doce
Una especie de bruma horriblemente oscura parecía sobrevolar los pasillos del apartamento que Maddie compartía con sus amigos. Incluso Tofu, ajeno a los sentimientos humanos por norma general, parecía notar que había cambiado el ambiente: era mucho más pesado, hostil y un poquito lúgubre, como si hubiera algo que les estaba drenando la energía.
Maddie no tardó mucho en darse cuenta; al fin y al cabo, era ella la experta en observar la conducta del resto. Observó a Grace mientras desayunaban juntas. Su amiga parecía nerviosa, contestaba con frases escuetas y no dejaba de mirar la pantalla de su teléfono. Esperaba algo, eso estaba claro, y Maddie, que conocía de sobra a su amiga y compañera de clase, decidió dejarlo pasar.
Aquella misma mañana, descubrió que Matt caminaba más encorvado, que tenía la cara hinchada y la mandíbula adornada por una barba que él siempre se afeitaba. Solo emitía monosílabos y evitaba toda clase de contacto. Madeleine se acercó a él mientras veía la televisión. Se sentó en el sofá, guardando una distancia prudente, como si temiera que le iba a soltar un zarpazo.
La única que no parecía estar afectada por los estragos de un pasado jueves de fiesta era Sylvia. Se dejó caer en el hueco libre de aquel sofá de tres plazas.
—¿Qué pasa? Llevas un par de días... raro —dijo la de mechas rubias, tranquila.
Él se limitó a soltar un: —Nada.
La de gafas enarcó tanto las cejas que sintió cómo se le entumecían los músculos de la frente. —Matt, no soy tonta. Estamos preocupadas por ti.
—No, nada.
—Ya sé que eres hombre —farfulló Maddie, cruzándose se brazos— y que te cuesta un mundo poder expresar tus sentimientos, pero, ¿no podrías, al menos, contarnos por qué parece que llevas estreñido tres días?
—Quizá lo esté. —comentó Sylvia.
—Conozco a Matt lo suficiente como para saber que no sufre de estreñimiento. —replicó Maddie, cuya mirada empezaba a tornarse algo desafiante. —¿Y bien...?
—Vas a ser una psicóloga estupenda si hablas así a la gente. —soltó de golpe Matt, claramente ofendido.
Madeleine hizo una mueca. —Es que no soy tu psicóloga; soy tu amiga, y sé que te pasa algo.
—Y eres tú el que está hablando mal. —añadió Sylvia, cruzando una mirada cómplice con Madeleine. Ella asintió en sinónimo de aprobación.
—Que no pasa nada, de verdad.
—Pero si pareces un auténtico pordiosero.
—Sylvia, tampoco hay que ser... faltona. —le reprendió Maddie en voz baja.
—¡Pero es verdad! ¡Mira que pintas tiene para ser gay! Oye, ¿te has duchado?
Maddie chasqueó la lengua y decidió que lo mejor era ignorar a su amiga -por mucha razón que tuviera; Matt era especialmente cuidadoso con su higiene y aquel día parecía haber salido de un vertedero-. Se inclinó hacia delante y miró directamente a Matt.
—Matthew Cole, no será que... ¿han vuelto a ghostearte?
—¿Cómo lo sab-
—¿A ti también te han hecho ghosting? —la voz de Grace sonó algo temblorosa, entre el llanto inminente y ese alivio egoísta que le otorgó el encontrar a alguien en su misma situación. Estaba en la cocina, con el móvil en una mano y una taza en la otra. —Patrick lleva sin contestarme desde el viernes. Estamos a lunes. Cuando me trajo a casa, me dijo que me mandaría un mensaje.
—Y no te ha mandado nada, ¿no?
—¡No!
Misterio resuelto. Madeleine suspiró mientras se hundía en el sofá.
—Qué dramáticos sois. —bufó Sylvia— Os ignoran un par de días y ya estáis como si se fuera a acabar el mundo. Si fuerais como yo, que solo voy a beber a las fiestas y a pasármelo bien, pues os ahorraríais todos estos disgustos. Eso os pasa por haceros las guarras cuando aún creéis en el amor romántico.
Madeleine opinaría igual -aunque no de forma tan burda como Sylvia- si no estuviera en las mismas. Por primera vez, Maddie Fitzgerald no podía decir eso de ''¿qué es lo peor que os puede pasar después de vuestra vigesimocuarta decepción amorosa?''. Por primera vez, Madeleine estaba del mismo lado que sus amigos, así que no podía caer en los silenciosos juicios de valor que siempre terminaba haciendo. No podía decirle a Grace que bloqueara a aquel tío que había decidido ignorarla. Tampoco podía decirle a Matt que se desinstalara aquella aplicación del demonio. No podía decirles nada porque ella era la primera que no predicaba con el ejemplo. Madeleine no bloquearía a Will. Ni borraría su número. No hasta que, al menos, le contestara al último mensaje que le envió.
En realidad, la culpa había sido suya. Will había intentado mantener la conversación a flote, pero Madeleine era, por decirlo de alguna forma, un poco nefasta con el tema del flirteo.
Así que, su conversación murió.
Y un simple ''jajajaja'' se quedó sin leer.
Qué mierda.
—Seguro que si subo una foto a Insta me da me gusta.
Madeleine alzó la vista y observó a Grace. Parecía estar convencidísima de que su método iba a funcionar.
—¿Acaso un me gusta es una declaración de amor? —preguntó. Sintió cómo las miradas de sus amigos se clavaban en ella con una mezcla perfecta de sorpresa e indignación que terminó avergonzándola. —Lo digo en serio. ¿A qué equivale un me gusta en una historia de Instagram?
Grace puso los brazos en jarras e intentó buscar palabras que Maddie pudiera entender. Matt solo soltó una carcajada. Y Sylvia...
—A ver, pues, en tus términos, un me gusta es... Como si un caballero medieval gana el torneo y le da la coronita esa de flores a la dama, ¿sabes? Algo así.
—Eres un poco hija de puta. No sé si te has dado cuenta.
—Por eso te caigo bien.
—Ya. —resopló Madeleine. —En fin... No entiendo cómo podéis ligar así. Luego os lleváis disgustos, y somos Tofu y yo los que tenemos que escuchar vuestros lamentos.
En vez de juzgar la partida, tendría que jugar al mismo juego que sus amigos.
*****
Era una foto sencilla.
Maddie llevaba el pelo recogido en una coleta, luciendo aquel pendiente plateado que había recuperado. Tenía las mejillas sonrosadas, se había maquillado los ojos dibujándose una línea negra perfecta y sus labios, curvados en una sonrisa que podría catalogarse como tímida, parecían más jugosos que nunca. Y, por si no fuera poco...
—Joder, ¡qué tetas! ¡Anda! ¿Es Maddie? ¡Sin gafas parece una persona totalmente diferente!
—¿Decir ''joder, qué tetas'' es lo único que se te ocurre cuando ves un milímetro de mujer, Ben?
Al parecer, la mirada fulminante de Will no fue suficiente para que su amigo hiciera un poco a autocrítica, así que tuvo que echarle una buena reprimenda. Ben se limitó a encogerse de hombros y a defenderse como pudo: —¡No lo digo a malas! Lo digo porque... son... sorprendentes.
Will puso los ojos en blanco una milésima de segundo. —Lo estás empeorando.
—A ver, —Ben alzó ambas manos en son de paz—son sorprendentes para bien, ¿sabes? Lo digo desde la admiración... —entornó los ojos y miró hacia la red que cubría el techo del altísimo pabellón— Lo estoy empeorando, sí.
El pelinegro exhaló por la boca, soltando una especie de suspiro grave. Mantuvo el pulgar sobre la pantalla de su teléfono y dejó que Ben se sentara a su lado, aunque sabía de sobra que no iba a poder pedirle consejo. —De verdad, ¿tú contestarías a la historia de una chica con un ''joder, qué tetas''?
—No. —dijo sin vacilar el de mechas platino— Respondería con algo más sofisticado. ¿Utilizar sofisticado en este contexto está bien...?
—Ah, ya, un ''querida damisela, permítame decirle que hoy sus exuberantes senos están más deslumbrantes que nunca y que ardo fervientemente por el deseo de sumirme en ellos'', ¿no?
Ben pestañeó un par de veces, cruzando una mirada interrogante con Will, demasiado serio como para estar bromeando. Terminó agitando la cabeza y devolviendo la vista a los balones que viajaban de un lado a otro de la red.
—Ni idea, tío. No he entendido ni una palabra de lo que has dicho.
Will sofocó una carcajada y, en lugar de prestar atención al partido de entrenamiento que estaban disputando los novatos del equipo de vóley, decidió volver a observar la foto. Volvió a suspirar.
Y, de repente, una sombra acompañada de una presencia ingratamente familiar le hizo alzar la cabeza. Con las rodilleras puestas y los brazos en jarras, Eardson se puso delante de los dos jugadores.
—Se supone que eres el capitán, así que deberías estar dando ejemplo y no tirado en el suelo con el móvil. —le recordó a Bishop— Y tú, Acrey, deberías estar entrenando con los nuevos colocadores.
—Pareces mi madre, James. —masculló Ben.
El susodicho se encogió de hombros. —Como el capitán no está mandando, tengo que hacerlo yo. Para eso está el vice-capitán, ¿no?
Will le quitó algo de hierro al asunto y se quedó sentado en el suelo, mirando hacia arriba, al rostro sombrío de su compañero. —Pues, con la potestad que me otorga el puesto de capitán, te obligo a que te sientes y te tomes un descanso. Baja los humos.
—Y nunca mejor dicho, porque no deja de fumar.
—¿En serio? —Will exageró su sorpresa, algo que no debió sentar muy bien al rubio. —Guau, dentro de nada te nombrarán Mister Malboro y Mister Enfisema.
Eardson chasqueó la lengua y, algo reticente, terminó sentándose a la derecha de Will, que quedó flanqueado por los dos mejores jugadores de su equipo. Por el rabillo del ojo, el rubio vio la foto que se mantenía congelada en la pantalla del teléfono de Will.
—Es esa chica, ¿no? La que siempre está por aquí, la del perro. —preguntó. Will analizó el tono de voz de Eardson y concluyó que no había rastro de maldad, inquina u hostilidad. Simplemente parecía curioso.
Ben se inclinó hacia delante. —Tiene dos pedazo de tet-
Will le dio un codazo en el esternón a su amigo. Estuvo a punto de darle otro a Eardson cuando este le dedicó una sonrisa torcida.
—No me digas que tú no lo has pensado tampoco, Bishop.
—Parecéis mis tías las divorciadas intentando sacarme los colores, os lo juro. —protestó Will, que terminó levantando el pulgar de la pantalla y bloqueando su teléfono. Apoyó la cabeza contra la pared y cerrando los ojos, oyendo de fondo los rebotes del balón.
—No sabes qué responder, ¿verdad?
—Normalmente no sube fotos. Creo que lo ha hecho adrede.
—Pero... la gente tiene Instagram para eso, ¿no? —preguntó Ben desde la más absoluta ingenuidad, extrañado —La gente sube fotos porque sí, ¿no?
—Ay, —suspiró Eardson. Puede que estuviera algo enternecido — Ben, no tienes ni idea. La gente utiliza Instagram para ligar.
—¿¡Qué!? ¿¡La gente ya no sube fotos chulas!?
—¿Vives en 2015 o...?
—Volviendo al tema, —Will abrió los ojos y despegó la cabeza de la pared, sorprendiendo a sus dos compañeros— ¿qué hago? ¿Le digo que está guapa y ya? ¿Le mando un corazoncito...? ¿Hago caso a Ben y le contesto ''¡menudas tetas!''?
—Pues-
—No, Ben. Quiero la opinión de James. —le detuvo Will. —Tú eres más objetivo. Tienes amigas chicas.
Acrey evitó la mirada de sus dos compañeros, especialmente la de Will, que se clavaba en él como dos puñales, y se encogió de hombros. —No sé. Lo único que tengo claro es que es una declaración de intenciones... y que tenemos que seguir entrenando. ¡Vamos!
—¿Qué es una declaración de intenciones...?
Will se lo explicó a Ben mientras se levantaban y volvían a la pista de vóley.
*****
Madeleine aún no entendía muy bien el juego de subir fotos que se borraban a las veinticuatro horas; no comprendía ese tira y afloja entre me gustas significativos y chats vacíos. No entendía cómo pulsar un botón era parte del proceso de ligar, pero a ella pareció salirle bien la jugada: Tenía un maravilloso y flamante me gusta de Will, entre otros, y, según sus amigos, eso valía mucho.
—¡Ha subido una historia!
Matt, que ya se había afeitado y recuperado su olor a perfume de siempre, alzó su teléfono. Él y sus compañeras de piso estaban esperando a que Eardson diera señales de vida. Maddie sospechó que aquel rubio con cara de pocos amigos y un cigarro pegado a los dedos movería ficha en cuanto lo hicieran ellos... Y acertó. Tenía pinta de ser la típica persona orgullosa que siempre hacía las cosas como si todo fuera una venganza. Se le imaginó en casa viendo la foto que Matt había publicado diciendo: ''ah, ¿si? ¿tú subes esto? Pues yo ahora esto, pringado''.
Seguro que no estaba muy alejada de la realidad.
Madeleine se arremolinó en torno a Matt, junto con sus amigas. Le bastó un vistazo rápido a la foto para reconocer la localización: —Es el pabellón deportivo que está aquí al lado.
—Uy, no me mires así, Maddie...
—Tengo una idea. Tú te mueres por ver a Eardson, ¿no? También quieres hablar con él sobre lo del jueves.
—No, no, ¡qué vergüenza!
—Matt, escucha. —se sentó a su lado y le puso la mano en el hombro. Más que apaciguarle, intentaba convencerle de que su plan no tenía fisuras. —Nos acercamos al pabellón. Le pillarás con la guardia baja, y el factor sorpresa siempre ayuda a que tu interlocutor no esté hostil. Le dices: ''oye, ¿podemos hablar?'' y-
—¿¡Qué dices!? ¡Ni muerto!
—¡Escucha! ¡Es tu oportunidad de oro para saber de qué va! Si le sorprendes, verás cómo es su personalidad de verdad, ¡puedes valorar si merece la pena o no! Además, ¿qué es lo peor que te puede pasar? Quizá él esté liado con el vóley y los estudios, puede que ni siquiera sepa decirte qué es lo que siente... Inténtalo, Matt. No tienes nada que perder, y encima estás al ladito. Vamos, le preguntas si hay algo que le haya molestado y si es por eso por lo que no te contesta... Y, por lo menos, te quedarás más tranquilo.
El joven intercambió una larga y sentida mirada con Madeleine. —Joder, tienes razón. ¡Tienes razón! —repitió, más alto, dando una sonora palmada y tomando el rostro de su amiga para plantarle un beso en la frente. —¡No sé cómo no tienes novio aún, si eres estupenda...!
—El entrenador nunca juega —bromeó Maddie.
Y, en menos de lo que duraba un vídeo de Instagram, Madeleine y Matt pusieron rumbo al pabellón. Tofu tuvo que quedarse mirando por la ventana; a Maddie le daba miedo que volviera a escaparse, así que decidió que lo mejor era dejarle en casa.
Madeleine se aseguró de que el entrenamiento aún continuaba. Dieron una vuelta al gigantesco edificio para cerciorarse de que las luces estaban encendidas, de que las pistas estaban en funcionamiento. Aunque las puertas estaban cerradas, se podía oír, desde el exterior, algunos bramidos, el chirriar de las zapatillas y el rebote de los balones. Se quedaron cerca de una de las puertas laterales del edificio, por donde salían los jugadores de vóley y también los de baloncesto. Si Internet no le engañaba, el entrenamiento acabaría a las seis; si sus exhaustivas observaciones tampoco le engañaban, Maddie supuso que los jugadores empezarían a salir quince minutos más tarde.
Hizo una seña a Matt para que se acercara a los ventanucos de la puerta. A él no le hizo falta ponerse de puntillas, pero a ella sí. —¿Lo ves?
—Joder. Está ahí.
—Vale, entonces-
—No voy a poder hacerlo. Mira, prefiero mandarle un mensaje y ya está.
Madeleine se quedó en el sitio. —¿Te vas a ir?
—Sí. No estoy preparado.
—Pero, Matt-
—Te veo en casa.
Y, tal y como llegó, se fue. Madeleine tardó un par de segundos -puede que minutos- en procesar la situación. Matt se había rajado y la había dejado sola, al atardecer, a la puerta de aquel pabellón en mitad del campus. Miró el reloj de su teléfono antes de emprender el camino de vuelta a casa, con intención de alcanzar a su amigo.
Pero oyó cómo la puerta que tenía justo detrás se abría, y cómo una voz grave pero melodiosa se despedía de sus compañeros. A Maddie se le aceleró el pulso -por el bochorno, no por otra cosa- y temió que nada más y nada menos que su me gusta más preciado la viera ahí, espiando los entrenamientos de un equipo que apenas conocía.
—Anda, hola.
Se giró fingiendo sorpresa y una sonrisa. —¡Hola!
Quizá había sonado demasiado entusiasta. Will se erguía frente a ella, con una mano hundida en el bolsillo de su pantalón negro y esa sonrisilla ladeada que jamás se le borraba del rostro. Llevaba una enorme bolsa de deporte al hombro y el pelo, como siempre, algo revuelto.
—No esperaba verte por aquí.
Maddie señaló una dirección totalmente aleatoria con su pulgar. —Iba hacia la biblioteca. Justo acabo de dejar unas cosas en la Facultad y... estaba tomando un poco el aire.
—Guay.
—¿Y tú?
Will hizo una especie de mohín. —Acabo de terminar de entrenar.
—¿Y... tus compañeros?
—Qué habladora estás, ¿eh? —comentó, con un tono que rozaba lo herido, pero demasiado maquillado con ironía. Madeleine frunció el ceño, algo que Will se tomó como una señal para recular: —Perdona. Normalmente soy yo el que pregunta y... déjalo.
¿Lo dice porque no hemos hablado estos días? ¿Porque cree que le contesté por obligación? La de melena castaña agitó la cabeza y las manos, intentando restarle importancia e intentando disipar los pensamientos intrusivos. —No te preocupes.
Will rellenó con rapidez el silencio que se instaló entre ambos, que se antojaba tenso e incómodo. Retomó la pregunta que le había hecho Maddie. —Hoy salgo un poco antes que mis compañeros. Se acerca la época de exámenes y me tengo que preparar, así que, si no te importa, te acompaño a la biblioteca.
—Oh, eh... Vale. —Maddie asintió y se colocó mejor la montura de las gafas. No supo si Will no se había dado cuenta de que no llevaba mochila, bolso o maletín... o si no se había querido dar cuenta. Era sospechoso que una estudiante no llevara su material encima, pero el altísimo pelinegro pareció pasarlo por alto. —¿Exámenes? No sabía que los doctorandos tenéis exámenes...
Comenzaron a caminar juntos. Maddie notó que Will daba zancadas algo más lentas para mantener el ritmo.
—No los tengo, los hago. Y los corrijo, que es peor.
Madeleine esbozó una sonrisa. —Ah, claro. No había caído. ¿Y los pones difíciles?
—Pásate un día por una de mis clases y lo descubres. —se llevó una mano al pecho con aire orgulloso— No es por echarme flores, pero soy buen profesor. Lo dice la encuesta docente.
—¿Tan buen profesor que podrías enseñar a alguien que ni siquiera recuerda las tablas de multiplicar...?
—Soy profe, no Jesucristo. No hago milagros.
Lo dudaba, porque Will conseguía algo que nadie lograba: hacer que Madeleine se sintiera cómoda en cuestión de segundos. Ella lo tenía más que comprobado, pero se sorprendía cada vez que sucedía: la cacharrería que se formaba en su estómago cuando la idea de hablar con Will empañaba su mente desaparecía en cuanto lo hacía, en cuanto él soltaba una broma o sonreía mostrando aquellos inesperados hoyuelos. Madeleine ya no sentía que unos elefantes estaban machacando su interior; eran mariposas. Esas mariposas de las que todo el mundo hablaba en series, libros y hasta en la vida real. Esa sensación que nunca pensó que podría sentir.
—Por cierto, —Maddie le miró de forma fugaz, buscando llamar su atención— si no te importa, y ya que tú tienes el superpoderoso carné de personal investigador y docente... ¿Podrías ayudarme a buscar un par de manuales?
Era mentira. No tenía que buscar nada, pero el pánico le hizo actuar deprisa y supuso que, si quería seguir con su plan maestro para pasar más tiempo con él, tendría que inventarse alguna excusa creíble. Tenía que asegurarse de que iba a estar con ella.
—Sin problema.
Madeleine le dedicó una sonrisa sincera. —Gracias.
—Pero, que conste, —estiró el índice a modo de advertencia— no soy una hermanita de la caridad, así que tendrás que devolverme el favor.
Maddie prefirió no preguntar y simplemente soltó una risilla suave. —Tranquilo, lo haré.
**********
he decidido dejar el capítulo aquí porque siento que me estaba quedando eteeeeerno y ya me aburría de escribir, lol
en fin, se vienen cositas en la biblioteca
jijijijijij
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