trece
La luz cálida del atardecer se colaba por los ventanales de la biblioteca, iluminando las mesas de cedro donde varios los estudiantes leían y releían sus apuntes. Madeleine y Will caminaron lo más silenciosamente posible por el pasillo central. Doblaron una esquina, dejando atrás la imponente sala principal, y entraron en una sala algo más pequeña, menos vetusta, con el suelo enmoquetado y estanterías algo más nuevas.
Maddie, que había tomado la delantera, miró hacia atrás para comprobar que Will continuaba siguiéndola. Era ligero y silencioso como un gato, algo bastante incongruente teniendo en cuenta su envergadura y su capacidad para lanzar balones a una velocidad monstruosa. Madeleine se arrepintió de calzar sus mocasines con plataforma; en comparación con las pisadas de Will, ella iba montando un escándalo. Algún que otro estudiante se giró hacia Maddie, pero agachó la cabeza hasta que logró encontrar la zona catalogada como ''P. Evol''.
Se escondió entre las estanterías. Will no tardó ni dos segundos en hacer lo mismo.
—¿No será más fácil preguntar por el manual que necesitas...? —susurró Will, que había fruncido el ceño y colocado los brazos en jarras. Su expresión se acercaba más al disgusto que a cualquier otra emoción, como si le asqueara el hecho de estar ante tanta cantidad de libros sobre Psicología Evolutiva —¿O buscarlo en Google?
Madeleine le fulminó con la mirada. Fue suficiente para que el pelinegro alzara las manos mientras emitía una disculpa entre risillas suaves.
—Necesito manuales sobre adolescencia. —Maddie observó los estantes un par de segundos y se volvió hacia Will. —Con el carné de estudiante solo puedo llevarme tres, pero con el tuyo...
El pelinegro se rascó la barbilla, pensativo, haciendo memoria sobre la normativa sobre el préstamo de libros. —Todos los que te dé la gana, supongo.
—No soy tan ambiciosa. Con cuatro o cinco, me basta.
Will asintió. Dejó su bolsa de deporte en el suelo, con cuidado de no hacer mucho ruido, y echó un vistazo a los libros de los estantes superiores. —¿Algún criterio más para elegir manual? Por aquí hay muchos sobre adolescencia... No creo que quieras leer todo esto. Vamos, yo, al menos, no lo haría.
Madeleine tardó unos cuantos segundos de más en responder, sintiéndose algo abrumada por la mirada oscura de Will sobre ella. —Pues... si tratan sobre trastornos de ansiedad, mejor.
—Pues manos a la obra, supongo.
Le encantaría haberle tenido como compañero de trabajos grupales: Will no rechistó, simplemente comenzó a hacer la tarea -y de una forma bastante diligente y rápida-, eligiendo algunos libros después de hojearlos, encargándose de peinar un extremo de la estantería mientras Maddie observaba el contrario. Se quedaron en silencio, al menos hasta que Will, con un par de manuales en una mano y algo más cerca de Maddie, decidió preguntarle:
—¿Tienes que estudiarte todo esto?
—Ah, no. Es para mi tesis.
Le vio alzar las cejas, inclinando ligeramente la cabeza, interesado. —¿Y de qué va tu tesis, si se puede saber? —se puso la mano libre en el pecho—no tengo ni idea de Psicología, pero estaré encantado de escucharte.
Los últimos rayos de sol del día se reflejaban en el sonriente rostro de Will, que parecía incapaz de deshacerse de aquella malicia encantadora, añadiendo calidez al ambiente. Su voz había sonado suave pero grave, algo cantarina, y Maddie no pudo evitar disfrutar de la escena: un chico entre las estanterías de madera oscura de la biblioteca, sujetando los libros que ella necesitaba, con el atardecer inmiscuyéndose por el pasillo... parecía sacado de una película, de una de esas romanticonas y adolescentes. Maddie agachó la cabeza para esconder la sonrisa orgullosa que había curvado sus labios; al fin y al cabo, había sido ella la guionista y directora de aquella escena.
—Sobre trastornos de ansiedad en adolescentes. Se trata de contrastar la literatura y los criterios actuales para ver si son correctos o si, como sospecho, están desactualizados.
—Ambiciosa y con iniciativa, ¿eh? —comentó Will, dedicándole una última sonrisa que mostró sus colmillos. Volvió a rebuscar entre los libros, pasando el índice por el lomo de algunos. —¿Y cómo lo llevas?
—Según mi tutora, bien. ¿Algún consejo de futuro Doctor...?
El pelinegro se detuvo un instante. Se irguió, frunció ligeramente el ceño, pensativo, y terminó por agitar la cabeza. —No sé. No la cagues.
Madeleine sintió que aquellas palabras tenían otro significado diferente al aparente. Decidió no darle muchas vueltas.
—¡Muchísimas gracias! ¡Guau, magnífico consejo!
—Oye, — Will sofocó una carcajada— habla más bajo, que tus compis de la biblioteca al final nos van a mandar callar.
—Uy.
—Maddie.
Se giró hacia él. Siguió la línea que Will estaba dibujando con su índice. La estaba señalando. En concreto, a sus manos vacías. —¿Qué?
—¿Por qué yo tengo todos estos tochos —preguntó, alzando los pesadísimos libros que tenía en la mano como si se tratara de un único folio— y tú aún no tienes nada?
Madeleine hizo un gesto con la barbilla, apuntando con algo de desdén a la estantería. —Es que aquí no hay nada.
Mentira. Había manuales de sobra, pero, mientras fingía que leía los títulos de algunos, su mente estaba calculando su próximo movimiento. Tenía a Will ahí, al lado, en un ambiente casi privado -si ignoraba algunas mesas ocupadas que podía ver al final del pasillo-, pero tan solo pensar lo que podría pasar le ponía de los nervios. Sentía que las mariposas de su estómago se convertían en una enfurecida bandada de pájaros. De momento, odo iba como lo esperado, pero si, cómo le había dicho él, la cagaba... Quizá no volvía a verle. Quizá la tacharía de aburrida, friki y cuatroojos, quizá...Quizá no debería pensar tanto, ni medir sus palabras y acciones, ni tener miedo de los resultados. Quizá debería dejarse llevar.
Le gustaban las chicas lanzadas, sí, pero Maddie tampoco pretendía hacer todo el trabajo. Aprovechando su excusa, se acercó a él y continuó fingiendo que le llamaban la atención algunos libros que luego, tras sacar de la estantería, devolvía a su sitio.
Podía notar la calidez del cuerpo de Will. Le tenía a su derecha, alzando el brazo para llegar al último estante sin ningún tipo de problema. Ventajas de medir uno noventa. Madeleine dejó escapar un suspiro y Will se giró hacia ella.
—Solo he encontrado esto. —murmuró, enseñándole la portada del único libro que había escogido. —¿Tú que tienes...?
Había elegido cuatro manuales. Uno a uno, se los tendió a Madeleine. Ella no le felicitó por su eficacia, pero se quedó con ganas de hacerlo. Había elegido bastante bien. Will parecía saberlo. Era consciente de que había hecho un buen trabajo: bastaba con ver cómo había inflado el pecho y cómo sonreía con suficiencia. Maddie se lo agradeció con una sonrisilla.
—Espero que te sirvan.
—Yo también.
Madeleine hojeó uno de los libros con rapidez, intentando filtrar toda la información relevante. En efecto, era una buena elección.
No se dio cuenta, pero la de gafas debió hacer un gesto, mueca o movimiento que llamó la atención de Will. En el más absoluto de los silencios, volvió a recuperar los libros que había elegido, quitándoselos a Maddie de las manos y aligerando el peso que soportaba. Ella no se había quejado en ningún momento. ¿O acaso había dicho lo que pensaba en voz alta y ni siquiera se había dado cuenta? Perpleja, sin poder asumir del todo aquel gesto, que podría ser desde algo meramente gentil hasta la acción más romántica que jamás habían hecho por ella, Madeleine siguió a Will hasta una mesa libre y algo alejada del resto.
—Estaremos más cómodos aquí. —dijo, posando los libros en la madera. Tomó asiento en una de las cuatro sillas. Al arrastrarla, produjo un chirrido que alteró a más de un estudiante. Los dos pudieron escuchar un aplastante 'shhh'. Will puso mala cara y buscó con la mirada al ofendido. Luego, apoyó los codos en la mesa y se quedó observando a Madeleine.
No pudo disimularlo mucho. La tenía ahí, sentada a su lado, con los reflejos caoba de su cabello acentuados por la luz vespertina, pasando con delicadeza las hojas de un manual que parecía de lo más aburrido, empujándose la montura de las gafas cada vez que se le resbalaba. Estuvo a punto de pasarle una mano por el mechón rebelde que cada dos por tres se le venía a la cara, pero supo que hacer algo así, tan de repente, asustaría a Maddie. Además, ya se encargó ella misma de guardarse el mechón tras la oreja. No volvió a molestarla.
Madeleine sintió la mirada oscura y felina de Will sobre ella todo el rato. De hecho, no fue capaz de concentrarse en las letras que formaban el texto del manual; se dedicó sola y exclusivamente a pasar las páginas, tal y como haría un niño que aún no sabía leer. En su cabeza, en vez de visualizar la información que tenía delante, solo aparecían pensamientos rápidos e incongruentes: tengo un moco en la nariz. Tengo una araña en la oreja. Me está mirando porque tengo el pelo fatal.
No se relajó hasta que vio, por el rabillo del ojo, cómo Will abría su bolsa de deporte y sacaba la funda de un portátil. Fue entonces cuando Maddie pudo respirar tranquila y concentrarse en la lectura. Oyó cómo Will tecleaba algo en su ordenador.
Pasaron unos cuantos minutos. Madeleine ya había acabado de leer el primer libro cuando, de la nada, Will soltó:
—Estabas muy guapa en la foto.
Se giró hacia él con más dramatismo del calculado. El pelinegro tenía la vista pegada en la pantalla de su ordenador y parecía algo desinteresado. Eso era lo peor de todo. Que había sonado como si lo hubiera dicho por obligación.
—¿Qué foto?
—La de tu Instagram, esa en la que llevas una camiseta azul.
Los circuitos de Madeleine comenzaron a dar error. Sus engranajes empezaron a atascarse. Nadie antes le había dicho que salía guapa en una foto. Ni que era guapa. Como mucho, mona. Y, si se lo habían dicho, había sido solo para gastarle una broma de lo más pesada. O con el sarcasmo más hiriente del universo. Maddie analizó mejor el tono de voz de Will.
No parecía estar bromeando.
—Ah, ya.
—Va en serio. Sales guapísima.
Porque estoy maquillada con cuatro capas, aunque no te lo creas; porque Matt me ayudó a que el ángulo fuera bueno y me iluminó con el flash de su móvil, y porque Sylvia me dejó uno de sus sujetadores push-up. No es que saliera guapa, es que estaba producida. Y seguí un tutorial de maquillaje de una modelo de Instagram.
Madeleine alcanzó otro manual y, sin decir nada, se puso a leerlo. Escuchó una risilla ronca, puede que algo fuerte para estar en una biblioteca, y notó cómo Will se echaba hacia atrás, estirando los brazos sobre la mesa.
—¿No te lo crees? —dijo Will, incrédulo, seguramente sonriendo de aquella forma tan socarrona. —Maddie-
—Shhhh. —le mandó callar, llevándose el índice a los labios, puede que con algo de desdén y sin siquiera apartar la vista del manual. —Estamos en una sala de estudio. Vas a molestar al resto.
Su aparente y repentina hostilidad hizo que la sonrisa de Will se ensanchara unos cuantos milímetros, como si disfrutara de ver a Maddie mosqueada... y un poco sonrojada, porque, por muy pálida que fuera y por muy bien que escondiera sus sentimientos, el rubor de sus mejillas era inconfundible.
Maddie inspiró profundamente por la nariz y soltó el aire despacio, aliviada, cuando el silencio se instaló entre ellos de nuevo. Se volvió a retirar algunos mechones del rostro y comenzó a leer con cierta parsimonia.
Y, de repente, aquella calidez envolvente que inundaba todo su cuerpo. No, no era calidez. Era calor, algo sofocante, de hecho. El pelinegro se había inclinado hacia ella, con aquella naturalidad que parecía serle innata. Mantenía su mano derecha sobre la mesa, cerca del manual, y había colocado la contraria en el respaldo de la silla de Madeleine, acorralándola.
Lo peor de todo es que Maddie sentía el rostro de Will demasiado cerca de su oído. Supo que estaba pegado al suyo cuando notó el cosquilleo de sus labios al hablar y los rastros de una barba incipiente pero aún invisible. Madeleine sentía que iba a tener un infarto.
—¿Qué tengo que hacer para que me creas? —susurró a su oído, haciendo que un escalofrío aterradoramente placentero recorriera la espalda de Maddie.
Si existiera una representación gráfica de la mente de Maddie, serían miles de críos corriendo, chocándose y gritando, todo un descontrol. Tragó saliva de forma inconsciente, calmó su respiración y tuvo las agallas para encarar a Will que, como se había imaginado, sonreía con picardía.
—Crear un cohete, aunque no seas ingeniero aeroespacial, ir hasta Marte y traerme un souvenir.
Le notaba cerca. Peligrosamente cerca. Y cada vez tenía la mirada más baja.
Will hizo una especie de puchero. Madeleine estuvo a menos de una milésima de segundo de agarrar el rostro del pelinegro con su mano para preservar aquel mohín. —Me temo que me falta mucha pasta.
—Prueba con un crowdfunding.
Emitió una risa grave, breve y suave. Luego, después de un ademán de alejarse, se acercó más a ella. Fue una especie de finta. Un engaño que pilló a Madeleine por sorpresa, a pesar de que sabía que Will era conocido por ser un jugador que siempre lograba confundir al adversario.
Madeleine sintió cómo la nariz de Will se rozaba con la suya. Cómo inclinaba el rostro para que sus labios encajaran mejor con los de ella, cómo llevaba su mano izquierda hacia la espalda de Madeleine. Todo indicaba un beso allí mismo, en la biblioteca, con gente alrededor pero lo suficientemente lejos, con los últimos rayos de sol iluminándoles de refilón. De hecho, la de gafas intentó que los pensamientos intrusivos no taladraran su cabeza; Will parecía bastante más experimentado que ella -bastaba con ver cómo se había acercado, sin ninguna clase de vergüenza-, y aquello solo hacía que Madeleine se sintiera... insegura.
—¿No vas a lanzarte ahora, Maddie? Me tienes a huevo.
Joder, le tenía cerquísima. Le tenía tan cerca que casi, casi podía sentir sobre la piel de su rostro cómo los labios de Will dibujaban cada palabra, cada sílaba. Joder.
Fue presa del pánico unos instantes. Maddie no supo que hacer hasta que, de repente, al alzar la vista, reconoció un brillo bastante peculiar en los ojos de Will. Algo le dijo que un beso no sería suficiente. Que, en realidad, las chicas lanzadas no le gustaban tanto como las que eran capaces de seguirle el juego.
Así que, Madeleine le tapó la boca con la yema de los dedos y le echó hacia atrás. Will abrió los ojos, sorprendido.
—Shhh, estamos en una biblioteca. Y es época de exámenes. No podemos comer delante del hambriento, hombre.
Maddie sintió alivio por dos razones: una, porque había evitado un beso para el que no estaba preparada, un beso que deseaba y repugnaba a partes iguales; y dos, porque su improvisada actuación había surtido efecto. Lo supo cuando Will, con aparente derrota, se separaba con un largo y cómico suspiro. Por mucho que intentara esconderla, se le escapó una de esas sonrisas ladinas mientras negaba con la cabeza.
—Vaya, este mundo está lleno de envidiosos...
Alguien -que no era Maddie- volvió a mandar callar a Will, que entonces sí pareció ofenderse. Masculló algo que la de melena castaña no entendió. Devolvió la vista al libro aún abierto y, sin pensarlo mucho, comenzó a leerlo otra vez. Pudo concentrarse unos cuantos segundos. Luego, sintió una especie de cosquilleo en sus entrañas. Una desazón algo incómoda que sentía que solo podría solucionar el chico que tenía al lado.
Guau. ¿Era aquello la famosa tensión sexual no resuelta de la que hablaban en los libros?
—Hey, —susurró Will, inclinándose de nuevo hacia Maddie. Guardó un par de centímetros entre ellos, los suficientes para que ella pudiera sentir su calor, pero no atosigarse con él— sobre el favor que me prometiste-
—¿Viste a Eardson salir de mi piso? —cortó Madeleine.
Will echó ligeramente la cabeza hacia atrás, extrañado por el repentino cambio de tema. —Sí. ¿Por...?
—Es que se lió con mi compañero de piso, Matt, y le ha ignorado por completo después de un par de días hablando sin parar.
El pelinegro abrió la boca. —¿Qué?— gritó en un susurro. Luego, algo pareció llegarle a la mente. Madeleine pudo visualizar cómo se le encendía la bombilla. —Ah, claro. Por eso andaba tan raro estos días.
—¿En el sentido literal o en el figurado?
—Ambos.
—Bueno, da igual. —Madeleine no quiso entrar en detalles. —La cosa es que, en mi opinión, los dos están... Funcionando peor de lo que deberían. Y tú, como capitán del equipo de vóley, creo que deberías... hacer algo para que el rendimiento de Eardson vuelva a ser el de antes, ¿no?
Will sonrió con malicia. —Quieres emparejar a tu amigo con Eardson, ¿verdad? Seguro que él también está fucionando un poquito peor...
Fue Madeleine la que tuvo que disimular su sorpresa. —Algo así, sí. Creo que sería-
—Lo mejor para los dos, ¿a que sí?
La de gafas asintió. No pudo evitar mostrarse algo suspicaz. —¿Por qué lo has adivinado?
—No lo he adivinado. Yo también lo había pensado, Maddie, porque estoy harto de que Eardson siempre llegue con cara de malas pulgas a los entrenamientos... Llámame egoísta, pero no quiero aguantar sus berrinches con los de primero porque no ha vuelto a ver a su rollo. Yo no te veo todos los días y no voy por ahí fumándome un piti, melancólico, hasta que llego a entrenar y me transformo en Belzebú, ¿sabes?
Madeleine decidió ignorar parte de la última frase; pensaría en ello toda la noche y no podría dormir. —Vale, pues, entonces-
Will deslizó la mano por la mesa hasta quedarse inclinado sobre Madeleine, de nuevo. Ella no se sintió tan intimidada como la primera vez. El pelinegro pegó su mejilla a la contraria de Maddie para poder hablarle al oído:
—El sábado es la fiesta pre-exámenes. Estará Eardson. Tú asegúrate de llevar a tu amigo y tus mejores galas; del resto me encargo yo.
Sí, definitivamente lo que sentía Madeleine cuando Will utilizaba aquel tono confidente era la tensión sexual no resuelta.
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bueno....
no sé cómo leeréis este capítulo porque la menda ha tenido que subirlo desde la tablet. suelo escribir a ordenador, pero.............. mientras estaba aporreando el teclado, dejó de funcionar y mi queridísimo portátil reventó. está arreglandose (espero y manifiesto), así que no es un problemón 🤩🤩😃🥰🥰😇😇🥳🥳 peor lo tienen las chicas de ao3 que del día a la mañana están en la carcel por delito de homicidio!!!! jejejejeje
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