treinta
Normalmente, el sonido del despertador era con lo que Maddie amanecía todas las mañanas, incluso los domingos. Aquel día, sin embargo, no escuchó el suave tintineo de la alarma; fue Tofu quien, contra todo pronóstico, quien se acercó a ella para comprobar si estaba viva. Madeleine se despertó en el suelo, entre cojines y con una manta sobre las piernas, con un Tofu aparentemente contento moviendo la cola a su lado y una gran dosis de desorientación. Lo último que recordaba era quedarse dormida agarrando el brazo de Will.
Se reincorporó de golpe y se dio cuenta de que tenía la espalda algo dolorida. Echó un vistazo a la habitación, hizo un recuento rápido en su mente y suspiró, algo aliviada, al ver que no estaba en un lugar desconocido. La tranquilidad no le duró mucho.
—¡Mis gafas! —Ahogó un grito y movió las manos por el suelo, ansiosa por encontrar su preciada montura.
Tardó un par de instantes en darse cuenta de que aún las llevaba puestas. Se frotó la cara y se levantó del suelo con una especie de quejido. Tofu, que miraba a su dueña de forma incesante, caminó hacia la cocina. Maddie frunció el ceño y le siguió; quizá se había quedado sin comida, o a lo mejor tan solo quería que su dueña se hiciera una tostada para comérsela.
Madeleine arrastró los pies hasta la pequeña cocina y se quedó a medio camino al escuchar varias voces masculinas, conocidas pero no del todo familiares. A Tofu no parecía importarle mucho tener a tres hombres que superaban con creces el metro ochenta y cinco en la cocina, hablando en susurros a...
—Las seis y media. —murmuró Maddie, mirando el reloj que colgaba de los azulejos. Chasqueó la lengua y siguió a Tofu, que había entrado en la cocina meneando la cadera y esperando a que los improvisados invitados le acariciaran. —No sabía que había reunión de los Engineers a estas horas...
Los susurros cesaron y tres pares de ojos se clavaron en Maddie, que apenas podía procesar la escena a aquellas horas de la mañana: Will, claramente enfadado, agarraba a un alicaído Ben por los hombros mientras Eardson, como de costumbre, tomaba distancia y observaba sin comentar gran cosa.
Como si no quisiera que le viera echándole la bronca a un compañero, Will soltó a Ben y se cruzó de brazos, escondiendo las manos bajo sus axilas.
—Perdona. —dijo, entre una risa nerviosa y puede que culpable —¿Te hemos despertado?
Maddie agitó la cabeza. —No. Eh, am...
No sabía muy bien si era el cansancio o que simplemente no había asimilado tener a tres jugadores de vóley gigantescos en la cocina de su piso compartido, pero no logró decir nada más. Se quedó en el pasillo, lejos, sin saber qué hacer y sin poder moverse, seguramente con la boca abierta y baba cayéndole por la comisura.
Una palmada le hizo reaccionar. —¡Bueno! —Eardson dejó de apoyarse en la pared. Pasó el brazo por los hombros de Ben y le dio un golpe a Will en la espalda. —Caso cerrado. Nos marchamos. Gracias por dejarnos pasar la noche aquí, Maddie.
Ella se limitó a asentir con los ojos cerrados. Al abrirlos, vio cómo Tofu acompañaba a los tres chicos hacia la puerta y ella hizo lo mismo, aunque no en sinónimo de cordialidad, sino para evitar que el perro corriera escaleras abajo. Fue durante el breve camino por el pasillo cuando Maddie se dio cuenta de que algo iba mal. Agarró a Tofu entre las piernas. No tenía pensado decir nada más que un simple ''adiós'', pero Will, antes de salir con sus compañeros, se giró hacia ella con cierto nerviosismo, así que no pudo evitar preguntarle un:
—¿Va todo bien?
El pelinegro echó un vistazo a sus compañeros, que ya se habían despedido de su anfitriona y estaban bajando las escaleras.
—Nada. Cosas de capitán de equipo, supongo.
—¿Es por Ben?
Acertó. —Sí, pero no te preocupes. Hayes ya se encargará de echarle una buena bronca. Y a James también, seguramente.
—Ah.
—Lo siento, ¿te hemos despertado? —le preguntó, haciendo una mueca que demostraba que estaba algo preocupado. Maddie agitó la cabeza al instante, sonriendo, quitándole hierro al asunto y haciendo que Will soltara el aire que llevaba rato reteniendo en los pulmones. —Bueno, igualmente, lo siento. No quería despertarte antes y por eso te he dejado en el suelo...
—Tranquilo.
Will se acuclilló para despedirse de Tofu, acariciándole en la cabeza y detrás de las orejas. Maddie, que sabía que su perro se vendía al mejor postor, tuvo que sujetarle entre las piernas para que no se fuera con el pelinegro.
—En fin, —dijo él, algo más sonriente— gracias por aguantarnos esta noche.
—Suerte.
—Igualmente.
Maddie frunció el ceño. ¿Había sido aquello uno de esos vergonzosos reflejos o realmente le estaba deseando suerte...? —¿Para qué la necesito hoy?
—Bueno, —Will se encogió de hombros— puede que, en vez de suerte, necesites un fisio. Por haber dormido en el suelo, digo—aclaró.
Apoyándose en el marco de la puerta, Maddie soltó una risilla y se cruzó de brazos. —Seguro que tú puedes ayudarme con un par de estiramientos, así que dudo que necesite un fisioterapeuta.
Fue casi imperceptible, pero la sorprendente sugerencia hizo que Will alzara las cejas. —¿Qué grupo muscular necesitas que te estire...?
Un cansado pero gutural bramido interrumpió su particular concurso de miradas. Madeleine pudo ver cómo los rizos dorados de Eardson se asomaban por el hueco de la escalera, impacientes. Will miró hacia abajo y dedicó a Maddie una última sonrisa, rápida pero rebosante de emociones, se despidió con un escueto ''chao'' y bajó las escaleras corriendo para encontrarse con sus compañeros.
Maddie cerró la puerta del apartamento y acarició a Tofu, que parecía estar triste. Al girarse, se topó con Sylvia, despeinada y con los ojos aún entrecerrados por culpa de la claridad.
—¿Por qué necesitas un fisio, Madds...?
—Anda, —colocó las manos en los hombros de su amiga y le obligó a volver a su habitación— vuelve a la cama.
—¿Tan fuerte habéis foll-
Maddie empujó con más fuerza a Sylvia. —¡Abuela! ¡Tómese la medicación, que está delirando!
******
El sol relucía resplandeciente y, por fin, las temperaturas parecían acercarse más a las del verano. No era la época preferida de Maddie, pero debía reconocer que los rayos de sol, cada vez más cálidos, le hacían sentir mejor que en inverno, más enérgica. Sin embargo, aquella semana Maddie tenía de todo menos ganas... en parte por su interminable tesis, pero también porque Matt no dejaba de hablar de Eardson y era terriblemente agotador.
Huyendo de sus compañeros de piso, Maddie decidió salir de casa y aprovechar la tarde... en la biblioteca, por supuesto, rodeada de manuales, despeinándose presa de la desesperación y levantándose cada dos por tres a rellenar su botella de agua mientras el cursor de su portátil continuaba parpadeando en la misma posición.
Pudo ver, a través de los majestuosos ventanales, cómo el sol iba cayendo. Supuso que era hora de abandonar la biblioteca. Recogió sus cosas y echó un vistazo a la pantalla de su teléfono: nada, tan solo la foto de Tofu que siempre le hacía sonreír.
Pensó en enviarle un mensaje a Will. Habían pasado un par de días desde que le vio por última vez y, aunque habían retomado el contacto, los mensajes seguían llegando a cuentagotas. La Maddie más racional, que curiosamente era la que más idealizaba las cosas, no dejaba de repetir que estaba ocupado; la más visceral, por otro lado, seguía diciendo que todo era una mentira y que enviar un mensaje primero era arrastrarse y, por ende, lo más cercano a la blasfemia.
Salió del edificio después de comprobar que no se había olvidado nada. La temperatura era demasiado buena como para no disfrutarla, así que decidió dar un pequeño paseo.
No lo hizo de forma intencional; simplemente apareció por allí, cerca del pabellón donde entrenaban los Engineers, como si una especie de fuerza extracorpórea la hubiera arrastrado hasta a aquel lugar. ¿Quizá era la memoria muscular después de tantos días rondando por ahí?
Independientemente de lo que fuera, pasó de largo, como si no quisiera encontrarse con nadie -por mucho que la curiosidad y el deseo le estuvieran carcomiendo por dentro-. Se dirigió hacia el edificio donde vivía cruzando el parque que separaba la zona residencial del campus. Fue entonces cuando oyó un silbido fuerte y agudo.
Se giró por puro instinto. No vio a nadie a los alrededores, pero volvió a escuchar el silbido... por lo que sí se estaban dirigiendo a ella. Maddie sintió una oleada de alivio cuando distinguió un par de brazos en alto y dos rostros familiares, aunque tuvo que autoconvencerse de que no eran dos osos dispuestos a matarla de un zarpazo. Maldita ansiedad.
—¡Maddie! —canturreó Ben, acercándose con una sonrisa de oreja a oreja.
La susodicha asió con fuerza el asa de su bolso en una especie de acto reflejo. Sonrió. —Hola, ¿qué tal el entrenamiento...?
Podría ignorarle, como había estado intentando hacer hasta entonces, haciéndose la fuerte con los mensajes, pero Will era demasiado Will para ignorar -y no solo por su altura, sino por aquel aura que poseía-. Dedicó una mirada fugaz al pelinegro y una sonrisa que podría calificarse como saludo.
—Bueno, como siempre. ¡Ah! —exclamó, acordándose de algo. Ben palmeó los bolsillos de su pantalón corto y sacó un carné plastificado. —Tenemos algo para ti.
Maddie lo tomó con cautela. Revisó el reverso un par de veces, examinando el carné con cuidado. Ponía su nombre y el logo del MIT decoraba una de las esquinas. Antes de que pudiera preguntar de qué se trataba, Will, con cierto aire vanidoso, señaló el carné con la barbilla.
—Enhorabuena. Ahora eres parte de los Engineers.
La de gafas volvió a leer cada apartado del carné. —¿Asistente?
—Bueno, no eres fisio, ni tesorera, ni preparadora física, ni administradora, ni entrenadora, ni... —comenzó a enumerar Ben, mirando al cielo, como si estuviera buscando en él más categorías. Se encogió de hombros. —Es el puesto donde mejor encajabas.
—Hayes y nuestro administrador lo han gestionado todo. —explicó Will, que parecía haber captado en la mirada de Maddie las ganas que tenía de entender la situación al detalle. —Querían darte una compensación económica por las clases particulares, pero como nuestros fondos dependen del departamento de deportes de la universidad, la única forma de justificar tu ''sueldo'' —hizo un gesto de comillas con los dedos— era haciéndote formar parte del club. Puede que también te hayan matriculado de forma fraudulenta en alguna carrera del MIT, pero no te preocupes: no tienes que ir a clase.
—¿Tendré que pagar la matrícula aunque sea una alumna fantasma?
—No... Hasta donde yo sé, claro.
Maddie quiso creer que lo de su segunda -y fraudulenta- carrera era una broma. Jugueteó con el carné unos segundos y sonrió.
—Gracias.
—Es lo mínimo que podíamos hacer. —Will le devolvió la sonrisa.
—Ah, ¡con el carné puedes venir a nuestros partidos! ¡A todos! A los de casa, al de Cincinnati, al de Nueva Jersey... —exclamó Ben, con aire orgulloso.
La sonrisa de Will se ensanchó, pero adquirió un cariz juguetón y algo soberbio. Se cruzó de brazos. —Ahora no tienes excusa, Maddie. El sábado jugamos en casa. Ven a vernos.
El tono de su voz, melódico y a la vez algo áspero, hizo que la de gafas tragara saliva. Ella simplemente asintió, forzando una sonrisa que luego se tornó natural al ver cómo Will la miraba con cierta esperanza.
El pelinegro sacó de su bolsillo su propia acreditación y le quitó la cinta identificativa para ponerla en la de Maddie. Ella le dejó hacer, sin rechistar, sin siquiera decir nada cuando Will se tomó la libertad de colgarle la cinta del cuello, o cuando le retiró el pelo hacia atrás para que no le molestara.
—¿Te veo el sábado? —le preguntó.
—Si ganáis, sí. Si no, me iré a mitad de partido —soltó Maddie.
—Qué presión...
—Puedes ir con tus amigas, si quieres. —le recordó Ben, que parecía ajeno a la tensión creciente entre su capitán y Maddie.
—¿Como si fuéramos vuestras groupies?
Will sofocó una carcajada. —Bueno, somos bastante diferentes a unas estrellas del rock. Nos hacen controles anti-dopping, así que no nos podemos drogar como ellos y el post-partido no es tan entretenido como una fiesta con groupies...
—Lo dices como si estuvieras decepcionado. —comentó Maddie.
—Un poco; no te voy a mentir.
—¿Por el aspecto de las groupies o el de las drogas?
—Por el de las drogas, por supuesto.
—¡Ah! ¡Y puedes venir a ver los entrenamientos a puerta cerrada, y a la concentración de verano, y a...! —continuaba Ben.
Will exhaló con una mezcla de hartazgo y ternura. Agitó la cabeza y agarró a Ben por los hombros. Le dedicó una última sonrisa radiante a Maddie.
—El sábado a las cuatro, donde siempre. Espero verte en la grada.
Y yo también, pensó Maddie mientras veía a los dos jugadores marchar en sentido contrario. Las palabras de Will, sus hoyuelos y aquella mirada esperanzada estuvieron torturando a Maddie el resto de la noche.
O le beso el sábado o me muero. Su mente no concebía otra opción.
*****
¿Quién estaba más nerviosa? ¿Maddie o el equipo que jugaba en una cancha ajena, fuera de casa, contra uno de los oponentes más fuertes del torneo? La respuesta estaba clara: solo bastaba con ver cómo Maddie no dejaba de esconder sus manos entre las mangas largas de una camisa que, claramente, le estaba sofocando. Para colmo, hacía calor en el pabellón: los focos estaban encendidos para iluminar mejor la cancha, las gradas estaban llenas y, encima, el simple hecho de estar nerviosa le hacía sentirse aún más acalorada.
Echó un vistazo a la pantalla del teléfono de Sylvia mientras se abanicaba con las manos.
—Entonces, ¿juegan seis o siete?
—¿De verdad estás mirando las normas del voleibol en Wikipedia? —preguntó Maddie, entre sorprendida y fascinada.
Sylvia le dedicó una mirada de lo más seria. —No he visto un partido de vóley en mi vida.
Maddie se limitó a fingir que ella sí sabía de lo que iba el juego. —Bueno, ahora lo verás. Es rápido pero divertido. —soltó, como si llevara toda una vida sabiendo de vóley, como si no se hubiera visto un video recopilatorio en YouTube antes de ir al pabellón.
Fue Grace quien le dio unos golpecitos a Maddie para indicarle que el capitán de los Engineers había aparecido en la cancha para continuar el calentamiento.
Aunque para calentamiento el del interior de la propia Madeleine, que debía estar roja como un tomate por culpa de la camisa y con las gafas a punto de empañarse.
A pesar de estar notablemente lejos y a pesar de ser una gran miope, Maddie observó que Will estaba más serio de lo normal. Le parecía algo extraño, ajeno, el estar viéndole desde una grada, entre otros cientos de pares de ojos, y aun así sentir la tensión que él sentía. Y también le resultó raro verle así, en las carnes de un capitán, y no como el chico desenfadado de siempre. Tenía un aura distinta. Más pesada. Algo más oscura.
Los dos equipos realizaron la parafernalia típica de un partido oficial. Seis jugadores se colocaron en sus respectivas posiciones. Un pitido dio comienzo al partido, y en cuestión de un saque y tres toques, el marcador ya se puso a favor del equipo del MIT.
Sylvia ahogó una exclamación. —¡Joder, pues sí que es rápido!
Y razón no le faltaba: el minutero del reloj apenas se había movido de sitio y los Engineers ya llevaban ventaja.
Un remate, un bloqueo, punto. En un abrir y cerrar de ojos. Los vítores, los aplausos, el fuerte sonido de las manos golpeando el balón, el chirrido de los pies contra el suelo de linóleo, los aplausos, aquel hombre que había llevado un megáfono para gritar sus cánticos... El ambiente podría tildarse de festivo, aunque se escuchara algún que otro insulto por las gradas, y a Maddie le hubiera encantando disfrutar de ello tanto como sus amigos, pero había algo que le estaba impidiendo hacerlo.
Quizá estaba demasiado concentrada en no ser vista por Will. El pelinegro no había levantado la vista hacia las gradas en ningún momento, pero Maddie temía dos cosas: una, que la viera babeando por él de la forma más inapropiada posible, porque la equipación oscura del equipo le quedaba demasiado bien y se le ceñía a los hombros y a la cadera; y dos, que la viera fea y con el flequillo pegado a la frente por el sudor.
O quizá estaba teniendo un presentimiento algo oscuro, una corazonada que no le daba muy buena espina. Maddie intentó convencerse de que eran cosas suyas, que la potente luz de los focos y la cantidad de ruido le estaban pasando factura, pero el partido empezó a torcerse: el equipo contrario empató y comenzó una pelea interminable por el punto de set.
Maddie no podía retirar la vista de Will, así que vio perfectamente cómo, en comparación con sus compañeros, jadeaba algo más. Le vio dirigirse un instante hacia el banquillo y Hayes, sin dudarlo, pidió tiempo muerto. Todo el equipo se reunió en torno a su entrenador. Algunos de los jugadores, Eardson incluido, animaron a Will dándole unas palmaditas en la espalda. Cuando Maddie pudo verle mejor, se dio cuenta de que llevaba una toalla sobre los hombros.
La de gafas frunció el ceño cuando vio que Will no volvía al juego. Hayes y el asistente del equipo habían hecho un hueco y estaban hablando con el capitán, sentado en el banco, con los codos sobre las rodillas y la cabeza gacha. Ni el entrenador ni el asistente parecían estar echándole una reprimenda; parecía, más bien, que le estaban tranquilizando.
Tras cruzar unas últimas palabras con el asistente, que revisó algo en su tablet, Will se levantó del banco y salió por completo del área de juego, pasando por el banquillo sin decir nada a sus compañeros, que animaban el juego desde aquel pequeño recuadro.
Maddie notó cómo sus amigos se giraban hacia ella, buscando alguna explicación.
—¿Qué ha pasado?
—Ni idea. —murmuró Maddie.
—¿Eso se puede hacer? —preguntó Grace. —¿Lo permiten las normas?
—A lo mejor es que se está cagando. A saber. —sentenció Sylvia.
—No.
Es algo más, estuvo a punto de añadir Maddie en cuanto vio a Will salir por una de las puertas laterales del pabellón. Agarró su bolso sin pensárselo mucho y se abrió paso entre los espectadores con suaves y vergonzosas disculpas hasta que llegó a las escaleras de las gradas. Las bajó casi de dos en dos, salió de la sala principal y correteó hacia el pasillo que vertebraba aquel enorme pabellón.
Miró a su alrededor, logró ubicarse y caminó con rapidez hacia donde supuso que estaría Will. Le vio a lo lejos, con la toalla alrededor del cuello y los brazos en jarras.
De repente, un hombre vestido con un mono negro y pinta de ser el personal de seguridad se interpuso en su camino. Maddie se paró en seco, hurgó en su bolso y sacó el brillante carné en el que claramente se leía, con letra grande y en negrita:
—¡Asistente! —exclamó, casi a grito pelado, mostrándole al hombre el dorso del carné— ¡Soy una asistente del equipo!
El segurata pestañeó un par de veces y se apartó sin decir nada. Probablemente ni siquiera estaba pidiendo explicaciones, solo pasaba por allí, pero Maddie no reflexionó mucho sobre ello.
Conforme se acercaba a Will, mejor veía cómo se movía su pecho. Cómo de rígida tenía la espalda. Cómo no dejaba de mover una pierna, intentando disipar la energía que se estaba acumulando en su cuerpo de alguna manera. Maddie se acercó a él con lentitud y cuidado, pero también con paso firme y decidido.
Maddie, por formación y experiencia, sabía lo que le estaba pasando. Bastaba con ver cómo Will tenía la mirada perdida en un punto imaginario del suelo, con cómo su respiración era superficial por mucho que intentara controlarla, para saber que estaba al borde de sufrir un ataque de pánico.
**********
sorpresa!
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