sabía que si Hayes continuaba queriendo llevarle al límite iba a terminar fastidiándolo todo.
—Me agobié. No hay más. —contestó Will, tenso. —Y no volverá a pasar.
—Mira, Will, nos conocemos de sobra. Tú y yo sabemos que, a la larga, esto te superará. Eres un hueso duro de roer. Lo sabemos. Eres un bloqueador excelente, tu defensa es muy buena y tus saques directos son como cañonazos, pero hay que saber cuándo hacerse a un lado, chaval. Te lo he dicho y te lo vuelvo a decir: debes ir pensando en-
—No. —interrumpió el susodicho.
—¿No? Puedes hacerlo por las buenas, como un puto campeón, o esperar a que tu rendimiento baje y hundirte en la miseria. Ve pensándote lo de dejar la capitanía. Puede que este sea tu límite.
Hayes tenía razón, en parte, porque aquellas palabras fueron la gota que colmó el vaso. Will se inclinó hacia su entrenador, mitad escéptico y mitad furioso, sin llegarse a creer lo que le estaba diciendo alguien que varias veces le había mencionado que le quería -casi- como a un hijo, y se puso la mano en el pecho.
—¿Crees que tengo que dejar de ser el capitán ahora, en mitad de un puto torneo? —soltó una risilla cargada de dolor e incredulidad— ¿Crees que por tener un jodido momento de agobio se ha acabado mi puta carrera en el vóley?
—No, Will. Lo único que-
—No voy a dejarlo ahora. Será después del interuniversitario. Te lo dije.
—Solo quiero que sea por las buenas. No mereces ni quiero que tengas una salida nefasta del club. Mañana-
—Ah, no, no. —Will agitó la cabeza y las manos. —Conmigo no sirven las amenazas.
—Mañana no vengas al entrenamiento específico.
No lo pudo evitar. No pudo luchar contra el impulso, la pulsión, o lo que fuera que le condujo a golpear la pared con el puño. Había estado trabajando años en ello, lo había controlado siempre, y resultaron ser unas seis palabras lo que le hicieron explotar. Will ni siquiera sintió el golpe.
—Las amenazas y los castigos no sirven conmigo.—le recordó. —Hasta mañana.
Will se apartó de Hayes y le dejó atrás. El entrenador se giró para ver cómo su capitán caminaba hacia la zona más bulliciosa del vestuario. Antes de que se quitara la camiseta, le llamó. El pelinegro le dedicó una mirada algo recelosa.
—¿Estás durmiendo por las noches, Bishop?
Guardó silencio. Will se enredó la toalla alrededor de la cintura y esperó que el agua caliente de las duchas destensara todos y cada uno de sus músculos.
*****
Muchos de los asistentes al partido, sobre todo los que animaron al equipo visitante, estaban abandonando la zona del pabellón. Maddie, Grace y Sylvia charlaban animadas sobre lo intenso e interesante que había sido el partido. Ninguna de las tres había visto -y mucho menos vivido- un partido de vóley; de hecho, apenas entendían el reglamento, pero salieron con la sensación de que la victoria era suya. El vóleibol era un deporte rápido y muestra de ello era el chute de adrenalina que habían sentido en las gradas.
Con Grace hablando sobre lo mucho que le había gustado uno de los defensas de los Engineers y con Sylvia preguntándose si habría una fiesta post-partido, Maddie vio de reojo que un joven rubio se acercaba a ellas. Vestía con unos vaqueros holgados y una camisa de manga corta, y su aire angelical distaba bastante de la maldad con la que se reía normalmente.
Eardson llamó la atención de las tres chicas con un simple gesto. Las tres amigas cruzaron una mirada interrogante. Fue Sylvia quien dijo:
—¡Hola! ¡Enhorabuena por... ganar!
—Ya, gracias. —masculló Eardson, como si le doliera aceptar una mera felicitación. Rápidamente, se dirigió hacia Maddie. —¿Podemos hablar un segundito?
La de gafas enarcó las cejas. No quiso hacerlo, pero la sorpresa fue tanta que no pudo evitarlo. Asintió y le acompañó a una zona más apartada, cerca de la puerta lateral del pabellón pero a la vista de Grace y Sylvia que, suspicaces, no perdían de vista a su amiga.
—Dime.
Eardson hizo unas cuantas muecas, cual persona saboreando algo amargo, o como si estuviera intentando sacarse algo de la boca.
—Gracias.
Maddie alzó las cejas aún más. —¿Por...?
—Por echar una mano a Bishop. Antes. Cuando...
—Sí, ya. No ha sido nada. —se encogió ligeramente de hombros y señaló la identificación que aún llevaba colgada del cuello con cierto orgullo. —Al fin y al cabo, soy una asistente.
Estaba segura de que la sonrisa sutil que Eardson le dedicó le había dolido más que una puñalada en los testículos, pero Maddie correspondió a ella con otra sonrisa igual de incómoda.
Antes de que el silencio les engullera, Maddie le preguntó: —¿Le pasa a menudo? Cuando he estado con él he notado que... está acostumbrado. Normalmente, cuando alguien tiene ese tipo de ataques por primera vez no actúa con tanta...sensatez.
—Bueno, eh...—se rascó la frente mientras calculaba bien sus palabras— digamos que no es común, pero-
Maddie notó cómo algo caía sobre sus hombros de forma controlada. Se giró hacia atrás. Se le aceleró el corazón cuando vio a Will justo detrás, rodeando sus hombros en un abrazo del que Maddie no pudo escapar. Tenía el pelo húmedo y sonreía con aire vanidoso.
—Sabía que estabais hablando de mí. —dijo. —Cómo no, después de ese punto directo que me he marcado para llevarnos al punto de partido, ¿eh?
—¿Qué tal estás? —preguntó la de gafas. Ni siquiera supo cómo había llegado a articular aquellas palabras. Will la estaba abrazando por detrás. Sentía su pecho pegado a la espalda, y sentía que al mínimo movimiento iba a perder la cabeza. Quizá había sido lo inesperado del abrazo lo que le hizo sentirse así, con una manada entera de ovejas dando vueltas en su estómago.
—Bien.
Will se colocó a su lado. Pareció pensárselo dos veces antes de volver a rodear los hombros de Maddie con un brazo, pegando el costado de la de gafas a su cuerpo, como si quisiera defenderla de las silenciosas pero punzantes miradas de su compañero. Eardson, ante la escena, debió sentirse algo desplazado. Antes de que Maddie pudiera decir algo, el rubio dio una palmada.
—Bueno, os dejo. —les miró una última vez de arriba a abajo y se despidió con la mano antes de marcharse.
Maddie alzó la barbilla para poder observar el perfil de Will. Instintivamente, buscó la mano que tenía apoyada sobre su hombro. Despacio, se deshizo de su agarre.
—Ah, perdona. No quería incomodarte. —como si acabara de salir de un trance, Will se disculpó con una sonrisa algo avergonzada.
—No te preocupes. Es que tu brazo es noventa y nueve coma nueve fibra muscular, y mis hombros no están preparados para aguantar tanto peso.
—Hasta que te acostumbres. —apuntó Will, con aquella certeza con la que siempre hablaba, con esa naturalidad que adornaba siempre sus palabras. Pasó la mano por la cinta del MIT que Maddie llevaba colgada del cuello. —Gracias por la asistencia, asistente. Te queda bien el granate. A lo mejor, además de la tarjeta, también tengo que regalarte una sudadera del equipo.
Ella le dedicó una sonrisa tímida. No supo muy bien qué contestar, así que le preguntó: —Entonces, ¿estás mejor? Has jugado genial.
Casi como si no te hubiera pasado nada.
—Bueno, —frunció ligeramente el ceño y jugueteó con la cinta— un poco raro, como si aún... hubiera cosas que no son reales. O como si acabara de despertarme de una siesta. O como si necesitara una, no sé. Es extraño, pero no del todo desagradable.
—Es normal. Habrás tenido un episodio de desrealización. —supuso Maddie. —También es normal que el cuerpo te pida dormir; tu cerebro trabaja de golpe a mil por hora y, luego, como es evidente, necesita un buen descanso.
Will esbozó una sonrisa. —¿Cómo sabes todas estas cosas? ¿Y cómo sabías qué hacer para ayudarme?
Maddie soltó una risilla y se encogió de hombros. —A falta de mi tesis, soy psicóloga.
—Joder, es verdad. Perdona. —él también se rio. Justo después, se puso algo más serio. Miró a Maddie con sus ojos oscuros pero brillantes, y ella reconoció una leve chispa de admiración en su mirada— Creo que, si no hubieras estado ahí, todo habría sido una catástrofe.
—Claro que no. Has sido tú el que ha controlado tu respiración, el que ha marcado los puntos...
Y de la admiración pasó a la reprimenda. —No te quites mérito, anda.
La de gafas volvió a encogerse de hombros. Will dejó de jugar con la cinta de la identificación. Se cruzó de hombros, soltó un suspiro exageradísimo y se inclinó hacia Maddie para quedar a su altura. Ella sostuvo la mirada del pelinegro hasta que se sintió abrumada.
—¿Qué?
—Tendré que darte las gracias de verdad. —dijo Will. —¿Tienes algo que hacer ahora?
—¿Eh?
—Como mínimo, te debo una cena. Y no, no digas que ''es que solo estaba haciendo mi trabajo'' —intentó imitar la voz y manierismos de Maddie, aunque no resultó del todo bien— porque, si hablamos con propiedad, no eres psicóloga porque aún no tienes el título y tampoco estás colegiada. Así que, querida asistente, deja que al menos te dé las gracias en condiciones, ¿no?
Maddie pestañeó un par de veces. Luego otro par de veces más. Intentó decir algo, pero no lo consiguió y se quedó con la boca abierta mientras Will se echaba hacia atrás, soltando una carcajada melodiosa.
Siempre conseguía dejarla sin jugadas magistrales. Sin ases en la manga. Sin cartas, siquiera. Madeleine envidiaba y se maravillaba a partes iguales con aquella espontaneidad, con aquella aparente capacidad de formar un plan en cuestión de segundos sin tener que estar horas -o días- fijándose en pequeños detalles para armarlo. Maddie echó un vistazo a sus amigas. Luego devolvió la vista a Will.
—¿Es una cita? —consiguió preguntar.
Él ocultó una sonrisa y se encogió de hombros con cierto dramatismo. —Puede, pero ante todo es mi forma de agradecerte que estuvieras ahí.
—Entonces...
—A no ser que quieras que te lo agradezca de otra forma, Maddie.
Cuando su nombre se deslizaba así, como mantequilla, de entre los labios de Will, sabía que había dobles intenciones. Bastaba con escuchar su voz algo áspera, su tono meloso. Cruzó una última mirada con él y se delató: no pudo ocultar aquella sonrisa encantadora que hizo que Madeleine se despidiera de sus amigas con un abrazo rápido.
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nadie está leyendo ni comentando esta historia así que a partir de ahora será un experimento erótico-dadaísta!!! y como nadie lee esto, os lo vais a perder
nos leemos........ en teoría......
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