Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

diecisiete

La ciencia no podría demostrar los motivos por los cuales Madeleine llegó por su propio pie a casa. Ni siquiera la fe o lo sobrenatural podrían explicarlo.

Huyó del invernadero con el corazón en un puño, pero con los latidos oprimiendo su pecho y cabeza; con la respiración entrecortada y un incómodo nudo en la garganta que parecía más bien una bomba de relojería a punto de estallar; con aquella horrible sensación de que su vista se iba estrechando más y más, de que solo podía ver lo que estaba inmediatamente delante de ella. Con torpeza, logró subirse al autobús que la llevaba de vuelta al campus de Harvard. Se sentó cerca de la salida e intentó tranquilizar su respiración.

El viaje de vuelta le resultó demasiado largo y tortuoso.

A trompicones, fue capaz de recorrer la manzana que le separaba de su apartamento. Con la mano temblorosa, fue capaz de abrir la puerta del piso. 

Y, por fin, cuando cerró la puerta, se pudo apoyar en la pared. Se dejó caer, despacio, resbalándose hasta quedar sentada con las piernas dobladas. Tenía la vista nublada por las lágrimas, por si no fuera poco con la visión en túnel, y sentía que su cuerpo iba a entrar en modo de stand-by en cualquier momento. 

Sintió cómo algo le obligaba a estirar las piernas, y luego notó una masa de calor pesada y firme sobre sus muslos. Era Tofu. El corazón de Maddie comenzó a apaciguarse. Recuperó cierto control sobre su cuerpo, el suficiente para poder acariciar el pelaje dorado de su perro.

—¿Fitz? —pudo oír a Grace, pero no pudo verla. —¡Maddie! ¿¡Estás bien!?

Claramente no, quiso decir, pero tan solo pudo mostrarle el pulgar a su amiga. Escuchó, bajo el pitido constante de sus oídos, cómo sus otros dos compañeros de piso llegaban a la escena. 

—Dejadla tranquila. —oyó a Matt, que sabía mejor que nadie cómo actuar. Era el único, a parte de Tofu, que había acompañado a Madeleine en una situación similar.

La de melena castaña cerró los ojos un instante y apoyó la cabeza contra la pared. Sentía la cara húmeda y el pelo pegado a las mejillas, puede que por el sudor. Su mente por fin se quedó en blanco. Disfrutó de la presión que Tofu ejercía sobre sus piernas y del silencio que reinaba en el apartamento. 

—Estoy bien. —dijo, tras abrir los ojos con lentitud. Sus compañeros de piso la observaban con preocupación desde una distancia prudente. Madeleine sonrió, o al menos se esforzó en hacerlo, en un intento fallido de tranquilizar a sus amigos. —Es que he venido corriendo y tengo asma...

Ni Grace, ni Sylvia ni Matt iban a tragarse la excusa. Fue el único chico del apartamento quien ayudó a Maddie a levantarse. Tofu les siguió hasta el sofá, donde Maddie se dejó caer. Justo después lo hicieron sus amigos. Apretujados en el sofá de tres plazas, se quedaron en silencio unos segundos, puede que minutos, hasta que Sylvia rompió la gélida calma:

—Bueno, ¿os apetece cenar pizza esta noche?

Madeleine sonrió. Aunque desde fuera parecía desinterés, ella, que conocía de sobra a sus mejores amigos, sabía que solo estaban respetando sus límites. Se sentía acompañada y, a veces, eso era lo único que necesitaba. Nada de preguntas avasallantes. Podía decir con cierto orgullo que estaba en casa... y que se sentía segura.

Por eso, durante la cena, en un ejercicio de transparencia con las tres personas que siempre la acompañaban, les contó lo que había sucedido. Matt se sorprendió tanto que dejó caer un trozo de pizza al suelo -que Tofu hizo desaparecer a la velocidad de la luz-; Grace, entre compasiva y algo apenada, abrazó a Maddie y frotó su espalda; y Sylvia, como de costumbre, se encargó de ser la primera en decir algo.

—Ay, Maddie... —agitó la cabeza, moviendo sus largos mechones rubios —Quién lo diría... Por primera vez, vamos a ser quienes aconsejen a la consejera... ¡Qué fuerte!

*****

—Está genial. Tenemos tiempo de sobra para hacer las últimas modificaciones, así que no te preocupes. Podemos ensayar la defensa cuando... ¿Maddie?

La susodicha volvió a la tierra en cuanto escuchó su nombre. Pestañeó un par de veces y logró enfocar su mirada en la mujer que tenía delante, que la observaba con el ceño ligeramente fruncido y sus redondos ojos verdes algo entornados, como si estuviera intentando ver qué había dentro de la mente de Maddie.

—Perdón. Sí, podemos ir ensayando la defensa.

—¿Todo bien?

Madeleine asintió, esbozando una sonrisa algo tensa. La profesora Berkowitz continuó analizando la expresión de Maddie con cierta suspicacia, como si no llegara a fiarse del todo de la actitud esquiva de su alumna. No estaba muy desencaminada. Apoyó los codos sobre el escritorio, entrelazó los dedos y apoyó la barbilla sobre el dorso de sus manos. Sus ojos verdes escudriñaron a Madeleine de una forma que le resultó algo intimidante.

—Has hecho un buen trabajo. —le recordó,— Vas bien de tiempo. Si crees que debemos parar porque estás agobiada, será una decisión acertada. Es normal que sientas presión, Maddie, y sé que estás en la recta final de tu carrera, pero pisar el freno antes de estamparse contra un muro siempre es lo más sensato.

Maddie negó con la cabeza y movió las manos de lado a lado, negando. —No, no. Estoy bien.

La profesora enarcó una ceja. Madeleine la había elegido como tutora no solo por su extenso y brillante currículum, también por su cercanía... y era justo eso lo que, a veces, jugaba en su contra. Además, Berkowitz solo era unos cuantos años más mayor que Maddie y, en ocasiones, era más fácil ver en ella una amiga en lugar de una profesora. La de gafas y melena castaña tenía que hacer un esfuerzo bastante grande por mantener las distancias. Y para no compararse con ella: era joven, guapísima, tenía el pelo brillante, un estilo digno de una semana de la moda y una carrera que envidiaría cualquier persona. Ah, y seguramente gozaba de un buen sueldo. Bastaba con ver el brillante anillo de diamantes que decoraba su mano izquierda.

—¿Hay algo que te preocupe además de los exámenes y la tesis? Estás un poquito apagada.

Madeleine volvió a esbozar una sonrisa y negó con la cabeza. —Nada, es por una amiga. Lleva unos días un poco raros y, como vive conmigo, creo que me lo está pegando.

—Maldito contagio emocional, ¿eh?

—Sí, y malditas neuronas espejo.

Berkowitz soltó una especie de carcajada, cantarina y dulce. —De todas formas, imagino que no será nada grave, ¿no?

Su mirada y su ligera sonrisa invitaban a Madeleine a contarle todo. Quizá por eso era tan buena psicóloga. Maddie incluso llegó a ver cómo Berkowitz enarcaba las cejas como diciendo ''adelante, dime más, no me dejes con las ganas''. 

La de gafas volvió a agitar la cabeza. —No, es solo... un mal de amores. Está... empezando con un chico. No sé si enamorada sería la palabra, simplemente están... eso, empezando. Y hace un par de días llegó a casa súper agobiada porque siente que no es lo suficiente.

—¿Lo suficiente qué?

Maddie se encogió de hombros. —Guapa. Delgada. Inteligente. Graciosa. —y al ver cómo la mirada de su tutora se ensombrecía levemente por culpa de la sospecha, añadió: —Yo qué sé. Por mucho que he intentado acompañarla en el proceso, no quiere decirme nada. 

Berkowitz hizo una mueca, llevando los labios hacia la derecha, pensativa. —Puede que solo necesite un poco de confianza en sí misma.

—Bueno, siempre le ha costado dejarse llevar. Tiene que tener el control de la situación porque, si no, tiene la sensación de que nada va a ir bien. 

—¿Cómo le ayudarías a enfrentarlo?

Fue Maddie la que frunció los labios. —Creo que le vendría bien centrarse en el presente, que debería soltar el pasado y dejar de querer controlar el futuro. También le ayudaría a ser menos insegura, supongo.

—Es un buen consejo. —dijo Berkowitz, con una sonrisa cálida pero algo pícara, como si supiera de sobra que esa ''amiga'' era nada más y nada menos que la alumna que tenía delante. —¿Crees que se lo aplicará o, por el contrario, seguirá actuando igual?

—Debería intentarlo. —suspiró Maddie. —Pero entiendo que le resulte difícil. 

—¿Por qué?

—Porque cuando el pasado forma parte de alguien, es difícil dejarlo atrás. Es como si llevas clavada una estaca: si la sacas, puedes desangrarte.

—Por eso mismo es un proceso lento. Hay que hacerlo despacio y con cuidado, intentando que no queden astillas. Es una buena metáfora. Dísela a tu amiga; quizá, así lo entienda mejor.

Maddie asintió. —Se lo diré. 

—¿Y qué hay del chico? Imagino que el conflicto interno de tu amiga habrá empeorado las cosas con él, y de ahí el malestar.

La pregunta le pilló tan de sorpresa que Maddie tuvo que soltar el aire que se le había atascado en los pulmones en una especie de suspiro quejoso. —Bueno... no lo sé. No han vuelto a hablar desde que ella huyó.

—¿Huyó?

—Eso nos ha contado ella. —aclaró, con rapidez— Debía estar con el chico y... se marchó porque se sintió mal. No sé, a lo mejor —dijo, como si ella no supiera perfectamente qué había pasado y cómo se había sentido—se sintió tan nerviosa que tuvo que marcharse corriendo.

Berkowitz dejó de apoyar la barbilla en los nudillos y se hundió en el respaldo de su silla giratoria. —Y si el chico le hace estar nerviosa, pero nerviosa para mal, ¿por qué está con él? 

—Porque le gusta. Supongo. —añadió segundos más tarde, aunque ya tenía bastante claro que su tutora se había dado cuenta de que estaba hablando de ella misma y no de una amiga.

—Sin entrar en las creencias sobre el amor de tu amiga ni en los detalles de la situación, ¿ella cree que tanto nerviosismo y esfuerzo merecen la pena? ¿Cree que el chico será capaz de entender la razón por la que se fue?

Maddie sopesó la respuesta mientras Berkowitz se movía en la silla de lado a lado, expectante. 

—Sí.

—Pues dile a tu amiga que se comunique, que le cuente a ese chico cómo se siente. —se inclinó hacia delante y clavó sus ojos verdes en los marrones de Maddie —Entre nosotras, si el tío la culpabiliza o se hace la víctima, será mejor para ella; así, no tendrá nada que perder. 

—Mejor estar sola que mal acompañada, ¿no?

—Eso es. Dile que te lo ha dicho una psicóloga de la APA, y no precisamente porque esté probado por la ciencia. Lo digo por experiencia. 

Madeleine se rio. —Vale, se lo diré.

—Y tómate la semana libre. Ya hablaremos sobre las últimas correcciones y sobre los ensayos para la defensa. Céntrate en los exámenes y en que tu amiga no te drene mucho la energía, ¿vale? Espero que le vaya bien con ese chico. Ya me contarás.

*****

El agua de las duchas salía siempre tan caliente que, más que en un vestuario, el equipo de vóley parecía estar en una sauna. Algunos integrantes no se quejaban -de hecho, decían que era un dos por uno maravillosísimo-, pero otros, como Eardson, no dejaban de proferir injurias e insultos porque preferían darse una ducha de agua fría después del entrenamiento.

De fondo, además de la ristra de tacos que el rubio no dejaba de soltar, Will podía escuchar el agua caer y el murmullo del resto de jugadores. Notaba el cuerpo cansado y agarrotado, a pesar de haber tenido una larga sesión de estiramientos, pero sabía que la ducha no le iba a ayudar. Buscó en el fondo de su bolsa de deporte un pequeño bolsillo. Tocó con la yemas de los dedos el plástico rígido de un pequeño bote. Lo sacó, lo abrió y dejó dos pequeñas pastillas sobre la palma de su mano.

—William.

Se giró bruscamente hacia la fuente de sonido. —Entrenador.

—¿Vas a ducharte ahora?

—No, en un rato. Parece que están luchando en una batalla campal, así que...

—¿Podemos hablar un minuto, entonces?

El entrenador Hayes era un hombre algo bajito para haber jugado al vóley. Rondaba los cuarenta y había sido un rematador excepcional, un fuera de serie que resultó ser muy buen ojeador. Llevaba, por lo menos, cinco años entrenando al equipo, más o menos el tiempo que Will llevaba jugando con los Engineers. 

Will guardó las pastillas en el bote y lo lanzó de vuelta a la bolsa. —Sí. 

Siguió a Hayes, vestido de pies a cabeza con ropa deportiva, hasta su pequeño despacho. 

—Siéntate, anda. 

El pelinegro obedeció. Era una escena algo cómica teniendo en cuenta que le sacaba una cabeza al entrenador. Hayes tomó asiento justo enfrente, tras el escritorio. Por su aire serio y algo preocupado, Will empezó a temerse una charla sobre rendimiento. Sobre como sus bloqueos eran más débiles que otras veces. Se temía la típica amenaza de Hayes: ''o juegas bien, o al banquillo''. Will era consciente de que llevaba unos cuantos días jugando peor... pero no quería que nadie se lo echara en cara. Inspiró profundamente mientras su entrenador jugueteaba con un bolígrafo. Como siempre, el hombre evitó la mirada felina de Will.

—¿Qué vas a hacer el año que viene?

Will alzó las cejas, sorprendido. —Seguir jugando.

—No, William. Me refiero a tu proyecto académico. ¿Qué vas a hacer el año que viene?

—Continuar el doctorado. 

Hayes dio varios toquecitos rítmicos en el escritorio con el bolígrafo. —Sabes que no hay un máximo de años de permanencia y que puedes jugar siempre y cuando estés matriculado en la universidad, pero...

—¿Pero?

—Deberías pensar en ir eligiendo otro capitán. Dudo que tus responsabilidades como profesor e investigador, porque lo eres, te permitan seguir jugando a un ritmo tan exigente.

Will se cruzó de brazos y se hundió en la incómoda silla de plástico. Luego, casi al instante, se llevó el pulgar a la boca y comenzó a mordisquear el borde irregular de la uña. Era un gesto que llevaba siglos sin hacer, pero lo había recuperado un par de días atrás. Era sinónimo del estrés que le estaba carcomiendo por dentro, que no le dejaba dormir y que le había hecho volver a morderse las uñas. Sí, Hayes tenía razón. 

Pero no iba a dársela.

El vóley era parte de él. No podía deshacerse de algo tan importante tan de golpe.

—Lo haré después del interuniversitario. —dijo, lo más firme que pudo.

—Está bien, pero, después del nacional, quiero un nombre, ¿de acuerdo?

Will asintió. Hayes pareció compadecerse de él. Su expresión se suavizó. Will le oyó chasquear la lengua con algo de fastidio mientras se levantaba, como si le molestara tener que ser algo menos duro con sus jugadores, y en especial con su capitán.

—William, oye... Estos días te noto algo más...

—¿Torpe?

El entrenador sofocó una risa. —No era la palabra que estaba buscando, pero me sirve. Yo diría que te veo... menos centrado, y es raro en ti. Mi intención no era presionarte, solo quiero que aligeres un poco tu carga. Eres uno de los mejores capitanes que ha tenido este equipo, Bishop. Creo que todos los jugadores y el equipo técnico estamos de acuerdo. Pero, si el corazón de este equipo no bombea como debería... La sangre no llegará ni al cerebro ni a las extremidades.

Hayes siempre utilizaba esa metáfora: el equipo era un cuerpo, una máquina perfecta donde todos debían funcionar bien porque así era el vóley, un deporte en el que dependías del pase de tu compañero, tal y como las partes del cuerpo dependen las unas de las otras. Will siempre había sido el corazón, quien animaba al equipo, quien levantaba los ánimos y quien establecía el ritmo de las jugadas con su primer toque. 

—Lo sé.

El entrenador le dedicó una última mirada misericordiosa. —No quiero meterme en tu vida personal, Will, pero sé que hay algo que te está jodiendo. 

Will soltó una risilla cargada de sarcasmo. —¿Tanto se me nota?

—Durante estos cinco años, te he visto más que a mi propio hijo. Podría decir que te conozco muy bien. Anda, —hizo un gesto para echarle del despacho— vete. Soluciona lo que quiera que te está tocando los cojones. No vengas a entrenar mañana. 

—¿Seguro? Eardson echará humo por las orejas. No por el enfado, sino por todo lo que fuma.

—¿¡Ese puto crío sigue fumando!?

El pelinegro asintió. —Sí. Ya le he dicho que acabará con un enfisema pulmonar.

—¡La madre que lo malparió...! —exclamó Hayes, dando un golpe contra la mesa y levantándose bruscamente de su asiento. Pasó por delante de Will y dejó el despacho antes que él. Cuando estaba a medio pasillo, le gritó: —¡Y mañana no quiero ver tu culo por el pabellón! ¿Entendido?

Will hizo un saludo militar, juntando los talones y llevándose la mano a la sien. —¡Sí, mi general!

Y cuando perdió al entrenador de vista, bajó el brazo y resopló. 

Pues claro que había algo que le estaba jodiendo: su tesis doctoral, su investigación pausada porque había llegado a un punto muerto, tener que corregir trabajos de sus alumnos, cerrar las actas, asegurarse de que los novatos del equipo no huían con el fin del curso, que Eardson siguiera fumando, que el día tuviera veinticuatro horas en lugar de sesenta...

Y Madeleine.

La pobre Madeleine.

No sabía si la había asustado o qué. Solo sabía que se sentía mal, abochornado, y que el pensamiento constante de haberla perdido para siempre no le dejaba dormir por las noches. 

Volvió al vestuario, tomó el par de pastillas y buscó una ducha individual algo alejada del resto, intentando que ningún compañero -en especial Ben o Luca, el pelirrojo- le vieran, porque lo más probable es que le tocara responder a la incómoda pregunta de ''¿por qué no te duchas con nosotros?''. Mientras el agua ardiente le caía por los hombros, volvió a morderse las uñas. Llegó a hacerse una herida, pero no lo notó. El agua se llevó la sangre. 

Salió de la ducha con el pelo húmedo y una toalla alrededor de la cadera. Algunos de sus compañeros ya se estaban vistiendo y él hizo lo mismo sin decir mucho, escuchando cómo hablaban amigablemente entre ellos y riéndose de vez en cuando de las absurdeces que Ben soltaba por la boca. Se echó la bolsa de deporte al hombro, se despidió de su mejor amigo dándole unas palmadas en la espalda y le dijo al resto de los miembros del equipo su ya mítico ''portaos bien''. 

Abandonó el pabellón por la puerta principal. Atardecía. Puso rumbo a su apartamento tomando el camino que llevaba recorriendo varios días: en vez de aparcar el coche al lado del pabellón, lo dejó unas cuantas manzanas más allá, obligándose a recorrer las zonas que frecuentaban Madeleine y Tofu. Lo había hecho adrede, claro estaba, porque llevaba sin tener señales de vida de Maddie desde hace días. 

Podría haberle escrito un mensaje. Podría haberle preguntado qué tal estaba, pero no; había decidido recorrer sus pasos con la esperanza de encontrarse con sus curvas y sus gafas de carey, como si fuera un puñetero acosador. Quería poder oler su perfume floral. Quería volver a ver cómo le miraba con esa mezcla de desconcierto y curiosidad que hacía que sus ojos del color café tuvieran un brillo cautivador. Necesitaba saber si iba a volver a verla.

Y como si hubiera pedido que se manifestara, su teléfono sonó con una notificación nueva:

Maddie

¿Podemos hablar?

18:06

*********

fun fact: a veces tengo que analizar sintácticamente las oraciones para ver si es un complemento directo y si puedo utilizar ''la'' como pronombre, porque soy profundamente laísta y sé que la mayoría de las veces la cago lol


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro