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diez

Reinaba el silencio en el apartamento de Will. Era pequeño pero funcional; la cocina, situada nada más entrar, tenía los electrodomésticos suficientes y una isla de cocina que dividía el espacio en dos. Madeleine vio un sofá de tres plazas pegado contra una pared donde había posters de absolutamente todo: desde Star Wars hasta alguna infografía sobre aceleración de protones. A pesar de lo ecléctico, cada poster estaba alineado y todo parecía seguir un orden de lo más coherente. En general, el apartamento parecía estar limpio, como si Will no estuviera mucho por allí, pero como si hubiera pasado el suficiente tiempo para que resultara su casa. 

Ben, que hasta entonces solo se había limitado a caminar casi a ciegas -no abrió los ojos en ningún momento, aprovechando que era Will quien le guiaba- y a emitir quejidos, se comenzó a desabrochar el pantalón. Madeleine apartó la mirada y le escuchó resoplar. 

—Necesito mear ya... —gimoteó. Arrastró los pies hacia una puerta algo estrecha. Alzó la mano antes de entrar. —Puedo yo solo. 

—De todas formas, no iba a sujetártela. —soltó Will, como si hubiera dicho un pensamiento en voz alta. —Chicas, ¿necesitáis agua, zumo o algo...?

Parecía cansado. Había apoyado la cadera contra la encimera de la diminuta cocina y se estaba frotando el puente de la nariz, y Maddie solo pudo sentirse un pelín culpable. Una pizca. Una partícula nano-enana de culpa. Decidió que lo mejor -y lo más lógico- era ocuparse de Sylvia, que también había cerrado los ojos y estaba mascullando algo en voz baja, sin sentido. Probablemente era una canción que había sonado en la fiesta. Maddie agarró a su amiga por los antebrazos, con suavidad, llamando su atención. 

—Sylvia, nos quedamos un rato y-

De repente, como si la de mechas rubias hubiera recordado su estado de embriaguez, se deshizo del agarre de Maddie con cierta aspereza. —¡Déjame! ¡Yo me voy a la puta cama!

Cojeando, quizá porque sus tacones le habían hecho daño, Sylvia se dirigió hacia otra puerta del apartamento. Will se limitó a observar la escena con las mano cerca de la nariz y aire incrédulo, con una mirada que podría traducirse como un ''no me lo puedo creer''. Maddie hizo lo mismo durante unos segundos; luego, se apresuró a detener a su amiga.

Había entrado en la única habitación del apartamento, sin permiso, sin más, tomándose la libertad de encender la luz. Sylvia se quitó los tacones con algo de dificultad y Maddie logró arrebatárselos de la mano justo antes de que los lanzara contra el suelo. Forcejearon, pero la Sylvia borracha tenía más fuerza que la Madeleine sobria y la primera acabó lanzándose al colchón. Literalmente. Maddie se quedó con la boca abierta y los tacones de Sylvia en la mano. 

—Esta no es tu cama. —fue lo único que pudo llegar a decir.

La habitación contaba con un ventanal grande como el del salón-cocina, y un enorme colchón con sábanas blancas ocupaba casi la totalidad de la estancia. A favor de Sylvia, Maddie tuvo que admitir que parecía cómodo. También había un escritorio lleno de papeles -aunque también parecían estar ordenados, aunque fuera en pilas-, algún que otro poster y un armario empotrado con un espejo que estaba pintarrajeado. Por alguna razón, aquel espacio parecía mucho más personal que el resto de la casa, y la partícula nano-enana de culpa se convirtió en una partícula a secas. Sentía que había profanado suelo santo. 

Maddie se giró con brusquedad al sentir una mano firme sobre su hombro.

—Da igual. Deja que se eche una siesta. —era Will y, por su tono amable de voz, no debía estar mintiendo. 

—No, nos vamos. La despierto y-

—En serio, Maddie. No me importa. —reiteró, esbozando una sonrisa tranquilizadora.

La de gafas frunció los labios, miró unos segundos el cuerpo ya dormido de Sylvia y chasqueó la lengua. —Bueno, vale. Y tú, ¿dónde dormirás?

—Ah, yo no duermo, y menos teniéndote a ti aquí. 

No supo cómo tomárselo. Lo único que sintió Maddie fue que, con aquellas palabras, Will había conseguido que su corazón latiera más fuerte de lo normal un par de segundos. Le miró, seria, suspiró y terminó saliendo de la habitación. Will se encargó de apagar la luz y cerrar la puerta.

Madeleine se cruzó con Ben, que le indicó que estaba en perfecto estado al enseñarle sus dos pulgares. Seguía arrastrando los pies y ni siquiera se había abrochado el pantalón. O Sylvia había tardado muy poco en dormirse o Ben había estado en el baño un buen rato, una de dos. Le vio dejarse caer en el sofá con un largo quejido, similar al de un padre operado de la cadera. Apoyó la cabeza en el respaldo. 

—Dios, qué bien me ha sentado mear... Voy a echarme una siesta rápida, ¿vale, bro?

—¿De verdad te llama ''bro''...? —murmuró Madeleine, más asustada por aquello que por el hecho de que Ben, con su físico de portada de revista, tuviera media camiseta levantada y la bragueta bajada. 

—Solo cuando va pedo. —aclaró Will en voz confidencial. Luego, se dirigió a su amigo. —Sin problema. 

—Despiértame en veinte minutitos, ¿vale...? Solo veinte minutos y... estaré lechuga... como un fresco...

Maddie tuvo que admitir que era gracioso. Miró por el rabillo del ojo a Will, que observaba al de mechas platino con los brazos cruzados y algo de admiración, como si le fascinara el hecho de que pudiera quedarse dormido en aquella posición tan incómoda. 

—No vas a despertarle, ¿verdad?

—Nop.

Ben alzó los brazos y abrió y cerró las manos, como hacían los bebés para pedir algo. Will sofocó una risilla y se acercó para darle, sin ningún tipo de reparo y sin ninguna clase de ironía, un beso en la frente. Madeleine se sorprendió tanto que ni siquiera pudo reaccionar. Para colmo, Will utilizó una manta que estaba en el sofá para arropar a su amigo. Le deseó buenas noches tal y como lo haría una madre o una abuela, desde un cariño forjado durante años. El pelinegro encendió una lámpara de pie de luz cálida y apagó las luces principales del apartamento.

Suspiró, teniendo la sensación de que acababa de acostar a sus dos hijos después de un agotador día. 

La luz tenue, el silencio y el tamaño reducido del apartamento -que parecía más pequeño con Will y Ben dentro- hacían que el ambiente resultara más acogedor. Puede que íntimo.

Y fue entonces cuando Madeleine se dio cuenta de que, técnicamente, estaban solos.

En el puñetero apartamento de Will.

No se tomó el lujo de suspirar, ni siquiera hizo una mueca. Maddie dejó los zapatos de Sylvia en el suelo, cerca de la puerta, y caminó hacia el baño.

—Yo también necesito... hacer pis.

Will asintió mientras hacía un gesto con la mano, restándole importancia. Madeleine se lo tomó como la señal perfecta para esconderse en el baño, que tenía una ducha bastante grande y azulejos turquesas. Cerró la puerta con seguro y apoyó la frente sobre la fría madera. Fue entonces cuando sí suspiró, entre nerviosa y cansada. 

Puso sus pensamientos en orden, o al menos lo intentó. Mientras observaba bien cada recoveco del baño, se preguntó a sí misma por qué había llegado hasta allí. Por qué se había empeñado en conocer a Will. ¿Entretenimiento? ¿Procrastinación? ¿Querer tener lo que todo su círculo social tenía porque la envidia, en realidad, siempre la había estado carcomiendo? 

Paseó su mirada por los productos de baño que estaban en la ducha. Luego, por el lavabo. Y, sin pensárselo dos veces, abrió el pequeño armarito que se encontraba tras el espejo.

Encontró botes de plástico anaranjado que le resultaron sumamente familiares. Estaban etiquetados y algunos botes parecían tener un sistema de doble seguridad. Con cuidado, Madeleine fue girando los recipientes. 

Frunció el ceño. ¿Sertralina? 

Luego comprendió por qué Will dijo que no dormía: casi un estante entero del armario estaba dedicado a suplementos de melatonina. ¿Quién narices eres, Will...?

Decidió que no iba a juzgarle en ese momento y que, mucho menos, en un jueves por la noche, iba a ejercer de psicóloga, aunque técnicamente aún no lo era. Cerró el armarito y abrió el grifo para fingir que se estaba lavando las manos. Mientras tanto, llegó a la conclusión de que había sido la curiosidad lo que la había conducido hasta allí. No podía negar que Will tenía un aura atrayente, que era guapo y extrañamente amable para ser un hombre. El sexto sentido de Madeleine le gritaba que había algo más; Will no podía ser tan bueno como parecía... pero Maddie, que siempre hacía gala de su moralidad inmaculada, decidió ignorar las tarjetas amarillas y continuar con el juego.

Salió del baño despacio y se encontró a Will de espaldas, en la cocina. Él giró la cabeza para mirarla. 

—¿Quieres algo de beber?

—No, gracias.

—¿Algo de picar? Tengo queso, barritas energéticas y-

Madeleine escondió las manos bajo las mangas de su chaqueta. —No, gracias. 

—¿Ni siquiera un vaso de agua?

—No. Estoy bien. 

Will asintió despacio y admitió, en silencio, que a veces le resultaba desesperante hablar con determinadas personas. Terminó de llenarse un vaso de agua y lo bebió, sabiendo que Madeleine ni siquiera le estaba mirando. Sabía que le estaba evitando a toda costa y, aún así, estaban a menos de tres metros de distancia. 

—¿No tienes calor? —le preguntó, todavía de espaldas a ella. —No te has quitado la chaqueta.

Escuchó cómo Maddie desabrochaba su chaqueta de cuero. Oyó el tintineo de las cremalleras y no pudo evitar volver a mirarla de soslayo; llevaba un top que se ceñía a su cintura, y encima era de su color favorito. Will tomó aire lo más disimuladamente que pudo. Notaba la tensión en el ambiente y no quería empeorarlo; no, no era tensión sexual. Al menos eso no era lo que irradiaba Maddie, que parecía una especie de ente oscuro. 

—Perdona. —dijeron de repente, al unísono. Will se rio y a Maddie también pareció resultarle gracioso porque tensó los labios en una especie de sonrisa.

—Perdona lo de Sylvia. No sabía que estaba tan borracha. —se adelantó la de gafas. 

—No es nada, de verdad. —aseguró, dándose por fin la vuelta y apoyándose en la encimera. Se cruzó de brazos y, aunque no era su intención, sus bíceps se contrajeron bajo la tela de su camiseta. —No me molestáis. 

—¿Seguro? De todas formas, en cuanto se despierte, nos marchamos y-

—Si es como Ben, no se despertará hasta las tres de la tarde. Y créeme, no es un problema. 

Madeleine parecía, más que modesta, insegura. —Bueno, no te preocupes. Nos iremos pronto.

—Disculpas más que aceptadas. Ahora, perdóname a mí por lo de antes.

Maddie enarcó las cejas. —¿A qué te refieres?

—Por insistir tanto cuando claramente estabas enfadada. Lo siento. 

—Ah, ya. —podría perdonarle y olvidar, pero sabía que su cabeza no funcionaba así. De todas formas, Maddie intentó restarle importancia haciendo un aspaviento. —Más que enfadada, estaba un poco irritada.

—¿No te van las fiestas?

—¿Tú que crees? Me encontraste en una biblioteca un sábado.

Will se rio y agachó la cabeza, algo avergonzado. —Ya, es verdad. 

Sabía de sobra que Madeleine no era una de esas chicas que iban de fraternidad en fraternidad y de discoteca en discoteca; se notaba a la legua que prefería planes tranquilos, de los de estar en casa leyendo con un buen chocolate a la taza. Sabía que le encantaba el otoño y los colores oscuros. Que se había pasado media vida buscando ediciones especiales de un libro de ilustración. Que sus flores favoritas eran las peonías y que, con catorce años, escribía en un blog de cultura británica. Sabía tantas cosas que llegaba a sentirse mal porque tenía la sensación de que jamás Madeleine podría conocerle tanto como él a ella. 

Y, aún así, sabiendo que no era una chica que disfrutara de vestirse con lentejuelas, la había invitado a una fiesta.

Fue Maddie quien rompió el silencio. Will no se había dado cuenta de que se había sentado en uno de los taburetes de la isla de cocina. La voz suave pero grave de Madeleine le sacó de sus pensamientos.

—¿Conoces a Ben desde hace mucho?

—Sí —asintió— íbamos a institutos distintos, pero, como jugábamos en la misma liga juvenil, terminamos haciéndonos amigos. 

—¿Y estudia también en el MIT?

Will fingió estar algo molesto. Se señaló a sí mismo con las manos. —Me tienes aquí delante, podrías preguntarme por algo jugosísimo como el autoensamblaje intramolecular y, ¿te interesas más por él? —señaló a Ben, que roncaba con la boca abierta.

Consiguió sonsacar una sonrisilla a Madeline. —Entonces, ¿qué estudia? 

—Antropología e historia. Llegó fichado por un ojeador, así que ni siquiera hizo exámenes de acceso. 

—Vaya. Si lo llego a saber, me habría dedicado al vóley. Parece...

—¿Fácil?

Maddie le fulminó con la mirada. —Divertido.

—Ah, sí. —descartó rápidamente su discurso pre-aprendido de ''el voleibol es un deporte muy exigente'' y cambió de tema. —Debes estar cansada. ¿Por qué no vas a dormir con Sylvia?

Volvió a negar con la cabeza. —No, tranquilo. Se mueve muchísimo y terminará dándome patadas.

¿Era desconfianza o Sylvia de verdad jugaba al fútbol en sueños? Will señaló con la barbilla el sofá. —En todo caso, el poco espacio que queda en el sofá es tuyo.

Maddie le agradeció el gesto con una sonrisa tímida. No dijo nada más. El silencio -si escuchar los suaves ronquidos de Ben se consideraba silencio- era algo incómodo. Tenso. Ella se moría de ganas por preguntarle muchísimas cosas: si de verdad el autoensablaje intermolecular era tan apasionante como decía, cuánto llevaba en ese apartamento o si aquella chica con la que le había visto hablar era algo más que una chica en una fiesta. Madeleine sabía de sobra que, en parte, era su inseguridad la que le estaba jugando una mala pasada, aunque, desde su supuesta objetividad, aquella joven de cabello largo y brillante era mucho mejor partido que ella. 

Pero, en lugar de hacerlo, se calló. No era nadie para juzgar aquello; no era la pareja, madre o amiga de Will, así que no tenía porqué importarle. Sacó su teléfono del bolsillo de su chaqueta, la cual había dejado sobre la encimera, y se puso a enviarle un mensaje a Matt. 

Mientras tanto, el pelinegro, cruzado de brazos, se limitó a observarla. El brillo de la pantalla del teléfono se reflejaba en sus gafas y la sonrisa que había lucido con anterioridad se había esfumado. Will reconoció el aburrimiento y cansancio en su rostro.

—¿Te apetece jugar a algo?

Madeleine alzó la cabeza. Will la miraba con aire divertido, con esa actitud socarrona que parecía ser su verdadera esencia. Repitió la pregunta. Maddie se quedó unos segundos pensativa, procesando toda la información verbal y corporal que recibía de Will: su tono de voz era algo sugerente y en su mirada flotaba la expectación, como si esperara que Madeleine le siguiera el rollo.

—Siempre y cuando no despertemos a Sylvia y Ben, vale. 

Will ahogó una carcajada. Satisfecho, se despegó de la encimera de la cocina y caminó hacia el mueble donde se ubicaba una gran televisión. 

—Será difícil que puedas quedarte callada.

Fue ella quien tuvo que reírse en bajo. Le resultaba gracioso que Will jugara constantemente con el doble sentido. Lo peor de todo era que lo hacía tan bien que no había lugar a malinterpretaciones, algo que solo podría hacer un genio. 

Encendió la televisión, pulsó un botón y sacó de una caja un par de mandos blancos, alargados.

—¿Tienes una Wii? —era más sorprendente que el propio hecho de encontrarse en el apartamento de un jugador de vóley de uno noventa.

—Y dos mandos. ¿Juegas al Mario Kart?

No le hizo falta ni asentir. Madeleine se bajó del taburete donde se había sentado, dejando incluso el móvil en la isla, se dirigió hacia la televisión y agarró uno de los mandos.

—Ah, entonces el que no va a callar eres tú. Tienes pinta de ser de los que odian perder. Seguro que eres de los que gritan cuando quedan segundos.

—Suena a reto. 

—Lo es. —afirmó Maddie, siguiendo de cerca a Will y sentándose en el suelo junto a él, a los pies del sofá y con Ben durmiendo como un tronco en la esquina contraria. 

No fue hasta entonces cuando Madeleine se dio cuenta de lo grande que era. Del calor que irradiaba. Nunca le había tenido tan cerca, casi pegado a ella,  y nunca había reparado en los casi treinta centímetros de alto y ancho que les diferenciaban. Si fuera otra persona, se sentiría cohibida. Puede que amenazada. Pero, con Will, era diferente. Sí, había estado nerviosa toda la noche. Y sí, la propuesta de jugar al Mario Kart fue lo único que hizo que Maddie se relajara.

—Suelo dejar ganar a los invitados, —comentó Will mientras iniciaba una partida— pero esta vez voy a hacer una excepción.

—Voy a ganar igualmente. 

—Sí, ya veremos. —masculló él, jocoso.

Como de costumbre, Maddie eligió el personaje más rápido de todos; Will, en un alardeo de suficiencia, eligió a una de las princesas, como diciendo ''voy a ganar incluso con el peor personaje''. Iniciaron la partida y, como vaticinó Maddie, el pelinegro no dejó de ahogar gritos y de patalear cada vez que se chocaba con algún objeto. Madeleine le mandó callar un par de veces, pero las carcajadas suaves terminaron sustituyendo a los ''shhhh''. 

Will optó por el juego sucio cuando ya llevaba su tercera derrota consecutiva. Aprovechando que Madeleine estaba a su lado, la empujó, le dio codazos e intentó desviarla de todas las maneras posibles, incluyendo pellizcos en su cuello. No surtió efecto del todo, ya que Maddie acabó segunda y Will séptimo, lo que contaba como otra derrota.

Él llegó a la conclusión de que Maddie debía tener un talento innato para aquel maldito juego. En realidad, perdió porque, en vez de estar pendiente de la carrera, había estado mirándola de reojo casi todo el tiempo, comprobando que estaba cómoda y relajada. 

Madeleine ni siquiera se dio cuenta hasta que, sin querer, se giró hacia él y cruzaron una mirada. No supo si el calor que sintió en las mejillas le hizo ruborizarse o si Will lo notó. Apartaron la mirada casi a la par.

—¿Cambiamos de juego? —sugirió la de gafas, haciendo aquel gesto que siempre hacía cuando la tensión volvía a su cuerpo: frunció los labios. —Creo que cinco palizas ya son suficientes. 

No recibió respuesta. Sintió que Will volvía a mirarla, así que se giró hacia él. Estaba en lo cierto.

No pudo descifrar su mirada. No supo que interpretar de aquel rostro de facciones angulosas y esos ojos felinos que también parecían estar analizándola. Se sintió una psicóloga en ciernes terriblemente mala... hasta que comprendió que no estaba intentando descifrar nada; simplemente estaba admirando a Will, porque jamás le había tenido tan cerca. 

Cada vez más cerca. Con sus manos alargadas en el suelo, pero casi sobre sus muslos; con su torso casi engullendo el cuerpo entero de Madeleine.

Notó calor. Más calor del que normalmente sentía. Quizá era Will o quizá era el efecto que él estaba consiguiendo. Independientemente de lo que fuera, Maddie se quedó sin respiración. En el sentido más literal de la palabra. Todo iba a cámara lenta: una de las manos de Will haciendo ademán de tomar la barbilla de Madeleine, su rostro acercándose despacio, sus párpados cerrándose. Maddie sintió que había perdido el sentido de la realidad, que había olvidado dónde estaba y quién narices era. No, no podía estar a menos de un centímetro de besarse con Will Bishop.

No, no podía. Se apartó con rapidez cuando escuchó un ronquido más fuerte de lo normal y un adormilado:

—Guau, ¿estáis jugando al Mario Kart?

Cualquiera diría que fue Ben la persona que le devolvió de golpe a la Tierra. 

Maddie no fue consciente de lo brusca que fue al empujar a Will. Él se quedó con ambas manos en alto, demasiado sorprendido como para procesar la escena que, al contrario que el -casi- beso, parecía estar al doble de velocidad. Maddie se levantó del suelo sin decir nada y se marchó dando fuertes y largas zancadas al baño, con la cara escondida detrás de su melena castaña. 

Se encerró allí donde, por fin, tomó aire.

Dios. Joder. Mierda, pensó, mientras se pasaba las manos por el pelo para colocárselo tras las orejas. No entendía muy bien qué había pasado. Ni cómo.

Muy bien, Maddie. Sabes que actúa así con todas. Se insinúa y sonríe así a todo el mundo. Es un hombre, al fin y al cabo. Mira cómo estaba hablando con aquella chica en la fiesta; seguro que se han dado un buen morreo. No, no, no eres quién para meterte en sus asuntos. Espera, ¿y si tiene novia? Joder, ¿qué pasa si tiene novia? No, no puede tenerla. He investigado y me he asegurado de ello. Pero seguro que le gusta aquella chica. ¿Cómo voy a gustarle yo? Si soy un cardo. Joder, estoy feísima. Es imposible que me haya intentado besar porque quería. Debe ser porque es un tío y, como todos, quieren meter la polla en caliente. No. No. Se ha lanzado después de un rato. No, es imposible que-

Llamaron a la puerta del baño. Fueron dos toques firmes a la par que suaves.

—¿Maddie? —era la voz de Will, grave. Se le imaginó de costado, apoyado contra la puerta. —Llevas cinco minutos ahí metida. ¿Va todo bien?

Qué vergüenza. —Sí, sí. 

No había que ser un gran adivino para saber que estaba mintiendo. Madeleine tragó saliva, tomó aire por la boca y lo expulsó, despacio. Lo repitió un par de veces, como si quisiera asegurarse de que sus pulmones funcionaban bien. 

Has pedido tu oportunidad, le recordó esa incómoda voz que nunca conseguía acallar. No vas a verte en otra igual, Maddie. Has hecho el ridículo y no habrá otro momento como este.

¿Que no?  Se quitó uno de los pendientes plateados que llevaba. Era un aro algo grueso, de un tamaño lo suficientemente pequeño como para que se perdiera por el suelo. Lo dejó caer sin ningún tipo de reparo. Se limpió un poco los restos de máscara de pestañas que habían caído en su ojera y salió del baño, sorprendiendo a un Will que, como imaginó, estaba apoyado en la puerta. A nada estuvo el pelinegro de perder el equilibrio. 

Madeleine fingió una sonrisa al pasar a su lado. Vio a Ben en el sofá, demasiado espabilado y con los mandos de la consola en las manos.

—¿Juegas?

—Sí. 

Will observó cómo Madeleine tomaba uno de los mandos, se sentaba en el sofá y se ponía a jugar al Mario Kart con Ben, sin más.

Se pasó una mano por los labios y luego se frotó la barbilla, como si fuera la única forma de disipar la vergüenza y arrepentimiento que se habían acumulado en el fondo de su estómago. Sin mediar palabra, agarró un cojín del sofá, lo lanzó al suelo y se sentó a los pies de su mejor amigo, con Madeleine riendo en la otra punta de aquel sofá azul como si no hubiera pasado nada.

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fuck escenas románticas con canciones de ed sheeran o taylor swift, lets kiss con este temón de fondo:

https://youtu.be/pYGAW_BW8kI

capítulo largo pero con mucha sustancia. grax por los comentarios!! sois tres personas maravillosas <3






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