Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

nueve

Lo único que iluminaba el camino era la linterna del móvil de Madeleine, que caminaba a paso rápido para llegar cuanto antes a la carretera. No le hacía mucha gracia caminar en plena oscuridad, guiada por las farolas del horizonte, por un campo de césped que parecía interminable.

Algo rozó su tobillo. Algo extrañamente cálido y firme. Madeleine ahogó una especie de chillido y se apartó dando un par de saltos. Casi perdió el equilibrio. Apuntó con la linterna del móvil hacia aquella cosa que había tocado y gritó aún más cuando vio su envergadura. Habría preferido que se tratara de una víbora matahumanos antes que de un cuerpo humano gigantesco. 

Reconoció su rostro y, sobre todo, sus mechas platino. Madeleine se acuclilló para comprobar si estaba vivo; gracias al cielo, respiraba y murmuraba algo entre quejidos. Aún sujetaba un vaso de plástico lleno de líquido en una de sus manos.

—¿Ben? —tartamudeó Maddie. —¿Estás bien?

Era obvio que no, pero él asintió con los ojos entrecerrados. —Sí... Bóbodo... je, je. 

—¿Cómodo? —interpretó la de gafas. Observó mejor a Ben Acrey: estaba tumbado boca arriba y a juzgar por su expresión placentera sí que estaba viviendo su mejor vida. 

Tá besquito... —volvió a reír. 

—Está fresquito, ya. ¿Cómo has llegado hasta aquí si hace dos minutos estabas en la fiesta y... normal? —si no recordaba mal, no estaba tan, tan borracho. —¿Puedes levantarte? ¿Ben? ¿Me oyes?

Su estado de embriaguez era vergonzoso. Madeleine no quería sentirse moralmente superior porque estaba claro que Ben se lo estaba pasando en grande, pero no pudo evitarlo. Ella no necesitaba emborracharse para disfrutar de la noche, y eso era justamente lo que le hacía ser la rara. Suspiró y estiró las piernas. Miró a su alrededor, a la hora reflejada en la pantalla del teléfono y, por último, a la residencia que había dejado atrás. Luego, observó a Ben.

En realidad, no tenía por qué ayudarle. De hecho, aquella vocecita malévola y rencorosa que siempre acechaba a Maddie no dejaba de decirle al oído que, por favor, le dejara allí tirado; no tenía nada que ver con él y estaba deseando desvincularse del equipo de vóley, así que... ¿por qué no dejarle a su suerte, en la intemperie, con la temperatura cayendo y una borrachera de película?

*****

La partida de beer-pong estaba animándose justo cuando el móvil de Will empezó a vibrar en el interior de su bolsillo. Chasqueó la lengua, alzó las manos para disculparse con su entregadísimo público, dio unas palmadas en la espalda a su rival (que iba perdiendo) y se alejó. Encontró algo más de silencio justo a la subida de las escaleras. Dejó su bebida en el inicio del pasamanos.

Frunció el ceño cuando vio quién le llamaba. Se humedeció los labios cuando notó que el corazón le empezaba a latir con más fuerza que antes. Inspiró profundamente y deslizó el pulgar por la pantalla.

—¿Maddie...?

Tardó un par de segundos en oírla, como si se estuviera pensando bien su respuesta. —Has perdido a uno de tus corderitos.

Will alzó las cejas en una especie de acto reflejo, entre intrigado y escéptico. Miró hacia todos los lados con esperanza de encontrarla. ¿Era una especie de escondite? ¿Le estaba dando pistas porque estaba en la fiesta? Le parecía algo enrevesado, pero al menos era entretenido. 

—¿Pretendes que te busque...? —preguntó él, sonriendo por culpa de las miles de expectativas que se estaban formando en su cabeza. —Espero que estés lejos, porque si no-

—Ben está borracho, tirado en el césped del jardín. Ven y llévatelo antes de que se lo coma un jabalí.

Y colgó. 

El pelinegro se quedó mirando la pantalla del teléfono unos instantes. Maddie no parecía estar jugando; de hecho, por su tono de voz imperativo, estaba bastante irritada... así que no se trataba de un escondite travieso, sino de algo serio y urgente. No le quedó otra que tragarse su propia vergüenza, terminar su Coca-Cola y salir de la residencia entre suaves disculpas. 

El frío azotó sus mejillas en cuanto puso un pie en la calle. Las noches primaverales en Boston no eran primaverales, en realidad. Intentó ver, entre la oscuridad que engullía el jardín, las figuras de Maddie y su mejor amigo. No pudo distinguirlas bien, así que simplemente se acercó al único bulto oscuro que se asemejaba a un cuerpo humano. 

Maddie le recibió en la semioscuridad. Estaba encogida de frío, abrazándose a sí misma e intentando cubrir su torso con sus brazos. Will agachó la vista al oír un quejido gutural. Era Ben, sentado en el suelo con las piernas cruzadas y con una chaqueta de cuero sobre los hombros. Bueno, decir que llevaba la chaqueta sobre los hombros era una exageración: su envergadura hacía que la chaqueta pareciera más bien un chal... o ropa de niño. Era ridículamente gracioso, pero Will se mordió los carrillos para no carcajearse cuando se dio cuenta de la verdadera situación. 

Madeleine había dejado su chaqueta a Ben; por eso se estaba helando de frío.

Casi sin pensárselo, Will se quitó su sobrecamisa. 

—Gracias, Maddie. Eres un ángel. —le dijo, esbozando una sonrisa que seguramente no podía ver. —Ten. Me llevo a este imbécil dentro y-

La de gafas le quitó la camisa de forma brusca de la mano, recuperó su chaqueta de cuero y le dejó la prenda a Ben. Lo más lógico era pensar que lo había hecho porque, aunque no compartieran talla, la camisa le quedaría mucho mejor que una chaqueta diminuta... pero el desdén del gesto le dijo a Will que había algo más. Estaba molesta. ¿Quizá era por el frío...?

—Genial. —fue lo único que refunfuñó Maddie mientras se cruzaba de brazos nuevamente. Se inclinó hacia delante para despedirse de Ben. —Cuídate, campeón.

Hablaba con tanta ironía que hasta a Will se le puso la boca ácida. Sus palabras, aparentemente inofensivas, parecían veneno. El pelinegro frunció el ceño.

—¿Te vas?

Ella ya había dado un par de pasos. —¿No es evidente?

—Maddie-

—Ayyy... se me está quedando el culo frío... —se quejó Ben, rompiendo la tensión de golpe. 

Will decidió ignorarle como si se tratara de un niño que no dejaba de molestar. —Sí, espera. —hizo un gesto con la mano como diciendo ''quieto ahí'' y dio unas zancadas para alcanzar a Madeleine, que cada vez estaba más cerca de la carretera. —Eh, Maddie. La fiesta acaba de empezar y no te he visto- —no quería ser insistente y tampoco suplicar como si fuera un auténtico hombre desesperado, pero aún así la acompañó un par de metros más. —Gracias por quedarte con Ben y avisarme.

—Ya.

—Maddie. —repitió. Se puso delante de ella, cortándole el paso.

Y pareció ser la gota que colmó el vaso.

Se había maquillado los ojos con sombra oscura y el flequillo le caía pegado a los lados de la cara, haciendo que su mirada fuera mucho más intensa que las otras ocasiones en las que había coincidido con ella. Will llegó a la conclusión de que había hecho algo malo, pero no sabía el qué. 

—Perdona. —se disculpó, puede que por ponerse delante de forma tan brusca. —No era mi intención. 

Su cabeza iba a mil por hora, como si fuera un ordenador de los de su laboratorio haciendo cálculos sin parar, descartando los resultados más inverosímiles. No sabía muy bien qué hacer, aparte de mirar hacia la residencia y luego hacia Ben, que había decidido poner la cabeza entre las manos. 

—Joder. Joder, joder. ¡Ben! —gritó. Maddie se encogió porque lo había hecho demasiado cerca de su oído. —¿Estás potando?

Los dos oyeron un débil 'casi'. Will inició entonces el protocolo de alerta; Ben tenía tanto miedo a vomitar que siempre acababa a) montando un teatro con lágrimas incluidas o b) atragantándose, cosa que era muchísimo peor. El pelinegro juntó las manos en posición de rezo.

—Por favor, Maddie. ¿Puedes quedarte con Ben? Tiene emetofobia y- Voy a llevarle a casa, pero tengo que ir a por mis llaves. 

—¿No las llevas encima...?

—No. Ya lo sé, debería hacerlo, pero- ¿Ben? ¿Estás bien? 

El silencio, por muy corto que fuera, le resultó desesperante. Will se dio por vencido y dejó a Maddie atrás, entre algún que otro improperio. Corrió hasta Ben y se acuclilló delante de él. Tomó su rostro entre las manos y le repitió lo que siempre le decía cuando estaba demasiado borracho y quería vomitar:

—Respira hondo y piensa en la jugada del partido del sábado. 

Ben asintió entre suspiros entrecortados. Dentro de nada empezaría a agobiarse, a hiperventilar y a tener arcadas. Era un show bastante desagradable cuando ya lo habías vivido unas cuantas veces. 

Cuando se irguió, vio que Madeleine estaba junto a él. Seguía cruzada de brazos.

—Me quedo con él. 

—Gracias. Vuelvo enseguida. 

A pesar de la escasa luz, Maddie pudo ver cómo Will sonreía con sinceridad, puede que también con alivio. Le vio correr de vuelta a la residencia. Cuando le vio entrar en el edificio, Madeleine miró hacia el suelo: Ben había apoyado los codos en sus rodillas y seguía con la cabeza entre las manos. Madeleine suspiró y se sentó junto a él, bufando por culpa de su corta y ajustada falda y por lo frío que estaba el césped. 

—Despacio. —le susurró a Ben con intención de calmarle. —¿Por qué... no me hablas de algo? 

Ben cruzó una mirada que, más que interrogante, parecía aterrorizada. —¿Quieres que te hable sobre la jugada del partido del sábado?

Madeleine le dijo que sí con tal de distraerle, así que terminó escuchando una ristra de onomatopeyas como 'bum', 'fuosh', 'zas', 'pam' y 'buoooooh' algo inconexas mientras Ben Acrey gesticulaba para darle sentido a lo que estaba contando. Al menos, la técnica de la distracción había funcionado y no había entrado en crisis por el miedo al vómito. 

Como de costumbre, Maddie había terminado ejerciendo de psicóloga. O de madre. O de hermana, no estaba muy segura. El aire frío y la charla debieron ayudar a que Ben se despejara un poco porque, por lo menos, ya reaccionaba a estímulos visuales. Fue él quien señaló hacia la residencia. Maddie siguió el índice del chico. Tuvo que entrecerrar los ojos y agudizar la vista; pensaba que veía doble, pero no: dos figuras, una más alta y otra muchísimo más baja, se dirigían hacia ellos.

Madeleine se levantó de golpe, como si tuviera un muelle en las piernas. Escuchó una voz femenina, chillona y familiar.

—¿Sylvia...?

Y justo detrás, caminaban otras dos personas. 

—¿Es Will? —preguntó Ben. Se ayudó del cuerpo de Madeleine para reincorporarse, tirando de ella hacia abajo. Terminó encaramado a ella, que intentó deshacerse de él con todas sus fuerzas. —No, Will no mide uno cincuenta...

Maddie resopló. Sentía que sus pies iban a terminar enterrados en la tierra si Ben continuaba apoyado en ella. 

—¿Has vomitado? —oyeron. 

—Ah, pues sí que es Will. 

El pelinegro se detuvo cerca de ellos, a una distancia que a Maddie le resultó un poco atosigante. Inmiscuyó su cabellera negra entre el brazo de su amigo y el costado de Maddie sin previo aviso. Les separó y se echó el brazo de Ben sobre los hombros, cargando con su peso como si fuera el de una pluma. 

—Gracias por cuidar a este tiarrón, Maddie. Te debo una. —le dijo. Volvió a sonar sincero, quizá un poco culpable. Se quedó al lado de la estudiante de Psicología y señaló hacia las tres figuras que aún caminaban hacia ellos. —Te he traído regalitos. Tu amiga, la bajita con mechas, también está bastante borracha y se ha pegado a mí como una lapa. Bueno,  también me ha pegado un par de veces por el camino...

Típico de Sylvia. —Ah.

—Luego, tu otra amiga ha ligado con Patrick, que es un compañero del doctorado...

Típico de Grace. —Ah.

—Vivimos cerca y soy el conductor asignado de la noche, así que me temo que tendré que llevar a la parejita a casa y, de paso, a Ben...

—Ah.

Claro que pillaba la indirecta, pero no iba a interpretarla. No iba a recoger el balón que Will estaba lanzando. Madeleine se acercó a Sylvia y la agarró por la cintura. Pasó una mano por su rostro sudoroso y le retiró un par de mechones húmedos de la cara. Exclamaba ahogados ''¡gentuza! ¡todos sois gentuza!''. Era su frase preferida para gritar cuando estaba ebria pero cansada. Era la señal de que debía irse a casa. Al rato, Grace se acercó con cierta timidez a Madeleine, como si pudiera oler su evidente molestia. 

—Maddie, —le dijo, con voz suave—¿te parece si me voy con él? —señaló hacia atrás, hacia un chico algo más alto que ellas que esperaba con las manos en los bolsillos. —Estaré en casa por la mañana.

La de gafas fingió haberle reconocido. En la oscuridad no veía más allá de un palmo. —Avísame. Llámame si algo va mal. 

—Sí, como siempre. —como pudo, abrazó a su amiga. Madeleine cortó el abrazo con rapidez. —¿Podrás con Sylvia?

—Sí. ¿Dónde está Matt?

—Ni idea, pero seguro que está bien. No tardará mucho en mandarnos un mensaje.

—Como siempre... —suspiró Maddie, más bien para el cuello de su chaqueta.

—Bishop, ¿nos llevas? —preguntó el tal Patrick.

—Sí, pero no hagáis manitas en mi coche. Maddie-

—Sylvia y yo volvemos en Uber. —sentenció, firme, un tanto enfadada. 

Will hizo una especie de mueca. —Como quieras.

—Buf, yo no aguanto más con esta gente... —gorgojeó Sylvia, colgándose del brazo de Madeleine y balanceándose hacia delante y atrás, amenazando con perder el equilibrio y con llevarse a su amiga al suelo, con ella. —¡No aguanto más! ¡Me quiero ir a mi puta casa, coño!

—Sí, sí...

—¡Que nos lleve el despeinado ese! —exclamó, señalando como buenamente pudo a Will. Madeleine se giró hacia él como si estuviera en una especie de comedia noventera. —¡Paso! ¡Paso de esperar a que gentuza... a que gentuza me recoja con un coche roñoso!

—Joder, va volando. —comentó Ben, como si él no estuviera igual o peor. 

—¡Gentuza...!

—Bueno, Bishop. ¿Nos llevas?

—Que sí, joder. ¿Maddie? ¿Vienes?

Las frases se solapaban y las voces, quejidos y lo que fuera que estaba diciendo Sylvia empezaban a resultarle desesperantes. La situación, en sí, era desesperante. Para colmo, su orgullo no le dejaba pensar con claridad; le repetía una y otra vez que se fuera en aquel puñetero Uber, que dejara en paz a Will y que se centrara en lo verdaderamente importante.

Pero algo que no sabía identificar muy bien le pedía que se lanzara a la aventura, que dejara de ser el enanito gruñón por una vez en su vida. Podía hacer cosas de las que arrepentirse luego y seguiría viva. Podría hacer lo que hacía toda la gente de su edad y no sufriría una trombosis. Simplemente podría dejarse llevar.

La mirada impaciente y algo suplicante de Will tampoco ayudaba. El poco brillo de la luna y las luces de la carretera se reflejaba en sus ojos marrones, que mandaban señales bastante claras a Madeleine: ven, ven, ven.

—¿Has bebido?

Will agitó enérgicamente la cabeza. —No. Ni siquiera un sorbito de cerveza. 

—Vale. A no ser que conduzcas un minibús, no hay sitio en tu coche. —le recordó. — Somos... —contó rápidamente con la mirada. —Seis. 

—No te preocupes. Algo pensaremos. Vamos.

Lo que Will pensó fue llevar a Ben en el maletero de su coche rojo, pero se dio cuenta de que su amigo era tan grande que ni siquiera cabría hecho cachitos. Así que la solución más factible fue que Sylvia viajara en el regazo de Madeleine -para fastidio de Grace y el tal Patrick, que parecía de esos que tenían puesta la bandera de Estados Unidos como cabecera de su cuenta de Instagram-. 

El trayecto duró menos de diez minutos. Will conducía con calma e intercambiaba miradas entre Ben y los asientos traseros cada cierto tiempo. A Madeleine le dio la sensación de que era un chico que se preocupaba genuinamente por el resto. Y lo odió, porque cada cosa que hacía le sumaba atractivo, como cuando aparcó de una sola maniobra entre dos coches. O como cuando abrió la puerta para que Grace saliera primero.

Su destino era la residencia de los doctorandos del MIT. Era un complejo de apartamentos situado en un edificio moderno que combinaba ladrillo y cristal a la perfección. Grace y Patrick se despidieron en cuanto pusieron un pie en el suelo. La chica hizo una seña a Madeleine, indicándole que todo iba bien. Parecía emocionada. Maddie solo esperaba que no fuera otra decepción amorosa (y sexual) para la pobre Grace.

—Vale. Llevo a Ben a la habitación y...

Sylvia se resbaló del regazo de Madeleine y continuó haciendo lo mismo por los asientos traseros hasta que alcanzó la puerta del coche. Salió, trastabillándose con sus propios zapatos de tacón, y fue Will quien evitó que se cayera al suelo. La de mechas rubias empujó con fuerza a Will que, por muy imposible que pareciera (porque era todo músculo), retrocedió un paso. Se quedó observando a Sylvia con los brazos abiertos, sin entender lo que estaba pasando.

Madeleine salió del coche a toda velocidad y detuvo a su amiga, agarrándola por los antebrazos. 

—Hey, ¿dónde vas?

—¡A mi puta casa! —exclamó, agitando la mano en alto. 

—Esto no es tu casa, Sylvi-

Y así, por culpa de la cabezonería de su compañera de piso, fue cómo Madeleine terminó pasando la noche entera en el apartamento de Will. 

**********

cuando escribo nrfc me siento como en ese meme del dj que está en un balcón pinchando para dos personas jajajajaj

hagan sus apuestas: habrá beso ya? un abrazo al menos? vomitará el pobre Ben en la ropa de Maddie y ella se tendrá que duchar? descubrirá algo interesante??? jum jum jum 






Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro